Hoy llega el Tour de Francia a Barcelona. Desconozco de quién ha sido la idea, desconozco lo que cuesta, desconozco qué beneficios traerá a la ciudad; y desde mi desconocimiento me atrevo a decir que ha sido una muy mala idea.
Barcelona y su área metropolitana son, probablemente, una de las zonas más delicadas de Europa en lo que a movilidad se refiere. La insuficiencia del transporte público y de las infraestructuras hacen que el número de vehículos y desplazamientos esté siempre muy cerca de la congestión. Los que vivimos por aquí lo vemos y padecemos a diario. No es extraño que un simple vehículo aparcado en el arcén en cualquiera de las rondas de la ciudad origine atascos kilométricos. La ciudad está permanentemente al borde del colapso. En estas circunstancias, la llegada del Tour en un día laborable, con los cortes de tráfico que supondrá (y que permanencen en el misterio, porque apenas se puede obtener información sobre ellos en la web del Ayuntamiento) es probable que originen un caos considerable. No hace falta ser un experto para darse cuenta de ello.
Es cierto que todo acontecimiento deportivo o espectáculo es fuente de incomodidades, hágase en la ciudad del mundo que se haga; eso deben de haber pensado el Alcalde y los concejales de Barcelona; pero es que esta ciudad, como digo, es especial, pues se encuentra mucho más saturada que Berlín o Madrid, por decir dos ciudades que conozco desde dentro. Las consecuencias de una alteración del tráfico como la que se dará hoy serán, por tanto, más graves que si se dieran en otra ciudad.
Y la pregunta que me hago es ¿a quién beneficia la llegada del Tour? Todas las personas con las que hablo se quejan de la idea, algunas con mucha rotundidad porque o bien tendrán que renunciar a citas importantes o se verán obligadas a emplear varias horas extras en sus desplazamientos. ¿Será tan importante hacer la ola amarilla más grande de la historia, como pretenden los organizadores de la gente que se coloque en las calles para ver el paso fugaz de los corredores?
A veces tengo la impresión de que algo falla. Antes pensaba que la ciudad estaba al servicio de los ciudadanos, ahora me parece que los ciudadanos somos meros figurantes en lo que se pretende que sea un espectáculo permanente.
Barcelona y su área metropolitana son, probablemente, una de las zonas más delicadas de Europa en lo que a movilidad se refiere. La insuficiencia del transporte público y de las infraestructuras hacen que el número de vehículos y desplazamientos esté siempre muy cerca de la congestión. Los que vivimos por aquí lo vemos y padecemos a diario. No es extraño que un simple vehículo aparcado en el arcén en cualquiera de las rondas de la ciudad origine atascos kilométricos. La ciudad está permanentemente al borde del colapso. En estas circunstancias, la llegada del Tour en un día laborable, con los cortes de tráfico que supondrá (y que permanencen en el misterio, porque apenas se puede obtener información sobre ellos en la web del Ayuntamiento) es probable que originen un caos considerable. No hace falta ser un experto para darse cuenta de ello.
Es cierto que todo acontecimiento deportivo o espectáculo es fuente de incomodidades, hágase en la ciudad del mundo que se haga; eso deben de haber pensado el Alcalde y los concejales de Barcelona; pero es que esta ciudad, como digo, es especial, pues se encuentra mucho más saturada que Berlín o Madrid, por decir dos ciudades que conozco desde dentro. Las consecuencias de una alteración del tráfico como la que se dará hoy serán, por tanto, más graves que si se dieran en otra ciudad.
Y la pregunta que me hago es ¿a quién beneficia la llegada del Tour? Todas las personas con las que hablo se quejan de la idea, algunas con mucha rotundidad porque o bien tendrán que renunciar a citas importantes o se verán obligadas a emplear varias horas extras en sus desplazamientos. ¿Será tan importante hacer la ola amarilla más grande de la historia, como pretenden los organizadores de la gente que se coloque en las calles para ver el paso fugaz de los corredores?
A veces tengo la impresión de que algo falla. Antes pensaba que la ciudad estaba al servicio de los ciudadanos, ahora me parece que los ciudadanos somos meros figurantes en lo que se pretende que sea un espectáculo permanente.