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miércoles, 19 de noviembre de 2008

¿Es tan mala la Universidad española?

Uno de los chistes que más me gustan es aquél en el que un señor se encuentra de noche bajo una farola aparentemente buscando algo. Un transeúnte se le acerca y le pregunta qué ha perdido. El señor responde que sus llaves. El transeúnte, con ánimo de ayudar, pregunta si se le han caído por allí y el señor responde, para asombro del viandante, que no, que se le han caído hacia allá, y señala un punto lejano. “Entonces, por qué está buscando las llaves aquí”, le pregunta, y el señor responde: “Porque aquí es donde hay luz”. Es claro que no es un mero chiste. De hecho, como chiste ya no tiene ni gracia porque es muy conocido y ya no sorprende; pero esta pequeña historia encierra alguna lección importante. Ayer me volví a acordar de ella leyendo las noticias que publicó El País sobre el informe de Lisboa sobre la calidad de las Universidades europeas.

La noticia publicada por el periódico era bastante alarmista. Comenzaba diciendo algo así como que ya se sabía que la Universidad española no resistía ninguna comparación seria con las Universidades de nuestro entorno, pero que ahora esto era evidente porque el Infome de Lisboa nos colocaba en último lugar entre diecisiete países. A partir de aquí se desarrollaba un discurso bastante catastrofista en el que se mezclaba nuestra pésima calidad científica con nuestro éxito en el programa Erasmus, debido, según el articulista, a la fiesta que se vive en España y que atraía a estudiantes extranjeros poco interesados en aprender realmente algo en nuestras lamentables universidades.

Esta noticia, como digo, me hizo acordarme de la historia de la farola. Y es que cuando se plantean determinados problemas es más fácil buscar donde hay luz (en la Universidad) que analizar con rigor la causa de esos problemas.

El País, a partir del informe de Lisboa concluye en la pésima calidad de nuestras universidades. Bien, en cualquier análisis sobre calidad ha de estar claro qué se mide. Si estamos hablando de calidad de un sistema educativo la medición debería hacerse a partir de lo que aprenden los estudiantes. Creo que es el criterio más lógico.. Si se trata de la Universidad es preciso medir también la producción científica de la misma. A partir de aquí podemos discutir sobre en qué forma deben mesurarse estos dos elementos (aprendizaje de los estudiantes y producción científica); pero pocas dudas me caben de que esto es lo que determina la calidad de la Universidad.

¿Mide el informe de Lisboa el nivel de conocimientos y capacidades de los estudiantes y la producción científica de las Universidades? La respuesta es no. De acuerdo con la información de El País, lo que mide es el número de titulados en relación a la población que podría estudiar, la empleabilidad de los titulados y la capacidad de adaptación del sistema Universitario. He creído entender que este último elemento se medía a partir del grado de implementación del proceso de Bolonia en cada Universidad; pero de esto último no estoy seguro. En cualquier caso, no creo que esta mayor o menor adaptación o capacidad de adaptación sea, en sí misma, un elemento que tenga relación directa con lo que saben los alumnos o producen científicamente los profesores, por lo que no me parece un indicador adecuado para medir “la calidad” de un sistema universitario.

Pasemos a los otros dos: el primero es el número de titulados en relación a la población que podría estudiar. Es claro que este indicador tampoco tiene gran cosa que ver con la calidad del sistema universitario. Las causas de que no acudan estudiantes a la Universidad pueden ser tan variadas que atribuir toda la culpa a una pretendida falta de calidad del sistema universitario me parece una especulación gratuita. Y si el problema no es que no acudan estudiantes, sino que no consiguen graduarse de nuevo las causas pueden ser variadas, desde los déficits de la formación con la que se accede a la Universidad hasta la escasa dedicación de los alumnos o -también es posible- defectos en el sistema universitario. Es cierto que la calidad de la Universidad puede incidir en la escasez de titulados; pero de nuevo ha de determinarse en qué medida esta hipotética falta de calidad es la responsable del mal resultado, sin que éste, por sí solo pueda atribuirse en su totalidad a pretendidas –y no explicitadas- deficiencias de la Universidad.

El último factor que nos queda por analizar es el relativo a la empleabilidad de los titulados. Para mi, el indicador cuyo análisis resulta más relevante. De nuevo aquí nos encontramos con que en el análisis periodístico la poca empleabilidad de los titulados es consecuencia de las deficiencias de la Universidad; pero esta es una conclusión que no es evidente por si misma y que sería preciso demostrar. Como decía antes la calidad ha de medirse por lo que saben y saben hacer los titulados. Si el nivel de conocimientos y capacidades es alto (a partir de los criterios que se acuerden establecer) no se puede culpar a la universidad de la escasa empleabilidad, porque en estas circunstancias será el conjunto de la sociedad la responsable de no saber sacar partido a la formación de los graduados universitarios.

El núcleo del problema se encuentra aquí, en la oscuridad de la calle y no en la fácil luz de la farola universitaria. El caso es que nuestra economía tiene una productividad muy baja, fruto de una dedicación excesiva a sectores con poco valor añadido y alejados de los ámbitos punteros en tecnología o servicios. El ladrillo y el turismo dan para lo que dan, y en una economía basada en estos elementos no es necesaria formación sofisticada. Si soltamos un ingeniero aeroespacial perfectamente formado en medio de un poblado en, pongamos por caso, Somalia; y este ingeniero no es capaz de encontrar trabajo no creo que resulte legítimo culpara a la Universidad que lo ha formado por esta falta de empleabilidad.

¿Supone lo anterior una visión complaciente de la Universidad española? Por supuesto que no. Hay muchas cosas que mejorar; pero precisamente para conseguir dicha mejora es necesario acertar en el diagnóstico, y siguiendo al estela de artículos como el publicado ayer en El País nos precipitaremos en la realización de reformas que se situarán justamente en la dirección contraria a aquélla en la que deberíamos avanzar.