Tras las elecciones, pactos. Y como
siempre, la cantinela de lo sanos que son para la democracia y de lo importante
que es llegar a acuerdos entre diferentes fuerzas políticas.
Cierto, pero como toda afirmación
general, tampoco ésta sirve de mucho sin concreciones ni matizaciones. Pactar
por pactar no es necesariamente bueno y ha de diferenciarse entre unos y otros
acuerdos. No es lo mismo llegar a un entendimiento en la aprobación de una
ordenanza municipal de tráfico que alcanzar un pacto de gobierno. Si de lo que
se trata es de facilitar que una persona se convierta en la máxima autoridad de
un ayuntamiento o de Comunidad Autónoma el pacto solo debería concluirse si se
participa de algunos consensos básicos.
Se diferencia poco entre pactos y
consensos, y me parece una distinción fundamental en democracia. El debate
político implica discrepancias, pero a la vez exige que ciertas cuestiones sean
compartidas por todos los actores. Solamente a partir de estos elementos comunes
podrán articularse las diferencias y, en su caso, concluir acuerdos sobre esta
o aquella materia. Sin esos elementos comunes el pacto no será más que un
cambalache, una trapacería; y en vez de reforzar la democracia, la debilitará.
Cuando se trata de favorecer el gobierno
de un determinado partido deberíamos considerar si ese partido comparte esos
principios básicos y fundamentales sobre los que se construye la
convivencia. Existen cuestiones como el
respeto a los principios democráticos, el rechazo de la violencia o la
definición de los límites de la comunidad política que marcan diferencias que
no pueden ser salvadas mediante un pacto que merezca llamarse tal. Sería
extraño, por tanto, que un partido que no se defina como independentista apoye
el gobierno de un independentista.
Si no se vive como se piensa se acabará
pensando como se vive.
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