Primer día de competición en Río de Janeiro. En la
prueba de ciclismo en ruta 'Purito' Rodríguez, nacido en Parets del Vallès,
provincia de Barcelona, quedaba quinto y España lograba así su primer diploma
olímpico en estos Juegos. En todo el mundo se recoge la noticia del resultado
de la competición y, de acuerdo con lo que es habitual en la información
gráfica sobre las clasificaciones deportivas, el nombre del participante viene
acompañado de la bandera del país al que representa; en este caso, la española.
¿En todo el mundo? No, en la televisión pública de
Cataluña al lado del nombre de Joaquim Rodríguez ('Purito') se pudo ver una
bandera catalana. Evidentemente el cambio de la bandera española por la
catalana no puede haber sido un 'descuido' hecho sin mala intención, al estilo
de la explicación que TV3 dio hace poco en relación al escándalo originado
cuando se supo que se había manipulado una imagen de Cristiano Ronaldo para
evitar que se apreciaran los espectaculares abdominales del jugador portugués. La
ubicación de esa bandera catalana implica modificar la información recibida
desde los Juegos Olímpicos en los que los deportistas aparecen identificados
por sus banderas nacionales. Se trata, sin duda, de una actuación consciente y
que, como casi todo en TV3, tiene una motivación política.
No se trata simplemente de hacer el ridículo o de
caer en un estéril provincianismo, como podríamos estar tentados de pensar. Al
contrario, esa manipulación es siniestramente coherente con la función que
desempeñan los medios públicos y subvencionados de comunicación en la
estrategia secesionista, que no es otro que el de presentar la realidad como si
Cataluña fuera un Estado diferenciado de España, amplificando de esta forma el
inventado relato de una nación milenaria e independiente sometida y ansiosa de
recuperar su libertad. En este escenario la sustitución de la bandera española
por la catalana sirve para construir esa identidad diferenciada que pretende el
nacionalismo desde hace décadas.
En su cuento Las ruinas circulares, Borges nos
relata cómo el protagonista pretende “soñar un hombre: quería soñarlo con
integridad minuciosa e imponerlo a la realidad”. Cuando leí ese cuento por
primera vez, en mi lejana adolescencia me perturbó, pero me pareció
inverosímil. Sin embargo ahora estoy siendo testigo de en qué forma se pretende
completar un propósito semejante. El nacionalismo catalán lleva décadas
intentado imponer a la realidad una invención, y para ello cada detalle, por
mínimo que sea, es relevante.
Se construye un relato en el que de forma expresa
se admite la mentira (nunca existió esa pretendida “Corona catalano-aragonesa”
que, sin embargo, se encuentra hoy presente hasta en los libros de texto de los
escolares, pese a que todo el mundo admite que es una ficción; la guerra civil
española no fue una guerra de España contra Cataluña, la guerra de Sucesión no
lo fue de Secesión, etc.) y se impone sobre una realidad que, a la vez se
pretende proscribir.
En Cataluña ahora decir evidencias tales como que
Cataluña es una parte de España o que los catalanes somos españoles es un acto
de rebeldía y libertad, algo así como el famoso “libertad es la libertad de
decir que dos más dos son cuatro” que nos estremece en “1984”, de Orwell. Y no
hemos de dar por descontado que afirmar tales evidencias no implique costes,
tal como hemos podido comprobar recientemente con las críticas a Carles Puyol
tras ser emitido un vídeo en el que explicitaba algo tan revolucionario como
que era español.
Se trata de conseguir que asumamos que nuestra
comunidad de referencia es Cataluña, y no España, y a este propósito sirven
cosas tan variadas como la sustitución del término “España” por “Estado
español”, la forma en que se da la información meteorológica en la televisión pública,
dotando de especial relevancia no al conjunto de España, sino a “los Países
Catalanes” (otra realidad inventada, y, además, no hace mucho) o la reiteración
en los materiales escolares de que “nuestro país” es Cataluña. Sustituir la
bandera española por la señera en una gráfica deportiva es una especie dentro
de este género.
Y es que, en contra de lo que nos quieren hacer
creer, lo simbólico es importante. El símbolo precede y sucede a la razón. La
precede en el sentido de que el símbolo condiciona nuestra forma de ver el
mundo y, por tanto, prefigura la perspectiva con que abordaremos el análisis de
la realidad; y la sucede, ya que el símbolo refuerza un determinado
planteamiento intentando trasladar la idea de que es inevitable o ya ha sido
alcanzado.
De ahí que en el caso de la televisión pública de
Cataluña cambiar la bandera española por una catalana no sea en absoluto un
tema menor. Los independentistas convencidos se ven reforzados en sus
planteamientos al confirmar que los medios públicos actúan como si la
independencia se hubiera consumado, y quienes no son independentistas van
asumiendo la inevitabilidad de que Cataluña se convierta en el Estado que con
tanta convicción las instituciones defienden.
Como escribía hace un momento, casi todo en TV3
tiene que ver con la política y la presentación de los resultados de los Juegos
Olímpicos no es una excepción. Lo que quizá sorprenda es el descaro con el que
se actúa. Ya no hay rubor en hacer explícito el propósito manipulador o la
utilización ventajista de los medios de comunicación que deberían ser de todos.
Hace pocos días, en el Parlamento de Cataluña,
David Pérez preguntaba por las razones por las que la televisión pública
catalana no había emitido el debate a cuatro previo a las elecciones del 26 de
junio, y la Consejera de Presidencia no tenía problema en responder que porque
no participaban en el mismo “partidos catalanes” (es decir, porque no
participaban los partidos que daban apoyo al Gobierno de la Consejera).
Lo que hubiera sido motivo de escándalo mayúsculo o
dimisión en una democracia madura ha pasado casi desapercibido. La realidad
casi no importa en las ruinas circulares de cartón piedra donde unos cuantos
pretenden obligarnos a soñar su fantasía decimonónica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario