jueves, 3 de agosto de 2023

Las lenguas en el Congreso

En los últimos días se ha comenzado a debatir la posibilidad de que en el Congreso de los diputados puedan utilizarse lenguas españolas diferentes del castellano. Puigdemont lo ha planteado como primera exigencia en su negociación con el PSOE


Y hay que recordar que ya estaba en el programa de ERC.


Como puede comprobarse, la propuesta de ERC es que las lenguas de uso y de trabajo del Congreso de los Diputados sean -se supone que junto con el castellano- el catalán, el vasco, el gallego, el aragonés, el asturleonés, el occitano (aranés), así como las lenguas de signos de cada una de estas lenguas.

La propuesta, además, ha sido bien acogida por Yolanda Díaz con el argumento de que España "es un país de países".


El planteamiento es interesante y significativo.

Hasta ahora, como es sabido, en el Congreso de los Diputados tan solo se permite el uso del castellano. No así en el Senado, donde es posible emplear también otras lenguas oficiales españolas (arts. 11 bis, 20.3, 56 bis. 9, 84, 191 y Disposición Adicional Quinta del Reglamento del Senado). Al no estar permitido el uso de una lengua diferente del español en el Congreso, si algún interviniente se mantiene en el uso de un idioma distinto, quien preside la reunión (pleno, comisiones o cualesquiera otras) podrá retirarle el uso de la palabra.

A mí nunca me ha gustado que se imponga una lengua o que se retire el uso de la palabra por usar una u otra lengua. Me produce un rechazo casi visceral. Si por mí fuera no se prohibiría que nadie utilizara la lengua que tuviera por conveniente en el Congreso... o en cualquier otro lugar. Otra cosa es, como veremos inmediatamente, que haya que poner medios de traducción o de interpretación. Aquí ya adelanto que mi respuesta es negativa. Uno ha de tener libertad para elegir la lengua que utiliza, pero también es él quien tiene que decidir cuál es la que mejor responde al propósito que busca. Y si este propósito es la comunicación, deberá optar por aquella que lo facilite en mayor medida. Por supuesto, si su propósito es otro, la elección también será diferente.

Otro dato que hemos de tener en cuenta es que aproximadamente 2 de cada diez españoles no tienen el castellano como lengua materna. Por supuesto, esto no los convierte en menos españoles. A veces se tiene la impresión de que algunos asumen que solamente es plenamente español un determinado perfil de ciudadano. Esto ha de ser rechazado de una manera radical y asumido con todas sus consecuencias. Recuerdo que cuando estaba en Sociedad Civil Catalana lo repetíamos con frecuencia: "Una Cataluña plural en una España plural"; o lo que es lo mismo, una Cataluña consciente de su diversidad interna en una España también consciente de la riqueza de su diversidad.





Finalmente, hemos de tener en cuenta también que el español es una lengua conocida por prácticamente todos los españoles. De hecho, legalmente se presume que todos la conocen o la deben conocer, ya que el sistema educativo ha de garantizar que todos los alumnos dominen el español al concluir sus estudios y la adquisición de la nacionalidad española por residencia exige un cierto arraigo que incluye el conocimiento del español (art. 6 del RD 1004/2015, de 6 de noviembre, por el que se aprueba el Reglamento por el que se regula el procedimiento para la adquisición de la nacionalidad española por residencia). Esta exigencia responde al hecho de que el español es la única lengua oficial en todo el país, tal y como establece el art. 3 de la Constitución.

El español es la lengua que, de hecho, utilizan todos los españoles para comunicarse entre ellos cuando no comparten otra lengua. Me imagino que cuando se encuentran Belarra (Navarra), Colau (Cataluña) y Díaz (Galicia); incluso aunque su lengua materna fuera euskera, catalán y gallego (cosa que ignoro), entre ellas utilizarían el castellano; de igual forma que cuando Otegui se reúne con Junqueras, ambos emplean el español y no recurren a un intérprete para que Otegui pueda hablar en euskera y Junqueras en catalán.




El que el español sea la lengua común en España no es resultado de la imposición franquista, sino que es una realidad que está ahí desde hace varios siglos. En Barcelona se editaban publicaciones en español antes de los Decretos de Nueva Planta y la utilización y presencia de la lengua en las calles y en la cultura no era ninguna rareza en los siglos XVIII, XIX o XX. Comienza a serlo en el siglo XXI; pero, precisamente, por la política nacionalista consciente de limitación de la presencia del castellano que se viene practicando desde los años 80 del siglo XX.


Siendo, por tanto, el español, lengua común de los españoles -y esto no es un título jurídico, sino una constatación de hecho- es claro que la petición de utilizar otras lenguas diferentes del castellano en el Congreso no tiene como fin facilitar la comunicación, puesto que objetivamente se producirá una complicación de la misma. Si no se recurre a intérpretes, solamente una parte de los diputados y del público entenderá a quien hable en gallego, catalán o euskera; sin que se consiga ningún oyente nuevo; pues todos los que hablan gallego, catalán o euskera también entienden castellano. Si se utilizan intérpretes, el mensaje suele perder. Esto explica, por ejemplo, que en el Parlamento Europeo, pese a que cada diputado puede utilizar cualquier lengua oficial de la Unión, se recurra con cierta frecuencia al inglés, para que así el resto de diputados y público pueda entender de manera directa lo que se está exponiendo.
Aquí dejo, por ejemplo, esta intervención de Guy Verhofstadt acerca de la situación en Hungría, en la que este eurodiputado belga, de lengua flamenca, se dirigió a la Cámara en inglés.


O esta otra de la Eurodiputada española Eva Poptcheva sobre las nuevas normas fiscales de la Unión Europea.


Así pues, la pretensión de que se puedan utilizar en el Congreso otras lenguas oficiales españolas diferentes del castellano no tienen una finalidad comunicativa, sino otra; una finalidad simbólica.

Pero ¿qué simboliza?

Simboliza, en primer lugar, el rechazo a la lengua común española, lo que es coherente con la hispanofobia que muestran los nacionalistas en su actuación diaria y, en concreto, en el intento de excluir el español de la escuela y de la esfera pública en las Comunidades Autónomas que gobiernan.

Simboliza también el proceso de creación de una España confederal en la que los ciudadanos ya tendrían que relacionarse necesariamente con el Estado a través de sus "territorios". Recordemos la frase de Yolanda Díaz que compartía hace un momento: "España es un país de países". Ese, sin duda, es el objetivo de algunos, profundizar en la separación para que España se configure como una yuxtaposición de Comunidades Autónomas que, a su vez, tenderán a ser monolíticas y excluyentes en su interior.

Simboliza, por tanto, también la pretensión de que lo normal en Cataluña sería expresarse únicamente en catalán, igual que esa sería la normalidad en Baleares o en Valencia (aquí, si se quiere, llamando al catalán valenciano); que lo normal es que en Galicia se hable gallego y que en el País Vasco sea el euskera la lengua de convivencia. A partir de aquí ¿cómo negar que en el Congreso de los Diputados cada diputado hable la lengua "normal" de su Comunidad Autónoma? En realidad, ambos procesos se retroalimentarían: la oficialización en el Congreso de las lenguas cooficiales normalizaría que cada una de ellas reclamara exclusividad en su propio territorio. Al menos, quienes reclaman la oficialidad de las lenguas cooficiales en el Congreso (Junts, ERC, Sumar o el PSC) es lo que defienden en las Comunidades Autónomas en las que gobiernan o legislan.

Pese a lo anterior, como decía al principio, no me parece adecuado decirle a nadie qué lengua ha de utilizar. Cada uno ha de ser responsable de la que elige. Si en vez de comunicarse, pretende utilizarla como símbolo de un proyecto de construcción nacionalista que implica la sustitución lingüística del castellano por las lenguas cooficiales en las Comunidades Autónomas, creo que es muy libre de hacerlo.

Claro está que si se opta por ello, tampoco es exigible que el resto le entiendan. Utilizar pinganillos en un lugar en el que todos pueden entenderse en una única lengua es un absurdo. Es, sin embargo, un absurdo al que los nacionalistas se han acostumbrado. No es infrecuente en Cataluña que personas que tienen como lengua materna el castellano mantengan una conversación en catalán "porque toca" en función del lugar o situación en que te encuentres. Son estas situaciones sutiles las que acaban conduciendo a ese proceso de sustitución lingüística en el que están empeñados los nacionalistas.

Me imagino que esta oficialización del uso de las lenguas cooficiales en el Congreso no tiene vuelta atrás. Será concedida sin dudar por el PSOE y no será ni de lejos la cesión más grave que harán. Seguro que otras son mucho peores.

Veámoslo como lo que es, la búsqueda de un reconocimiento simbólico que es relevante para el proyecto de construcción nacional en el que están metidos y que, inevitablemente, es también un proyecto de confederalización de España; pero que, en sí, no afectará excesivamente a nuestras vidas. En el Congreso, fuera de los momentos en los que se busque el foco para que aparezcan los pinganillos como metáfora, todo el mundo seguirá entendiéndose en castellano. No creo que se llegue a la situación de las escuelas en Cataluña, en las que los maestros tienen prohibido utilizar entre sí una lengua que no sea el catalán.

Pero, a la vez, tomemos nota; porque los que pretenden confederalizarnos ahora dispondrán de cuatro años más para ello, y el tiempo se agota. Necesitamos convicción y claridad de ideas si queremos mantener un proyecto político común.

Y ya estamos perdiendo demasiado tiempo en esto, cuando precisaríamos centrar nuestras esfuerzos en otros temas: cambio climático, crisis energética, guerra en Ucrania, desafíos que plantea la Inteligencia Artificial, nuestro posicionamiento en la rivalidad entre China y Estados Unidos, construcción de una política de defensa creíble, mejora de los salarios, garantía del mantenimiento de las pensiones, gestión de una sociedad en la que el trabajo será escaso, profundización en la construcción europea, recuperación de los valores y principios democráticos, lucha contra los populismos...

¡Qué gana de que sean esos los temas en los que nos centremos y no tengamos que dar vueltas sobre si en el Congreso nos ponemos o no un pinganillo!