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viernes, 9 de julio de 2021

Vito

Vito apoyó su mano derecha en el marco de la puerta y dejó caer el peso del cuerpo en ella. Con la otra se echó un poco para atrás el sombrero de ala flexible que nunca se quitaba. Al hacer ese movimiento se abrió un poco la americana y una sombra negra se dejó ver por un segundo en su sobaco.

- ¿No me invitas a pasar? - y sonrió. Sus labios eran afables, pero sus ojos mantenían un tono frío, despiadado.

El pastelero asintió. Sin convicción, pero asintió. Vito dio tres pasos al interior de la tienda. Su puesto en el quicio fue ocupado por uno a quien todavía no conocían. Por encima de su hombro se adivinaba un tercero que parecía cubrir la acera.

- No sé si sabes lo de don Antonio.

Sin esperar aclaración a lo que casi parecía una pregunta, Vito continuó con sosiego, separando parsinomiosamente las sílabas.

- Se ha cometido una injusticia, una tremenda injusticia. Con falsedades le han acusado de ciertas barbaridades que, por supuesto, son completamente absurdas. Quizás te pregunte la policía, el fiscal o el juez, porque algunas de las cosas que se dicen de él tienen que ver con lo que pasa en el barrio.

El pastelero parecía que iba a hablar, pero Vito lo cortó con un gesto que no admitía réplica.

- No hay nada que decir. Por supuesto lo único que tienes que hacer es contar toda la verdad. No hay nada que ocultar. Don Antonio es un padre para todo el barrio. No hay necesidad que no cubra si puede, y si no puede ¿cuántas veces no ha intecedido para que un propietario de un plazo al inquilino, para qué se haga un pedido a ese tendero que está en dificultades? Más allá de eso ¿no es verdad que no hay persona más afable ni más cristiana? No falta a misa, atiende a los pobres y nunca se le ha oído una mala palabra para nadie. No me equivoco ¿verdad?

- Verdad -dijo el pastelero- un santo varón -se atrevió a añadir.

Una mirada rápida de Vito y un levísmo fruncimiento de labios fueron suficientes para advertir a Tomás de que lo último sobraba. El dulce, para los pasteles.

- Bien -una leve pausa- hay otra cosa.

Tomás miraba con un ligero temblor. Vito se giró hacia la puerta y sin decir nada cortó la sonrisa que se adivinaba en quien se había quedado en el dintel, cerrando el paso por un momento a cualquier posible cliente.

- No sabemos quién ha levantado los infundios que han llevado a don Antonio a los problemas que ahora tiene.

Tomás tragó saliva y parecía que iba a protestar; pero no fue necesario que siguiera, Vito le cortó de inmediato.

- No hace falta decir nada, por supuesto. Con quien haya sido no tendría esta conversación, es claro. No es eso.

El pastelero no sabía donde poner las manos, siguió con la vista la mirada de Vito, quien de vez en cuando se detenía en el cuchillo que se usaba para partir las porciones de los pasteles más contundentes.

- No es eso. Es otra cosa. El juez ha fijado una fianza para don Antonio. Si no la paga le embargarán lo poco que tiene.

Vito se detuvo aquí como esperando la reacción del pastelero. Este parecía dudar, al final, tran pensárselo comenzó:

- Qué injusticia, sí, es una gran...

Vito le cortó.

- Una gran injusticia, cierto. Por eso todos tenemos que colaborar.

- ¿Colaborar?

Vito hizo como que no había oído lo último y siguió.

- Entre todos recaudaremos el dinero para pagar esa fianza. Será una contribución que don Antonio no olvidará nunca. Somos muchos en el barrio que estamos agradecidos a don Antonio ¿verdad?

Vito tenía unos ojos entre azules y grises que, si se miraban fíjamente, sin tener en cuenta la piel y músculos que los rodeaban, bien podrían pasar por los de un cadáver. Cuando los clavó en Tomás al concluir la última frase parecieron cobrar una cierta vida, un fuego que se apagó casi al instante.

Tomás no contestó, se limitó a agachar la cabeza en lo que quería pasar por un gesto de asentimiento.

- En tu caso mil dólares serán suficientes.

Tomás palideció.

- ¿Mil dólares? balbuceó.

- No insistas, don Antonio no aceptaría más, no soportaría que sus amigos pasaran dificultades por ayudarlo; pero, a la vez, no olvidará este gesto que ahora haces.

Y al decir esto Vito apoyó su mano en el hombro de Tomás y apretó con los dedos levemente engarfiados. Volvió a clavar sus ojos en Tomás, quien asintió.

- No tengo aquí mil dólares. Tengo que ir al banco a por ellos.

- Claro, claro. Mañana a esta hora pasaré a visitarte para que me los des.

Si giró a sus dos compañeros, quienes ahora estaban, ambos, en la puerta, y añadió sonriendo.

- Quizás mañana te aceptemos un café y un pastel; pero ahora tenemos todavía más visitas pendientes.

- Les espero mañana.

- Por favor Tomás, tutéanos, que estamos todos en el mismo equipo ¿verdad?

- Verdad.