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miércoles, 19 de agosto de 2020

El joven maestro

Uno de mis perfiles favoritos en facebook es el de Tomás De José. No le conozco y -supongo que no  es un nombre real- tampoco sé a quién se corresponde.
El caso es que escribe como los ángeles. Una maravilla de prosa, en muchas ocasiones con referencias al mundo del toreo aunque esté hablando de otra cosa. Hoy publica una entrada sobre el cese de Álvarez de Toledo que es, como todas las suyas, una delicia. Es ésta:



No pude resistir la tentación de improvisar un relato que de alguna forma diera réplica a su perspectiva. Hacía tiempo que no introducía en este blog ninguna entrada bajo la etiqueta de bocetos y he pensado que ésta sería una buena ocasión para retomarla.
Este es el pequeño cuento que debo a la entrada de mi admirado Tomás De José:

Cierto, maestro; pero no se te oculta que aquí hay algo más.

Pepote era un diestro que había llegado a lo más alto del escalafón. Temporadas hubo en las que fue el favorito del público y de la crítica. Bien es cierto que más por falta de una competencia real que por sus propios méritos. Correcto, con una buen técnica y ojo educado para entender el toro y lo que podía sacar de él.

Llevaba unos años, sin embargo, en que hasta los críticos más ortodoxos, esos que tienen la habilidad de no enemistarse nunca con la persona equivocada, deslizaban en sus análisis esas expresiones conocidas que son en las carreras como las primeras hojas que caen en otoño. El matador no había sido nunca un Apolo o un Adonis, pero en sus tiempos llevaba con dignidad un traje de luces que ahora se ensanchaba por donde no debía y adelgazaba en donde debería estar prieto. Poco a poco, pero constantemente, los contratos y emolumentos iban bajando. Otras figuras surgían. Había en particular un torero alto y guapo, descarado y tramposo que sabía levantar ¡olés! con los trucos más bajos del oficio; pero que funcionaban con un público cada ve menos exigente, cada ve más lleno de turistas y gentes que solo por curiosidad se acercaban al templo del coso.

Pepote deseaba volver a la posición que tenía. Su cuadrilla lo necesitaba, su familia lo necesitaba, y él lo necesitaba antes de dejar su paso por la arena.

Había aquellos años un joven maestro que había tomado la alternativa poco antes. Era seco como un estilete y serio como la muerte. Cada movimiento suyo en la plaza parecía el preludio de una tragedia. Citaba con la ortodoxia del que espera que cada pase de pecho sea el último. Las líneas eran perfectas, el vuelo del capote y de la muleta había sido trazado por un pintor exiquisto. El toro se acercaba con la bravura de un león y era pasarlo por la cintura para que se convirtiera en un cordero y otra vez en un león en el siguiente pase. Cosa de magia semejaba.

Pepote vio en aquel joven maestro la oportunidad que necesitaba. Un mano a mano entre ambos. Seis toros, tres para cada uno. La promesa de una corrida como nunca se había visto. Hablaron los toreros entre sí. El joven maestro miraba a la vieja figura con atención y con lo que en un mortal sería curiosidad.

- ¿De verdad quiere usted un mano a mano conmigo? -le preguntó.

- Lo quiero. Voy a demostrar que todavía soy quien fui y deseo que usted me acompañe en esa tarde. Será usted una gran figura, maestro, y lo que haremos se recordará durante décadas. ¡Qué digo décadas! ¡Siglos! Dos épocas de la fiesta que se dan la mano antes de que la muerte se lleve a una de ellas.

El joven maestro asintió. Se dieron la mano y pusieron en contacto a sus apoderados.

La suerte quiso que un par de semanas antes del mano a mano ambos coincidieron en una plaza no muy grande. No estaba previsto, pero uno de los matadores del cartel se rompió una pierna al caer del caballo en su finca y el joven maestro tuvo que sustituirlo.

El público sabía del mano a mano que se celebraría y aguardaban expectantes este inesperado anticipo. Desde la barrera Pepote miraba de hito en hito al joven maestro a su lado. No habían coincidido antes en ninguna corrida. Se fijaba en cómo mandaba, en la forma en que cogía los trastos, como esperaba su momento en la plaza, la forma en que miraba al toro, incluso aunque supiera que no era el que le correspondía...

Pepote lidió su primer toro y cuajó una buena actuación. Se acercó más de lo habitual, probó alguna suerte que hacía años que tenía olvidada y mató no del todo mal. Se ganó una oreja y dio la vuelta al ruedo con una sonrisa que era un poco más abierta de la que correspondería a una persona feliz.

Al joven maestro le tocaba el tercero, un toro no muy limpio, que cabeceaba, se arrancaba y paraba, y parecía distraído y distante. Pepote se maldijo por la sonrisa en el corazón que le decía lo difícil que lo tendría su compañero.

El capote confirmó a Pepote que estaba en lo cierto. Le costó al joven acomodar al toro; pero lo hizo. Los últimos pases fueron fluidos y constantes. Pepote se fijó en los ojos fríos del matador y vio un destello en su fondo.

Cuando cogió la muleta un silencio se hizo en la plaza. Tan solo la forma de poner un pie delante del otro hipnotizaba y enmudecía. Un pase, otro, enlazados sin parar, fundidos como un hilo que iba de principio a final. Sin solución de continuidad alguna, entre dos pases, uno de izquierda y otro de derecha el torero sacó el estoque de matar que había estado allí desde el principio y casi sin preparación lo clavó en la testuz hasta la empuñadura. La muerte había quedado enlazada a la faena como si fuera una misma cosa.

Pepote enmudeció.

Le tocaba torear el cuarto de la tarde. Lo hizo con oficio y sin pasión. Nada de lo que vino luego permanece en su recuerdo. Sin acabar la corrida le hizo un gesto a su apoderado, le dijo algo al oído y lo despidió con la mano.

El mano a mano no se suspendió. Otro torero sustituyó al joven maestro. El apoderado de Pepote había hecho las cosas bien y se había guardado esa posibilidad.

Pepote tuvo sus tres toros y otro matador la otra mitad del lote. Pepote hizo lo que había hecho en los últimos años y todos parecieron quedar satisfechos.

El joven maestro siguió su camino.

martes, 18 de agosto de 2020

¿Qué implica el cese de Cayetana Álvarez de Toledo?

El cese de Cayetana Álvarez de Toledo es bastante significativo.


El PP es un partido que mientras predica la garantía de los derechos de los españoles en todo el territorio nacional, el rechazo del nacionalismo y la necesidad de hacer cumplir la ley; cuando gobierna suele contribuir de manera decisiva al debilitamiento del estado (las cesiones de Aznar frente a Pujol), se niega a enfrentarse al nacionalismo (el ministro Méndez de Vigo afirmando que no le constaba adoctrinamiento en las escuelas catalanas y ese mismo ministro, ejerciendo las funciones de Consejero de Educación de Cataluña durante la aplicación del artículo 155 de la Constitución, permitiendo la exclusión del castellano en las escuelas catalanas) y se pone de perfil cuando es preciso garantizar los derechos de los ciudadanos (la situación vivida en Cataluña en los años previos al 2017 y especialmente en el mes de septiembre de 2017, cuando se permitió que los ciudadanos viéramos nuestros datos personales utilizados ilegalmente, se nos amenazó con consecuencias en caso de que acatáramos las órdenes ilegales que daba la Generalitat y se toleró la ocupación de los centros educativos para realizar actuaciones ilegales).
El propio PP reconoció los errores cometidos en el pasado, lo que le honra; y la propia elección de Cayetana Álvarez de Toledo como candidata por Barcelona y luego como portavoz en el Congreso era una señal en el sentido de que las políticas que se habían seguido hasta ahora serían enmendadas.
El núcleo de la revisión de esas políticas pasa por la relación con los nacionalismos periféricos. El PP, al igual que el PSOE, siempre han sido proclives a pactar con el PNV y con el nacionalismo catalán, especialmente con el que adopta formalmente posiciones más conservadoras (la antigua CiU). Ese pacto pasa siempre por mirar hacia otro lado ante las vulneraciones de derechos e incumplimientos legales de los que son responsables las administraciones controladas por los nacionalistas. En definitiva, se actúa, de alguna manera, como si Cataluña y el País Vasco; y ahora también Navarra y Galicia, Baleares y Valencia fueran de los nacionalistas, invisibilizando a quienes viven en esos territorios y se oponen al nacionalismo. De alguna manera se tolera que en algunos lugares de España haya ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda y que existan excepciones a la aplicación completa de la Constitución y a la plenitud de derechos en todo el territorio español. Álvarez de Toledo representa la oposición radical a ese planteamiento. El lema "libres e iguales" está grabado en su frente y orienta todas sus intervenciones públicas.
En definitiva, Cayetana Álvarez de Toledo tiene un proyecto político que hace explícito con naturalidad y que supone algo tan extravagante como la aplicación de la Constitución en todo el territorio nacional y la igualdad de derechos de todos los españoles. Resulta curioso que éste sea un proyecto ahora revolucionario; porque, en teoría, es un escenario que deberíamos tener conseguido desde el año 1978; pero la realidad se ha ido separando de ese modelo, lo que causa una tensión bastante seria en la política española. Me explico: el discurso oficial de los distintos partidos "centrales" (PP y PSOE) es que ese problema no existe, de tal manera que forzosamente han de tachar de ilusos o extremistas a quienes simplemente describen la realidad existente. No les queda otra alternativa, porque si asumieran esa realidad no tendrían más remedio que reaccionar.
Es por eso que el planteamiento de Álvarez de Toledo es tan exigente para la clase política. Les obliga a renunciar a la gran mentira en que se ha basado la política española de los últimos cuarenta años. Una gran mentira que parte de la lealtad de los nacionalismos al proyecto constitucional y no solamente de la legitimidad, sino la necesidad de llegar a acuerdos con ellos; acuerdos que, como la experiencia nos muestra, suponen la vulneración de derechos individuales en los territorios controlados por los nacionalistas y el progresivo debilitamiento del estado.
Enfrentarse a los nacionalistas cuando estos controlan una gran parte del poder público en España, cuentan con las simpatías de una autodenominada izquierda que los precisa para gobernar y reciben los halagos de una opinión publicada que, con pocas excepciones, se niega también a reconocer el daño y peligro que suponen los nacionalistas para nuestro marco de convivencia; tiene costes, evidentemente. Sobre todo en el corto plazo. El PP, en el que anida la tentación del tribalismo de derechas, ha tenido poca paciencia con un planteamiento como el de Álvarez de Toledo que exige una posición firme y una convicción democrática que difícilmente son compatibles con las exigencias de conseguir resultados electorales inmediatos para sostener la máquina de colocación que es todo partido de un cierto tamaño.
El desafío que plantea Cayetana Álvarez de Toledo es de entidad. Supone negar una parte significativa del relato que nos hemos tragados sin rechistar durante décadas y trabajar porque se asuma uno diferente que podría servir de base para un país cualitativamente diferente, un país que no dependiera estructuralmente de los nacionalismos disgregadores y que se basara en principios como la libertad, la igualdad y el respeto a la ley. Un país en el que el eje de la política no estuviera controlado por las peticiones de los nacionalistas, ya que habría una mayoría suficiente que simplemente diría que sus propuestas no caben en nuestra Constitución; sino que se basaría en la búsqueda de la modernización del país, la mejora de nuestra democracia, la asunción de responsabilidades en la construcción europea, el crecimiento económico, la disminución de las desigualdades, la mejora de los servicios públicos y el trabajo leal con otros países para abordar los desafíos del mundo global.
En la propuesta de Álvarez de Toledo ahora estaríamos ocupados en identificar las deficiencias estructurales que nos han llevado al desastre del covid y en trabajar para corregirlas. España tendría una posición sólida en relación al futuro de la relación entre el RU y la UE y quizás una propuesta para mejorar la integración en Europa.
En la España que se atisba en el mensaje de la hasta hace poco portavoz del grupo popular en el Congreso no estaríamos embarrados en impedir que una administración española utilice fondos públicos para debilitar la posición internacional de España, ni discutiendo sobre si es posible utilizar el español en las escuelas catalanas. Todas esas cuestiones no serían objeto de debate político porque se habrían resuelto mediante la aplicación de la Constitución y de la ley y la utilización por el Gobierno y las Cortes de las facultades que tienen para garantizar los derechos fundamentales en todo el territorio español.
Esa es una España posible, una España en la que la posición de Álvarez de Toledo en el primer partido de la oposición hacía alentar esperanzas de que pudiera llegar a ser realidad más pronto que tarde, en cualquier caso antes de que la pulsión disgregadora nos lleve a esa nación de naciones que es el preludio inmediato a la disgregación y balcanización de la Península Ibérica.
No es extraño que quienes tienen las cosas claras en España hayan movido los hilos necesarios para descabalgarla de esa posición. La apuesta de muchos es mantener el status quo, proseguir con la lenta degradación del estado y, sobre todo, no introducir cambios en un relato que pudieran llevar a una imagen de nuestro país cercana a la de la realidad que padecemos.
Esa España posible, sin embargo, sigue siendo necesaria. Olvidarla y dejarse arrastrar por la corriente nacionalista; lo que han hecho ya Podemos y el PSOE, lo que ya había hecho el PP y a lo que probablemente volverá ahora, libres ya de Álvarez de Toledo; es condenarnos a la liquidación del marco constitucional en no mucho tiempo.
Necesitamos defender con convicción los elementos estructurales de nuestra democracia, oponernos con firmeza al avance de los nacionalismos y abandonar una esteril oposición entre socialdemocracia y liberalismo cuando lo que está en juego es el propio terreno de juego en el que ambas opciones pueden competir.
Si nos damos cuenta de que los defensores del marco de convivencia del que hemos gozado desde 1978 no somos tantos y que, por tanto, no podemos darnos el lujo de pelearnos entre nosotros debería ser fácil llegar a esos acuerdos que tanto ha reclamado Cayetana Álvarez de Toledo. Unos acuerdo que han de basarse en la verdad, no en la mentira ni en relatos prefabricados; porque lo que no se basa en la verdad tan solo favorece a quienes viven de la mentira.