El debate sobre la oficialidad del asturiano está sobre la mesa. Creo que es un debate importante y por eso conviene, creo, aportar argumentos. Aquí comparto mi visión sobre el tema.
I. La situación del asturiano
(Mi abuela Carmen hacia 1923, la niña es mi tía Maruja)
Cuando era niño en Asturias, allá por los años 70 del siglo XX, mi abuela, nacida en 1905, me comentaba a veces "los antiguos lo decían así" y me soltaba alguna frase en bable. Deduzco que sus padres y abuelos hablaban más en bable que en castellano, y que mi abuela, que era la primera de la familia que había ido a la escuela, distinguía uno y otro, aunque el español que hablaba tenía muchas influencias del bable y también unas cuántas docenas de palabras que no eran castellanas, sino asturianas (de las que yo también utilizo, "mancar", "chiscar", "arbejo", "fesoria", "pomarada", "llagar", "güelo"...).
Hace 100 años probablemente se hablaba bastante bable en Asturias. Diría que en el siglo XX su uso fue desapareciendo y yo no tengo ningún recuerdo de conversaciones en bable durante mi infancia. Quizás en algunas zonas se utiliza más profusamente; pero me gustaría tener datos sobre cuántos asturianos tienen hoy el bable como lengua materna; me imagino que muy pocos.
La escolarización en castellano laminó el uso del bable, y además lo hizo como si éste no existiera. No recuerdo tampoco que en el colegio me explicaran las particularidades del español que yo usaba, y que se debían a la influencia del bable (sustitución del pronombre de objeto indirecto por una "i", no utilización de las formas compuestas de los verbos, lo que, a su vez, implicaba que el condicional hacía las funciones de pluscuamperfecto, etc.). La oficialidad del castellano, que se imponía también en el ámbito escolar conducía a actuar como si el bable simplemente no existiera. Las escasas explicaciones que tuve de algunos profesores sobre este tema eran una iniciativa personal, no formaban parte del curriculo (hasta donde yo sé).
Y así nos tropezamos ya con un primer elemento que tiene que ser considerado: ¿qué quiere decir "oficialidad" de un idioma? ¿por qué se opta por declarar algunos idiomas oficiales? ¿por qué el castellano es oficial?
II. La oficialidad del castellano
La oficialidad de un idioma es siempre una reacción a la existencia de otro. Si no hubiera más que un idioma no sería posible ni siquiera concebir que pudiera ser "oficial"; simplemente sería. Es el propósito de hacer prevalecer un idioma sobre otros que también se utilizan lo que lleva a convertirlo en oficial. En el caso de Europa durante los últimos dos o tres siglos esta voluntad de imposición del uso de un determinado idioma fue un elemento clave en la construcción de las naciones que ahora conocemos. Se repite que en Francia en el siglo XVIII se hablaban docenas de idiomas, y que fue la imposición del francés un elemento clave para la construcción de la nación francesa. En Italia basta leer ese libro imprescindible, "Corazón", para entender el papel que jugó la escuela italiana del XIX en la unificación de un idioma, el italiano, que estaba tan fragmentando como las estructuras políticas de la península italiana (que no estuvo plenamente unificada hasta 1870); y cómo se vincula esa unificación del idioma con una determinada construcción de la nación italiana.
En España no es diferente: es obvio que en España se hablaban y hablan diferentes idiomas; pero el castellano es la "lengua común" desde hace siglos. Si se trataba de construir la nación al modo que se había hecho en Francia o en Italia el único candidato para ello era el castellano, que no solamente era conocido en todo el país, aunque no se hablara en las zonas rurales de una buena parte del mismo (Galicia, Asturias, País Vasco, Cataluña, Valencia, Baleares, zonas de Aragón), sino que desde el siglo XVI era asumido como lengua de cultura en toda España (la publicación de libros y periódicos en castellano en Barcelona era habitual mucho antes de los Decretos de Nueva Planta, por ejemplo).
Así resultó la oficialidad del castellano, que queda reforzada en la Constitución por la obligación que tienen de conocerlo todos los españoles. Difícilmente encontraremos una señal más clara de oficialidad que esta obligación de conocimiento que remarca el carácter estructural de la lengua en la construcción de la nación española.
A esa visión de la oficialidad responde la escolarización en castellano que vivieron mis abuelos (y mis padres y yo mismo) que no prestaba atención a la realidad lingüística sobre la que se proyectaba. Así sucedió en Asturias y en toda España; aunque en algunas zonas eso no impidió la conservación de lenguas diferentes del castellano, que durante los siglos XIX y XX tuvieron su propio desarrollo literario y cultural. Esas lenguas, además, fueron objeto de atención por parte de los nacionalismos periféricos que desarrollaron una política activa de conservación de los mismos, lo que quizás es especialmente llamativo en Cataluña y en el País Vasco. A la pervivencia de dichas lenguas responde el reconocimiento, también en la Constitución, de la posibilidad de que tales lenguas sean también oficiales en sus respectivas Comunidades Autónomas.
Este será el segundo elemento que deberemos tener en cuenta, la oficialidad de lenguas diferentes del castellano en las Comunidades Autónomas.
III. La oficialidad de las lenguas españolas diferentes del castellano
¿Qué implica esta oficialidad de las lenguas españolas diferentes del castellano? En primer lugar, esta oficialidad es un muro frente a la "vis expansiva" del castellano. Habíamos visto en el apartado anterior que la oficialidad de una lengua se entiende solamente en relación a otras que también son utilizadas y a las que la oficial pretende desplazar. Cuando una de esas lenguas se convierte también en oficial carece de sentido que ese desplazamiento opere; lo que obliga a que ambas lenguas convivan. Esta convivencia, a su vez, debe traducirse en los diferentes ámbitos de la sociedad, desde la escuela hasta el comercio pasando por la cultura, los medios de comunicación y cualquier otro ámbito que se nos ocurra; y tratándose de convivencia lo lógico es que la regulación de dicha convivencia resultara de acuerdos entre los distintos actores institucionales implicados; esto es, en el caso de España, tanto el Estado central como las Comunidades Autónomas. De no hacerlo así nos encontraremos con constantes conflictos, que es la situación que vivimos.
Las Comunidades Autónomas donde se hablan lenguas diferentes del castellano han optado por entender como propia tan solo la lengua diferente del castellano cooficial en su comunidad (ahora volveremos sobre el concepto de "lengua propia") y regular de manera unilateral su utilización, estableciendo ciertas imposiciones que no se ven contrarrestadas de forma eficaz por la legislación estatal. De esta forma, a lo que asistimos no es a una convivencia de lenguas, sino a una tensión entre ellas por decirlo suavemente.
De hecho, no es extraña esta tensión. Como veíamos antes el concepto de lengua oficial parte siempre de la confrontación con otras lenguas utilizadas en el territorio de que se trate. En la esencia de la oficialidad está la extensión en el uso de la lengua oficial, y ello es algo a lo que no renuncian las lenguas cooficiales en las diferentes Comunidades Autónomas. Ahora bien, hace un momento veíamos que el carácter oficial de las lenguas españolas diferentes del castellano constituía un muro a la acción expansiva del castellano ¿no opera también a la inversa? ¿la oficilidad del castellano no es un muro a la vis expansiva de las lenguas cooficiales diferentes del castellano?
No, no lo es. El concepto de "lengua propia" que mencionaba unas líneas más arriba es la clave para deshacer esa situación de teórico empate entre el castellano y las lenguas cooficiales en las diferentes Comunidades Autónomas. Lo vemos a continuación.
IV. La lengua oficial diferente del castellano como "lengua propia"
En los diferentes Estatutos de Autonomía se recoge que la lengua cooficial de la Comunidad Autónoma es también "lengua propia". Es decir, el castellano es oficial, pero la otra lengua (el catalán en Cataluña, el euskera en el País Vasco, el gallego en Galicia, etc.) son oficiales y propias. Esta consideración como lengua propia tiene una enorme virtualidad como veremos enseguida, pero, además, conceptualmente ya implica un problema que ha de hacerse explícito.
Si asumimos que el catalán es la lengua propia de Cataluña; estamos indicando que el castellano es una lengua "impropia"; esto es, que es una lengua que de alguna manera "sobra" en Cataluña. No estoy siendo paranoico. En Cataluña es constante el discurso que, obviando la realidad histórica, mantiene que el castellano ha sido una lengua de imposición y artificial en lo que se refiere a su utilización en Cataluña. Se trata de un discurso de corte nacionalista que pretende que Cataluña ha de estructurarse a partir de una sola lengua, el catalán, de tal manera que, tal como se ha dicho públicamente, llegue el momento en el que el catalán sea la única lengua conocida por todos los catalanes. Esto es, superando la situación actual en la que todos los catalanes (o prácticamente todos) conocen tanto el castellano como el catalán. Con matices, este es el discurso también de los otros nacionalismos españoles en relación al euskera o al gallego. En todos estos casos se trata de construir comunidades políticas en las que la lengua ejerce como elemento eficaz de articulación. El concepto "lengua propia" es el punto de apoyo para esta política.
No es extraño, por otra parte. Ya habíamos visto que el concepto de lengua oficial nace en el contexto de la construcción de los Estados nación europeos en los siglos XVIII y XIX y en oposición a las otras lenguas que se hablaban en el territorio de esos Estados. Los nacionalismos autonómicos en España no hacen más que replicar el modelo: se trata de reforzar la identidad nacional -en este caso sobre la base de la Comunidad Autónoma- pretendiendo extender el uso de la lengua "propia" en detrimento de otras lenguas, incluida la cooficial que no tiene el carácter de "propia".
Creo que lo anterior es bastante evidente, las políticas de promoción del uso de la lengua que utilizan a veces el argumento de la necesidad de protegerla, son políticas que tienen como efecto ineludible la disminución en el uso de las otras lenguas, incluido el castellano. No hablamos o escribimos más por tener dos, tres o cuatro lenguas. Hablamos y escribimos lo mismo, por lo que si aumentamos el uso del catalán o del euskera o del gallego disminuimos el uso del castellano, con lo que esas políticas de promoción del uso (debemos diferenciar entre promoción del uso y promoción del conocimiento, volveremos sobre ello enseguida) tienen el mismo efecto que las políticas sobre oficialidad de la lengua en los siglos XVIII, XIX y XX: hacer disminuir el uso de las lenguas que no sean la oficial y propia.
¿Cómo se consigue esta promoción del uso? Aparte de las políticas de promoción del conocimiento tenemos la utilización de la escuela, sobre la que no me extenderé, porque merece capítulo aparte, y su uso por parte de la administración pública en las relaciones como los ciudadanos. Transmitir la imagen de que la lengua de utilización "normal" en la administración es la lengua propia contribuye a su difusión, aunque en función del contexto social puede resultar "insuficiente". De ahí las políticas sobre rotulación obligatoria, lengua en los medios públicos de comunicación o, incluso, prohibición del uso de la lengua cooficial no propia (el castellano) en determinados supuestos.
V. El caso de Asturias
Los elementos anteriores creo que deben ser tenidos en cuenta en el caso de Asturias. La oficialización del asturiano, unido al más que probable reconocimiento como lengua propia, implicaría la apertura de las políticas de promoción del uso de la lengua que he descrito antes. El propósito sería potenciar la utilización del asturiano frente al castellano desplazándolo en intervenciones públicas (ha comenzado a pasar), en los medios públicos de comunicación (ya se plantea un aumento de las emisiones de la televisión pública en asturiano, lo que, evidentemente, haría disminuir las emisiones en castellano), y en la escuela, donde se impondría seguramente un porcentaje de utilización del asturiano como lengua vehicular, lo que obligaría también a que los profesores obtuvieran las correspondientes acreditaciones en lengua asturiana.
En mi opinión esta imposición del uso del asturiano (sí, imposición, si se establece la obligación, por ejemplo, de utilizar un 50% del tiempo el asturiano en los medios públicos de comunicación estamos ante una imposición, no puede llamarse de otra manera) responde solamente a fines nacionalistas, al intento de construir una identidad política en la que el idioma jugará un papel determinante. No puede decirse que responda al interés de responder a la realidad social asturiana, y eso por dos razones.
En primer lugar, porque en la realidad asturiana el castellano es también lengua propia, la materna de la inmensa mayoría de los asturianos y, por tanto, desplazarla como resultaría del reconocimiento del asturiano como oficial unido a la presumible consideración como lengua propia es ya la primera falsedad de ese proyecto de ingeniería social que es todo nacionalismo.
Segundo, porque lo que se reconoce no es la lengua que hablaban mis bisabuelos, sino la "llingua" creada por la Academia como elemento de normalización de los diferentes bables. No se trata de la conservación de la lengua que hablaban nuestros antepasados -lo que, de todas formas sería discutible como proyecto político- sino de la imposición de una creación académica que tiene el mismo fin que las normalizaciones de otros siglos: encuadrar a la sociedad a través de una lengua, incluso artificial, para conseguir un determinado objetivo político, un objetivo político que no puede ser más que nacionalista. Lo hemos visto en otros territorios y me sorprendería que en Asturias fuera diferente.
VI. ¿Qué hacer?
Y ante esto ¿qué se puede hacer? Creo que, como decía al principio, es claro que en Asturias hay una realidad subyacente al castellano que hablamos la inmensa mayoría, que son los distintos bables. Estudiarlos, conocerlos e incorporarlos al curriculum académico me parece muy importante; pero hablo de los bables, no de la lengua artificial de la Academia.
Por otro parte, ha de reconocerse el derecho de todos a utilizar la lengua que deseen y sin que se pongan trabas por el hecho de que esa lengua no sea el castellano. Hay asturianos que se sienten más cómodos hablando su bable que el castellano y eso debe ser reconocido, sin que la oficialidad del castellano sea una traba para ello; pero sin que la oficialidad del asturiano de la Academia sea otra traba.
Mi impresión es que el mismo concepto de lengua oficial resulta pernicioso (también lo es la oficialidad del castellano) y lo que debemos es regular donde sea necesario para garantizar los derechos de las personas. En ese sentido la ley asturiana de 1998 puede ser un buen punto de partida y si es preciso modificarla para facilitar que los bables sean reconocidos y que sus hablantes sean respetados hagámoslo, pero sin caer en el error de una oficialidad que tiene mucho de simbólico; pero de simbólico en el sentido nacionalista, de reconocimiento de una realidad política enfrentada al proyecto común español.
No permitamos que las lenguas sean utilizadas por quienes pretenden dividirnos.
Adjunto enlace al vídeo del acto del pasado día 7 de febrero sobre la oficialidad del asturiano en el que participé y en el que se trataron algunas de las ideas que aquí comento
Una vez más, enhorabuena por tu explicación Rafa. Más claro el agua.
ResponderEliminarTras varias reposadas lecturas a tu, como todos, interesante post, tras ordenar ideas, intentar estructurar los argumentos y con la mayor ponderación posible de las valoraciones, me decido a enviar este comentario. Quizá este proceso, en los tiempos que vivimos de los 140 caracteres y de la forja inmediata de una opinión, sea “rara avis”, pero me resisto a dejarme arrastrar hasta la categoría de ignorante satisfecho de sí mismo sin siquiera haber opuesto algún tipo de resistencia. Al lío Rafa.
ResponderEliminarUno de los argumentos sobre los que edificas tu razonamiento es la “creación académica” de la Llingua. Es un axioma con el que tenazmente ilustran a la opinión pública quienes se presentan como contrarios del bable. La Academia de la Llingua aparece como un tétrico laboratorio de oscuros quirófanos en los que se perfilan inventos lingüísticos artificiales. Convendrás conmigo en que el español que habla un estudiante de Sevilla se parece bien poco al que emplea una administrativa de Valladolid, o que un fiscal de Zaragoza le costaría hacerse entender por una jueza de Badajoz, por ejemplo. Si esas diferencias orales no se dan actualmente en el español escrito se debe a la tarea que desde el XVIII emprendió la RAE para dotar de unidad e inteligibilidad al idioma, sistematizando normas ortográficas y procedimientos gramaticales. Esa misma labor de sistematización de una lengua, llevada a cabo en este caso por la Academia de la Llingua, es lo que en la coyuntura actual desde determinados ámbitos se cataloga como invento. Ya en el lejano 1791 el propio Jovellanos (de tanta querencia por parte de ciertos santones ya en la cuesta abajo de su carrera política) plasmaba la idea de crear una especie de Academia de la Llingua y redactar un diccionario de la Llingua Asturiana (en este enlace te pongo un interesante artículo sobre ello http://www.lne.es/gijon/2010/01/20/llingua-xixon-1879-br/861798.html)
Interpreto de lo que escribes que no pones en duda en absoluto que desde un punto de vista filológico el asturiano es una lengua que, al igual que el castellano, surge en la Península tras la dominación romana a partir de ciertas deformaciones del latín vulgar y que acaban adquiriendo rango de lenguas. Te añado por mi parte que el propio Estatuto de Autonomía del Principado lo recoge como lengua, con el término de “bable” eso sí, siendo ese reconocimiento el que luego posibilita el desarrollo de la Ley de Uso y Promoción (por cierto, aprobada por el gobierno que presidía Sergio Marqués, que, sin duda, de algo le sonará a la señora Mercedes Fernández). Una ley, por cierto, que ya reconoce, siempre atendiendo a principios de voluntariedad, todo eso que desde algunos ámbitos políticos se asocia con la llegada del Apocalipsis.
Nunca he sido “asturparlante” (creo que acabo de inventar un término) más allá de, al igual que tú reseñas en tu post, los giros y expresiones que yo también escuché de pequeño en el ámbito familiar. Incluso me siento extraño ante términos toponímicos en asturiano de mi entorno geográfico más cercano porque nunca los he expresado de esa manera. Sin embargo, no creo que el reconocimiento de la cooficialidad del asturiano entrañe ningún peligro y/o perversión. Sinceramente Rafa, no creo que el bilingüismo entrañe una subyugación al nacionalismo, por lo menos en mi caso en creo que en el de la mayoría de quienes abogan por la cooficialidad.
Decía McLuhan que el medio es el mensaje. Tengo la sensación, y desde la amistad te lo digo, que en tu intervención del otro día en Gijón para algunos tú fuiste el medio más que el mensaje.
Una de las expresiones que más habitualmente utilizaba mi güela, la de Arancés, cuando los nietos éramos demasiado pesados e insistentes era “¡¡Ay, afegadaisme!!” En la política asturiana actual hay algunos/as que afegadan. Un abrazo.
Tras varias reposadas lecturas a tu, como todos, interesante post, tras ordenar ideas, intentar estructurar los argumentos y con la mayor ponderación posible de las valoraciones, me decido a enviar este comentario. Quizá este proceso, en los tiempos que vivimos de los 140 caracteres y de la forja inmediata de una opinión, sea “rara avis”, pero me resisto a dejarme arrastrar hasta la categoría de ignorante satisfecho de sí mismo sin siquiera haber opuesto algún tipo de resistencia. Al lío Rafa.
ResponderEliminarUno de los argumentos sobre los que edificas tu razonamiento es la “creación académica” de la Llingua. Es un axioma con el que tenazmente ilustran a la opinión pública quienes se presentan como contrarios del bable. La Academia de la Llingua aparece como un tétrico laboratorio de oscuros quirófanos en los que se perfilan inventos lingüísticos artificiales. Convendrás conmigo en que el español que habla un estudiante de Sevilla se parece bien poco al que emplea una administrativa de Valladolid, o que un fiscal de Zaragoza le costaría hacerse entender por una jueza de Badajoz, por ejemplo. Si esas diferencias orales no se dan actualmente en el español escrito se debe a la tarea que desde el XVIII emprendió la RAE para dotar de unidad e inteligibilidad al idioma, sistematizando normas ortográficas y procedimientos gramaticales. Esa misma labor de sistematización de una lengua, llevada a cabo en este caso por la Academia de la Llingua, es lo que en la coyuntura actual desde determinados ámbitos se cataloga como invento. Ya en el lejano 1791 el propio Jovellanos (de tanta querencia por parte de ciertos santones ya en la cuesta abajo de su carrera política) plasmaba la idea de crear una especie de Academia de la Llingua y redactar un diccionario de la Llingua Asturiana (en este enlace te pongo un interesante artículo sobre ello http://www.lne.es/gijon/2010/01/20/llingua-xixon-1879-br/861798.html)
Interpreto de lo que escribes que no pones en duda en absoluto que desde un punto de vista filológico el asturiano es una lengua que, al igual que el castellano, surge en la Península tras la dominación romana a partir de ciertas deformaciones del latín vulgar y que acaban adquiriendo rango de lenguas. Te añado por mi parte que el propio Estatuto de Autonomía del Principado lo recoge como lengua, con el término de “bable” eso sí, siendo ese reconocimiento el que luego posibilita el desarrollo de la Ley de Uso y Promoción (por cierto, aprobada por el gobierno que presidía Sergio Marqués, que, sin duda, de algo le sonará a la señora Mercedes Fernández). Una ley, por cierto, que ya reconoce, siempre atendiendo a principios de voluntariedad, todo eso que desde algunos ámbitos políticos se asocia con la llegada del Apocalipsis.
Nunca he sido “asturparlante” (creo que acabo de inventar un término) más allá de, al igual que tú reseñas en tu post, los giros y expresiones que yo también escuché de pequeño en el ámbito familiar. Incluso me siento extraño ante términos toponímicos en asturiano de mi entorno geográfico más cercano porque nunca los he expresado de esa manera. Sin embargo, no creo que el reconocimiento de la cooficialidad del asturiano entrañe ningún peligro y/o perversión. Sinceramente Rafa, no creo que el bilingüismo entrañe una subyugación al nacionalismo, por lo menos en mi caso y creo que en el de la mayoría de quienes abogan por la cooficialidad.
Decía McLuhan que el medio es el mensaje. Tengo la sensación, y desde la amistad te lo digo, que en tu intervención del otro día en Gijón para algunos tú eras el medio. Una de las expresiones que más habitualmente utilizaba mi güela, la de Arancés, cuando los nietos éramos demasiado pesados e insistentes era “¡¡Ay, afegadesme!!” En la política asturiana actual hay algunos/as que afegadan. Un abrazo.
Se suele tratar la regulación de las lenguas como si fueran seres vivos con derechos propios, supra naturales e indiscutibles a los que hay que supeditar una parte de los derechos y de los intereses de las personas. Yo creo que no debe ser así. Siendo el idioma el principal elemento de representación, de cohesión y de convivencia de una sociedad, su uso, regulación y oficialidad no puede ser dejado a libres y múltiples elecciones subjetivas o a tendencias políticas temporales disfrazadas siempre de “derechos culturales o históricos”, sino que debe ser determinado principalmente y de forma razonada y objetiva por lo que sea más conveniente para conseguir una sociedad justa de ciudadanos iguales en derechos y en oportunidades, pensando principalmente en los más jóvenes.
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