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martes, 24 de mayo de 2016

Antifascistas

No fueron muchos los alemanes que se opusieron activamente al nazismo. Los casos de disidentes en el régimen nacionalsocialista pueden contarse con los dedos de las manos, lo que hace, sin duda, que tengan más valor los ejemplos de oposición activa al nacionalsocialismo y, a la vez, debamos preguntarnos por las causas de que un régimen tan alejado de los valores democráticos, tan autoritario y opresor, tan dañino para la sociedad alemana y el Mundo hubiera gozado del alto grado de aprobación interna del que disfrutó.
No podemos achacar esta ausencia de oposición a la falta de cultura democrática de los alemanes, quienes habían vivido en un régimen democrático con posterioridad a la I Guerra Mundial y sin que pudiera calificarse de dictatorial el que tuvieron durante al época del Imperio, ya que el Parlamento (Reichstag), elegido por sufragio universal (masculino) desde 1871, gozaba de amplias competencias. Tampoco podemos justificar esta falta de oposición en una carencia de valores o convicciones cívicas. Los resistentes al nazismo mostraron, como veremos, coraje y coherencia, y seguramente no eran excepcionales en un país que durante los meses finales de la I Guerra Mundial e inmediatamente posteriores a su finalización vivió convulsiones revolucionarias de gran intensidad.
La explicación de lo reducido de la oposición al nazismo quizás se encuentre en la dificultad objetiva que podía existir para identificar lo correcto en una sociedad dominada por la propaganda y un relato arrollador que había sabido penetrar en todos los ámbitos, desde el obrero e industrial hasta el académico o el ejército. En estas circunstancias resultaría probablemente difícil alejarse de la perspectiva común y atreverse a mirar la realidad con otros ojos. No tengo pruebas de esto y se limita a una intuición, pero imagino que lo realmente difícil en la Alemania de los años 30 y 40 del siglo XX era hacer el esfuerzo de distanciamiento que era preciso para percibir las incoherencias del relato oficial y asumir la necesidad de conseguir un cambio en un régimen que gozaba de una amplia aprobación entre la población en general.
Es por esto que lo que más destaco de quienes se opusieron al nazismo es esta capacidad de pensamiento propio, de análisis objetivo y de raciocinio. Seguramente era más difícil alcanzar la convicción de que se vivía en un régimen equivocado que, una vez, encontrada esta convicción, hallar el valor para actuar. Ciertamente el régimen era brutal, pero probablemente el temor a la cárcel, la tortura o la muerte era menos paralizador que el inicial de apartarse de los planteamientos comunes, los aparentemente asumidos por la generalidad de la población y transmitidos por los medios de comunicación, entonces ya poderosos, en forma de periódicos, radio o cine.
Seguramente hacemos poco por recordar aquellos hombres y mujeres que en momentos difíciles tuvieron la dignidad de oponerse a lo que todos indicaban que era lo correcto. Todos y cada uno de ellos merecerían un recuerdo muy especial, y aquí me ocuparé de un grupo que es, quizás, el más conocido de entre ellos, “La Rosa Blanca”. Este grupo estaba integrado por cinco estudiantes y un profesor, aparte de otros colaboradores, todos ellos de la Universidad de Múnich. Tras distribuir folletos y realizar pintadas por la ciudad, el jueves, 18 de febrero de 1943, Hans y Sophie Scholl, hermanos e integrantes del grupo, se dirigieron al edificio principal de la Universidad portando en una maleta 1700 copias de un panfleto antinazi. Aprovechando el momento en que estudiantes y profesores permanecían en el interior de las aulas durante la clase de la mañana, distribuyeron sus panfletos por el edificio. Jakob Schmid, bedel de la Universidad, les descubrió y detuvo. Tras ser interrogados por las autoridades académicas, éstas les entregaron a la Gestapo. El lunes, 22 de febrero, cuatro días después de haber sido detenidos, fueron juzgados por traición y condenados a muerte. Junto con ellos fue también condenado a muerte Christoph Probst, estudiante de Medicina detenido el sábado 20 de febrero por estar implicado en la redacción y distribución de los panfletos encontrados a los hermanos Scholl.
El mismo día 22, a las cinco de la tarde, en Stadelheim, la prisión de Múnich, los tres condenados fueron decapitados. Habían pasado poco más de cien horas desde el momento en el que Hans y Sophie habían sido descubiertos por Jakob Schmid en el hall del edificio principal de la Universidad. En los siguientes meses, otros tres miembros del grupo fueron condenados a muerte y ejecutados.
La historia de este grupo ha sido trasladada al cine varias veces y quizás de esta forma es más fácil que conectemos con este drama vivido hace setenta años. Me tropecé con la historia de “La Rosa Blanca” hace un tiempo y me impresionó profundamente. En tiempos difíciles sus protagonistas tuvieron lucidez para identificar al mal, incluso en contra del pensamiento dominante; inteligencia para combatirlo con la palabra; sabiduría para renunciar a la violencia: valor para enfrentarse al poder y entereza para asumir las consecuencias de sus actos.
Recordándolos a ellos recordemos también a aquellos que con igual lucidez, inteligencia, sabiduría, valor y entereza se enfrentaron y enfrentan a la injusticia; pero sin la fortuna de ver a sus enemigos derrotados.
Para mi la palabra “antifascista” se vincula a personas como los integrantes de “La Rosa Blanca”, que me merecen un enorme respeto y admiración.



En la foto se pueden ver, de izquierda a derecha, a Hans Scholl (22.09.1918-22.02-1943), Sophie Scholl (09.05.1921-22.02.1943) y Cristoph Probst (06.11.1919-22.02.1943).






Kurt Huber (24.10.1893-13-07-1943).















Will Graf (02.01.1918-12.10.1943









Dar la vida siempre es estremecedor. La más joven del grupo, Sophie Scholl, murió con 21 años. Si no hubiera sido ejecutada hace 73 ahora podría tener 95 años, seis más que el papa emérito Benedicto XVI, quien fue contemporáneo suyo y que también vivió la Alemania nazi siendo un adolescente. Podemos imaginar cuánto no vivieron estos jóvenes estudiantes y el profesor Huber como consecuencia de sus convicciones.
Recordémosles.



El sexto panfleto de la Rosa Blanca, el que fue difundido el 18 de febrero de 1943

Y su traducción al español:




sábado, 21 de mayo de 2016

Un "no" rotundo a la violencia y a la coacción

En la Universidad de Lleida se ha vivido otro episodio de violencia y coacción dirigido contra personas que no comparten los planteamientos de quienes se creen en el derecho de decidir quién participa en el espacio público y quién no.

Hace unas semanas una profesora de laUnivesidad de Lleida veía cómo sus clases eran interrumpidas por un grupo deautodenominados estudiantes que la increpaban con el grito de “fascista”. Por desgracia no es algo que nos sorprenda ya. En otras Universidades y en otros ámbitos hemos ya vivido esto: personas que deciden quién puede colocar una carpa en la vía pública y quién no, quién puede dar clase y quién no, qué actos son admisibles y cuáles no. Cuando alguien se aparta de su dictado el método para conseguir la efectiva expulsión del espacio público es el griterío, si es necesario con megáfonos incluidos, la coacción mediante la ocupación de aulas o seminarios con personas que impiden el normal desenvolvimiento de las actividades o la presencia física directa rodeando a la víctima.

Por desgracia, es una experiencia compartida. Ayer (el 17 de mayo) sufría acoso de nuevo la profesora Manso en la Universidad deLleida, hace unos meses un seminario sobre el TTIP en la UAB tuvo que ser suspendido porque un grupo de estudiantes consideraron que no debía celebrarse y ocuparon la sala en la que se desarrollaba. Tan solo hace unas semanas una carpa de SCC en la UAB fue atacada por intolerantes que deciden quién tiene derecho a hablar y quién no.

No podemos consentir que la violencia y la coacción se adueñen de nuestra sociedad. Debería causarnos escalofríos ser testigos de cómo por nuestros campus campean grupos que se creen en el derecho de decidir lo que hacemos y no podemos hacer. En una huelga reciente era estremecedor ver cómo los profesores entregaban correos electrónicos impresos a quienes guardaban las barricadas para que los encapuchados les dejaran ir a esa o aquella reunión justificada mediante el correo que mostraban.

¿Cuándo hemos decidido que nuestro espacio público es de quienes se agrupan, amenazan, chillan o insultan?

Hemos de reaccionar, porque la situación es grave, no solamente por la existencia cierta de coacciones y violencia, sino, sobre todo, porque esta violencia y coacciones no reciben más que una respuesta institucional que se mueve entre lo tibio y lo inexistente. En el caso de la UAB todavía estamos esperando una condena de la institución por la agresión que se relata más arriba y la sensación de tolerancia hacia los violentos parece que se va extendiendo. Véase como, se realizan entrevistas complacientes a antiguos terroristas en la televisión pública y la presidenta del Parlamento recibe a un antiguo integrante de ETA que ningún arrepentimiento ha mostrado por su utilización de la violencia.


Una sociedad que banaliza el terrorismo y asume como normal la coacción no es ya plenamente una sociedad democrática. Reaccionemos, y hagámoslo con convicción.




domingo, 15 de mayo de 2016

Ha nacido una estrella... otra vez

Hace mucho que no escribo sobre Fórmula 1, pero hoy es un día en el que toca hacerlo. El 18 de septiembre de 2008 redacté una entrada titulada "Ha nacido una estrella" con motivo de la primera victoria de Sebastian Vettel en un gran premio. Entonces decía que pasados muchos años, cuando Vettel hubiera ganado ya algún título mundial o estuviera retirado convertido en una leyenda del deporte, podríamos decir que habíamos sido testigos, aunque fuera por televisión, de su primera victoria. Hoy debo repetir discurso en relación a la victoria de Verstappen en el Gran Premio de España.
Decía entonces, y tengo que repetir ahora, que ganar una carrera de Fórmula 1 es muy difícil, mucho. Si tomamos esta temporada y las dos anteriores (2015 y 2014) veremos que tan solo han ganado alguna carrera aparte de Verstappen, Rosberg, Hamilton, Vettel y Ricciardo. Solo cinco vencedores en 43 carreras. Si añadimos la temporada 2013 y sus 19 carreras tan solo sumaremos otros dos nombres a esta lista de ganadores, los de Räikkönen y Alonso. Esto nos da idea de lo complicado que es conseguir ver en primer lugar la bandera a cuadros en una de las competiciones más selectas del mundo: El campeonato de Fórmula 1. ¡Cuántos pilotos excelentes habrán acabado su carrera deportiva sin haber ganado ni una sola carrera! Es claro que hacerlo es ya todo un logro. Pero es que en el caso de Verstappen se dan circunstancias que convierten el logro en excepcional.
En primer lugar su juventud. Es el piloto más joven en ganar un Gran Premio, con tan solo 18 años, quitándole el record precisamente a Vettel, que había conseguido su victoria del año 2008 con 21 años. Es impresionante esta precocidad y, probablemente será un record imposible de superar, puesto que tras la entrada de Verstappen en la Fórmula 1, cuando tan solo tenía 17 años, se introdujo una regla que fija los 18 años como edad mínima para pilotar un Fórmula 1. De esta forma la única posibilidad de que el record que ha obtenido le sea arrebatado es que un piloto gane un gran premio en su primera temporada en la Fórmula 1 y, además, que haya iniciado esa temporada con tan solo 18 años.
Lo más destacado de la victoria de Verstappen, sin embargo, es que la ha conseguido en su primera carrera con su nuevo equipo, Red Bull, habiéndose producido su incorporación, además, con la temporada ya iniciada, sin haber tenido la posibilidad de aclimatarse al coche durante la pretemporada. Esto es realmente impresionante.
Los coches de Fórmula 1 no son como los coches de calle, evidentemente. Por una parte su manejo varía de uno a otro, pues cada volante es diferente y las operaciones que el piloto tiene que hacer no se realizan de la misma manera en uno y otro coche. Es cierto que Red Bull y el equipo del que procede Verstappen, Toro Rosso, están integrados y, por tanto, algún conocimiento podría tener el piloto antes de su cambio de garaje acerca de las particularidades del Red Bull; pero este conocimiento no le habría permitido tener la familiaridad de la que goza el resto de la parrilla al haber podido entrenar durante meses en el simulador de su vehículo. Además, hemos de tener en cuenta que el piloto no tuvo tampoco la posibilidad de probar el coche antes del inicio del Gran Premio. En la Fórmula 1 no está permitido que los coches rueden fuera de los Grandes Premios más que en los reducidos entrenamientos que se producen, fundamentalmente, antes del inicio de la temporada. Esta limitación en los entrenamientos dificulta la evolución de los coches, pero, además, en un caso como el de Verstappen, le obliga a abordar la calificación y la carrera con tan solo la preparación que le ofrecen las tres tandas de entrenamientos libres. Es decir, antes de la calificación Verstappen había dado tan solo 70 vueltas completas con el coche que debería luego conducir en calificación y en carrera.
Que hubiera conseguido la victoria es extraordinario teniendo en cuenta lo anterior. Evidentemente, hay circunstancias que le han ayudado, en concreto, la estrategia seguida respecto a él por el equipo ya que la opción de dos paradas se demostró al final preferible a la teóricamente superior de tres. Los dos "segundos pilotos" de Red Bull y Ferrari a los que se adjudicó dicha estrategia (Verstappen y Räikkönen) acabaron al final favorecidos por ella frente a los teóricamente primeros pilotos (Ricciardo y Vettel), que siguieron una estrategia de tres paradas. Evidentemente el choque entre los dos Mercedes (¿qué le pasa a Hamilton?) también le vino de perlas al joven holandés; pero todo esto se olvidará, igual que se ha olvidado el error en la elección de neumáticos en calificación de Hamilton en Monza 2008 que propició que saliera retrasado lo que favoreció el triunfo de Vettel, porque lo único que cuenta es que un jovencillo de 18 años ha ganado su primera carrera de Fórmula 1 tras haber cambiado de equipo tan solo quince días antes y demostrando una madurez impropia de quien es todavía un adolescente.
Ha nacido una estrella, sin duda. Veremos si tiene un futuro tan brillante como el de Vettel. Veremos, en cualquier caso tiene muchos, muchos años por delante para hacernos disfrutar.


jueves, 5 de mayo de 2016

Lo normal




Lo normal es que si plantas una carpa informativa para explicar la conveniencia de que los catalanes sigamos siendo españoles y ciudadanos europeos, aparezcan unos cuantos violentos para intimidar y coaccionar, acaben sacando unas navajas, arrancando la bandera española que luce en una esquina de la carpa y la destrocen delante de tus narices a la vez que llaman a sus amigos para boicotear tu mensaje.



Lo normal es que, habiendo pasado lo anterior en un campus universitario y en el marco de un acto organizado por la propia Universidad, ésta se niegue en redondo a mostrar la más mínima muestra de solidaridad con los agredidos, no vaya a ser que se piense que condenan las actitudes violentas e intolerantes de los navajeros y acosadores. Lo normal es que si se vuelve a colocar la carpa informativa unos días después a escasos metros de donde se produjo la primera agresión unos y otros te miren como diciendo "pero ¿por qué montas estos follones? ¡con lo fácil que es dejar hacer a los violentos y que estos te dejen en paz!". Evidentemente, esto es lo normal: dejar hacer y no meterse en líos.


Lo normal es que delante de los guardias de seguridad los mismos violentos de antes se dediquen a decorar las paredes de los edificios con dibujos y pintadas "revolucionarios". Por supuesto, ni se te ocurra plantear que lo que hacen, en tanto en cuanto supone estropear bienes públicos, podría ser delito. Como digo, lo normal es que los violentos hagan lo que les da la gana y que si tú les molestas te agredan para expulsarte de ese espacio público que con tan poco esfuerzo han conquistado y del que no están dispuestos a irse.




Lo normal es que estos mismos individuos, cuando deciden que no se ha de hacer clase, coloquen barricadas por el campus para convertirlo en remedo de un campo de batalla. Eso es tan normal que me he encontrado con profesores que cuando han de ir a uno u otro sitio en medio de tan singular "ocupación" no tienen inconveniente en mostrar a los encapuchados que guardan los controles y barricadas los correos electrónicos en los que se les cita para esta u otra reunión. Con suerte estos encapuchados, tras comprobar los datos, dejarán pasar al profesor que les premiará con una sonrisa: "Estos chicos -pensará- en el fondo no son tan malos".


¡Por supuesto! No son tan malos, cuando ajustas tu comportamiento al que ellos desean todo es fluido. Para no tener problemas basta con tolerar sus pintadas y sus barricadas, además de hacer la vista gorda cuando coaccionan, boicotean o agreden a quienes piensan diferente. Bueno, en esto último exagero. Está asumido que, si quieres, puedes pensar diferente; pero eso sí, cuando ese pensamiento no se ajuste a los límites del nacionalismo guárdate mucho de expresar públicamente lo que piensas. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Mientras tus ideas sean solamente tuyas o te limites a compartirlas en torno a un café no habrá problema. Si vas más allá, si pretendes que tú también tienes derecho a expresar lo que piensas te encontrarás con alguien que te recuerde que eso que quieres hacer no es normal y que, por tanto, cualquier cosa que te pase será, por supuesto, responsabilidad tuya, no de aquellos que te insulten, boicoteen o agredan.
Esto es lo normal, y lo peor es que muchos parecen asumir que, efectivamente, lo normal pasa porque solamente unos tengan la palabra y porque quienes piensan "diferente" se vean amordazados. Muchos parecen estar de acuerdo en expulsar del debate público a quienes tienen ideas que no se ajustan a los mantras nacionalistas y en dar por buenos los intentos de colocar a quienes no piensan así en eso que se llama "extrema derecha" o, más habitualmente, "fascistas"; esa palabra comodín que sirve para insultar a todo aquel que se opone a estos violentos que con tanta habilidad han ocupado paredes y plazas, megáfonos y pancartas.



Pues bien, yo digo y seguiré diciendo que todo esto no es normal, que lo normal es que todos puedan utilizar la palabra y exponer sus ideas, que nadie tiene que ser boicoteado o agredido, que la libertad de expresión es básica y que las instituciones han de apoyar a los agredidos y no a los agresores. Quiero creer que somos muchos los que pensamos así y que más pronto que tarde los que no se atreven a levantar la voz y afirmar con serenidad y firmeza que la violencia no puede prevalecer, darán el paso de exigir que lo normal sea la convivencia y que la violencia y el odio queden desterrados al baúl de los malos recuerdos.
Entonces nos daremos cuenta de que casi nada de lo que está pasando en Cataluña en los últimos años es normal y lo cerca que hemos estado de perder la democracia que tanto costó recuperar. Porque cuando se ve normal el acoso, la violencia y el silencio ante las agresiones es que ya hemos comenzado a abandonar la senda de la libertad.