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sábado, 21 de mayo de 2011

Y tras el 15M ¿qué?


¿Islandia?

Aún hay esperanza. Unos días antes del 15 M la convocatoria era vista por la mayoría como un ejercicio "alternativo"; un acto del que podrían apropiarse los antisistema, un brindis al sol que no tendría mayores consecuencias. Unos días antes en Barcelona se hablaba más de la convocatoria del día 14 contra los recortes de la Generalitat que de la manifestación del día siguiente... en unos días todo ha cambiado.
Ahora el 15M es un movimiento con identidad propia en el que muchos se ven reflejados. Es una vía para mostrar la frustración por la falta de realización de expectativas legítimas, la decepción ante los políticos y el desacuerdo ante la forma en que se está abordando la crisis económica que, causada por bancos y especuladores, está siendo resuelta a costa de los trabajadores y los servicios públicos.
Ahora bien, una ve mostrada la frustración, la decepción y el desacuerdo ¿qué hacer? Parece ser que hay un modelo, el modelo islandés, en el que la política ha pasado a la calle desarrollándose un movimiento asambleario que ha modificado completamente la forma de hacer política en Islandia. Islandia está detrás de mucho de lo que está pasando; pero el problema es que Islandia es un país de poco más de 300.000 habitantes. Lo que funciona en un país que tiene pocos más habitantes que l'Eixample, uno de los barrios de Barcelona, puede no funcionar en uno como España que tiene 150 veces más población.
A partir de un determinado tamaño es imposible prescindir de estructuras intermedias; en Islandia se puede prescindir de los partidos políticos; en España probablemente, no. Siempre será necesaria alguna estructura para canalizar la participación política.
El problema, además, se agrava si tenemos en cuenta otro factor, la globalización; el mundo globalizado nos obliga a tener estructuras políticas grandes; las estructuras pequeñas no pueden ejercer un contrapeso eficaz a las enormes fuerzas del mercado que en las últimas dos décadas han visto incrementada su fuerza como consecuencia de la globalización.
¿Cómo conseguir, por tanto, una democracia de mayor calidad y, a la vez, mantener estructuras políticas de gran tamaño que hacen imposible un sistema político asambleario?
Para mi la respuesta está clara: es preciso combinar tres factores: un sistema de democracia directa en los niveles más cercanos al ciudadano, organizaciones intermedias transparentes y honestas que permitan el mantenimiento de estructuras políticas de mayor tamaño y utilización masiva de Internet para potenciar la participación del ciudadano en todos los niveles de decisión. Pero para ver cómo podría funcionar algo semejante hay que ver antes qué es lo que falla en el sistema actual.

Las causas del desencanto: la globalización

En el fondo lo que nos cabrea es que tenemos la sensación de que nos están estafando; cobramos poco, incluso quienes tienen estudios y formación; no tenemos estabilidad en el empleo y los servicios sociales, el estado de bienestar está en retroceso. Y a la vez los más ricos, los dueños de los bancos, los altos ejecutivos, ganan cada vez más dinero; la brecha entre los ricos y los pobres se abre, se ensancha y, pese a que disponemos de los medios técnicos para disponer de bienes y servicios suficientes para todos a precios razonables tenemos la sensación de que cada vez obtenemos menos por nuestro cada vez más exiguo dinero.
Y lo cierto es que eso es lo que está pasando; al menos en Europa. Vivimos peor de lo que vivieron nuestros padres y muchos se encuentran a un paso de la exclusión social mientras otros se enriquecen ¿por qué?
Para mi la causa está en la globalización. Nos enfrentamos a una situación nueva, una situación que no se daba desde hacía siglos: el poder público, el poder que no está basado en el dinero o en el mercado, sino en la organización política, es cada vez más débil. Hace tan sólo cien años este poder público era tremendamente poderoso y podía ejercer una función de equilibrio del mercado. Ciertamente, no siempre ejercía esta función de equilibrio; al fin y al cabo también el poder público podía estar "secuestrado" por los poderosos que podían intentar utilizarlo en su beneficio; pero aunque no ejerciera siempre su enorme poder en beneficio de los más débiles la mera existencia de ese poder público suponía un condicionante de primer orden para la economía. Se podía hacer la revolución para apropiarse del poder público y, a partir de ahí, cambiar las cosas; el problema que tenemos hoy en día es que una revolución tendría menos eficacia porque el poder público del que se podría apropiar tiene menos influencia en el mundo que la que tenía a principios del siglo XX.
En los primeros años del siglo XXI estamos viviendo las consecuencias de ese debilitamiento del poder público: países enteros, potencias económicas de primer o segundo orden tiemblan ante los rumores de los mercados; oscuras agencias de calificación dictan a los gobiernos lo que tienen que hacer; los ministros acuden a las redacciones de los periódicos financieros para presentar sus planes de reforma.
Este carácter débil del poder público explica muchas cosas. Los poderosos tienden de forma natural a apropiarse de los recursos de los más débiles. Antes los Estados podían poner ciertos límites a este expolio de los más pobres por parte de los más ricos; ahora los Estados no tienen ese poder; el mercado es más poderoso que ningún Estado aislado; y esto no puede ser obviado.
¿Cuál es la consecuencia de lo anterior? Ninguna revolución aislada en un país o un grupo pequeño de países podrá tener ningún efecto duradero; solamente un cambio a nivel regional podrá ser eficaz.

Las causas del desencanto: la clase política

En España las dramáticas consecuencias de la globalización se están poniendo de manifiesto en toda su crudeza; un país que no había conseguido todavía plenamente su modernización se ha visto colocado en una peligrosa tierra de nadie, sin saber bien qué papel jugar; y la clase política no contribuye a facilitar las cosas. En España existe una profunda decepción hacia la clase política, que es percibida como un conjunto de arribistas únicamente preocupados por hacer dinero y tener una vida cómoda a cargo del dinero público.
A mi me parece que la inmensa mayoría de los políticos son honestos y no están guiados por el interés de medrar o aprovecharse; ahora bien, también creo que la práctica totalidad de los políticos ven la política como una profesión (o actividad) dirigida no a cambiar la sociedad, sino a ganar las elecciones. Si no se ganan las elecciones no se podrá llevar a cabo ningún programa; y quizás de esta forma justifiquen que los partidos políticos se hayan convertido en máquinas electorales; pero lo cierto es que la profundidad en el pensamiento y en la reflexión, el rigor y la búsqueda de lo mejor para la sociedad están prácticamente ausentes de los partidos mayoritarios.
Los partidos son percibidos desde afuera como máquinas oscuras de poder en el que alianzas, pactos y maniobras están destinados a conquistar y mantener posiciones que se traducen en dinero para pagar sueldos y lealtades; y la profesionalización de la política ha hecho realidad un escenario en el que las instituciones están al servicio de los partidos. Se hace carrera en el partido y el premio que se recibe es un cargo público. De esta forma personas con poca preparación, con poca formación, con poco curriculum "objetivo" se han visto catapultadas a las más altas responsabilidades, presumiblemente como pago a servicios al partido. La ciudadanía ha percibido esto como una estafa al conjunto de los ciudadanos y los políticos han perdido el respeto, la consideración, la admiración por parte de los ciudadanos.
En un mundo tan complejo como el que vivimos gobernar no es tarea fácil, al revés, es muy difícil. Si alguien piensa que gobernar es fácil es que no ha percibido la tremenda dificultad de una tarea que se asemeja a conducir un camión ancho y pesado por un alambre tendido entre montañas; siempre con el riesgo de precipitarse al vacío. En un mundo tan complejo como el actual se necesita que los partidos políticos se ocupen más de pensar cómo tiene que ser la sociedad que de ver cómo ganan las próximas elecciones. Los partidos políticos tienen que potenciar el debate y la participación ciudadanas, los estudios y análisis y ofrecer programas y campañas rigurosas. La devaluación del discurso político al que hemos asistido en los últimos años es decepcionante. Los partidos políticos tienen que abrirse a la sociedad, ser más transparentes, facilitar que sean los mejores los que ocupen los puestos de más responsabilidad y orientar su actividad al diseño de políticas serias y rigurosas.

Las soluciones: Europa

Vivimos en un mundo globalizado y eso no ha de cambiar. La globalización es buena; lo que es malo es que no exista un poder público global paralelo al mercado global. La creación de ese poder público global es una auténtica prioridad y el instrumento del que disponemos los europeos para contribuir a ese objetivo es la Unión Europea.
Actualmente la Unión Europea es un instrumento al servicio de los Estados y, por tanto, no tiene la suficiente fuerza como para plantear e implementar políticas eficaces que permitan gobernar la globalización. Es urgente que Europa gane fuerza como entidad política; para ello tiene que convertirse en un auténtico poder dependiente de los ciudadanos europeo y no de los Estados. Uno de los objetivos prioritarios debe ser conseguir esa transformación de Europa.
Antes decía que ningún cambio en un país aislado podría ser duradero; un cambio a nivel europeo sí que podría ser relevante, urge crear estructuras políticas paneuropeas, debemos darnos cuenta de que ya todos somos uno, queramos o no; y no tener estructuras políticas comunes fuertes nos debilita como ciudadanos y quedamos reducidos a meros consumidores.
Es necesario que la Unión Europea deje de ser un instrumento al servicio de los Estados y que las instituciones europeas dejen de estar tuteladas y dirigidas por los Estados. Se precisa un Parlamento Europeo con competencia legislativa plena y competencia fiscal y un Presidente europeo elegido directamente por los ciudadanos o por el Parlamento europeo.

Las soluciones: regulación

Gran parte de nuestros problemas derivan de la falta de regulación: los mercados han mostrado que necesitan la tutela pública, tutela de la que carecen en el mundo globalizado. Una Europa fuerte podría imponer esta regulación que estaría basada en un reparto justo, salarios dignos y normas rigurosas que eviten abusos y engaños. El fin de los paraísos fiscales es necesario para que la tributación, base de los servicios sociales, sea suficiente y adecuada a un mundo cada vez más desarrollado. No será tarea fácil poner coto a los mercados financieros globales, que se resistirán como gato panza arriba a cualquier intento de reducción de sus beneficios; pero si el poder político es suficientemente fuerte, y Europa lo podría ser; podría conseguirse el objetivo. Es claro que los Estados actuales son incapaces de llevar a cabo esta tarea, por lo que la profundización en la integración europea que se defendía hace un momento es de todo punto imprescindible.
Es necesario que las diferentes entidades políticas del Mundo, entre ellas Europa, regulen los mercados de forma que se garanticen salarios justos y tributos adecuados. Los paraísos fiscales deben ser eliminados.

Las soluciones: participación

Hoy en día es posible ya que los ciudadanos participen en la toma de decisiones de una forma directa. Internet y las redes sociales facilitan esta participación que debe ser potenciada por los poderes públicos. No basta con votar cada cuatro años; antes hablábamos de la apertura de los partidos políticos a la sociedad, y esta apertura debe darse también en todas las instituciones. Se avanza en esta línea, pero aún se puede hacer mucho más: los ciudadanos tienes que poder acceder sin trabas a toda la información posible sobre la administración, los ciudadanos tienen que tener vías de participación en la toma de decisiones a todos los niveles y los ciudadanos deben ser consultados siempre que la entidad de la medida que deba adoptarse lo requiera.
Para que esta democracia participativa funcione es preciso que se den dos elementos adicionales: por una parte los medios de comunicación tienen que ser responsables y rigurosos. Escandaliza en la actualidad la cantidad de barbaridades que pueden leerse en los periódicos. Es inasumible que medios serios publiquen noticias que son más bien atentados a la inteligencia. La información correcta y suficiente es un elemento imprescindible para la participación política, y ahí los medios de comunicación tienen mucho que mejorar.
Junto con la información la formación es también necesaria; una democracia participativa conducirá al desastre si quienes participan carecen de formación suficiente como para adoptar las mejores decisiones en cada momento. Una formación de calidad, una enseñanza de calidad son imprescindibles; la democracia participativa exige también al ciudadano, el ciudadano debe informarse y formarse para adoptar las decisiones responsablemente. No es tarea de un día ni de dos conseguir que todos asumamos que una mayor participación es también una mayor exigencia para todos.
En definitiva, hay que profundizar en la democracia participativa, lo que implica facilitar a los ciudadanos la información de la que dispone la Administración, y establecer cauces de debate y participación de los ciudadanos. Esta democracia participativa exige también que los medios de comunicación sean responsables y rigurosos, que la formación y la educación sean excelentes y que los ciudadanos asumamos como un deber formarnos y conocer los temas sobre los que tendremos que decidir.

Conclusión

Así pues, tras el 15M tenemos que conseguir que no solamente España, sino todo Europa se transforme. Hay que transformar los partidos políticos para que sean organizaciones abiertas a la sociedad, más preocupadas por el diseño de políticas rigurosas que por ganar elección tras elección; hay que transformar la Unión Europea para que sea una entidad al servicio de los ciudadanos y no de los Estados; tenemos que regular los mercados mundiales eliminando los paraísos fiscales y regulando los mercados de forma que salarios y tributos sean los justos; finalmente, es preciso profundizar en una democracia participativa que exige transparencia de la administración, cauces para el debate y participación públicas; además de medios de comunicación rigurosos, excelentes formación y educación y asunción por los ciudadanos de su responsabilidad como tales, lo que exige que seriamente formen opinión propia y fundamentada sobre aquellos asuntos sobre los que se pronuncien.

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