Creo que se ha dedicado menos atención de la que se debiera al discurso político más importante de los realizados en España durante las últimas décadas. Me refiero al discurso del rey el 3 de octubre de 2017.
Las reacciones a este discurso en Cataluña dan perfecta cuenta de la división que existe en nuestra sociedad. Creo que los catalanes podemos clasificarnos en dos grupos diferenciados: aquellos que detesten dicho discurso y quienes estaremos siempre agradecidos al rey por haber dicho entonces lo que dijo. Intentar que unos entiendan las razones de los otros será importante para buscar la reconciliación y recuperar la convivencia en Cataluña; lo que pasa, inevitablemente, porque quienes denostan ese discurso sean capaces de comprender por qué tantos catalanes respiraron aliviados tras concluir aquel mensaje.
Me adscribo sin matices al grupo de quienes agradecen el mensaje que dio entonces el rey, y a continuación intentaré explicar mis razones tanto para el agradecimiento como para la afirmación con la que empezaba: es el discurso político más importante en España en décadas.
Para ello tenemos que considerar el contexto en el que se dio ese discurso.
En el mes de octubre se estaba desarrollando el plan que, de acuerdo con el diseño nacionalista, conduciría a la secesión de Cataluña. El plan se basaba en que la administración autonómica y las administraciones locales catalanas dejaran de actuar como instituciones constitucionales españolas y pasaran a hacerlo como administración de la República Catalana. Una vez conseguido esto se trataba de limitar la acción del Estado en Cataluña, de tal manera que el Reino de España no tuviera más remedio que asumir que no era capaz de controlar la situación en Cataluña. Llegados a este punto una mediación internacional entre España y los nacionalistas (que ya podrían hablar con plena legitimidad en nombre de toda Cataluña) conducirír en un plazo más bien breve a la efectiva independencia de Cataluña.
No, no es un relato de ficción lo que acabo de explicar. Era lo que estaba pasando en Cataluña desde el 6 de septiembre de 2017, cuando el Parlamento catalán hizo oficial su desvinculación del ordenamiento constitucional español. A partir de entonces ya se trataba tan solo de ver en qué forma podían bloquearse los intentos de las instituciones centrales de España de continuar visibilizando que Cataluña seguía siendo una parte integrante de España sobre la que este país ejercía de manera plena sus competencias.
En esta clave hay que entender el referéndum del 1 de octubre de 2017. El hecho de que hubiera sido prohibido por el Tribunal Constitucional implicaba que, de realizarse el referéndum, la imagen que se trasaldaría al mundo era la de que las autoridades españolas eran incapaces de hacer cumplir las decisiones del TC en una parte de su territorio, lo que daría fundamento a la pretensión nacionalista de que el control efectivo sobre el territorio y la población de Cataluña ya no estaba en manos de las instituciones españolas.
Y los nacionalistas consiguieron su propósito el 1 de octubre. Pese a la prohibición del TC hubo colegios electorales en escuelas públicas, urnas y votos. Además, se vieron imágenes de la policía intentando impedir el referéndum de manera infructuosa. La peor combinación posible: hubo referéndum e imágenes de enfrentamientos con la policía.
Sí, ya sé que no había censo, irregularidades y ausencia de control; pero nada de esto era importante. Lo relevante era trasladar la imagen de que Cataluña no era España y que España intentaba, sin éxito, impedir una votación de los catalanes. Y esa imagen fue la que percibió mayoritariamente la opinión pública internacional y otros Estados.
El conflicto catalán había cambiado de escala. El mismo día 1 de octubre hubo declaraciones públicas del primer ministro de Eslovenia, del primer ministro de Bélgica y del presidente de Finlandia. El asunto catalán ya no era percibido como un mero problema interno español. En los días siguientes el caso fue estudiado en el Parlamento Europeo y las consultas de otros países fueron frecuentes (así lo reconoció en público el que entonces era delegado del gobierno en Cataluña, Enric Millo).
Los nacionalistas tenían entonces que gestionar el éxito del 1 de octubre; para lo que necesitaban profundizar en la imagen de que España ya no controlaba de manera efectiva el territorio catalán. El entonces presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, exigió la retirada de los policías españoles desplegados en Cataluña y se convocó para el 3 de octubre una jornada de paro de país que pretendía visibilizar el rechazo de los catalanes a la actuación de la policía. Miles de cartas fueron enviadas por colegios e institutos a las familias condenando la actuación de la policía el 1 de octubre. Todo estaba relacionado; no quizás para los muchos que participaron en estas iniciativas sin ser plenamente conscientes de sus consecuencias, pero sí que lo eran para quienes dirigían el proceso.
El día 3 de octubre de 2017 la secesión de Cataluña era posible. Quizás algunos no acaben de verlo; pero así era. La situación creada implicaba que en cualquier momento podía ofrecerse una mediación internacional (quizá por parte de la UE). Un ofrecimiento de ese tipo obligaría al gobierno español o bien a rechazarlo de plano (lo que aumentaría su imagen negativa en todo el mundo) o a aceptarla. Y aceptar una mediación internacional supondría que cualquier solución superaría el marco constitucional español y, por tanto, supondría que las relaciones entre Cataluña y España serían ya parte del Derecho internacional. El objetivo de los nacionalistas, conseguido; y el inicio de un proceso que no acabaría más que en una independencia formal o de facto.
La situación para muchos catalanes era angustiosa, y no solamente por lo que suponía la secesión; sino porque los nacionalistas ya habían dejado claro que el proceso de secesión suponía la vulneración de los derechos de los ciudadanos. Derechos como la libertad ideológica, la libertad de expresión habían sido vulnerados, tal como declararon los tribunales; y también pudimos ver cómo se utilizaban ilegalmente datos personales de los ciudadanos o se instrumentalizaba la escuela con fines políticos. En las semanas anteriores tuvimos que soportar que se nos dijera que en caso de que fuéramos llamados a las mesas electorales ilegales seríamos sancionados por las autoridades nacionalistas.
Y todo lo anterior con unas instituciones centrales que se negaban a reconocer la gravedad de lo que estaba pasando; ya no solo desde una perspectiva institucional, sino por las constantes vulneraciones de derechos que sufríamos. Nos sentíamos olvidados y desprotegidos.
Ese era el contexto del discurso del rey del 3 de octubre. Al final de un día que fue también muy duro, porque nos encontramos ante una huelga promovida desde el poder público que, veíamos, tenía como fin profundizar en la separación de Cataluña y del resto de España. Todos fuimos compelidos a dar un paso al frente en la defensa de la Constitución. Mi mujer, maestra en una escuela pública, acudió el día 3 de octubre a trabajar, pese a que la Generalitat había dicho que no descontaría ese día de huelga. Una señal muy clara de que tu empleador quería que te quedaras en casa.
Y llegó el discurso de Felipe VI.
Lo primero que hay que decir es que ese discurso iba dirigido, fundamentalmente, a la comunidad internacional. Tal como se acaba de indicar, el resto de Estados y la UE estaban preocupados por la situación en Cataluña y la idea de una mediación internacional flotaba en el ambiente. Cualquier debilidad por parte del gobierno español podría conducir a dicha mediación y, tal como me indicó en su momento una persona que había participado en varias mediaciones de ese tipo, en este tipo de procesos, al final siempre se llega a un punto intermedio. ¿Asumimos lo que sería un punto intermedio entre la descentralización que ahora tiene España y la independencia de Cataluña? Sería, como adelantaba, el inicio de un proceso que casi inevitablemente conduciría a medio plazo a la creación de la República Catalana.
Ante esta situación, el rey, como jefe del estado, dejaba claro que el problema de Cataluña seguía siendo un problema interno español y que la comunidad internacional tan solo tenía un papel: apoyar al estado que ejercía sus competencias en el territorio. Este era un mensaje importante y necesario.
Tenemos que recordar que los estados hablan en la comunidad internacional a través de tres personas: el jefe del estado, el presidente del gobierno y el ministro de asuntos exteriores. Estas son las tres autoridades que, en función de su cargo, vinculan al estado en la esfera internacional. Y ello con independencia de que, como sucede en España, el jefe del estado no tiene competencias ejecutivas. Eso es indiferente para su posición desde la perspectiva internacional. El rey siempre vincula al estado y, por eso, sus mensajes son de una importancia capital.
El mensaje del rey del 3 de octubre tenía como primera misión poner fin a las especulaciones sobre una mediación internacional en Cataluña. Tras un mensaje tan claro y contundente como el del rey ya no tenía sentido y, de hecho, tras el mensaje, el peligro de un ofrecimiento de mediación fue disminuyendo a la vez que los distintos países se alienaban con las posiciones del gobierno español (aunque no sin que no hubiera que ejercer ciertas presiones, tal como reconoció en público el entonces ministro de asuntos exteriores, José Manuel García Margallo).
Este aspecto se comenta poco, y creo que es fundamental para entender la importancia del discurso del rey ese día. Espero que en algún momento se analice desde esa clave y se ponga en valor su importancia.
En segundo lugar, el discurso del rey fue importante para los catalanes que sufríamos el proceso secesionista. Como decía, para nosotros la situación era angustiosa ente la perspectiva de que, como ha sucedido tantas veces, como sigue sucediendo, las instituciones se desentendieran de nuestra situación. El rey aquí fue claro: España no toleraría la actuación desleal de las administraciones controladas por los nacionalistas. Era la primera vez que ese mensaje se lanzaba con esa claridad.
Quiero llamar la atención sobre esto último: hablar con claridad. Siempre comento que un amigo me dijo hace tiempo que en Cataluña nada parece lo que es ni es lo que parece. Y creo que tiene razón. Una de las claves del nacionalismo es jugar con las palabras, negar la evidencia y acusar a sus oponentes de lo que ellos hacen. Para los nacionalistas decir con claridad lo que pasa es una tremenda ofensa. Recuerdo cómo un compañero que simpatiza con la manera nacionalista de presentar las cosas se escandalizaba porque yo dijera que se habían vulnerado los derechos fundamentales de los alumnos constitucionalistas en la UAB... después de que dos sentencias judiciales hubieran declarado exactamente eso: que se habían vulnerado los derechos fundamentales de los alumnos constitucionalistas de la UAB. Tras los acontecimientos de septiembre y octubre de 2017, cuando se derogó la Constitución española en Cataluña (leyes del 6 y 7 de septiembre de 2017) y se declaró la independencia (al menos, dos veces), aún se niega airadamente que estemos ante un golpe de Estado; cuando es evidente que la actuación de la Generalitat supuso rebelarse de manera explícita frente al orden constitucional con el objetivo de foner fin a la vigencia de la Constitución en Cataluña.
Este hablar con claridad que percibimos en el discurso del rey fue un soplo de aire. Creo que muchos respiramos y comentamos ¡al fin! ¡alguien que no acepta el marco mental de los nacionalistas! Porque disimular las críticas a los nacionalistas es una de las claves de la política española. Quizás la piedra angular de ésta sea este haber asumido de manera generalizada ese marco mental, lo que explica muchas cosas.
El discurso del rey el 3 de octubre no se incardinaba en el paradigma nacionalista. Fue una intervención que partió de la Constitución, de la función que tiene ésta en nuestro ordenamiento y que exigía su respeto y defensa. Si lo miramos con una cierta distancia, nada que objetar. ¿Qué otra función más importante puede tener el rey que defender la Constitución cuando está en peligro? Las críticas al discurso del rey solamente se explican porque la realidad es que ese paradigma constitucional que durante años dimos por descontado se enfrenta ahora de manera clara a un paradigma alternativo, el paradigma nacionalista.
Así pues, el discurso de Felipe VI fue un destello de constitucionalismo sin complejos en un momento en el que todos parecían dudar sobre si convenía defender la Constitución -y los derechos que de ella se derivan- con convicción o, por el contrario, plegarse al paradigma nacionalista. Esto, seguramente, explica por qué tantos en Cataluña muestran su disgusto con la intervención de Felipe VI. Parte de ese disgusto se conecta con el hecho de que el rey hizo patente que la manera de afrontar la política por los nacionalistas es incompatible con el respeto a la Constitución. Y esa batalla por el marco del debate es clave para el tratamiento de los conflictos que resultan del desafío secesionista.
Es por lo que acabo de explicar que creo que el discurso del rey el 3 de octubre de 2017 fue el discurso más importante en la política española en las últimas décadas: paró en seco la proyección internacional del desafío nacionalista y nos dio una muestra de lo que debería ser el discurso constitucionalista en España, un discurso que no ceda ante el marco de pensamiento que pretende imponer el nacionalismo.
1 comentario:
Es curioso.En octubre del 2019 hice una nota similar casi para uso propio (https://blogs.uab.cat/nocurriculum/2019/10/03/que-es-una-monarquia/). Creo que hay tres aspectos que no se han profundizado en el discurso del Rey. El primero, al que aludes, es el aspecto psicológico. Una autoridad relevante decía por primera vez en público "No estáis solos". Ahora nos parece normal, pero en aquellas semanas el Gobierno se limitó a usar la respuesta jurídica y judicial. Eso estaba muy bien y lo hizo con pulcritud. Pero se echó en falta la declaración política. No hacía falta que llegara al discurso de Lerroux el 7 de octubre de 1934 (aquí:https://beersandpolitics.com/revolucion-en-barcelona-y-asturias) , pero sí algo un pelín movilizador. Eso lo cubrió el discurso del Rey. En segundo lugar, un aspecto formal: los historiadores nos dirán el papel de Rajoy en este discurso. En buena lógica constitucional, el monarca hubo de comunicar al Presidente del Gobierno sus intenciones. Y, en tercer lugar, un efecto dominó: si el monarca habla así, quedan respaldados los servidores de la ley (que hubieran podido tener dudas, tal como se vio en los innumerables conflictos con los directores de escuelas, entre funcionarios públicos, entre policías, etc.).
En efecto, un gran discurso, que el nacionalismo catalán no ha perdonado. Y quizás uno de los últimos hitos de referencia mientras nos vamos despeñando por el sendero confederal.
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