No
deja de sorprender la llamada de Rabell, candidato a la presidencia de la
Generalitat por “Catalunya sí que es pot” (CSQEP) a un acuerdo con ERC tras las
elecciones del 27-S. A voz de pronto apetece indicarle que ERC no se presenta a
las elecciones, embebida como está en el batiburrillo que junta a Guardiola con
Mas y que encabeza (formalmente) Romeva; pero es claro que no nos podemos
quedar en esa evidencia. Obviamente, hay algo más.
Es
cierto que la lista de “Junts pel Sí” (JPS) y las CUP plantean un golpe de
estado en forma de secesión unilateral de Cataluña; pero en el caso de que no
consiguieran ni siquiera la mayoría absoluta de escaños en el nuevo Parlamento
¿qué pasaría? No es impensable que los diputados electos de JPS dejaran de
actuar como grupo. En ese caso ¿qué papel jugarían los diez o doce diputados
que quizás pudiera colocar ERC? ¿Podrían apoyar un gobierno de izquierdas en el
que se juntaran las CUP, CSQEP y diputados sueltos de JPS; quizás incluso con
el apoyo del PSC? Si los resultados se ajustan a las últimas encuestas
publicadas no estamos hablando de un imposible.
Ese
hipotético gobierno de coalición entre CSQEP, CUP y otras fuerzas de izquierda
cambiaría el marco del debate. Mas pasaría a la irrelevancia y su plan de
secesión express habría fracasado; pero para enfrentarnos a un proceso
constituyente catalán que no responde a las competencias que tiene atribuidas
la Generalitat y que no solamente no rehúye una transformación de las
fronteras, sino que también pretende la completa remodelación de la sociedad.
Pasaríamos de un proceso de secesión liderado por quienes se pretendían
“business friendly” a uno de cambio de modelo social encabezado por el
movimiento okupa.
Entre
dos revueltas o, quizás, entre dos fuegos.
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