El día 11 de noviembre de 1918, a las once de la mañana, concluyó la Primera Guerra Mundial. A esa hora entró en vigor el armisticio firmado seis horas por los representantes de las países beligerantes. En el tiempo que siguió a la firma del acuerdo y hasta que llegaron las once todavía se encontró ocasión de matar. El día 11 de noviembre de 1918 aún hubo más de dos mil muertos; algunos de ellos pocos segundos antes de que comenzara el armisticio y uno, incluso, más allá de esas once horas. Nada extraordinario para una guerra en la que murieron casi diez millones de soldados (más de seis mil muertos diarios de media durante los cuatro años y pico de contienda, 263 cada una de las horas que duró la guerra; o lo que es lo mismo, un muerto cada diez segundos), a los que aún habría que añadir las víctimas civiles directas o indirectas que fácilmente doblarían esa cifra y un número aún mayor de mutilados o incapacitados permanentemente o con graves heridas. En fin, una matanza en toda regla.
Es curioso ver cómo somos capaces de hacernos un enorme daño a nosotros mismos. A veces pienso que cada uno de nosotros como individuo posee la suficiente razón como para desenvolverse razonablemente en el mundo; pero como especie, como grupo, carecemos de la inteligencia suficiente para garantizar nuestra propia supervivencia. Entre nosotras, las personas, encontramos sabias y santas, a la vez que algunas personas radicalmente malas y unas pocas tontas; pero como grupo somos más bien un niño de tres años que obra por impulsos inmediatos y con nula capacidad de cálculo a medio plazo. Acontecimientos como la Primera Guerra Mundial y como la crisis que vivimos actualmente (y que se mantiene tan solo por la incapacidad de adoptar acuerdos que beneficiarían al conjunto de las personas, pero podrían causar perjuicios singulares precisamente a quienes tienen que adoptarlos) muestran que caminamos por la historia golpeándonos contra las paredes de nuestro encierro. En conjunto la humanidad avanza porque perder unos miles o millones de individuos no afecta a la especie; pero no somos ni la cuarta parte de lo que podríamos llegar a ser si como especie tuviéramos la mitad de la inteligencia que tenemos como individuos.
Sea como fuera es hoy un día en el que se puede recordar aquella tremenda carnicería y para ello recomiendo dos libros. Son muchos los que se han escrito sobre esa Guerra, y la elección que hago no se basa ni en que sean los mejores ni los más significativos; pero son de los que más me han gustado y tienen la ventaja de que uno está escrito por un francés y el otro por un alemán, ambos soldados en la Primera Guerra Mundial y que cuentan de primera mano sus experiencias en las trincheras. Además la perspectiva que adoptan los dos autores es radicalmente diferente. Se trata de "Tempestades de Acero", de Ernst Jünger y de "El miedo", escrito por Gabriel Chevallier.
Ambos autores combatieron en la misma guerra, pero su actitud ante la misma varía sensiblemente. Jünger disfruta en la guerra, es obvio que para él fue una experiencia que le gratificó. Chevallier, en cambio, la sufre como una incomodidad frustrante. Los momentos previos al ataque son vividos por Jünger con exaltación, asumiendo su propia muerte como una posibilidad que no haría más que modificar ligeramente el grandioso espectáculo en el que participa; Chevallier, en cambio, sufre el temor que da título al libro y que hace que cada paso que dé sea consecuencia de un acendrado sentido del deber.
A mi me parece que en el fondo Chevallier y Jünger no son tan diferentes. Sin decirlo claramente en el relato de Chevallier se percibe la tremenda frustración que para él fue no haber sido seleccionado para ser oficial. Probablemente de haberse convertido en teniente (al igual que lo era Jünger) Chevallier hubiera escrito un libro parecido al de su colega alemán. Quizás a nosotros nos parezca absurda tal cosa ahora, noventa y ocho años después del inicio de la Guerra y justamente a los noventa y cuatro años de su finalización; pero invito a leer ambas obras y a comprobar si es o no acertada mi intuición.
1 comentario:
Muy interesante todo lo que cuentas. Tomo nota de los libros que recomiendas.
Saludos.
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