domingo, 29 de junio de 2014

Indignación = cólera + razón

Leo un análisis muy interesante sobre los votantes de "Podemos". En resumen, mantiene que tales votantes son personas que están cerca de los cuarenta años, bien preparados y que no han visto sus expectativas laborales y sociales cumplidas. Tiene toda la lógica.
Diría que los grandes partidos no se han dado cuenta de que esto es una democracia, y que si la gente no ve satisfechas sus expectativas acabará dando un portazo. Mientras ese portazo se tradujo tan solo en abstencionismo ni el PP ni el PSOE se preocuparon excesivamente. Ni siquiera cuando el abstencionismo se concretó en una proporción escandalosamente alta de voto en blanco y voto nulo les afectó. Las hipócritas declaraciones sobre lo preocupante que era para la democracia esa desafección de la ciudadanía no se tradujeron en nada, absolutamente en nada. Ahora la ciudadanía ha dado con una tecla que sí comienza a preocupar: votar a partidos fuera del sistema tradicional, y aquí "Podemos" (pero no solamente "Podemos") se ha llevado la parte del león, y lo que queda todavía por llegar.
El que las propuestas de "Podemos" estén peor o mejor fundadas carece de relevancia: quien está desahuciado, en el paro o en trabajos esclavizantes que no le reportan más que cuatrocientos, quinientos o seiscientos euros al mes no tiene que preocuparse porque España se convierta en una nueva Venezuela. A él las cosas no le irán peor en ese escenario. No es tanto la injusticia como la arraigada convicción de que la sociedad no retorna lo que debiera a quien se ha esforzado, estudiado, trabajado o ahorrado. Decía Victor Hugo que "la cólera puede ser loca y absurda, el hombre puede irritarse injustamente, pero no se indigna más que cuando, en el fondo, tiene razón por algún lado".



Así es, un número cada vez mayor de ciudadanos se sienten indignados, y, como acabamos de ver, con razón (la razón es consustancial a la indignación). Si quienes gobiernan no aciertan a responder a esa indignación los votantes dejarán de estar con ellos.
Pensar que la gente se quedaría indiferente mientras se le quitaba todo a lo que pensaban que tenían derecho es de una profunda ingenuidad. Quizás se calculó que esa indignación se limitaría a mantenerse apartado de las elecciones, y eso, como digo, nunca ha preocupado a los políticos que han detentado el poder.
Soy consciente de la gravedad de la crisis y de que se carece de respuestas mágicas e inmediatas; pero lo que debería haberse hecho -si las cosas estaban tan mal como parece que están- es realizar un gran esfuerzo para aportar confianza mediante un discurso que asumiera claramente las dificultades existentes, explicara los esfuerzos que se hacían para resolverlas y ayudara a sobrellevar la situación con medidas excepcionales de solidaridad. Proponía esto hace unos meses. No se ha hecho y los votantes comienzan a despertar y actuar. Mi hipótesis es que ahora que han visto que se puede hacer daño en las urnas serán mucho más difíciles de reconducir hacia "la normalidad".



En la época de la Revolución Francesa los cambios profundos no podían hacerse sin derramamiento de sangre. En una democracia como la que vivimos la hemorragia puede ser tan solo de votos; pero el cambio profundo se dará igualmente.
En definitiva, no caben muchas alternativas:
1) O se da satisfacción a las expectativas de quienes han sido privados del trabajo, del sueldo, de su lugar en la sociedad, del Estado de bienestar.
2) O se sustituye un sistema democrático por otro sistema (mucho me temo que alguno ya estará dándole vueltas a esta posibilidad).

3) O se dará un vuelco político que condenará a los partidos que hasta ahora han mandado al cuarto de los trastos viejos.
Recordemos, esto es una democracia y no se puede enfadar a los votantes. Cada cuatro años ellos deciden quién se queda y quién se va.

jueves, 19 de junio de 2014

Negra duda que el corazón corroe

Fue tan solo un gol.
Un holandés corre entre dos españoles, un balón le llega, se lanza y lo golpea de cabeza. Dibuja la pelota una parábola que casi no lo es y cruza entre los palos, la red la frena y cae al suelo, gol.
Ahí se acabó España. Un solo gol que mató a la selección como un estilete fino que penetrara en el corazón. Hasta ese momento, durante casi cuarenta y cinco minutos, el equipo español había jugado a lo que sabía. Tocaba el balón, pisaba el campo del contrario, a la portería rival se acercaba poco a poco, como tejiendo una telaraña, y hasta había marcado un gol (de penalti). Todo eso fue antes del gol. El gol acabó con todo aquello. Poco imaginábamos cuando veíamos aquella primera parte que estábamos asistiendo a los últimos minutos de juego de una selección que ahora, ya muerta, se ha convertido en mito.



Todo eso acabó con ese gol. El descanso no sirvió para recuperar lo que se había perdido. Los tendones seccionados se habían enrollado definitivamente, las líneas se separaron, los pases no daban con su destinatario, las ideas desaparecieron, las piernas no corrían, las cabezas no pensaban. Los jugadores dejaron de serlo, los hilos invisibles que conectaban a unos futbolistas con otros desaparecieron. La selección ya no era un equipo, sino grupitos (a veces de dos, a veces de cuatro, con frecuencia de un solo jugador) que por su cuenta se agitaban en éste o aquel punto del campo incapaces de volver a ser lo que ya nunca serán.




Hubo otro partido y se cambiaron algunas cosas, pero -es fácil ahora decirlo, lo reconozco- no se cambió la única pieza que, quizás (repito, quizás) podría haber hecho que el mecanismo volviera a funcionar. Me refiero al Portero, ese jugador que parece que no hace nada cuando se gana y que, sin embargo, se presenta como el culpable de casi todo cuando se pierde. En esta ocasión con más claridad que en ninguna otra se ha visto -y precisamente en la derrota- lo importante que es el portero para la victoria.
Porque España se hundió por su base, se desmoronó por esa punta invertida que es el portero en todo equipo de fútbol. Aquel gol grácil del holandés que pilló a nuestro Portero dos pasos más adelantado de lo que debiera le fulminó. Desde aquel momento el Capitán (que también lo era, y por méritos propios) se quedó abatido, hundido, inseguro, perdido. Como si fuera ajedrez habíamos perdido una pieza; pero la pieza no desapareció del campo; sino que necrosada allí siguió transmitiendo la infección a todas las líneas hasta llegar a la delantera. Fue en la portería donde nació el mal que acabó contaminando a todo el equipo, y fue todo muy rápido, demasiado rápido.
Quizás -solo quizás- aquel gol del holandés volador hizo que toda la hiel que el Capitán había estado bebiendo durante la temporada, todas las inseguridades que había ido metiendo en su coleto, todas las dudas que le habían asaltado en el durísimo pulso que mantuvo durante meses y meses afloraron, se desparramaron y mancharon los campos de Brasil. Quien se acercaba pisaba aquella podredumbre y la confianza desaparecía. El humo negro que salía de la portería entraba en los ojos de todos los futbolistas y el juego se desvanecía.
Fue entonces cuando supimos que también en la victoria ese hombre solitario bajo los palos había sido fundamental, que la extraordinaria confianza de unos jugadores que habían ganado tres grandes torneos en seis años (dos Eurocopas y un Mundial) nacía también de la seguridad que daba quien estaba en la portería. España comenzó a morir en la defensa. Nunca fuimos equipo de marcar muchos goles; pero ¡era tan difícil que nos marcaran! Siete goles en noventa minutos acabaron con un equipo que, pese a todo, será recordado como la mejor selección de nuestra historia.



¡Ay aquel gol de Holanda! Si aquel gol no hubiera sido quizás el resto también hubiera sido diferente, pero fue. Lo más seguro, sin embargo, es que más tarde o más temprano nos hubiéramos encontrado con esa parálisis que destrozó al equipo. El Portero había sido inoculado con un veneno que tan solo esperaba el momento adecuado para salir. Y cuando el virus se activó la gangrena invadió rápidamente el cuerpo del enfermo sin dejar miembro sano.
Quizás alguien sonreía ante algún lejano televisor viendo la culminación de un propósito.
Ahora toca volver a empezar de cero, y yo tengo claro quién debería dirigir esa reconstrucción. Quien tiene el veneno suele tener también el antídoto.

domingo, 8 de junio de 2014

Sobre lenguas e idiomas

Me ha dejado horrorizado la viñeta que puede verse en la página web de Som Escola. Es ésta:



Un magistrado divide en dos la lengua de un niño agarrado a un pupitre. La viñeta transmite de forma explícita la idea de que los jueces torturan a los niños catalanes con sus decisiones sobre la lengua en la enseñanza. La tortura, además, es inmisericorde (basta fijarse en el ceño fruncido del magistrado) y salvaje (una mutilación lo es, evidentemente). Es cierto que toda viñeta parte de la exageración, pero en este caso el resultado es tan dramático que inevitablemente provoca un escalofrío. La imagen de unas tijeras actuando sobre una lengua, y además sobre la lengua de un niño, causa una instintiva repulsión, un sentimiento profundo de rechazo.
Si superamos este inicial rechazo y analizamos la viñeta observaremos que su sentido es, curiosamente, contrario a las proclamas que habitualmente se utilizan para justificar una escuela exclusivamente en catalán. Como es sabido, el argumento de quienes defiende la escuela en catalán es el de que solamente este modelo permite garantizar que al final de su educación obligatoria los niños puedan dominar los dos idiomas oficiales en Cataluña: catalán y castellano. La explicación de cómo es posible semejante milagro (siendo las clases en su práctica totalidad en catalán se consigue que los niños dominen catalán y castellano) está ausente y el debate se despacha con la indicación de que los hechos prueban que es así (lo que está lejos de ser cierto). A partir de aquí se critica a quienes pretende que el castellano sea lengua en la enseñanza junto con el catalán, afirmando que tales propuestas pretenden evitar el aprendizaje del catalán. En este propósito no se duda en manipular las resoluciones judiciales recaídas sobre el tema con el fin de hacerles decir, por ejemplo, que en ellas se recoge que un solo niño puede imponer la escolarización en castellano a toda la clase, cuando en realidad lo que se establece es que un solo niño puede conseguir que toda la clase reciba su escolarización en catalán y en castellano. Me ocupé hace un tiempo de este tema, cuando se dieron a conocer las decisiones judiciales que recogían la necesidad de que parte de las clases se impartieran en castellano en las escuelas catalanas.
De acuerdo con lo que hemos visto, por tanto, la inmersión se presenta como una herramienta que favorece el bilingüismo y las decisiones judiciales dictadas hasta ahora como instrumentos al servicio del monolingüismo. Como digo, es justo lo contrario y curiosamente la viñeta parece que da la razón a la realidad y no a la mentira, pues, como puede verse lo que hace el juez es dividir por la mitad la lengua del niño; esto es, simbólicamente convertirlo en bilingüe. Este bilingüismo, sin embargo, no es percibido como una riqueza por el autor de la viñeta, sino como una tortura antinatural porque -y aquí está la clave del problema- en realidad quienes defienden la inmersión no buscan el bilingüismo, sino un férreo monolingüismo (en catalán, por supuesto), que ven como la única forma natural de relación de una sociedad con la lengua. La inmersión, que muchos entendieron (entendimos) como un buen mecanismo para el conocimiento de las dos lenguas de Cataluña, catalán y castellano; en realidad encierra un plan para convertir a la sociedad catalana en una sociedad monolingüe (me ocupé aquí de esta doble perspectiva sobre la inmersión).
La viñeta asume, por tanto, ese "plan oculto" de la inmersión en la que el bilingüismo real de la sociedad catalana es percibido como una anomalía, una anomalía equivalente a una lengua humana bífida, parecida a la de una serpiente.
Quizás fuera justo, por tanto, completar la viñeta que luce "Som escola" con otra en la que se viera a un maestro acercando unas tijeras a la lengua de un niño, ya no para dividir en dos su lengua, sino para cortarla mientras otro maestro se prepara con aguja e hilo para coser al inminente muñón sangrante una nueva lengua preparada ex profeso para los niños que no tienen como lengua materna el catalán.