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martes, 8 de septiembre de 2020

Sobre el diálogo

Ayer,  7 de septiembre, pudimos asistir a un interesante coloquio entre Carlos Carrizosa, Eva Granados, Lluís Rabell y Alejandro Fernández (moderado por José Domingo, presidente de Impulso Ciudadano y Julia Moreno, presidenta de S'ha Acabat!) sobre las jornadas del 6 y del 7 de septiembre de 2017, los denominados "plenos de la vergüenza" en los que los nacionalistas aplastaron los derechos de la oposición parlamentaria para aprobar leyes que suponían la derogación de la Constitución en Cataluña y la creación de un estado alejado de los estándares democráticos.


Los intervinientes habían participado en los plenos de hace tres años y muchos recordamos aquellos dos días intensos en los que los diputados de PSC, Cs, CSQP y PP intentaban oponerse a unos nacionalistas desatados que habían trazado un plan que ejecutaban sin disimulo y de manera implacable. Las intervenciones de aquellos días de unos diputados que no solamente estaban siendo avasallados, sino que veían como el sistema democrático, que tan laboriosamente se había construido, estaba siendo demolido antes sus ojos; deberían ser de visionado obligatorio en las escuelas. Todos debemos ser conscientes de la fragilidad de la democracia, que -aunque a veces no lo parezca- está siempre en el hilo del alambre (siempre).
No me detendré ahora en ello, porque me parece más interesante comentar algo que también salió en el coloquio de ayer, y que es el tan tópico "¿qué hacer?", cómo afrontar la profunda división abierta en Cataluña como consecuencia del desafío nacionalista. Sobre esto también se pronunciaron los intervinientes de ayer.





Creo interpretar que todos ellos, con matices en los que ahora no quiero entrar, defendieron la necesidad del diálogo para poder avanzar. Creo que es una evidencia que casi entra en la tautología: en cualquier sociedad, y más si es una sociedad democrática, el diálogo es la herramienta básica de construcción de la convivencia, y en situaciones de tensión como las que vivimos se convierte en un instrumento insustituible.
Es cierto que los antecedentes de la situación actual y el comportamiento desafiante de muchos líderes nacionalistas implica dificultades añadidas que justifican el escepticismo; pero siempre será necesario insistir en la necesidad de hablar y de dialogar para continuar adelante.
Ahora bien, dando esto por sentado ¿cuál es el objeto de ese diálogo? Porque más allá de las llamadas abstractas al entendimiento es preciso concretar, máxime cuando estamos hablando de un diálogo político. No es de recibo -como en ocasiones se sostiene- que hay que sentarse sin planes previos y a ver qué es lo que va saliendo. Esto último vale para las terapias de pareja; pero no es una propuesta seria si estamos hablando de llegar a acuerdos que se traduzcan en normas o reglas para la sociedad.
Y con esto no digo que este diálogo abierto y sin objetivos no sea importante para la sociedad catalana. Al contrario, creo que es imprescindible a todos los niveles. Yo mismo participé hace unos meses en una experiencia muy enriquecedora organizada por la Escuela de Cultura de Paz de la UAB en la que varios miembros de la comunidad universitaria, nacionalistas y no nacionalistas, hablamos de cómo habíamos vivido los meses de 2017. Fue una experiencia positiva en la que nos expresamos unos y otros con libertad y que, creo, ayuda a construir empatías. Es una práctica que creo que debe extenderse y en la que también deberían participar nuestros políticos; pero este tipo de sesiones no son, evidentemente, el diálogo para llegar a acuerdos que nos permitan avanzar al que ayer se refería Eva Granados, del PSC. Si estamos hablando de esto último es imperativo que comencemos aclarando los objetivos y el marco del diálogo.
Sobre esto último hay menos desarrollos de los que debiera si queremos que esta apelación al diálogo no sea meramente retórica, un subterfugio para presentarse uno mismo como dialogante y acusar a quienes rechazan ese diálogo evanescente como intransigentes. Creo que es importante concretar. No se puede apelar al diálogo y dejar en el aire el marco, objeto y límites de ese diálogo. Como yo también pido insistentemente ese diálogo me aplico el cuento y explico ese marco, objeto y límites, así como las dificultades con las que presumiblemente se encontraría (o encontrará).
Desde mi punto de vista, el diálogo necesario es un diálogo entre catalanes. El conflicto que vivimos es un conflicto de convivencia en Cataluña entre aquellos catalanes que desean la ruptura con el resto de España y llevan años utilizando medios diversos para conseguirla, y aquellos otros catalanes que rechazan esa ruptura con el resto de España y de la UE.
Lo anterior implica que objeto de dicho diálogo no es la independencia. No puede serlo ni directamente (una declaración de independencia) ni indirectamente (un referéndum de secesión). No puede serlo porque la independencia de Cataluña es una cuestión que afecta al conjunto de los españoles y que, por tanto, solamente puede resolverse en el marco de las instituciones españolas. Evidentemente, los nacionalistas están en su derecho de plantearlo y hay, por ejemplo, que felicitarles porque hayan conseguido el enorme éxito de que el gobierno de todos los españoles haya aceptado sentarse con ellos para hablar de ese tema. Personalmente considero esa mesa de negociación entre el gobierno y la Generalitat un profundo error, pero no quiero entrar aquí en ello, pues me basta, para lo que ahora estamos tratando, con indicar que ese diálogo que se visibiliza en la mesa de negociación entre el gobierno y la Generalitat no tienen nada que ver (nada de nada) con el diálogo entre catalanes que aquí yo pido.


El diálogo para recuperar la convivencia en Cataluña ha de ser necesariamente un diálogo en el que estén representados los catalanes no nacionalistas, y obviamente en la mesa de diálogo entre el gobierno de España y el señor Torra los catalanes no nacionalistas no estamos representados ni están presentes nuestras reivindicaciones; es, por tanto, una mesa que no puede contribuir a devolver la convivencia a Cataluña.
Como digo, para restaurar la convivencia deben sentirse representados todos los catalanes y que todos puedan expresar sus legítimas aspiraciones para mejorar la convivencia. Ahora bien, llegados a este punto nos encontraremos con otra dificultad.
Para verla tenemos que tener en cuenta cuáles son las reivindicaciones de los catalanes no nacionalistas. Ciertamente, podríamos entrar en muchos detalles; pero me detendré en una sola petición que, creo, nos auna a todos: que las autoridades públicas ajusten su comportamiento a la ley. Esto es, que no actúen fuera del marco constitucional y estatutario, que obedezcan las decisiones de los tribunales, que respeten la neutralidad institucional y no utilicen los medios públicos para hacer propaganda a favor de la independencia. El cumplimiento de la ley. Un punto de inicio que para muchos casi sería un punto final.
¿Es posible introducir este punto en la agenda de la negociación? El cumplimiento de las sentencias judiciales implicaría que, por ejemplo, un 25% de la enseñanza se impartiera en castellano, que las banderas oficiales ondearan en todos los edificios públicos y que los símbolos partidistas que hay en esos mismos edificios fueran retirados, a la vez que hubiera un compromiso solemne por parte de la Generalitat y de las administraciones locales de ajustar su comportamiento a las obligaciones legales y a las decisiones judiciales?
Este, me parece, es un punto de la "negociación" irrenunciable por parte de los constitucionalistas; pero ¿estarían dispuestos a planteárselo los nacionalistas? Recuerdo que hace unos años, creo que fue en 2017, hablando con un compañero y amigo que es catedrático de derecho constitucional, le expliqué que mi activismo cesaría en el momento en el que ese compromiso de las autoridades públicas de ajustar su comportamiento a la legalidad fuera una realidad. No pedía más y si se lograba volvería a las cosas que me ocupaban antes de 2014. Mi amigo, el catedrático de derecho constitucional, me dijo "no lo conseguirás Rafa". Es desolador que se asuma que algo tan básico como el compromiso de ajustar el comportamiento de las autoridades públicas a la ley, algo que debería darse por supuesto desde el fin del Antiguo Régimen, aquí, en Cataluña, sea un imposible.
Pero aún hay más. Si asumimos que el cumplimiento de la ley es objeto de negociación ¿qué contraprestaciones ofreceremos para que se dé ese cumplimiento? ¿Nos damos cuenta de las consecuencias de esa lógica diabólica? Creo que se verá más claro si explico la conversación que tuve con el padre de un compañero de mis hijos en el mes de octubre pasado.
Hablábamos de política y le expresé lo anterior, que mi casi única petición (o única, sin casi) era que las autoridades ajustaran su comportamiento a la legalidad, y él me replicó: "¿cumplir la ley? ¿a cambio de qué?" Yo me reí (por no llorar) y le dije si era consciente de que eso ya no era un diálogo o negociación, sino un chantaje. No puede supeditarse el cumplimiento de la ley a ninguna condición, porque si el cumplimiento de la ley está sujeto a contraprestaciones no estamos en una sociedad libre, sino que hay que diferenciar entre los matones y los sometidos. Añadí que si se daba cuenta de a qué conducía que yo dijera lo mismo, que yo también me situaría al margen de la ley para que así ambas partes estuviéramos equilibradas.
Este es el problema de fondo: el cumplimiento de la ley debería ser previo a cualquier negociación, y el nacionalismo no tiene ningún incentivo para cumplirla porque ahora mismo ya tiene el control de las escuelas, de los medios públicos de comunicación, de la policía, de la sanidad y de un largo etcétera de cosas que utiliza a su antojo sorteando cuando no quebrando directamente los límites legales establecidos. ¿Qué podemos ofrecer los que no somos nacionalistas para que se avengan a negociar?
Este es, por desgracia, el marco en el que se mueve esa anhelada negociación para la recuperación de la convivencia en Cataluña.
A mí me parece que lo primero para que podamos avanzar es exigir sin reservas el cumplimiento de la legalidad. A partir de ahí podremos sentarnos a hablar; pero mientras el cumplimiento de la ley sea contemplado solamente a cambio de contraprestaciones ("¿cumplir la ley? ¿a cambio de qué?" que decía el padre del compañero de mis hijos) no estaremos ante un diálogo entre ciudadanos, sino ante la extorsión de unos matones a quienes tienen amedrentados.

domingo, 6 de septiembre de 2020

Solo me responsabilizo de lo que firmo como único autor. Responsabilidad e irresponsabilidad en la Cataluña nacionalista

Se publica hoy en "El Mundo" un artículo sobre las presiones al rector y a la rectora de las dos universidades más importantes de Cataluña -tanto por el número de estudiantes como por su posición en los rankings internacionales, la UB (Universidad de Barcelona) y la UAB (Universidad Autónoma de Barcelona)- por parte del nacionalismo. Un nacionalismo que ha llamado a señalar en esta Diada del 11 de septiembre a la UB y a reclamar que ni en esta universidad ni en la UAB haya rectorados "unionistas".
Tengo mis dudas de que, al menos en lo que se refiere a la UAB, la posición del rectorado pueda ser calificada de "unionista"; es más, creo que los hechos prueban un sesgo pronacionalista del equipo de gobierno, tal como intentaba explicar aquí al hilo de un artículo en "La Vanguardia" de hace un par de años; pero no quiero entrar ahora en ello, sino detenerme en un punto del artículo que me parece que es significativo.
En el artículo, la periodista, Olga R. Sanmartín, pregunta a los rectores de la UB y de la UAB, Joan Elías y  Margarita Arboix, por los manifiestos aprobados por los claustros de sus universidades en apoyo a los líderes del intento de derogación de la constitución en Cataluña en el año 2017. Ambos rectores dicen que ellos no pueden inmiscuirse en lo que aprueba el claustro de la universidad; pero dan a entender que personalmente no comparten lo que allí se decía.
La periodista, entonces, les recuerda que ellos, como rectores, sí habían firmado un manifiesto parecido unos días antes suscrito por los rectores de todas las universidades públicas catalanas, agrupadas en una organización denominada ACUP (Asociación Catalana de Universidades Públicas). El manifiesto firmado por los rectores de las universidades públicas es el siguiente:


La noticia no indica qué comentó la rectora Arboix al respecto, pero sí recoge la valoración del rector Elías. Joan Elías dice que el comunicado fue resultado de una transacción y que él solo se responsabiliza de lo firmado como único autor.


"Solo se responsabiliza de lo que firma como único autor".
Tremendo.
Supongo que se lo explicará a su banco si le reclama que pague el préstamo que pidió junto con su pareja para la adquisición de su vivienda, por ejemplo. Por otra parte, y entrando ya en el mundo académico, no es infrecuente que haya artículos en coautoría. El propia Joan Elías tiene varios artículos firmados junto con otros autores. Por ejemplo:




¿Hemos de entender que no se responsabiliza de lo que se incluye en estos artículos? Absurdo ¿verdad?
Pero la afirmación de Elías no es una incoherencia o un desliz. No, es, por desgracia, algo más profundo, algo que explica muchas cosas en Cataluña.
La idea es que si simplemente me uno a lo que otros hacen mi responsabilidad es menor o inexistente. Entiendo -creo entender- la posición de Elías en el momento en el que le ponen delante el manifiesto de la ACUP. Con independencia de que esté o no de acuerdo con él pensaría ¿cómo voy a oponerme a algo del que los otros están tan convencidos? ¿cómo voy a siginificarme? o, ese viejo subterfugio, ¿cómo voy a significar a mi universidad? Unirse al carro triunfal no es malo en sí, es lo que hacen todos. ¿O creemos que todos los que recibían con vítores a Franco en las diferentes partes de España (también en Cataluña) eran fascistas convencidos? Hacer lo que te piden los demás, cuando además está en sintonía con el poder no te puede comprometer. Esa forma de pensamiento en la que hay terror físico a apartarse del mantra nacionalista explica muchas cosas en Cataluña y por eso la afirmación de Elías (no me haga responsable más de lo que firmo como único autor) no puede ser pasada por alto.
Esta explicación del rector de la UB resume perfectamente la importancia de crear un unanimismo social que impide la disidencia. El temor al extrañamiento, al señalamiento por parte del grupo y del poder público, la "muerte civil" a la que lleva enfrentarse directamente al nacionalismo es suficiente. Se entiende así mejor esta terrible imagen de la portada de un libro publicado en Cataluña hace unos años.


Solo me hago responsable de lo que firmo como único autor... o sea, que cuando me sumo a lo que otros dicen no soy responsable ¿cómo podrían exigirme responsabilidad por plegarme a la mayoría, por no apartarme de ese colectivo que actúa como una unidad? El temor de Elias Canetti a la masa le llevó a dedicar casi su vida a ese ensayo inclasificable y magnético que es "Masa y Poder" y del que podemos extraer una conclusión terrible: cuando el individuo se convierte en parte de la masa ya no es responsable de sus actos. Ya no es una persona, sino un engranaje de algo que tiene una naturaleza diferente a la de las personas consideradas como sujetos. La confesión del rector Elías (matemático, académico, rector) confirma de una manera estremecedora la fuerza que tienen los totalitarismos.


Advertirán ahora la dificultad de la tarea que hay por delante en Cataluña. Cuando un planteamiento ideológico ha conseguido llegar al punto en el que personas que se deberían presumir responsables y con criterio propio admiten que firman cosas de las que no se hacen responsables, cualquier avance, por minúsculo que sea, exige un esfuerzo titánico.
Seguramente los rectores Arboix y Elías son sinceros cuando explican lo mucho que les ha costado no plegarse a algunas de las peticiones del nacionalismo. El problema es que piensen que con eso se hace suficiente; pese a que lo que ya hacen (y aquí hablo por la UAB, que es la universidad que conozco) implique vulnerar derechos fundamentales, mirar para otro lado ante el acoso o el boicot o quebrar la necesaria neutralidad ideológica de la institución. El nacionalismo ha conseguido que todo esto pase por no tener importancia cuando las víctimas con quienes se oponen al nacionalismo.
No es extraño, por tanto, que ahora la ANC pida señalar a la UB. La clave de un régimen es impedir la disidencia desde el mismo inicio. Inocular un temor tan grande a quien se plantee apartarse de los dogmas que ni siquiera se plantee negarse a las exigencias del régimen. Esta es una de las claves de todo sistema totalitario: impedir la míima disidencia. La segunda es convertir en enemigos del pueblo a quienes se han apartado de los mencionados dogmas. Es claro que este es el esquema que se sigue en Cataluña: presión sobre quienes puedan dudar y estigmatización del que ya es irrecuperable. Conozco bien el mecanismo.
Tenemos que recuperar la responsabilidad. Ciertamente, cuando se firma un manifiesto o semejante no se está de acuerdo con el cien por cien de su contenido; pero se ha de estar de acuerdo con la mayoría del mismo y no puede haber nada en él que sea radicalmente contrario a los planteamientos propios. He dejado de firmar manifiestos por una sola frase. No pasa nada, nadie debería enfadarse (y tengo la suerte de que quienes me piden la firma en manifiestos no son personas que se enfaden si dicha firma no es aportada).
Ahora bien. Cuando firmo, sí me hago responsable de lo que he firmado.