Ha muerto Umberto Eco. Como pasa en ocasiones con los escritores que te han dicho algo, en el caso de Eco su fallecimiento no es solamente una noticia, sino que de alguna forma afecta personalmente.
Para mí Eco son fundamentalmente tres recuerdos: "El nombre de la rosa", los artículos de su autoría que regularmente publicaba el periódico que yo leía en los años 80 y 90, La Nueva España, de Asturias y el texto que fue objeto de comentario en la prueba de selectividad del año 1985, un ensayo de Eco que explicaba algunos aspectos de la vida universitaria en la Edad Media. Es cierto que Umberto Eco ha hecho muchas otras cosas, algunas muy conocidas; pero si soy sincero ni su tan citada "Cómo se hace una tesis" me ayudó mucho durante mis estudios de doctorado ni las novelas que siguieron a "El nombre de la rosa" llegaron a engancharme. Tan solo acabé una de ellas (y las he empezado casi todas) y esta que llegué a terminar tampoco me impactó especialmente.
Así pues mi relación con Eco se teje sobre los tres elementos que enunciaba hace un momento. Los artículos que leía cada semana en aquel periódico de Asturias destilaban inteligencia y erudición. Una delicia en aquellos tiempos previos a Internet en los que las únicas columnas de opinión que podías leer eran las del periódico que comprabas o el que podías hojear en la cafetería. Durante el tiempo en el que "La Nueva España" publicó a Eco pude disfrutar de su pensamiento brillante y lúcido, de su estilo claro y de un cierto sentido del humor que resultaba muy agradable. La cercanía a la inteligencia es vivificante y durante aquellos años, que para mí eran los del tránsito de la adolescencia a la juventud, la de Eco fue compañera y maestra.
Los otros dos recuerdos están unidos y giran sobre una idea común: la de una Edad Media brillante y no oscura como nos han pretendido explicar con demasiada frecuencia. Evidentemente, el relativo al comentario de texto en la selectividad se amplifica por la transcendencia que tiene ese examen, la forma en que lo vives y recuerdas incluso décadas después de haberlo pasado; pero si permanece es también porque para mi fue un descubrimiento esa perspectiva diferente sobre los tiempos que precedieron al Renacimiento, y esa idea está muy presente en "El nombre de la rosa", que es mucho más que una novela.
Fue leyendo "El nombre de la rosa" cuando percibí por primera vez la Edad Media de una forma diferente, y luego esta interpretación fue confirmándose con datos e intuiciones. Todavía hace pocos días volvía sobre esta idea en conversaciones y debates. Eco explica con viveza y erudición cómo la Baja Edad Media (el primer error es no darse cuenta de la enorme cesura que supone la instauración del feudalismo, hasta el punto de que quizás fuera conveniente considerar como etapas completamente diferenciadas la Alta Edad Media, con más conexiones con el mundo antiguo de las que con frecuencia se reconocen; y la Baja Edad Media en la que todavía, de alguna forma, seguimos viviendo) fue una época de desarrollo. Fue en la Baja Edad Media cuando se inventaron las gafas y se crearon las Universidades, cuando se ideó el molino de viento y diversas mejoras en la agricultura. El debate intelectual era vivo y la sociedad bullía con movimientos que cuestionaban las ideas y el poder (en "El nombre de la rosa" se menciona a los dulcinistas, que habían protagonizado una rebelión campesina y religiosa en los primeros años del siglo XIV). Una sociedad colorida y cambiante que poco tiene que ver con los tópicos que nos han dejado los renacentistas y su superficial cuestionamiento de la herencia recibida.
Es muy probable que sin Eco nunca hubiera visto la historia de esta forma y por eso le estoy agradecido y, curiosamente, lo siento cercano. Sin haber hablado nunca con él, sin haberlo conocido me ha hablado. Es el privilegio de los escritores, y por eso también son más los que lamentan su muerte que aquellos que lo han tratado. Hoy muchos sentirán su fallecimiento. Descanse en paz.