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lunes, 9 de octubre de 2023

La ignominia

Las declaraciones de Illa tras la manifestación de ayer, 8 de octubre, son muy significativas. Es minuto y medio; pero ahí está todo.



En primer lugar, como no podía ser menos, está la mentira. Es difícil que en tan poco tiempo se puedan incluir tantas cosas que no se ajustan a la verdad.

 

1. LA PRIMERA. Se refiere a la manifestación sin mencionar a quien la convocaba, una asociación cívica, Societat Civil Catalana, que él conoce bien, porque estuvo aguantando la pancarta en la manifestación convocada por esta asociación el 8 de octubre de 2017. Illa, sin embargo, no se refiere a ella y se queda en "la derecha" y "la ultraderecha", Feijóo y Abascal; como si fueran estos los convocantes y obviando, por ejemplo, que uno de los dos oradores invitados a intervenir (además del vicepresidente de SCC, Àlex Ramos -por cierto, militante del PSC, desconozco si lo sigue siendo; pero, desde luego, lo era cuando tenía más trato con él, hace unos pocos años-; y de su presidenta, Elda Mata) fuera Francisco Vázquez, socialista, y no de base, sino una figura relevante en el partido "hermano" (ahora ya, hermano pequeño) del PSC, el PSOE. Desde la tribuna también intervino Teresa Freixes, activista antifranquista, discípula de Jordi Solé Tura (seguro que el nombre le suena a Illa) y que no sé si, según el líder del PSC, tendrá que ser calificada de derecha o de extrema derecha; en vez de lo que realmente es: Catedrática de Derecho Constitucional, Catedrática Jean Monnet, europeísta y reconocida como "mujer europea en el año 2004".

 

2. LA SEGUNDA. Illa se refiere a la manifestación como si ésta tuviera por lema el "España se rompe", cuando lo que convocaba a los manifestantes era, ante todo, el rechazo a una posible ley de amnistía que reescribiera lo que sucedió en el año 2017. Los gritos que se coreaban eran, entre otros:

 

- No a la amnistía.

- Amnistía es impunidad.

- No todo vale para gobernar

 

Y si hubiera escuchado el discurso de su compañero Franciso Vázquez hubiera visto que lo que se reivindicaba era la concordia que había surgido de la Constitución y que resultaba incompatible con legitimar a quienes intentaron derogarla y deslegitimar a quienes se opusieron a esa derogación.

No, la manifestación no iba de "España se rompe", iba de lo que Francisco Vázques llamó "perjurio ideológico", que es el que se produce cuando los socialistas dejan el lado de los constitucionalistas para unirse al de los rupturistas.

No, señor Illa, no iba la manifestación de "España se rompe", sino de "hacer Venezuela en España", como resumió el antiguo alcalde de La Coruña, Francisco Vázquez, en su intervención.


3. LA TERCERA. Acusa a los manifestantes (en interesada confusión con Feijóo y Abascal, el PP y Vox, que eran asistentes a la manifestación, no convocantes de la misma) de "ir siempre a la contra", de ser incapaces de construir nada y de ir siempre destruyendo.

¿Se ha leído la convocatoria? ¿Ha escuchado las intervenciones? Ciertamente, si por ir a la contra entendemos apartarse de los dictados que en cada momento ordene Pedro Sánchez, pues entonces habrá que decir que la manifestación encaja en ese planteamiento. Por cierto, como todas las manifestaciones, que se hacen para protestar por algo o pedir algo; pero los que estábamos ayer en el Paseo de Gracia lo hacíamos no por destruir, sino por conservar. Por conservar el marco de convivencia que nos dimos en 1978 y que algunos de los que allí estaban (entre ellos, los oradores invitados) habían contribuido a construir.

Pero es que, además, el lema de la manifestación de ayer podría ser suscrito al 100% por el mismo Illa... de hace cuatro meses, cuando antes de las elecciones el PSC/PSOE sostenía justamente el lema de SCC para el 8 de octubre: ni la amnistía ni un referéndum de autodeterminación caben en la Constitución.

En un tweet se han recogido varias declaraciones de dirigentes socialistas (incluido Illa) en esta línea. No me he parado a contrastarlas; pero no tengo elementos para pensar que no se ajustan a la realidad, porque mi recuerdo personal es el de un rechazo claro de la amnistía y de un referéndum de autodeterminación, por parte de los socialistas hasta hace no mucho.



Defender lo que defendía el mismo Illa hace unas semanas es ir a la contra y sembrar el miedo. Es difícil encontrar un ejemplo más perfecto de cinismo.

Pero lo más preocupante no es la mentira; sino lo que hay tras ella.

Fijémonos en que Illa hace un canto al entendimiento y a la convivencia... a la vez que carga contra las decenas de miles (300.000, según SCC, 50.000 según la Guardia Urbana; seguro que más de medio millón según la ANC si fuera una manifestación independentista) que ayer se manifestaron en Barcelona. ¿Es que el entendimiento, el diálogo y la búsqueda de la convivencia no alcanza a quienes discrepan de la alianza nacionalsocialista (o socialnacionalista, no busquen intenciones ocultas en lo que es simplemente unir en la palabra lo que ya está firmemente unido en los pactos electorales y en las instituciones)?
Parece que no, que los que discrepamos no merecemos esa consideración que en otras ocasiones, desde la izquierda, se ha prodigado hacia "la calle", "la gente" o los manifestantes. ¿Para quién queda eso tan socorrido de que es necesario escuchar a todos y ver las razones de unos y de otros, que tantas veces he oído cuando unos pocos centenares de personas toman una bandera que, por lo que sea, interesa a la izquierda? Obviamente, solo para los afines; porque, al fin y al cabo, la amnistía también va de eso, de aplicar la ley con diferente rasero a unos y a otros. Para los unos, amnistía como premio al delito; para los otros ya no el silencio, sino el insulto como castigo a su oposición al delincuente.

Además, es de una coherencia estremecedora. La hostilidad y el desprecio de Illa se corresponde con lo que implica aquello por lo que protestamos ayer -y por lo que seguiremos protestando-, ya que la amnistía, como se ha repetido, supone legitimar a quienes intentaron derogar la Constitución en Cataluña en 2017 y, a la vez, deslegitima la reacción frente a ese intento de derogación. Hoy mismo, un diputado nacionalista del Parlamento de Cataluña nos recordaba que la amnistía implica pedir perdón. Es decir, nuestros país ha de inclinar la cabeza ante quienes hace seis años quisieron destruirlo.


Y ese pedir perdón, obviamente, deslegitima a quienes entonces mostraron su oposición al golpe contra las instituciones. El propio Illa, que acudió a la manifestación convocada por SCC el 8 de octubre de 2017 estará entre aquellos que deberían, si es coherente con lo que plantea su partido, explicar por qué entonces se opuso a lo que ahora se reconoce como justo. El discurso de Illa de ayer se inserta, como adelantaba, en esa línea de deslegitimación de la reacción al 1-O que se acabará escribiendo en piedra en una ley de amnistía.

Así pues, ese minuto y pico de Illa nos da mucha información. Nos habla con claridad de que la amnistía se inserta en una línea de actuación que tiende a excluir de pactos o acuerdos a la mitad de los españoles; mientras el partido socialista busca acomodar a sus votantes con los de los partidos nacionalistas; de tal manera que el futuro de España estará marcado por los acuerdos entre ellos dando la espalda a lo que planteen (planteemos) quienes no queremos sumarnos a esa alianza.
Aparte de lo anterior, hay otro elemento significativo. Cuando, tras despreciar la manifestación de ayer, nos habla de la convivencia, según él la entiende, va desgranando los nombres de varias Comunidades Autónomas. España somos todos, dice Illa; los que vivimos en Cataluña, los que viven en Andalucía, en el País Vasco...
Me llama la atención porque no habla -como había hecho Francisco Vázque en la manifestación de SCC, de izquierdas y derechas, de Maura y Azaña; sino que habla de territorios. Y esto, como digo, es muy significativo.
Un elemento claro en la alianza socialnacionalista es la apuesta por la confederación de España. Hace unos años, cuando se debatía sobre la presencia del castellano en las aulas catalanas, una ministra del gobierno de Sánchez (no recuerdo si fue Montero o Calvo) dijo algo así como que cada uno debería poder expresarse en las condiciones que establezca su territorio. Aquí "su territorio" es la Comunidad Autónoma, a la que se convierte en marco de referencia para algo tan básico como los límites a la libertad de expresión. La idea sería que España mutara de ser una nación de ciudadanos a convertirse en una confederación de Comunidades Autónomas, en las que el gobierno central debería asumir unas competencias mínimas, que, en su mayoría, deberían ejercerse de acuerdo con las Comunidades Autónomas.
Este planteamiento, a su vez, lleva a que la diversidad dentro de cada Comunidad Autónoma deje de ser relevante. Cataluña sería nacionalista y los nacionalistas deberían poder hacer y deshacer a su gusto; tal y como está sucediendo ahora, llevando a quienes no se adecuan a esa etiqueta (nacionalista y, quizás, podríamos añadir "nacionalista o amigo de los nacionalistas") a la parte oscura de la sociedad. A partir de aquí, resultaría que todo se reduciría a una serie de negociaciones entre Comunidades Autónomas o de las Comunidades Autónomas con el Estado; pero los ciudadanos, en términos generales, tendrían una interrelación directa con su Comunidad Autónoma, y tan solo mediata o indirecta con el conjunto de España.
En ese marco tiene sentido la afirmación de Illa de que España son los que viven en Cataluña, los que viven en Andalucía o los que viven en Galicia. El mensaje es que España no sería más que la suma de las particularidades de cada Comunidad Autónoma. Como digo, es un proceso que es fácil percibir en los últimos años y que podríamos llamar de confederalización de España.
Es un proyecto que a muchos, que vemos el afán uniformador de la Generalitat en Cataluña, nos pone los pelos de punta; porque abandonados por el Estado y en manos de los nacionalistas ya sabemos qué futuro nos espera: una Cataluña cada vez más nacionalista, cada vez más cerrada, cada vez más centrada en el proyecto de ingeniería social que pretende convertir una región extraordinariamente diversa en un territorio férreamente uniformado por el nacionalismo, utilizando para ello la lengua como marcador y termómetro de la "catalanización" de Cataluña.
No sé si lo que acaba de explicar le conviene al PSOE, que puede quedar condenado en varias Comunidades Autónomas a ser permanentemente "el otro"; aunque con la ventaja de que será difícil que en las Comunidades que no estén gobernadas por nacionalistas se de el nivel de sectarismo y exclusión que se vive en éstas. 
Sean cuales sean las ventajas o desventajas que tiene este proyecto confederalizador para el PSOE, sí que somos conscientes de las que implica para el conjunto de España y para los ciudadanos que no compartan ese planteamiento. Para España implica el debilitamiento de su proyecto común y el incremento del riesgo de secesión. Las confederaciones (de facto o de iure) son naturalmente inestables y el dotar de mayores medios y competencias a quienes hacen explícito que quieren usarlas para destruir al Estado; a la vez que éste se repliega de las Comunidades Autónomas es un cóctel explosivo; pero no insistiré aquí en ello porque el tema que nos unía ayer no era éste; sino, como he intentado señalar, el rechazo a lo que sería la legitimación del golpe de Estado y la deslegitimación de quienes se intentaron oponer a ello.
El PSC/PSOE ha elegido bando. La dura reacción de Illa ayer deja poco lugar para la duda; el constitucionalismo es hoy mucho más pequeño sin ese partido; aunque espero que siempre pueda contar con aquellos socialistas que estén dispuestos a dar un paso adelante para no incurrir en el perjurio ideológico del que hablaba ayer Francisco Vázquez.
Por desgracia, los que no den ese paso y decidan quedarse en el bando rupturista, mancillarán su nombre y su historia, tal como decía ayer el que fuera alcalde de La Coruña. Y lo harán por tomar parte en la ignominia, que es el nombre que otra socialista, ayer mismo, le daba a la amnistía en un cariñoso mensaje de apoyo que me transmitía privadamente, que le agradezco y que tomo prestado para dar título a esta entrada.
Illa no será uno de los que vuelvan al constitucionalismo. Ayer nos lo dejó meridianamente claro.
Todos debemos ser igualmente claros.

sábado, 7 de octubre de 2023

Lo que vale cada uno de nosotros

Hace ya bastantes años leía una entrevista a Juan Luis Arsuaga en la que éste explicaba que quizás la característica más llamativa de nuestra especie en relación a otros homínidos era nuestra capacidad simbólica. En un momento dado, basta izar una tela de un color determinado para que decenas, centenares o miles de personas se identifiquen con cierto grupo o con un propósito determinado. Creo recordar que añadía que, visto desde afuera, podría considerarse un rasgo patológico; pero que tenía también enormes ventajas evolutivas. A continuación explicaba que quizás nosotros no éramos más inteligentes que los neandertales; pero que teníamos la ventaja frente a ellos de que podíamos formar grupos más grandes a partir, precisamente, de esa capacidad simbólica.
La observación me sorprendió; pero inmediatamente me hizo comprender muchas cosas. Poco después de haberla leído, alguien en redes sociales comentaba que le había pasado una cosa curiosa. Quien comentaba era de Madrid, una persona a la que no le gusta el fútbol, racional y de los que buscan distancia con los sentimientos "primarios". Explicaba que la tele estaba encendida en su casa y que estaban viendo un partido europeo del Getafe. Al pasar no pudo evitar detenerse y al cabo de pocos minutos ya estaba animando al Getafe, lamentándose de una ocasión perdida y achuchando para que marcaran un gol. Como digo, en redes lo comentaba preocupado.
Yo le dije que no había por qué preocuparse. Simplemente, era un "homo sapiens" normal; esto es, con una acendrada capacidad de vincularse a un grupo a través de símbolos simples (una equipación deportiva, un himno; a veces, tan solo un color).
Desde luego, lo anterior no es nada racional; pero obviar que somos así no conduce a ningún lado. Por eso insisto siempre en que los símbolos importan, e importan mucho; y en que hay que desconfiar de quienes nieguen lo anterior porque, como digo, eso es tanto como negar nuestra propia naturaleza.
Aparte de lo anterior, esa capacidad de vinculación simbólica ha sido clave para nuestro desarrollo como especie; que muchas veces se basa en unir el esfuerzo de muchos para un propósito común. Parece ser que esto está ahí desde antes del Neolítico, como prueban las enormes construcciones paleolíticas en lugares como Göbekli Tepe, de más de 11.000 años de antigüedad.


Nada de lo que nos rodea (sociedad, servicios sociales, cultura...) existiría sin esa capacidad de los individuos de sumarse a un grupo o a un proyecto en el que, forzosamente, su aportación será pequeña en comparación con el conjunto; pero, a la vez, imprescindible.

Esto último ha de ser destacado. En la mayoría de las empresas cada uno de los que participan podría pensar que lo que el añade es insignificante; y, sin embargo, aún así, sigue empujando. En ocasiones, se aprecia una desproporción enorme entre el riesgo individual que se asume y lo que cada persona aporta al proyecto común. Piénsese, por ejemplo, en una carga de infantería. Una línea que puede ser de miles de personas. Cada una de ellas arriesga su vida y, sin embargo, sabe que lo que él aporta a la carga es menos de un 0,1% del empuje total. Y aún así, sigue. Muchos seguirán porque temen las consecuencias de abandonar; pero otros, sin duda, lo hacen porque creen que es su deber o, incluso, porque es más la satisfacción de defender aquello que creen que es justo o necesario que el riesgo que asumen personalmente. Los dos libros sobre la Primera Guerra Mundial de Ernst Jünger y Gabriel Chevallier lo ilustran perfectamente.



El anterior es, desde luego, un ejemplo extremo; pero en la vida diaria nos encontramos con casos en los que se nos exige un pequeño sacrificio para un fin que entendemos como valioso. Un pequeño sacrificio que, sin embargo, entendemos que puede ser evitado con el argumento de que lo que nosotros aportamos nada (o casi nada) añade al resultado final.
Cuando hacemos lo anterior no razonamos como homo sapiens, sino -si se me permite la expresión- como neandertales; porque ese exceso de razón es más propio de nuestros primos extintos que de nosotros. Como he dicho, lo que nos caracteriza es la capacidad de hacer cosas que no serían consideradas como racionales desde una perspectiva individual, pero que sí lo son desde un punto de vista colectivo.

Mañana tendremos otra ocasión de mostrarlo. Una mañana de domingo que se podría dedicar a muchas cosas; pero que muchos emplearemos en un propósito colectivo: manifestarnos para mostrar nuestro rechazo a la entrega del Estado de Derecho, de la justicia, de la igualdad y de la democracia a los nacionalistas. A manifestarnos para intentar construir una oposición sólida, en la sociedad y en la política, a la deriva antidemocrática en la que estamos entrando.

Habrá quien, estando de acuerdo con lo que se pide en la manifestación, piense que su ausencia no hará cambiar el resultado final.

Sí que lo cambiará, porque todos somos necesarios y todos sumamos. Yo, desde luego, estaré a las 11:00 en el punto de encuentro de Impulso Ciudadano, en el Paseo de Gracia, a la altura de la calle Rosellón. Espero encontrar allí a muchos amigos que, codo con codo, todos juntos hagamos ese recorrido Paseo de Gracia hacia el mar.