La separación entre CDC y Unió no es un divorcio, sino la muerte de un proyecto político. Durante casi cuatro décadas, CiU mantuvo una posición central en la política catalana, a medio camino entre la coalición electoral y el movimiento nacional. El liderazgo indiscutible de Jordi Pujol, la inteligente dosificación de otros políticos y el dominio absoluto de un discurso nacionalista que casi subrepticiamente se había convertido en hegemónico explican el éxito de las siglas.
La coalición se hizo fuerte gracias a la aparente combinación de un abanico de políticas sociales y económicas con un planteamiento decidido en lo relativo a la construcción nacional. Es precisamente esta construcción nacional la auténtica piedra angular del proyecto que acercó a CDC y Unió. No había margen para la improvisación o el titubeo. Casi ningún movimiento era casual en la transformación de una región española en la materia prima de un nuevo Estado.
CiU se basaba en una hábil combinación: romper los vínculos sentimentales, lingüísticos y culturales con el resto de España a la vez que se asentaban los elementos esenciales de la Nación, entendida en el sentido decimonónico de la palabra. Todo sin dar pasos en falso, sin asustar, moviéndose en un ritmo constante pero suficientemente lento como para que nadie se quedara atrás. No se trataba de pedir la independencia (para eso ya estaba ERC, que así cumplía también su papel en el delicado mecanismo de relojería que había ido afinando el artesano Pujol), sino de profundizar en la separación del resto de España hasta llegar al momento decisivo en que se diera el salto final.
Tanto éxito tuvo el invento que el resto de partidos catalanes parecían meros actores secundarios de una función en la que el protagonista era, a la vez, el guionista.
Ahora todo ha acabado. El equilibrio entre quienes deseaban avanzar hacia la independencia y quienes se conformaban con la laboriosa construcción de la Cataluña soñada está roto. La aceleración impuesta por Mas ha quebrado el grupo. Finalmente, quienes eran reacios a la aventura independentista han preferido abandonar un proyecto que ya no es el suyo.
Curiosamente, quien representa ahora la posición tradicional de CiU es Unió, el partido que el domingo optó por avanzar en la soberanía de Cataluña respetando las leyes y renunciando a aventuras que pudieran suponer el abandono de la UE. Un planteamiento que hace 15 años hubiera sido ambicioso y queahora parecerá timorato a quienes defienden de forma explícita la quiebra del ordenamiento, la declaración unilateral de independencia y, si es preciso, que Cataluña se quede fuera de Europa.
No es posible desandar lo caminado. Lo que había sido el planteamiento hegemónico en la política catalana es ahora una tierra de nadie a la que miran con desconfianza tanto los independentistas como aquellos que nunca fueron partidarios del proyecto nacionalista pero habían aceptado convivir con él en tanto no se convirtiera en la descabellada huida hacia delante que ahora es.
¿Podremos volver a encontrar puntos de encuentro entre todos los catalanes? Sin duda, aunque lo que es seguro es que ya nada será como fue.
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