No acabamos de asumir la fractura de la sociedad catalana. No es solo que votemos cosas diferentes (eso sucede en todos los lugares en los que se puede realmente votar), ni siquiera que votemos cosas antagónicas; sino que cada vez con más claridad esta sociedad está dividida en dos bloques que examinan cada una de las cuestiones o problemas desde perspectivas diametralmente opuestas. Lo que para unos es deleznable para otros es excelente; lo que para unos es merecedor de oprobio es alabado como bondad suprema para los otros. Las elecciones del día 21 han sido otra vez prueba de ello.
Unas elecciones extraordinarias, convocadas por la vía del art. 155 de la Constitución, tras el golpe de septiembre/octubre, tras el 1-O, las declaraciones de independencia de los días 10 y 27 de octubre, tras el art. 155, tras la entrada en prisión de Sánchez y Cuixart, de Junqueras y de los miembros del gobierno; tras la huída de Puigdemont; tras la fuga de las empresas y de los ahorros, tras el discurso del Rey y las declaraciones de la UE. Tras todo esto lo que para unos ha sido acicate para votar a los partidos independentistas para los otros lo ha sido para depositar una papeleta con la lista de Cs, el PSC o el PP. Al final, como dos competidores en un pulso, apenas unos centímetros se han movido las manos que empujan en sentidos contrarios.
Durante años los gobiernos españoles y los dos grandes partidos (PP y PSOE) han rechazado adoptar medidas que resultaban necesarias para evitar los desmanes de los nacionalistas con el argumento de que acentuarían el victimismo y se convertirían en ventajas electorales para los secesionistas. El tópico de "la fábrica de independentistas" que, me parece, donde más se creen es en La Moncloa, en Ferraz y en Génova.
Pues bien, tras hacer más de lo que algunos hubieran siquiera imaginado hace cuatro meses. Tras poner en marcha el temido 155 y llevar hasta la cárcel al gobierno en pleno la famosa "fábrica" produjo ¡106.103 votos! Tan solo 2 de cada 100 catalanes con derecho a voto se sumaron al bando independentista como consecuencia de la destitución de todo el gobierno de la Generalitat, el encarcelamiento de los consellers y los procesos penales abiertos. Poca cosecha para quienes pretendían que los catalanes "com un sol poble" reaccionarían ante la "supresión" de sus instituciones y la "persecución" de sus líderes. Y eso en un contexto de altísima participación que llevó a que esa subida en votantes supusiera una disminución en el porcentaje de votos a favor de la independencia. De hecho, antes de la aplicación del art. 155 los independentistas tenían 72 diputados en el parlamento regional; ahora tendrán solamente 70.
Pero ahora veamos las cosas desde el otro lado: tras la perpetración de un golpe de estado fallido, tras haber pisoteado los derechos de los diputados y haberse apropiado ilegalmente de los datos personales de los catalanes, tras haber conseguido que miles de empresas huyeran y que miles de ahorradores hubieran sacado sus fondos de las oficinas bancarias en Cataluña, tras haber recibido el sonoro "no" de las instituciones europeas; tras haber creado una situación de crisis sin precedentes; tras todo eso aún así los independentistas mantienen su mayoría absoluta en el Parlamento regional.
Es cierto que el voto a los partidos constitucionalistas, o como dirían los nacionalistas, el tripartito del 155 (Cs, PSC y PP), se ha incrementado de una forma considerable (de 1.605.563 en 2015 a 1.889.176 en 2017, 283.613 votos más); pero, incomprensiblemente -para los constitucionalistas- esta subida no ha sido suficiente para impedir la mayoría absoluta de los independentistas, básicamente porque los independentistas, como hemos visto, no solamente no han visto reducidos sus votantes, sino que los han incrementado ligeramente ¿cómo es esto posible?
Como decía antes los mismos hechos; los vividos entre septiembre y octubre, pero que traen su causa de todo lo preparados desde el comienzo de la legislatura y aún antes; son percibidos y valorados de formas antitéticas por unos y otros catalanes. Mientras para unos les reafirman en su independentismo, para otros han sido un argumento para votar al partido que con más claridad y contundencia ha exigido la aplicación del art. 155, Cs, el partido antinacionalista ganador de unas elecciones en las que los independentistas han revalidado su mayoría absoluta en el parlamento regional.
Como avanzaba al comienzo, lo sucedido en estas elecciones no es una rareza, sino la consecuencia lógica de esa fractura entre los catalanes que hace que la misma realidad sea percibida de forma radicalmente diversa.
El día 9 de octubre, la víspera de la suspendida declaración de independencia, comentaba con unos conocidos la actualidad política. No nos poníamos de acuerdo y salió el tema del discurso del Rey. Mi interlocutor comentó que el discurso había sido lamentable. Lo decía como una evidencia que no admitía discusión, con la misma suficiencia que tantas veces había percibido. Tentado estuve de hacer aquello que había aprendido en tantos años de nacionalismo: no negar frontalmente sino intentar apuntar un matiz; pero finalmente no lo hice, sino que con claridad le dije que a mí el discurso me había parecido maravilloso. El gesto de sorpresa de aquel con quien hablaba fue genuino. Parecía sorprendido de que pudiera existir una opinión tan radicalmente diferente a la suya; pero continué. Le dije que el que a él le pareciera lamentable y que, sin embargo a mí -y a otros muchos- le pareciera excelente debería hacernos reflexionar; añadí que una sociedad en la que convivíamos quienes hacíamos valoraciones tan divergentes de un mismo hecho estaba claramente fracturada y que deberíamos hablar mucho entre nosotros para que él fuera capaz de entender por qué a mí me había parecido maravilloso el discurso y, en cambio, a él le había decepcionado. Solamente hablando y escuchando podríamos, en algún momento, comenzar a entendernos.
Creo que las elecciones del día 21 confirman esta perspectiva: la división de la sociedad es tan nítida y, aparentemente, insalvable, que sin dejar de intentar convencer al otro, deberíamos ocuparnos también de formular propuestas de convivencia útiles para una sociedad partida como la nuestra. Rota la hegemonía nacionalista -y la quiebra de esta hegemonía es también una consecuencia de las elecciones del día 21, no perdamos de vista que el ganador ha sido Cs, que los secesionistas han fracasado de nuevo en su propósito de conseguir más del 50% de los votos y que constitucionalistas y secesionistas están separados por menos de 200.000 votos-, es preciso que cada uno de nosotros presente con convicción sus planteamientos sin complejos y sin pretender agradar. Se trata de que todos nos conozcamos, y eso no lo conseguiremos si pretendemos "caer simpáticos" a este o a aquel sector. Tanto los ciudadanos como los partidos políticos deben ser honestos en sus planteamientos y presentar con sinceridad cuáles son sus propuestas para la sociedad.
Quizás alguno piense que soy críptico; pero me explicaré -para dar ejemplo-: no tengo en absoluto claro que el discurso del PSC en esta campaña electoral responda a una propuesta coherente. Insistir en los indultos a quienes han quebrado el Estado de Derecho no se compadece con haber apoyado la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Negar la evidencia del adoctrinamiento y enrocarse en la defensa de la inmersión ¿tiene algo que ver con la perspectiva de la mayoría de sus votantes o se trata simplemente de tender falsos puentes con los nacionalistas? Bien, hemos visto el resultado. En estos momentos estos ejercicios versallescos carecen de sentido. No se trata de cerrar en falso las heridas (como bien apuntó Borrell), sino de que cada uno de nosotros tenga la dignidad de decir lo que piensa y que entre todos nos respetemos lo suficiente como para admitir la discrepancia del otro.
Creo que hasta ahora nos ha faltado convicción en esta tarea de explicación. El temor a enfrentarse al relato nacionalista ha llevado a incomprensibles edulcoraciones (está reciente todavía la negativa del ministro Méndez de Vigo al adoctrinamiento en la escuela catalana). No es esta la vía, tal como ha demostrado Cs: igual que los nacionalistas no tienen empacho en presentar sus argumentos como los únicos válidos, los constitucionalistas tenemos que afirmar con rotundidad la validez de los nuestros, aunque sea, como creo recomendable, siempre dejando abierta la puerta al diálogo, pero sin negar nuestras convicciones.
El objetivo a largo plazo es reconstruir la convivencia; pero a corto hay otro más inmediato: establecer reglas para la coexistencia. Adelanto ya algunas de las propuestas que hay que poner encima de la mesa:
- El respeto a la ley no es negociable. Es una obligación ineludible.
- Las administraciones han de ser neutrales.
- No es de recibo que se imponga un 100% de catalán (como lengua vehicular) a todas las familias. Si no podemos llegar a un acuerdo para que castellano y catalán estén presentes en la educación como lenguas vehiculares habrá que crear un doble sistema educativo. No es lo que quiero, pero si los nacionalistas siguen negando la presencia del castellano no quedará otro remedio que desdoblar el sistema.
- Los medios públicos de comunicación han de dejar de ser instrumentos de propaganda nacionalista.
No miremos para otro lado: las instituciones que ahora tenemos respondían a un sistema de hegemonía nacionalista. ¿Verdad que ya no admitimos esa hegemonía? Pues habrá que hacer propuestas para adaptar las instituciones a la realidad: una sociedad dividida.
Aún nos falta dar este paso: mirar de frente las Cataluñas que nos deja el proceso. Todos parecemos todavía descansar en que de alguna forma se recompondrá la convivencia. Abandonemos esa idea. De la noche a la mañana ni desaparecerán los dos millones de votantes nacionalistas ni el casi millón novecientos mil que han votado por los partidos que han apoyado el 155. Tendremos que acostumbrarnos a vivir unos con otros.
El Oasis se ha secado. Lo que algunos ven -el PSC, por ejemplo- no es más que un espejismo.
No deja de admirarme su lucidez. Espero con impaciencia las entradas de su blog, que paladeo con placer cuando llegan. Por cierto, este asunto de Tabarnia me resulta de gran interés. Hace mucho tiempo que vengo sosteniendo, sin éxito (http://laindependencianoesgratis.blogspot.com.es/), lógicamente, yo no soy nadie, que este asunto de los enclaves no nacionalistas en el territorio de Cataluña debería estar encima de la mesa. Quienes creemos que Cataluña debe seguir siendo española, empezando por los gobiernos de España de cualquier cariz, deberíamos llevar años transmitiéndoles a los nacionalistas catalanes la idea de que España jamás consentirá la amputación de las porciones del territorio de Cataluña en las que la mayoría (50% más uno) de su población quiera seguir siendo española. Dándole al adverbio "jamás" todo el énfasis necesario. En el marco de esta entrada del blog, esta es otra de las ideas que los constitucionalistas deben poner encima de la mesa como algo irrenunciable.
ResponderEliminarNo deja de admirarme su lucidez. Espero con impaciencia las entradas de su blog, que paladeo con placer cuando llegan. Por cierto, este asunto de Tabarnia me resulta de gran interés. Hace mucho tiempo que vengo sosteniendo, sin éxito (http://laindependencianoesgratis.blogspot.com.es/), lógicamente, yo no soy nadie, que este asunto de los enclaves no nacionalistas en el territorio de Cataluña debería estar encima de la mesa. Quienes creemos que Cataluña debe seguir siendo española, empezando por los gobiernos de España de cualquier cariz, deberíamos llevar años transmitiéndoles a los nacionalistas catalanes la idea de que España jamás consentirá la amputación de las porciones del territorio de Cataluña en las que la mayoría (50% más uno) de su población quiera seguir siendo española. Dándole al adverbio "jamás" todo el énfasis necesario. En el marco de esta entrada del blog, esta es otra de las ideas que los constitucionalistas deben poner encima de la mesa como algo irrenunciable.
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