sábado, 14 de enero de 2017

Dante y Ulises

No es posible leer los "Nueve ensayos dantescos" de Jorge Luis Borges sin acudir inmediatamente a la Divina Comedia de Dante Alighieri a leer o releer uno u otro episodio. Borges aporta una visión original sobre la Comedia y la convierte en puerta a un mundo lleno de misterios que transcienden a la propia obra. Los ensayos tienen la virtud de mostrarnos que la Divina Comedia es una obra que crea un Mundo, que, en cierta forma, crea vida.
Cuando se lee la Divina Comedia el lector tiene la sensación, pese al tema, de que se trata de algo en cierta forma real, y no es difícil confundir al autor con el protagonista de la obra. De esta confusión brotan las múltiples lecturas que permite ese relato inclasificable.
Recordemos, la "Comedia" (como la llamó Dante) comienza cuando su autor y protagonista se encuentra con Virgilio, quien ha sido enviado por Beatriz -una dama a quien Dante había amado sin ser correspondido y que tras su muerte el poeta coloca en el cielo- con el fin de que le guíe por los tres reinos de ultratumba a fin de que reconduzca su vida en un momento de confusión que se simboliza por la "selva oscura" donde se ubica el inicio del relato.
Virgilio y Dante entran en el Infierno y allí visitan sus distintos círculos, que se adentran hasta el centro de la Tierra. Penetran por una cueva que les hace ascender a las antípodas, donde se encuentra la montaña del Purgatorio, en sus diferentes gradas se preparan los salvados para ascender al Cielo. En lo alto del Purgatorio se encuentra el Paraíso Terrenal. Allí Virgilio desaparece ante la llegada de Beatriz, venida desde el Cielo y que guía a Dante en el Paraíso Terrenal y le hace ascender hasta las distintas esferas celestiales.
Durante su viaje Dante se encuentra con multitud de personajes tanto históricos como mitológicos e, incluso, conocidos de Dante o de la época de Dante. Uno de estos personajes es Ulises, a quien Dante encuentra en el Infierno, castigado por falsario. En su conversación con él, el griego relata al autor que en sus viajes pretendió visitar el Purgatorio, lugar prohibido para los vivos. Cuando ya estaban avistando la montaña una tormenta hundió la nave, seguramente castigados por haber pretendido ir más allá de lo que estaba permitido a los mortales.



Este episodio es aprovechado por Borges para uno de sus ensayos dantescos, donde el argentino repara en que la contraposición entre el viaje de Ulises y el del propio Dante podría mostrar un conflicto mental del autor. Se trata de una perspectiva interesante que va más allá de lo que habían expresado otros comentaristas de la Comedia. Me explico: en comentarios anteriores se había puesto de manifiesto que el intento mundano de Ulises de visitar el Purgatorio se contraponía al viaje teológico de Dante, guiado por la razón (Virgilio) e impulsado por la fe (Beatriz). Ahora bien, tal como señala Borges, no ha de confundirse el autor Dante con el personaje Dante. El personaje, efectivamente, está guiado por la razón y la fe, pero no así el autor, Dante, que es el único que crea todo el aparato en que consiste la obra. De la efectiva separación entre el personaje y el autor surge el conflicto que tan bien plantea Borges y que mostraría las dudas de Dante sobre si con su obra no estaría profanando un terreno para el vedado: el de aquello que está más allá de la muerte.
Aquí se queda el autor argentino. Cuando leí este ensayo me deslumbró la forma en que una observación certera -el autor no es el personaje- ilumina todo el escenario; pero, a la vez, intuí que era necesario ir más allá de lo que planteaba Borges.



Creo que, efectivamente, en la separación entre el personaje Dante y el autor Alighieri está la clave para entender el episodio. Dante, a través de Ulises describe el viaje que le costó la vida al griego. Su intento de visitar los reinos del más allá se pagó con la vida. Alighieri, el autor, es consciente de que él está incurriendo en el mismo atrevimiento que Ulises, y que las justificaciones que pudiera tener (Virgilio, Beatriz) no son en absoluto reales. Así pues, pese a lo que nos cuenta, y teniendo en cuenta que Dante Alighieri sería, como todos sus contemporáneos, una persona religiosa; no creo que tuviera duda de que estaba tratando de manera mundana un misterio divino. En definitiva, que conscientemente estaba incurriendo en un pecado equivalente al que le costó la vida a Ulises.
Quizás esto parezca especulativo -y lo es, por supuesto- pero creo que hay otro elemento que Borges no tiene presente en su ensayo y que apoyaría que en este caso no nos encontramos ante un conflicto mental de Dante, sino ante la cruda confesión del pecado que, según él, cometía escribiendo la Comedia. Ulises está castigado no en el círculo de quienes pretenden desvelar misterios divinos o descubrir secretos, sino en el de los falsarios. Esto es, su castigo en el Infierno no es consecuencia de su imprudencia al querer visitar en vida el Purgatorio, sino de su engaño con el caballo de Troya.
Bien, es claro lo del caballo de Troya y, además, encaja perfectamente en una de las obsesiones de Dante, el restablecimiento del Imperio que sería heredero del Romano, en su día heredero del reino creado en Italia por Eneas, quien tuvo que huir de Troya tras la conquista de esta por los griegos gracias, precisamente al ardid de Ulises.



Todo muy bien, pero entonces ¿a qué el relato sobre el viaje de Ulises al Purgatorio que introduce otro pecado que no parece tener reflejo en el más allá? ¿Una simple digresión? Creo que no. Ya en la primera lectura sin prevención del encuentro entre Dante y Ulises hay algo que rechina, y en una obra tan perfecta como la Comedia eso es prácticamente impensable. Si asumimos plenamente lo que comentaba en el párrafo anterior -Alighieri es consciente de que la redacción de su obra es un pecado- se conectan de forma natural el viaje y el círculo en el que es castigado Ulises.
El autor se ve así mismo como Ulises, viajando a donde tiene prohibido, y, en realidad, sin más ayuda que su imaginación, pues ni Virgilio le auxilia ni Beatriz aparecerá beatífica a brindarle su mano al comenzar a redactar los cantos del Paraíso. En estas circunstancias él se sabe condenado, y se sabe condenado por haber creado una falsedad de forma tan perfecta que muchos la tomarán por verdadera.
Su verdadero pecado es, como el de todos los autores, el de haber pretendido crear un mundo que aparentara ser real, que fuera tomado por real por quienes lo leyeran o escucharan. De esta forma, el relato y el castigo de Ulises se complementan perfectamente, se presentan como un reflejo del propio drama de Dante, entregado a una obra a la que no solamente dedicará su vida, sino también su alma. De esta forma la confesión del Canto XXVI del Infierno es la más estremecedora declaración de amor a la literatura hecha por ningún autor jamás.
Maravilloso Dante. El artista por antonomasia.



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