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martes, 20 de agosto de 2019

Rabia y odio

No es una anécdota.
Ante los exabruptos que algunos sueltan en twitter tendemos a pensar que se trata de personajes estrambóticos que no reflejan más que sus propias carencias; pero creo que esta manera de enfrentarse al tema no es correcta.
Hace poco, a raíz de un comentario mío acerca de lo desproporcionado del gasto público en TV3 (1500 millones en cinco años, lo suficiente como para contratar 8000 maestros, o 6000 médicos o para rebajar en 1000 euros las tasas universitarias a cada estudiante de las Universidades públicas catalanas (y esto último dedicando a ello tan solo la mitad de eso 1500 millones de euros), un usuario de twitter me dedicó una serie de comentarios bastante significativos.
El primero indicaba que me fuera "a mi querido país" y que ya me pagaba él el billete de ida, pero sin vuelta, claro.


Y cuando le respondí que quién se creía él para decidir quién se iba y quién se quedaba me contestó que me fuera a Oviedo, añadiendo que yo era un "facha de mierda" y que dejara de decir mentiras.


No contento con este exabrupto aún insistió en pagarme el billete para irme, que había visto lo que decía de Cataluña y de los catalanes, que era asqueroso lo que decía, que si escupía para arriba ya vería dónde me caería y acababa recriminándome que hablara mal de la tierra que me da de comer.


Lo que parecen una serie de exabruptos sin más, sin embargo resultan, como adelantaba, bastante significativos.
En primer lugar, el individuo en cuestión se identifica de tal manera con lo que él entiende que es Cataluña que asume que quienes no comparten sus propios planteamientos no solamente es que no son catalanes, sino que, además, han de irse porque hablan mal de Cataluña y de los catalanes. Todo había comenzado por mi crítica al gasto público en TV3, lo que en circunstancias normales podría ser un tema de debate entre ciudadanos; pero que aquí no podía ser tal desde la mentalidad de mi interlocutor (admitamos esta licencia poética para referirnos a él) puesto que yo no tenía derecho a inmiscuirme en ese asunto o, por mejor decir, no podía más que asentir a lo que los nacionalistas como este interlocutor mantuvieran. Cualquier discrepancia es considerada ilegítima y lleva como sanción la expulsión, el destierro.
Es, como digo, significativo, porque ésta es una de las claves del nacionalismo: identificar Cataluña con los planteamientos nacionalistas y negar la condición de catalanes a quien discrepe de ellos. Quienes mantienen esta discrepancia o son colonos o son traidores. Es por esto que resulta tan importante insistir en que Cataluña no son solamente los nacionalistas; y esto explica también que en todas las ocasiones en que se identifica a Cataluña con los nacionalistas quienes no lo somos sintamos esta perversa confusión como un insulto personal.
Negar la condición de ciudadanía a alguien como yo, que soy ciudadano catalán tan pleno como cualquier otro (y si no, consúltese el artículo 7 del Estatuto de Autonomía de Cataluña) supone sustituir una visión democrática y moderna de ciudadanía por una basada en unas pretendidas esencias étnicas, lingüísticas o ideológicas que, es obvio, nos remiten a sistemas autoritarios cuando no directamente fascistas. La mera pretensión de tener capacidad para decidir quién se queda o quién se va de un determinado territorio como si ese territorio fuera de su propiedad (en el sentido de propiedad que tiene en el derecho civil) es síntoma de una profunda patología moral y política que confunde la relación que tienen las personas con las organizaciones políticas en la actualidad con la que era propia de regímenes feudales o similares.
Y, como digo, esto no es una simple extravagancia de mi interlocutor. La creencia de que los nacionalistas pueden decidir quién es digno de quedarse en este territorio y quién ha de irse ha sido manifestada por personas que han ejercido responsabilidades públicas muy relevantes en Cataluña.


Podría poner más ejemplos y quien esté interesado puede localizarlos fácilmente en Internet; porque, como digo, no es una extravagancia, sino que está insito en las características nucleares del nacionalismo; entre las que se encuentra también un supremacismo que puede apreciarse fácilmente en el tweet que se reproduce en el artículo de Crónica Global que acabo de compartir; en el que el no pertenecer -en la visión de De Gispert o de mi interlocutor- a la "Cataluña verdadera" va acompañado de falta de cultura (la referencia a las revistas del corazón) o de conocimientos. Esta es una perspectiva de la que se pueden encontrar ejemplos nada sutiles


Pero también algo más disimulados en columnistas prestigiosos y que muchos tienen por moderados


Fijémonos en el último párrafo: "Una enorme bolsa interna catalana, formada en su mayoría por castellanohablantes (entre los que abundan los parados y los que han abandonado los estudios), parece tener su propio código de señales: entusiasmo por la Roja, cultura Telecinco, fricciones con la nueva inmigración". Es, de nuevo, claramente ese supremacismo de "los de aquí" frente a los "castellanohablantes".
Es esto a lo que nos enfrentamos. A personas que nunca reconocerán que nuestros derechos en Cataluña son exactamente iguales a los suyos. Exactamente iguales.
Personas que querrían echarnos porque para ellos somos intrusos en su patria pura. Personas que no pierden ocasión de mostrarnos su rabia y su odio, que quisieran hacernos desaparecer.
Pues no, nos quedaremos.

Quedarse.
quedarse sin esperanza,
sin que nadie aún sepa
qué puertas cerrarán,
Quedarse sin saber
qué pasará,
quién prevalecerá,
cuántas humillaciones aún nos quedan,
cuántas derrotas acaecerán,
cuánta rabia vendrá.
Quedarse sin arrogancia,
con cierta tranquilidad,
soñando en la distancia
con la justicia y la paz,
Quedarse.
Quedarse convencido,
consciente.
Quedarse como tantos
que no se irán.
Quedarse porque éste es el lugar
al que la vida nos trajo,
donde ellos nacieron,
donde está nuestro hogar.
Quedarse por los que llegaron,
por aquellos que en su día vinieron,
por quienes aquí murieron.
Quedarse también por los que se marchan,
por quienes todo lo dieron,
los cansados que gritan ¡basta ya!
los que no lo entienden... ni entenderán.
Quedarse...
nada más.

¿Quién nos ayudará? ¿Lo harás tú?

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