jueves, 14 de marzo de 2024

La invención de Jesús de Nazaret

SUMARIO: I. Introducción. II. Estructura del libro. III. La hipótesis más plausible sobre Jesús a partir de los datos existentes: 1. El contexto. 2. Lo que sabemos con "casi" total seguridad: Jesús existió y fue crucificado. 3. Un reino de este mundo. 4. Al César lo que es del César. 5. ¿Un Jesús violento? IV. Una historia judía apta para gentiles: 1. Planteamiento. 2. Traspaso de culpas de Roma a los judíos. 3. Un judío que ya no es judío. 4. Del reino terrenal y local al reino celestial y universal. V. Conclusión, historia y teología.

I. Introducción

"La invención de Jesús de Nazaret. Historia, ficción, historiografía" es un libro de Fernando Bermejo Rubio, profesor de Historia Antigua en la UNED. Conocí de su existencia por la entrevista que le hizo Daniel Arjona en el Mundo, y me pareció fascinante el planteamiento del que allí se daba cuenta. Así que me compré el libro y lo leí bastante rápido, pese a que tiene casi 800 páginas. Además lo leí como no se suelen leer los libros académicos: de la primera página a la última. El tema para mí era desconocido desde el punto de vista del que parte el libro y en esos casos resulta recomendable no saltarse nada. El tiempo dedicado ha merecido la pena.


¿Cuál es el planteamiento de Fernando Bermejo? Se trata de investigar la figura de Jesús de Nazaret sin ningún apriorismo religioso; esto es, de la misma forma que nos acercaríamos a cualquier figura histórica, armados tan solo con las herramientas de la ciencia histórica y sin prejuicios ni ánimo polémico.
El planteamiento puede parecer simple y evidente; pero una de las cosas que se aprenden leyendo el libro es que no ha sido tan frecuente este tipo de acercamiento a la figura de Jesús de Nazaret. Gran parte de los estudiosos han sido, a la vez, creyentes y o no han querido o no han podido separar la fe de la investigación histórica. En otros casos, por el contrario, quienes se acercaron al personaje lo hacían con ánimo polémico, sin desprenderse de un propósito de denigración que se enmarcaba en un conflicto mayor con la Iglesia y su papel secular, transcendental en Europa y otras partes del mundo durante siglos. Fernando Bermejo se propone -y no es el único, obviamente, pero es el que yo he leído- estudiar a Jesús de Nazaret con la misma fría convicción con que se enfrentaría a una figura religiosa de Mesopotamia, China o la India; o como nos podríamos acercar a cualquier otro personaje histórico.
Insisto en la diferencia entre figuras religiosas y el resto de personajes que han sido relevantes en algún momento por razones políticas, militares, artísticas, científicas o de cualquier otro tipo porque, como verá quien siga leyendo, el acercamiento de los historiadores a las figuras religiosas tiene algunas características particulares. Características diferenciadas que seguro que se dan también en el estudio de militares, políticos o cualquier otra categoría; pero específicas en cada uno de estos grupos. Lo dejo aquí apuntado y lo retomaré enseguida.



Antes de entrar en el contenido del libro, sin embargo, me gustaría señalar una cuestión que éste no aborda directamente (aunque sí que hay alguna consideración tangencial) que es la de la relación entre la investigación histórica del personaje de Jesús y la fe; o si se quiere, la perspectiva teológica. No es un tema menor, porque la fe, la creencia en "el Cristo" es esencial para muchos millones de personas; entre las que me incluyo; así que hablo de primera mano. Soy una persona religiosa y la espiritualidad es un rasgo que me configura. No sé cómo sería de no tener esa experiencia religiosa; así que un libro como el de Fernando Bermejo para mí tiene también una significación especial; en tanto en cuanto se ocupa de textos y relatos que llevo escuchando o leyendo desde niño y los analiza desde una perspectiva que no es la de la Iglesia. Podría pensarse, por tanto, que es un libro que puede cuestionar la fe; pero no es esa mi impresión.
La fe, la creencia, la religión se mueven en un plano diferente al de la investigación histórica. Es cierto -como se señala en el libro- que la teología descansa en hechos; pero, a la vez, tiene una extraordinaria capacidad para adaptarse a los cambios que resultan de la evidencia científica. Hace no tanto se tenía por cierta en todos sus detalles la historia del Paraíso Terrenal. Ahora nadie niega que es una metáfora y, por cierto, una hermosa metáfora. ¿Hace eso la fe menos rica? Al revés, diría que la enriquece. La teología no debe rechazar la investigación histórica, sino adaptarse a ella. La creencia, la fe, la experiencia religiosa se mueve en un plano diferente, en el que lo más importante es lo íntimo y la forma en que conecta (o cree conectar o se imagina que conecta o piensa que no conecta) con "otra cosa" cuya imposible aprehensión es tarea de toda una vida.



II. Estructura de libro

Así pues, el libro de Bermejo es un libro de historia; no un libro religioso o de teología; lo que no quiere decir -como veremos- que lo que plantea no pueda tener incidencia en la teología. Aún sin pretenderlo, durante su lectura hubo una reflexión que me pareció relevante desde esa perspectiva. Llegaremos a ello un poco más adelante. Antes, sin embargo, comentaré que el libro, en realidad, son tres libros, relacionados pero que -creo- podrían incluso leerse por separado.

El primero de ellos se ocupa de las fuentes y método de la investigación. En primer lugar, repasa las referencias existentes a Jesús de Nazaret, el personaje histórico, las analiza y las coloca en su contexto. Esta parte es interesante, porque plantea los términos del desafío que supone para el historiador la figura de Jesús ya que la mayoría de las fuentes sobre el mismo son textos religiosos que no fueron redactados como obras históricas, sino con un fin catecumenal, para ser utilizadas en un marco religioso. Bermejo considera tanto las fuentes canónicas como las no canónicas -la distinción entre canónicas y no canónicas no tiene ningún valor histórico- y presenta mínimamente cada una de ellas. A estas alturas no es sorpresa, ni siquiera para el profano, saber que los evangelios no fueron escritos por aquellos a quienes tradicionalmente se les han atribuido y que se trata de obras separadas por varios decenios de los hechos que narran; pero la presentación que hace aquí el libro es útil para tener claros algunos datos que luego serán relevantes. Además, considera también las fuentes no religiosas y entra en alguna polémica sobre la interpretación de unas y otras fuentes que es muy interesante (sobre la interpretación del "Testimonium Flavianum", por ejemplo.
Tras este repaso de las fuentes, se ocupa de la cuestión del método. Esto es, ¿cómo de informaciones tan alejadas de lo que es un relato objetivo puede extraerse alguna conclusión válida para el historiador? Fernando Bermejo responde a esta pregunta con una serie de herramientas que permiten adivinar, tras el relato religioso algunos hechos que pudieran dar pistas sobre lo que pudo haber pasado. El análisis de los textos y la relación entre ellos permite advertir ciertas reiteraciones que podrían indicar que bajo ellas se esconde un hecho cierto, al menos en sus líneas generales. Este análisis debe tener en cuenta, además, el contexto en el que se elaboran los textos, lo que dotará de especial relevancia a aquellas circunstancias presentes en ellos que se compadezcan mal con el mensaje que se quiere transmitir. Como veremos, son estas "disonancias" las que irán aportando pistas sobre lo que puede estar oculto bajo los textos que conocemos. Por supuesto, esta es una tarea casi de detective, en la que no se adquieren certezas, sino en la que tan solo podemos llegar a encontrar límites difusos de lo que pudo ser la realidad probable; o, al menos, la que encaja mejor con el contexto y los datos existentes a partir de un examen objetivo, alejado de los añadidos que derivarían del propósito religioso de la mayoría de las fuentes existentes.

La segunda parte del libro supone la puesta en práctica del método anterior sobre los datos para así hacer una presentación de lo que pudo ser el Jesús histórico. Obviamente, esta puede ser la parte más "atractiva" del libro; pero no se entiende plenamente sin considerar la primera y un académico (sea de la especialidad que sea) creo que disfrutará tanto con la primera como con la segunda.

La tercera parte del estudio se dedica a la historia de la investigación sobre Jesús de Nazaret. Esta es la parte que, quizás, tan solo entusiasme a "los muy cafeteros"; pero para estos, para quienes están interesados en cómo se investiga en la academia, será también muy interesante; porque repasa los distintos acercamientos a la figura de Jesús de Nazaret desde una perspectiva que, según explica el propio autor, se aparta de las clasificaciones tradicionales, basadas en épocas; y plantea que desde la Antigüedad puede distinguirse entre un acercamiento histórico que se sitúa al servicio de la teología, un acercamiento polémico; esto es, en el que el objetivo es cuestionar al Jesús que nos presenta la Iglesia y una aproximación que intenta ser objetiva; esto es, que carece de afán polémico o laudatorio, sino que intenta pegarse a los datos y al método para obtener los mejores resultados posibles. Unos resultados que, como se ha adelantado, inevitablemente serán siempre parciales, tentativos e hipotéticos. Que nadie espere certezas; sino tan solo hipótesis mejor o peor fundadas.

Ahora bien, sobre estos elementos, ¿qué nos descubre Fernando Bermejo? En el siguiente epígrafe vamos a ello. Advierto que la exposición es mía a partir de lo que explica Bermejo, por tanto, si hay errores o inexactitudes no se lo achaquen a él. No escribo esto como un artículo académico y, por tanto, no iré contrastando lo que voy diciendo. Explicaré como resulta de lo que recuerdo del libro y no es imposible que introduzca datos que me vienen de otras fuentes (de forma consciente o inconsciente).

III. La hipótesis más plausible sobre Jesús a partir de los datos existentes

1. El contexto

La mayoría de las fuentes que tenemos no nos hablan tanto de Jesús como del cristianismo. Esto es, nos presentan el Jesús de los cristianos; de los primeros cristianos, por así decirlo. De esta forma, conocer quiénes eran estos primeros cristianos es esencial para poder interpretar las fuentes y, a partir de ellas, identificar las hipótesis mas plausibles.
La primera idea es que el cristianismo no es fruto de los judíos de Israel; sino más bien de las comunidades judías de la diáspora y de aquellos que se les acercaban en esas ciudades del Mediterráneo (sobre todo del Mediterráneo oriental) en las que vivían las comunidades judías. Los textos del Nuevo Testamento están todos escritos originalmente en griego, lo que es un dato no irrelevante. El cristianismo es un producto del Imperio Romano de Oriente, un Imperio que bebía de fuentes que iban más allá de las judías y que se expresaba en griego, la lengua franca de aquella parte del mundo hace dos mil años.
Jesús, sin embargo, era judío. El libro de Bermejo (y no solo el libro de Bermejo) incide en la dicotomía entre el origen judío del cristianismo y su configuración como una nueva religión que va más allá de los judíos. En el debate en las primeras décadas del cristianismo entre las comunidades asentadas en Israel y las de otras áreas del Mediterráneo acabaron prevaleciendo estas últimas, de tal manera que el cristianismo que ha llegado a nosotros es tan solo uno de los posibles a partir de la doctrina del Jesús histórico; y uno con características que lo conectan con la realidad cosmopolita en la que prospera. De esta forma, el cristianismo abandona los rasgos que pudiera tener de corriente dentro del judaísmo para acabar convirtiéndose en una religión completamente independiente.
Pero lo anterior no cambia que Jesús, sin duda alguna, era un judío que predicaba en el marco del judaísmo y cuyos discípulos y seguidores eran igualmente judíos. Es decir, desde una perspectiva histórica lo correcto es aproximarse a Jesús desde el judaísmo, y no pretender que fuera un personaje ajeno a la tradición judía. Esta idea es importante en el libro de Bermejo y la utiliza con frecuencia para cuestionar aquellos acercamientos que plantean a Jesús como una figura radicalmente diferente a la tradición judía o con elementos que chocaban de manera esencial con ésta. De acuerdo con lo que se explica en el libro, ese tipo de presentación de Jesús responde a intereses religiosos; pero no se compadece con los datos existentes. La hipótesis sería más bien que las comunidades cristianas, cada vez más alejadas del judaísmo del que traen su origen, tendían a una presentación de Jesús también alejada del judaísmo, lo que conducía a interpretaciones o matizaciones de los hechos y palabras de Jesús que se conservaban a fin de ajustarlos a lo que exigía la construcción de la doctrina propiamente cristiana. Esta transformación de lo que podía haber sido el mensaje originario de Jesús respondía también a otra necesidad: convertir en aceptable en el marco del Imperio Romano una doctrina que, como se verá, podría haber nacido como un cuestionamiento de la autoridad imperial, tal y como veremos inmediatamente.

2. Lo que sabemos con "casi" total seguridad: Jesús existió y fue crucificado

La breve consideración del contexto en el que surge el cristianismo nos permite entrar ya en el meollo de la cuestión: ¿qué podemos saber del Jesús histórico?
Lo primero que señala Fernando Bermejo es que casi con total seguridad existió. El planteamiento de la cuestión es necesario porque no faltan propuestas que niegan completamente la historicidad de Jesús; pero Bermejo las rechaza al hacernos ver que hacer compatibles las diferentes fuentes existentes con la inexistencia de Jesús nos obligaría a construir teorías alambicadas y en las que sería difícil evitar las contradicciones internas. Es mucho más sencillo admitir la existencia de Jesús que negarla; y, como siempre sucede en la ciencia, la explicación más sencilla es, en principio, preferible.
Lo segundo que sabemos con "casi" total seguridad es que fue crucificado. La crucifixión de Jesús es un dato sobre el que casi no hay discusión. El texto que, quizás, es el más antiguo del Nuevo Testamento (la carta de Pablo a los Gálatas, escrito menos de veinte años después de la muerte de Jesús) ya menciona la crucifixión; esta presente en multitud de fuentes y no hay ninguna que la niegue. Si hemos de partir de alguna parte en la reconstrucción del Jesús histórico, el punto de partida ha de ser la crucifixión.
Así lo hace Bermejo, con un resultado que a mí me pareció sorprendente; pues con gran sencillez es capaz de darle la vuelta a relatos que uno se conoce casi de memoria y en cuyos  matices, sin embargo, nunca había reparado.


Y este "darle la vuelta" comienza con una idea sencilla en su evidencia y tremendamente clarificadora: Jesús fue ejecutado en una crucifixión colectiva.
Porque aquí también existe coincidencia en las fuentes: Jesús no fue crucificado solo, sino con otras personas, al menos dos. Todo el mundo conoce ese relato. Aquí, sin embargo, podría decirse que no todas las referencias a la crucifixión de Jesús se ocupan de los que murieron con Jesús; por lo que podríamos poner en duda las fuentes (por abundantes que sean) que hablan de una crucifixión múltiple. En este punto es donde entra otro argumento que se utiliza con frecuencia en el libro: la mayor credibilidad que ha de darse a aquellas indicaciones que no se corresponden con el mensaje que pretenden transmitir los evangelios y el resto de escritos neotestamentarios. La idea sería que estamos, como se ha dicho, ante escritos que no tienen un propósito histórico, sino religioso, de transmisión de un mensaje (la Buena Nueva), por lo que aquellas informaciones que no se adecuan perfectamente a ese mensaje que se quiere transmitir es más probable que sean eco de hechos que sucedieron realmente; y la crucifixión de Jesús en el marco de una ejecución colectiva es una circunstancia que -en principio- no ayuda en la transmisión del mensaje.
La pregunta que algunos se harán en este punto es por qué no ayuda. La respuesta sería que este carácter colectivo de la muerte hace disminuir la singularidad de Jesús; y esto, a su vez, permite entender los muchos elementos que se introducen en los relatos evangélicos con el fin de diferenciar a Jesús de sus compañeros de suplicio. Elementos que, en algunos casos, son poco creíbles. El primero de ellos, el hecho de que los que mueren con Jesús hubieran sido condenados por delitos diferentes de los que pesaban sobre el propio Jesús. En el caso de este último, como es sabido, los evangelios plantean que Jesús es juzgado por los romanos a petición de los sumos sacerdotes judíos, quienes, a su vez, querrían que se crucificara a Jesús por haberse proclamado Hijo de Dios. Ahora bien, como la muerte en la cruz debía ser ordenada por el poder romano; al prefecto de Judea, Poncio Pilato, la acusación que se presentó fue la de que se proclamaba como rey de los judíos; lo que suponía cuestionar el poder de Roma. No sería posible que el gobernador romano ordenara una crucifixión por una cuestión religiosa que debería ser resuelta por los propios judíos de acuerdo con sus leyes; de esta forma, en los evangelios se plantea como un pretexto la acusación por la pretensión regía de Jesús, mientras que el motivo real de la condena sería la contradicción del mensaje de Jesús con lo que los sumos sacerdotes querían para el pueblo judío.
Esto en cuanto a la acusación de Jesús; pero ¿y los otros que murieron con él? En los Evangelios de Mateo y Marcos se dice que eran dos ladrones (Mt. 27. 38; Mc. 15.27); en el de Lucas, que eran dos criminales (Lc. 23.32). En el Evangelio de Juan, sin embargo, no se adjetiva a quienes murieron con Jesús, y se dice, simplemente que "Con él crucificaron a otros dos" (Jn. 19.18). Lamentablemente, no puedo entrar en el interesante debate sobre la traducción adecuada del texto original griego (en la que sí entra el libro de Bermejo); pero creo que lo dicho basta para constatar que los textos de los evangelios sinópticos (no así el de Juan) establecen una nítida separación entre Jesús y los otros condenados; puesto que a estos se les califica de ladrones o malhechores; epítetos que, por supuesto, no se predican de Jesús.
El problema que plantea lo anterior es que la pena de cruz no se imponía a los malhechores comunes; sino que habitualmente quedaba reservada a los criminales políticos, aquellos que se oponían al poder de Roma. De hecho, en Israel, unas décadas antes de la predicación de Jesús, miles habían muerto crucificados tras sofocar los romanos un intento de rebelión. Es decir, lo más plausible es que los que crucificaron con Jesús habían sido condenados por oponerse al poder de Roma; lo que sería coherente con que la acusación que se dirigiera contra Jesús -al menos formalmente, según los escritos evangélicos- fuera la de proclamarse como rey de los judíos. Si partimos de la acusación que lleva a Jesús a la cruz por orden de Pilato -proclamarse rey- y  desde ahí nos preguntamos cuál pudiera ser la identidad de los que le acompañaban en la cruz, resultaría que la crucifixión colectiva en la que muere Jesús estaría vinculada a algún intento, quizás violento, de oposición a Roma.
No hay certeza en lo anterior, por supuesto; pero sería una explicación más sencilla y clara que la que resulta de una lectura literal de los evangelios. Los romanos no serían unos meros títeres en manos de los sumos sacerdotes, sino que la crucifixión de Jesús sería el resultado de una genuina condena por el poder romano contra un grupo de agitadores (o de personas percibidas como agitadores) en el que Jesús tendría, probablemente, un papel destacado; pero en el que habría más implicados; entre ellos, los que son crucificados con él; unos compañeros de suplicio que no serían unos ladrones comunes (que no recibirían por sus delitos la pena de cruz), sino que tendrían algún tipo de vínculo con Jesús, que sería lo habitual en una crucifixión colectiva, que es lo que sucedió en Jerusalén en torno al año 30. Como avanzaba unas líneas más arriba, pasar de la crucifixión de Jesús junto con dos ladrones a una crucifixión colectiva no cambia prácticamente en nada los hechos relatados; pero nos abre una perspectiva novedosa. A partir de aquí el libro de Bermejo nos va descubriendo una historia posible a partir de textos sobradamente conocidos, pero en los que, como adelantaba, la luz del historiador es capaz de descubrir sombras y matices que habitualmente pasan desapercibidos.



(Una imagen de la crucifixión basada en los testimonios de la época. Las cruces no estaban tan altas como se suelen representar habitualmente. El condenado de la izquierda sigue el modelo del grafito de Alexámenos y el de la derecha la imagen, el de la gema mágica de la crucifixión que se encuentra en el Museo Británico)

3. Un reino de este mundo

El punto de partida de la investigación de Bermejo es, por tanto, ese hecho indubitado (o prácticamente indubitado), la muerte de Jesús en una crucifixión colectiva ordenada por los romanos. Lo que hace Bermejo es partir de este evento y poner en duda, a partir de ahí, los añadidos que encontramos en los evangelios, y que pretenden desplazar la responsabilidad de la muerte de Jesús de los romanos a los judíos.
En este punto es importante tener en cuenta que, como se ha indicado, ni siquiera las fuentes evangélicas discuten que la orden de la crucifixión vino del precepto romano; pero a esto le añaden una compleja trama en la que el precepto habría obrado por instigación de los líderes religiosos judíos. Con el escepticismo que ha de caracterizar a todo investigador, Bermejo se pregunta por la plausibilidad de dicha trama y, la verdad, siembra dudas que merecen ser consideradas.
En primer lugar, ¿por qué los líderes judíos iban a conspirar contra uno de los suyos? Se podría apuntar que Jesús cuestionaba la religiosidad tradicional; pero en el libro se verá que no parece que fuera realmente así. Jesús actúa como un judío que sigue los preceptos de la ley, y si cuestiona aquello o lo otro, no lo hace de una forma muy diferente a otras corrientes del judaísmo de la época ni se aprecia un intento de ruptura con la tradición. No puedo detenerme aquí en ello (no se trata de reproducir el libro); pero en él se desarrolla con detalle este tema. 
En segundo término, ¿por qué los romanos iban a condenar a la cruz a Jesús si no estuvieran convencidos de la necesidad de ello, por mucho que lo pidieran (y habría que ver si realmente lo pedían) los sumos sacerdotes? Por la misma época hubo otros predicadores "problemáticos" y no se les crucificó. En el libro se da cuenta de uno de ello al que se "limitaron" a azotar. La cruz no era cuestión de broma y tampoco parece que los romanos la utilizaran de manera ligera; por lo que en el caso de Jesús y sus compañeros de ejecución lo lógico es pensar que había alguna explicación para la condena; una explicación que, como se ha dicho, en el caso de los compañeros de suplicio del nazareno no podía ser que fueran ladrones o "malhechores", porque, como se ha avanzado, no era la cruz pena para esos delitos.
Además, en el caso de Jesús tenemos una indicación también muy probable de su crimen. Es suficientemente conocida la inscripción "Jesús Nazareno Rey de los Judíos" colocada en la cruz y escrita en hebreo, latín (INRI) y griego (Jn. 19. 19). Si el crimen era proclamarse rey hay una explicación para la condena: Jesús rey sería incompatible con el dominio romano sobre Israel. Esto es, la condena sería por pretender instaurar en Israel un reino que pondría fin al poder del Imperio sobre aquella tierra.
Esta lectura es coherente con los evangelios (al igual que sucede con la condena de Jesús por los romanos -y no por los judíos- como ya hemos visto). Sucede, sin embargo, que el Nuevo Testamento a este hecho que no cuestiona añade que, aunque fuera así entendido, en realidad la predicación del Reino de Jesús se refería a uno ni temporal ni terreno, sino divino (mi reino no es de este mundo).
Este es un punto nuclear en el libro de Bermejo. En el se sostiene que es más plausible sostener que la predicación de Jesús se refirió realmente a un reino terreno y que la conversión de éste en uno celestial fue fruto, precisamente, del fracaso del plan inicial y la necesidad de adaptarlo a la muerte en la cruz.
Desde luego, los argumentos de Bermejo convencen. Al menos en el sentido de que los que rodearon a Jesús interpretaron que su reino era de este mundo y que no era más que una nueva versión del viejo tema de una liberación de los judíos y una victoria de estos frente a sus enemigos; una liberación y una victoria que vendría acompañada de una sociedad más justa en la que Dios reinaría de manera efectiva sobre Israel a través de su enviado, el Mesías. Matizaría, sin embargo, que pasar de esto a afirma que la voluntad de Jesús era, precisamente ésta y no otra es, a mi juicio, ir más allá de lo que puede extraerse de los datos que tenemos y, además no es necesario. Me explico.
Por una parte, como digo, Bermejo muestra que el movimiento que se había generado en torno a Jesús tenía una perspectiva terrenal y temporal. Por otra, sin embargo, siendo tan imprecisas y tenues las hipótesis que podemos formular a partir de las fuentes existentes, resulta, a mi juicio, demasiado aventurado extraer consecuencias sobre la psique del Jesús histórico. Si apenas podemos dibujar con trazos gruesos algunas grandes líneas de los hechos que protagonizó o en los que intervino, ¿cómo vamos a poder llegar al punto de averiguar lo que él realmente quería más allá de lo que percibieron quienes le rodeaban? Me parece, como digo, excesivo y, además, innecesario; porque la historia se basa en hechos y sin negar que las motivaciones íntimas de los personajes puedan ser relevantes (¿por qué Napoleón abandonó Egipto? ¿realmente fue por las noticias sobre los devaneos amorosos de Josefina?) se puede hacer historia sin llegar a ese punto.

4. Al César lo que es del César

Así pues, me quedo con que Jesús fue condenado por los romanos por entender estos que amenazaba su poder; y esta amenaza se sustentaba en la predicación de un reino que tanto los romanos como los seguidores de Jesús pensaban que era un reino terrenal que pondría fin al dominio romano. A partir de aquí lo que Jesús pensara en su fuero interno; lo que en el fondo quisiera el personaje histórico ¿cómo lo podemos saber y, sobre todo, qué relevancia tiene para la investigación histórica? Me parece que ya es bastante ver desde esta perspectiva algunos de los episodios que se relatan en los evangelios. Pondré aquí un único ejemplo, pero que me parece muy esclarecedor, tanto de la idea que se quiere transmitir en el libro como del método que sigue el autor; se trata de la cuestión del pago del impuesto a los romanos.
Como es sabido, lo que cuentan los evangelios es que se le quiso tender una trampa a Jesús con la pregunta sobre esta cuestión. Si negaba el pago del impuesto se ponía en riesgo ante el Imperio. Si afirmaba que había que pagar el impuesto perdería credibilidad ante los judíos. ¿La solución? pidió que le mostraran una de las monedas que se utilizaban para el pago del impuesto, preguntó cuál era el rostro que salía en ella, y cuando le respondieron que era el del César concluyó afirmando que había que dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Brillante, sin duda.
El problema empieza cuando Bermejo nos explica que en la época de Jesús no había monedas en Israel con la imagen del César; así que en el episodio hay que quitar la parte en que pide que le enseñen la moneda y pregunta por el rostro que hay en ella. Si quitamos esto lo que queda es que ante la pregunta del impuesto, Jesús contesta simplemente que hay que dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. ¿Qué quiere decir esto? Bueno, el debate sobre el pago del impuesto se planteaba en términos religiosos, puesto que siendo Israel "propiedad" de Dios, no podían darse los frutos del país a extranjeros, lo que convertía el pago del impuesto en un incumplimiento de la ley divina. Visto así, y eliminado del episodio la parte en la que aparece la moneda con la imagen del César, resultaría que la respuesta de Jesús más bien iría en la línea de que no hay que pagar el impuesto; pues no se podría sufragar con lo que es de Dios, la tierra judía y sus frutos. Es decir, Jesús no habría dado una respuesta que no le comprometía sino una que llevaría a criticar el pago del impuesto; esto es, una respuesta que no colocaría a Roma en la mejor disposición hacia Jesús; lo que, a su vez, sería coherente con el fin que acabó teniendo.
El análisis de este episodio de los evangelios muestra en qué forma la consideración atenta de las fuentes, el estudio de las interpolaciones que pudiera haber y el conocimiento del contexto de la época ayuda a entender pasajes que siempre habíamos visto de una forma determinada.

5. ¿Un Jesús violento?


Una de las características más relevantes del Jesús de los Evangelios, tal y como se presenta habitualmente, es su carácter pacífico. Se cita con frecuencia su mandato de poner la otra mejilla cuando se recibe una bofetada, así como su comportamiento durante la pasión. El libro de Bermejo cuestiona, sin embargo, esta característica, y lo hace resaltando aquellos pasajes de las fuentes que muestran el apoyo o, incluso, el uso de la violencia por parte de Jesús.
Podrá decirse que por qué dotar de mayor relevancia a las fuentes en que se mencionan actos de cercanía o práctica de la violencia que a aquellas otras en las que Jesús aparece como un apóstol de la paz. La justificación para ello se encuentra en el argumento, ya mencionado, de la mayor plausibilidad de aquellos relatos que no se corresponden, al menos aparentemente, con el mensaje que se quiere transmitir. Si los textos del Nuevo Testamento, en tanto que dedicados a la difusión y consolidación de la Buena Nueva, están interesados en presentarnos a un Jesús pacífico, aquellos episodios que queden en ellos y en los que aparezca la violencia pueden ser signos de hechos que quedaron tan fuertemente gravados en la memoria colectiva de las primeras comunidades que no pudieron ser expurgados, pese a que no ayudaban especialmente a confirmar la doctrina que se transmitía. Piénsese, por ejemplo, en la expulsión de los mercaderes del templo; cuando se relata a Jesús haciendo un látigo para usarlo sobre tales mercaderes. El episodio es tan sorprendente que ha sido necesaria una ardua labor de interpretación para llegar a entender, por ejemplo, que el látigo que se menciona en los Evangelios se descargó sobre objetos (las mesas o tenderetes de los mercaderes) o sobre animales, y no realmente sobre los mercaderes. La hipótesis de Bermejo es que la historia debe ser reflejo de algo que realmente sucedió y que tuvo necesariamente que implicar la utilización de cierta fuerza por parte de Jesús, lo que, es obvio, no encaja con un mensaje estrictamente pacífico.
No se trata, además, de una referencia aislada. En otro momento, Jesús dice a sus discípulos que compren espadas, y en el prendimiento de Getsemaní, uno de los discípulos le corta una oreja a uno de los que iban a detener a Jesús.
Estas señales de acciones violentas no encajan con el planteamiento de Jesús como el de un profeta alejado totalmente del uso de la fuerza, por lo que, de acuerdo con el argumento contradiscursivo ya señalado, tienen plausibilidad; esto es, reflejarían hechos lo suficientemente conocidos que no fue posible eliminarlos, pese a que no ayudaban a transmitir las líneas principales del mensaje. Se trata, además, de una presencia que encajaría con lo que hemos visto en otros apartados. Si consideramos de manera seria las reiteradas invocaciones a la llegada del Reino y este mensaje se toma en su sentido literal (el que daban por descontado quienes escuchaban a Jesús), la violencia no sería descartable, aunque no fuera sistemática, sino esporádica, y justificaría la preocupación romana que acabó con la crucifixión colectiva que puso fin a la vida (terrena) de Jesús y daría un contexto adecuado a la expulsión de los mercaderes del templo, la lucha que hubo en Getsemaní cuando el prendimiento o la exhortación a los discípulos para que compraran espadas.
Es cierto, sin embargo, que en las fuentes existen también llamadas a una actitud pacífica (lo de poner la otra mejilla, la orden que da Jesús en Getsemaní de envainar las espadas) y de amor al prójimo; por lo que podría plantearse por qué no dar preferencia a estas últimas y considerar la violencia de los episodios que comentaba en los párrafos anteriores como incoherencias a las que habrá que buscar una explicación que no altere el mensaje central de los Evangelios.
Ante esto, el libro de Fernando Bermejo ofrece dos respuestas que creo que se complementan. Por una parte, explica que las llamadas a la solidaridad y al amor al prójimo podrían ser entendidas como dirigidas fundamentalmente a la propia comunidad judía, y no con el carácter universal con que han llegado hasta nosotros. En el libro desarrolla este argumento más allá de lo que yo puedo hacer en esta nota; pero animo a quien esté interesado a que lo lea. Y aquí hago la misma salvedad que ya adelantaba en el punto 3. No creo que el análisis puede llegar al punto de identificar cuál era el propósito subjetivo de Jesús; sino que deberíamos conformarnos con concluir que lo que transmitió, tal y como fue entendido por quienes le seguían, conducía (o podía conducir) a esa reducción en el alcance del prójimo que ha sido señalada; lo que haría compatible esa predicación con un planteamiento antirromano que daría cuenta de ciertos episodios que, de otra forma, resultan muy poco plausibles.
La segunda respuesta viene del la preferencia que ha de darse al material contradiscursivo que también ha sido mencionada. Si el propósito de los escritos del Nuevo Testamento es transmitir un mensaje de paz y renuncia a la violencia, ¿para qué introducir falsos episodios que pudieran contradecirlo? Resulta más lógico pensar que tales episodios son indicios de episodios violentos (que no tienen por qué corresponderse exactamente a lo que se escribió décadas después de que hubieran sucedido y a varios cientos de kilómetros del lugar en el que ocurrieron) y que son las llamadas a la paz las que, al menos en parte, pueden ser interpolaciones que tienen como finalidad adecuar el relato al propósito doctrinal.
En este sentido, la escena del prendimiento en Getsemaní es significativa. Un grupo viene a prender a Jesús, quien está con sus discípulos; uno de ellos saca una espada y hiere a uno de los que quieren detenerlo (Mt. 26. 51, Mc. 14. 47, Lc. 22. 49, Jn. 18. 10). En el evangelio de Lucas se añade que entonces Jesús curó la oreja del herido.
Si hacemos caso al relato de Lucas resulta sorprendente que tras obrar el milagro de curar al herido, esto no causara ningún efecto en los que venían a prender a Jesús; pero más allá de ello, que se hubiera prendido a quien no había hecho nada violento y se dejara ir a quien había sacado la espada. Toda la escena es poco creíble en su literalidad; e incluye elementos que no parecen muy acordes con la imagen del grupo de Jesús como pacífico. Así, en el Evangelio de Lucas se cuenta cómo los discípulos le preguntan a Jesús si utilizan las espadas; lo que indica que las llevaban y que no era absolutamente impensable que las utilizaran. De hecho, en ese Evangelio no dice que Jesús les prohibiera utilizarlas, sino que la pregunta de los discípulos queda sin respuesta y solamente tras la pérdida de la oreja a la que ya me he referido Jesús ordena a los discípulos parar. Esto es, resulta compatible con el texto del Evangelio una lucha durante un tiempo que no fue impedida por Jesús desde el principio. Sí, efectivamente, hubo una actuación violenta en Getsemaní se entendería mejor la pena de cruz que la siguió; máxime si entre quienes prendieron a Jesús había soldados romanos; lo que no sería descartable teniendo en cuenta el contexto histórico.



IV. Una historia judía apta para los gentiles

1. Planteamiento

De lo que hemos visto hasta ahora se deriva que lo que el historiador puede averiguar sobre el Jesús histórico no se corresponde con la imagen que nos ha transmitido la tradición. Si, a partir de los datos de los que disponemos, planteáramos la hipótesis más plausible sobre Jesús de Nazaret concluiríamos que lo más probable (no hay certezas) es que fuera un predicador judío de la llegada del Reino de Dios a Israel, entendido este Reino como un dominio terrenal que pondría fin al poder romano y cambiaría profundamente la sociedad, entroncando con otros predicadores en una línea parecida en aquella época. Se enmarcaría en el judaísmo y no se percibiría como el creador de una nueva religión. Se ajustaría a los mandatos judíos y las críticas que hubiera hecho a algunas prácticas no serían mayores que otras que planteaban otros predicadores o grupos en aquel momento. Él o sus seguidores estarían implicados de alguna forma en algún tipo de violencia, que habría implicado ciertos disturbios (la expulsión de los mercaderes del Templo, el incidente de Getsemaní) que acabaron conduciéndole a él y a otros, probablemente relacionados con él, a la crucifixión.
Lo que acabo de relatar no es estrictamente incompatible con los hechos que se narran en el Nuevo Testamento; pero no se trata de puntos en los que la tradición haya puesto el acento; por lo que leído así seguido podría parecer bastante alejado de la doctrina predominante. Según el planteamiento de Bermejo, eso es consecuencia de la necesidad que tuvieron las comunidades cristianas de los primeros siglos de adecuar el mensaje a un mundo que no era el de Israel, sino el del Mediterráneo controlado por el Imperio Romano y, en buena medida, las sociedades urbanas de la parte oriental del Imperio. Al penetrar la doctrina cristiana en esas comunidades fue modificándose, desprendiéndose de aquello que le hacía menos atractiva para los fieles y modificándose de forma quizás sutil, pero decisiva. Esa transformación tiene varios elementos clave. En concreto, alejar a Roma de toda culpa en la muerte de Jesús, achacándosela a los judíos; alejar a Jesús del judaísmo, destacando sus diferencias con esa religión para convertirlo en iniciador de una creencia completamente nueva y transformar un reino terrenal en Israel en uno celestial universal.

2. Traspaso de culpas de Roma a los judíos

Me imagino que a lo largo de los siglos muchos se han preguntado -como me preguntaba yo ya en la catequesis- si no era extraño que fueran los judíos los responsables de la muerte de Jesús, pese a quienes lo habían crucificado eran los romanos. Ya entonces se nos explicaba que los judíos querían que se le crucificase, una pena que solamente podían imponer los romanos. Ahora bien, si se le quisiera dar muerte de otra forma, ¿no podían hacerlo los judíos? Herodes decapitó a Juan Bautista y en los mismos Evangelios se narra cómo se iba a lapidar a una mujer adúltera, lo que impidió Jesús con una indicación muy simple: que tirara la primera piedra quien estuviera libre de culpa.
Que la saña de los sumos sacerdotes llegara al punto de que querían un tipo específico de ejecución que, además, les obligaba a tener que conseguir la aquiescencia de los romanos chirriaba un tanto; pero aún más que al final el prefecto romano, Poncio Pilato, lo condenara pese a declarar que le parecía que no tenía ninguna culpa. Si consideraba que no tenía culpa, ¿para qué condenarlo? ¿para congraciarse con los sumos sacerdotes y el pueblo? Podría ser, pero habría que saber el por qué de esa inquina de los judíos contra uno de los suyos y, en cambio, la falta de culpa que apreciaban los romanos; una falta de culpa que no impidió que fuera condenado a una pena severísima.
Como hemos visto, lo más plausible es que la ejecución de Jesús fuera cosa de los romanos; pero aún habría que explicar por qué ese cambio de papeles entre judíos y romanos. La explicación, sin embargo, es sencilla: expandiéndose el cristianismo en el Imperio, resultarían más atractivo librar de culpa a la entidad política de la que se nutrían los nuevos fieles. Presentar a Jesús como un rebelde a Roma no era, seguramente, una buena carta de presentación, mientras que atribuir esa culpa a un pueblo que, además, se había rebelado contra Roma provocando una guerra larga y difícil a finales del siglo I; en la época en que se escriben algunos de los libros del Nuevo Testamento, podría ser una alternativa eficaz.
Y, entiéndase, de lo anterior no creo que deba derivarse que había una especie de plan frío que haría llegar a ese resultado (y esto ya no está en el libro de Bermejo), sino que puede verse como una especie de selección social. En una doctrina que se transmite oralmente en buena medida y sin -todavía- textos canónicos, los cambios que permitieran una mejor adaptación al entorno acabarían perdurando, mientras que los que no cumplieran esa finalidad se perderían. Se entendería así que un cambio de perspectiva en cuanto a los responsables de la muerte de Jesús fuera posible en unos pocos decenios si había un número suficiente de variaciones sobre la historia original. Simplemente, las más adecuadas sobrevivirían y se reforzarían mutuamente.

3. Un judío que ya no es judío

Jesús era judío. No hay ninguna duda de ello; sin embargo, tal y como destaca el libro de Bermejo, tienden a acentuarse los elementos originales de Jesús respecto a la tradición judía hasta el punto de presentarlo como un predicador extremadamente novedoso, alejado de esa tradición y con un mensaje que se aparta sustancialmente del judaísmo.
Esta es una parte en la que no me puedo detener, y de nuevo me remito al libro para constatar el desarrollo que se hace; pero el autor se detiene en muchos de esos datos presuntamente originales e identifica los precedentes en la religiosidad judía. Desde la utilización del epíteto "Hijo del Hombre" hasta la misericordia, ayuda a los pobres o el tan conocido, "el primero entre vosotros que sea el servidor de los demás". De esta forma, sería posible explicar la predicación de Jesús dentro del contexto judío de la época. A esto se le habrían añadido elementos más propios del mundo mediterráneo por el que se expande el cristianismo y que Bermejo también detalla; así, por ejemplo, la conexión que pudiera existir entre el culto al emperador y el que se practica a Jesús en las comunidades cristianas.
El intento de separar a Jesús del judaísmo es también fácilmente explicable. El cristianismo se extiende por las comunidades judías de la Diáspora, también entre los gentiles que se habían aproximado a dichas comunidades. Es ampliamente conocido, por otra parte, el debate entre quienes sostenían que los cristianos debían cumplir con las tradiciones judías (la circuncisión, por ejemplo) y los que mantenían que el culto a Cristo estaba abierto tanto a judíos como a gentiles y que solamente los primeros debían cumplir con las tradiciones judías. En las primeras décadas tras la crucifixión de Jesús se produce una tensión entre la comunidad cristiana "israelí" con centro en Jerusalén y las comunidades de fuera de Israel, una tensión que acabó decantándose por las comunidades de fuera de Israel, lo que acabó alejando el cristianismo del judaísmo, reforzándose el carácter universal del mensaje. En estas condiciones, resaltar las especificidades del Maestro sobre el que se asienta la Iglesia era lo natural, y de nuevo el mecanismo de selección social que comentaba en el punto anterior habría llevado a que los textos y enseñanzas que más incidieran en esa particularidad serían los que acabarían triunfando.

4. Del reino terrenal y local al reino celestial y universal

Esta es una de las diferencias más interesantes entre el mensaje de Jesús que los métodos históricos pueden rescatar y el que nos ha transmitido la tradición. De acuerdo con lo que explica Bermejo (y aquí no  hay discrepancia con los Evangelios), la crucifixión de Jesús fue una sorpresa para sus discípulos, quienes esperaban que Jesús instaurara un reino en sentido literal; un reino en el que esos discípulos ocuparían puestos destacados y gobernarían sobre Israel.
Pasar de eso a ver a su líder morir humillado en la cruz implicaría una enorme decepción, un shock brutal que explicaría huidas, deserciones y desencanto. Personas que habían sacrificado bienes, familia, años de entrega y de idas y venidas por Israel para nada.
En ese punto, sin embargo, es donde se produce un giro que lo cambia todo. En el grupo de discípulos hay quien mantiene que la muerte no ha sido tal y que todo el mensaje de Jesús tiene que interpretarse de una forma diferente. El Reino ya no es de este mundo, sino celestial; ya no se limita a Israel, sino que cubre toda la Tierra y ya no supone recompensas materiales, sino espirituales.
Bermejo introduce elementos de psicología que permitirían explicar esta mutación; pero más allá de eso, lo que más importa es que ese cambio explicaría interpolaciones y cambios en el mensaje que se transmite, además de una selección de los elementos relevantes que serían, seguramente, destacados de acuerdo con ese mecanismo de selección que ya he comentado.
La vía que muestra Bermejo es plausible, y aquí el historiador que se mantenga en el ámbito estrictamente académico, al llegar a este punto deberá recurrir a esos elementos de psicología que antes comentaba, mientras que quien quiera hacer compatible lo que ha leído con la fe, dirá que ese momento de cambio es, precisamente, lo que da sentido al cristianismo y al mensaje que transmite: el punto en el que se percibe desde un nuevo ángulo un mensaje que hasta ese momento se había leído en otra clave.
Diría que Bermejo rechazaría esa aproximación, pues me parece entender que él mantiene que el propósito íntimo de Jesús era la predicación de ese reino terreno; pero, como ya he avanzado; creo que entrar en ese campo es ir más allá de lo que permiten las fuentes de las que disponemos; por lo que no veo inconveniente en quedarnos -al menos de momento- en que la predicación de Jesús fue entendida como un mensaje relativo a un reino terreno y que solamente tras la crucifixión se abre la posibilidad de un mensaje diferente. Seguramente muchas de las indicaciones en este sentido que encontramos en los Evangelios serán interpolaciones posteriores (como la conversación entre Jesús y Pilato); pero quizás no todas lo sean y, por otra parte, todos asumimos que el Nuevo Testamento no es una obra histórica, sino religiosa; por lo que sería natural que hubiera ido adaptándose al mensaje que quería transmitir.
Sea como fuere, lo cierto es que esa mutación implica extender a todas las personas los mensajes de amor, tolerancia y misericordia que en un principio podrían estar reducidos a los judíos, tal y como he apuntado en el epígrafe III.5 anterior. Por otra parte, habría que desdibujar los aspectos violentos del relato. Así, por ejemplo, en el ya mencionado episodio de la amputación de una oreja en Getsemaní se añade en el evangelio de Lucas (pero no en los otros) que Jesús había curado milagrosamente esa oreja. El resultado de todo ello sería el mensaje que nos ha transmitido la tradición y la Iglesia y en el que el carácter universal del mensaje de Jesús está plenamente consolidado. Desde la perspectiva del libro, una recreación a partir de un mensaje que iría en una línea muy diferente.

V. Conclusión, historia y teología


En definitiva, nos encontramos ante un libro fascinante, tanto por el método y el rigor como por los análisis y conclusiones. Es un libro de historia que se acerca a una figura conocida y en el que el profano como yo encontrará nuevas perspectivas a partir de textos y datos conocidos desde la infancia. Es gratificante poder tener una visión diferente sobre cosas que ya se sabían más que de memoria.
El libro, además, se mantiene estrictamente en los términos de la historia y del análisis histórico (y de la historia de la investigación histórica, en su última parte, como ya indicaba en el epígrafe II anterior); pero en medio de ello no dejé de encontrar un análisis que, me parece, puede tener valor teológico.
Se refiere al bautismo de Jesús y a la disputa entre quienes sostenían que Jesús era hijo adoptivo de Dios y los que defendían que era hijo por naturaleza. Como es sabido, en la Iglesia Católica triunfaron los segundos, de tal forma que la afirmación está incluida en el Credo.
En medio de esta polémica Bermejo ubica la escena del bautismo de Jesús, que, tal y como explica; con el cielo abriéndose, la paloma descendiendo y la voz que desde lo alto proclama que es su hijo, puede conectarse con las ceremonias de adopción romanas y, especialmente, con las que podrían usar los emperadores para asociar a su sucesor.
La imagen me hizo reflexionar. En nuestra cultura parece que el hijo adoptivo es, en cierta forma, "menos" que el hijo por naturaleza. Quizás por ello las leyes, entre ellas, la española, creen necesario subrayar que el hijo adoptivo entra en la familia del adoptante en la misma posición que un hijo por naturaleza. En el mundo romano, en cambio, el hijo adoptivo era aquel elegido por el paterfamilias para sucederle al frente de la familia y, en el caso del emperador, al frente del Imperio. Esto es, en el contexto mediterráneo de la época, el hijo adoptivo era más que el hijo por naturaleza.
Me parece que esta idea podría tener relevancia ya no histórica en cuanto a la evolución de la doctrina cristiana y su conexión con el mensaje originario de Jesús; sino también teológica; pero no sé bien a dónde llevarla.
Y para acabar una tontería. Al comentar el descubrimiento de la tumba vacía tras la crucifixión de Jesús, Bermejo plantea, aparentemente como una incoherencia, que pese a los reiterados anuncios de que resucitaría al tercer día, en realidad no había transcurrido más que día y medio desde el fallecimiento hasta la resurrección. Bueno, creo que no es una incoherencia. En Roma, cuando se contaba de fecha a fecha se incluía en la cuenta el día en el que empezaba ésta, a diferencia de lo que hacemos nosotros. Si Jesús había muerto el viernes y resucitado en la noche del sábado al domingo (pero se supone que ya en domingo), entre el fallecimiento y la Resurrección habían pasado tres días (viernes, sábado y domingo). Para nosotros, hoy, habrían pasado solamente dos (sábado y domingo); pero ya digo que en la antigüedad clásica se incluía en la cuenta el día desde el que se fijaba el plazo. Todavía quedan en nuestro idioma dos restos de esta forma de contar. Para referirnos a algo que haremos en dos semanas decimos que sucederá "en quince días" (y no en catorce), y para algo que sucederá tal día como hoy, pero la semana que viene, indicamos que ocurrirá "en ocho días" (no en siete).
En fin, que recomiendo la lectura del libro de Bermejo. Creo que no se arrepentirán.



2 comentarios:

jmvioleta dijo...

Interesante como todo lo que publicas,resulta tan amplio como atractivo tu análisis sobre el libro.
jmvioleta

Anónimo dijo...

Hay muchos autores que vienen dedicándose en España a este tema con planteamientos similares y aportaciones interesantes (entre ellos, Antonio Piñero o Javier Alonso). De este último, puedo recomendar "La última semana de Jesús" (A. Editorial), que aborda con detalle lo que su título indica. "La resurrección. De hombre a Dios" trata de encontrar una explicación (psico)lógica al proceso por el que nace la creencia, pero no lo he leído todavía, así que no puedo opinar.