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Mas el destructor (20 de junio de 2015)

Hace tres años Cataluña parecía una unidad de destino avanzando firme y decidida hacia la independencia. “Cataluña, nuevo Estado de Europa”, un eslogan que parecía unir a toda la opinión pública catalana. Alegre, festivo, luminoso en la Diada del 2012. Había que reunir valor para decir con claridad en aquel momento que era un planteamiento equivocado y nocivo para los catalanes. Demasiados responsables políticos, demasiadas personalidades sociales, culturales y económicas callaron y se dejaron arrastrar por aquella corriente de color y optimismo. En medio de la crisis, una luz brillante que traería la riqueza y la alegría.
Quizás Mas pensaba entonces que bastaba con sacar medio millón de personas a la calle y utilizar la propaganda para publicitar que eran millón y medio. Con eso enmudecería la oposición interior, “Madrid” temblaría y se abrirían las puertas de Europa. Casi consiguió los dos primeros objetivos.
Unos meses más tarde, sin embargo, el planteamiento festivo se torna conflicto. No en “casa nostra”, sino en el PSC, partido quebrado como consecuencia de la declaración de soberanía aprobada por el Parlamento en enero de 2013. “No pasa nada”, pudo pensar el President, “mejor un enemigo dividido”. Un año después, el conflicto subía de nivel con la convocatoria del referéndum/consulta/proceso de participación ciudadana de noviembre. Nadie se mueve, sin embargo, aguardando el resultado; el encantamiento de la Diada de 2012 seguía surtiendo efecto mientras las dudas crecían en el interior de los partidos favorables a la secesión.
Y tras el 9-N el conflicto llega al núcleo secesionista: Junqueras no se pliega a la “lista de país” que propone Mas, ICV marca distancias con la hoja de ruta tras el 27-S y, finalmente, Unió se separa de CDC.
El Oasis catalán, abandonado; el catalanismo, desunido; CiU, finiquitada. ¿Dónde pondrá ahora sus ojos Artur Mas, el destructor?

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