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domingo, 25 de mayo de 2008

¿Debería ser obligatoria la lluvia?


Si es que no parece el mismo deporte. Una carrera de Fórmula 1 en seco y otra en mojado tienen el mismo parecido que una partida de ajedrez y una de póquer. En las carreras en seco casi todo resulta como se ha previsto. El cálculo de las diferencias de tiempo entre la Q2 y la Q3 permite aventurar cuándo se realizarán las paradas de repostaje. Los tiempos en los entrenamientos libres son procesados en los ordenadores y de ahí resulta con escalofriante precisión el tiempo que se empleará en cada vuelta según el tipo de neumáticos que se utilice. Hacia la mitad de la carrera puede ya adelantarse, con mínimas desviaciones, el resultado final de la misma. Solamente los accidentes pueden convertir en erróneos los estudios y previsiones que realizan máquinas y personas; equipos complejos en los que el piloto juega un papel casi secundario, permanentemente escrutado en su rendimiento por las telemetrías y los análisis de los ingenieros.
Casi nada de lo anterior se puede aplicar a la carrera de hoy en Mónaco. La incertidumbre acerca del tiempo ha condicionado la carrera totalmente. Neumático de seco, neumático intermedio o neumático de lluvia. Esta duda ha pesado sobre los dos tercios de la carrera, antes de que el sol despejara en su útimo tramo las dudas. Antes de eso todos han intentado ser más listos que el vecino, dando como resultado el que encontráramos que, en algún momento, coincidieran en la pista coches que iban equipados con los tres tipos de neumáticos posibles (ya sin contar con que, dentro de los secos, se podía escoger entre blandos duros). Ver competir coches calzados con "full wet", intermedios y secos es apasionante. En unas zonas de la pista iban mejor unos, en otras, otros y los pilotos debían compensar en cada lugar las limitaciones del neumático. De ahí el rosario de accidentes que adornaron toda la carrera, desde luego más divertida que aquellas que se realizan solamente en seco.
El resultado es una carrera dramática y para los seguidores de Alonso (entre los que me cuento), frustrante. Una y otra vez vuelvo a ver la forma en que se llevó por delante a Heidfeld en Loewe. A mi me da la impresión de que el toque fue culpa de Alonso, que pretendió pasar por donde no había sitio. Desde luego, si fuera un accidente de tráfico pagaba la compañía del asturiano, seguro. La Fórmula 1 es más complicada y, a lo mejor, alguno que sepa más que yo llega a otra conclusión; pero, en fin, a falta de que alguien me ilumine no tengo más remedio que mantener que me parece el error de pilotaje más grave que he visto a Alonso en todos los años que le sigo. Un error que, además, le destrozó la carrera, porque le condenó a la parte de atrás del pelotón sin posibilidades de recuperar. Heidfeld, que resultó muy perjudicado por el golpe, debe de estar todavía acordándose de Alonso, y supongo que lo estará por mucho tiempo.
El colmo de la desdicha le correspondió a Sutil, que estaba haciendo la carrera de su vida. A mi me da la impresión de que es un muy buen piloto, tal como demostró ya el año pasado en condiciones difíciles, y me disgustó sobremanera que, casi al final, cuando iba cuarto, Raikkonen se lo llevara por delante en uno de esos errores que te pueden costar un Mundial. Ahí me recordó la primera carrera en Australia, donde su afán de atacar al máximo le hizo salirse y perder un montón de puntos.
Y el mejor, Hamilton, sin duda. Ganar en Mónaco es difícil, hacerlo un día como el de hoy, debiendo adaptarse permanentemente a los cambios del circuito supone que hay que colocar a este piloto entre los superclases. Parece que se ha recuperado del bache en el que pareció sumido en Bahrein y que podemos esperar de él y de McLaren grandes cosas esta temporada. Los Ferrari están fuertes, pero sus pilotos no acaban de rematar la faena y ahí McLaren puede sacar tajada. Tengo la impresión de que la lucha por el Mundial no tendrá más actores, porque BMW no acaba de dar el saltito que le colocaría en posición de pelear realmente por el título. Mónaco, de todas formas, no es el mejor lugar para sacar conclusiones. Siempre es una carrera un tanto extraña, y más con lluvia. Dentro de quince días tendremos en Canadá, presumiblemente, una carrera "normal" y ahí se podrá valorar mejor en qué condiciones se encuentra cada uno.

jueves, 22 de mayo de 2008

Las Meninas y El Guernica




No es original comparar Las Meninas con el Guernica. Sin ir más lejos, acabo de leer un comentario del director del Reina Sofía en el que decía que el primero de estos cuadros es el epicentro de El Prado, mientras que el segundo lo es del Reina Sofía. No por tópico, sin embargo, puedo dejar pasar la ocasión de explicitar la impresión que tuve el otro día mientras pasaba cerca de la sala de El Guernica en el Museo Reina Sofía. Yo estaba cerca de la maqueta del pabellón de España en la Exposición de París de 1937. Desde allí veía a quienes rodeaban El Guernica, parados, extasiados, impresionados por la fuerza que emana de ese cuadro. El cuadro de los visitantes contemplando la obra de Picasso me recordó vívamente el que cada día se repite ante Las Meninas en El Prado. La misma curiosidad por el icono que se ve transformada en admiración, en auténtico goce estético que alcanza a todos (o casi todos). Lo mismo da que se tenga formación artística o que se sea un miserable bruto (como es mi caso); poco importa que se conozca el contexto de los cuadros o que se aterrice frente a ellos casi por casualidad. En los ojos de quienes los miran hay siempre luz, una inexplicable inteligencia. Pareciera que el pintor siguiera hablando a través del mensaje oculto en su obra y que nosotros fueramos capaces de captar de alguna manera lo que él (ellos) quisieron expresar mediante formas y colores hace décadas o siglos.
No soy un gran admirador de la pintura, pero he de reconocer que Las Meninas y El Guernica me hipnotizan y compruebo que también aquí no soy más que reflejo de sentimientos comunes a todos los seres humanos. ¿Qué explicará que formas y colores que pretenden representar una escena de corte del siglo XVII y el desgarro de una guerra impacten a quienes hoy las contemplen, personas completamente ajenas a las experiencias que reflejan esos cuadros? Para mi es un misterio.
Reparando en la multitud que rodeaba El Guernica, compuesta en gran parte por extranjeros, al igual que la que asedia a Las Meninas, no pude tampoco evitar pensar que quizás se trataba de las dos obras más importantes de la pintura española. Ciertamente, se trata de una afirmación discutible, que no descansa en una verdad objetiva (¿qué es la pintura española? ¿por qué son las más importantes?). Seguramente se podrían encontrar muchos argumentos en contra de la afirmación anterior ¿cuántos cuadros no habrá que reclamen el honor de situarse en la cúspide de la pintura? ¿tiene sentido clasificar las obras de arte por países? Tantas preguntas... pero lo cierto es que esta posición de primacía parece haber sido asumida por una mayoría. La reflexión del director del museo del Reina Sofía con la que comenzaba parece dar respaldo a esta imagen: Las Meninas y El Guernica, las dos obras más importantes de la pintura española, las más representativas, las que podrían resumir la pintura, la sociedad, la historia de este país. Me resultó sugerente la idea: la corte de los Austrias y la Guerra Civil. Por una parte, la imagen de la sociedad del siglo de oro, nobles, artistas ennoblecidos y bufones; todos ellos contemplados por los reyes que se reflejan en el espejo del fondo y que, por tanto, se confunden con nosotros, espectadores del cuadro durante siglos. Una imagen tranquila, detenida, en el que el movimiento se basa en un juego de espejos. Por otra parte la agitación de la guerra. Ruido (sí, sí, ruido, ¿no oís cómo suena El Guernica?), dolor, angustia. El cuadro que desaparece para fundirse con el espectador y el cuadro que encierra y congela una realidad que ha extraido de un mundo que tememos. ¿Será éste un resumen posible de España?

lunes, 12 de mayo de 2008

Hamilton al desnudo

Esta entrada se iba a titular “¡Bravo por Hamilton!” y el título estaría justificado. La carrera de ayer domingo estuvo animada de principio a fin por el británico, que evitó que se convirtiera en un aburrido ejercicio de dominio por parte de Ferrari. La primera lectura sería la de que frente a unos Ferrari superiores Hamilton consiguió, con una estrategia arriesgada a tres paradas, interponerse entre ambos y evitar el doblete. Al ir menos cargado que los demás coches la mayor parte de la carrera, Hamilton pudo correr a gusto, adelantar a Massa en una acción histórica y superar a Raikkonen por poco. Hamilton debía correr para compensar los casi 30 segundos de más que resultarían de su parada extra y esta diferencia de estrategias dio emoción a la carrera.

El resultado fue una carrera en la que Hamilton parecía correr siempre más que los demás, siempre al límite y sin cometer errores. Se trata de una táctica atractiva para el espectador y que, incluso, pudo haberle llevado a la victoria, pues la diferencia entre el y Massa fue lo suficientemente ajustada como para que en varias fases de la carrera hubiese incertidumbre sobre ese punto. Es por todo esto que bien pudiera haberse titulado la entrada “¡Bravo por Hamilton!” como apuntaba. Tras la carrera el propio corredor dijo que había sido la carrera de su vida y la sensación que tenía quien esto escribe cuando la veía era esta. Por primera vez en mi vida vi a un Hamilton auténticamente dominador (aunque no ganara), un piloto con personalidad, que es capaz de correr 58 vueltas a tope sin cometer errores. Chapeau por él, por tanto. Después de unas carreras en las que había estado desdibujado ésta seguro que ha sido una buena inyección de moral para él.

Ahora bien, tras este primer análisis la pregunta es la de ¿por qué eligió Hamilton una estrategia de tres paradas? No era la mejor. Todos parecen coincidir en que lo ideal era realizar dos paradas, que fue la opción que siguieron el resto de pilotos. Pedro Martínez de la Rosa indicó que la causa de optar por tres paradas estaba en el riesgo de que los neumáticos sufrieran un daño excesivo si se utilizaban durante demasiadas vueltas. Es cierto que cada coche trata de forma diferente los neumáticos, y si el McLaren era excesivamente duro con ellos podrían ocasionarse reventones, como el que sufrió Kovalainen en Montmeló o el que padeció Hamilton en el Gran Premio de Turquía del año pasado. Ahora bien, el problema no parece que estuviera en el coche, porque Kovalainen había optado por una estrategia de dos paradas y solamente el inoportuno pinchazo en la vuelta inicial le obligó a realizar tres visitas a los boxes. Y la pregunta es ¿si la causa del deterioro de los neumáticos no estaba en el coche, dónde estaba? Bien la respuesta es sencilla, en el propio Hamilton. El año pasado ya se apuntó que su manera de conducir era excesivamente agresiva, y que de ahí su reventón en Turquía. En el mismo escenario en el que aquel reventón le costó el año pasado un podio o, quizás, una victoria, sintió miedo de repetir la historia y optó por la táctica conservadora (respecto a los neumáticos) de realizar tres cambios de gomas.

Así vista la situación resulta curiosa. Hamilton habría optado por una táctica que sabía mala solamente para poder mantener su agresividad en el pilotaje del coche. Es extraño que ni siquiera haya hecho el intento de conducir de una manera un poco más conservadora con el fin de poder realizar solamente dos paradas y no perder así 30 segundos con respecto a sus rivales por el título; pero bueno, las cosas son como son y, por tanto, el “¡bravo Hamilton!” debe ponerse en cuarentena, pues una cosa es dominar y otra hacer fuegos artificiales.

Esta extraña situación nos deja, además, una incógnita abierta, y que no es otra que la auténtica relación de fuerzas entre McLaren y Ferrari. Los Ferrari parecen muy superiores, pero si reparamos en que con una mala táctica Hamilton se coló entre los dos y a punto estuvo de amenazar el triunfo de Massa bien podemos plantearnos qué hubiera pasado si Kovalainen no pincha. Quizás hubiera sido un rival serio para los Ferrari. En la retransmisión De la Rosa reconocía que sus esperanzas para la carrera estaban puestas más en Kovalainen que en Hamilton, lastrado por su mala táctica.

Quedan los BMW. Me han decepcionado. Tras las tres primeras carreras parecía que estaban en condiciones de pelear por el título y, sin embargo, los veo algo apagados. Da la sensación de que no han progresado tanto como sus rivales con las mejoras que se probaron hace un mes en Barcelona. Heidfeld, además, está bastante gris. En una entrada anterior decía que los BMW parece que van a lo suyo, sin importarles lo que hagan los demás, y quizá sea esto lo que está pasando. Ellos no compiten con McLaren y Ferrari, sino consigo mismos para hacer un coche ganador. Quizás piensen que el de este año todavía no lo es y estén centrándose ya en el del año que viene, que no sé por qué me da que estará pilotado por un polaco y un español.

Y dos palabras para Renault. Le falta un empujón. Dos, tres décimas para pelearse con los grandes (pelearse, que no ganar, que eso es otra cosa). ¿Las conseguirá? Lo veremos cuando introduzcan la nueva suspensión, diseñada para resolver los problemas de tracción que les acompañan. Lo que sucede es que no sé para cuándo estará esta mejora. Si no está en Mónaco les veo sufriendo en un circuito de curvas lentas en las que tracción es fundamental; pero bueno, ya veremos. Y para acabar. Con tantos buenos pilotos que hay en el Mundo ¿por qué está ahí Piquet? Cinco carreras es un margen demasiado amplio para lo que se estila en la Fórmula 1. Bueno, es una pregunta retórica, porque las razones de la presencia de Piquet en el equipo son conocidas, pero tal como va quizás estén buscando ya un recambio que tenga su mismo perfil pero que, además, sea capaz de estar un poco más cerca de Alonso.

sábado, 3 de mayo de 2008

El 2 de mayo

Uno de los tópicos que más me repatean es el de "la tenebrosa Edad Media". Es difícil encontrar a alguien que no vea cualquiera de los siglos que hemos dado en catalogar con ese curioso nombre como una época de barbarie, oscura, cruel y salvaje. Una noche oscura antes del amanecer que supuso el Renacimiento. Resulta curiosa esa visión de un tiempo en el que se desarrollaron las ciudades, se inventaron las gafas y el molino de agua, se crearon las Universidades y se escribieron obras tan luminosas como la Divina Comedia. Pero no es este el punto en el que me quería detener hoy, sino en el presunto "salvajismo" de aquellos años, de aquella época cruel frente a la que se yergue nuestra civilizada modernidad.
No sé yo si esa visión simplista responde a la realidad, o al menos a toda la realidad. Hay un elemento, al menos, que nos puede hacer dudar sobre la verdad del tópico, y es el de la forma en que se desarrollaba la guerra entonces y la evolución que ha seguido desde aquella época hasta nuestros días. En la Edad Media la guerra estaba, generalmente, reservada a grupos pequeños, especializados en el arte de matar que se enfrentaban entre sí. Es cierto que cuando alguno de estos grupos se desmandaba la indefensa población del campo o de las ciudades podía ser objeto de sus iras o abusos; pero tales sucesos no dejaban de ser una "patología del sistema", que se basaba en la idea de que las disputas entre territorios y naciones (permítaseme el anacronismo del término) se ventilaban mediante el enfrentamiento de un grupo reducido de caballeros y soldados. Hasta tal punto estaba este planteamiento desarrollado, que en algún caso, preparados ya dos ejércitos en el campo de batalla, se decidía que la contienda se resolviera mediante enfrentamiento singular entre un caballero escogido de cada uno de los ejércitos. ¡Qué magnífico ejemplo de ahorro de vidas y esfuerzos! El vencedor era dueño del campo y el ejército del derrotado se retiraba como si realmente le hubiesen vencido.
Cuando llega la Edad Moderna la cosa cambia un poco. En esa época cada país elegía unos representantes, unos cuantos miles, a los que disfrazaba de forma graciosa y enviaba al campo de batalla. Allí esos representantes de la nación se enfrentaban a los representantes, también ridículamente vestidos, de la nación enemiga y en el curso de una batalla -que normalmente no duraba más de un día- se decidía quien ganaba la guerra. El país de los soldados que habían sido derrotados se sometía al que había vencido y las cosas seguían más o menos igual en uno y otro.
Así estaban las cosas cuando a principios del siglo XIX algo cambió. Primero en España y luego en Rusia la gente normal y corriente -no los representantes disfrazados del pueblo- decidieron rebelarse contra la costumbre que establecía que el vencedor de la batalla era el dueño del país. Tolstoi, en Guerra y Paz desarrolla este argumento mucho mejor que lo estoy haciendo yo y allí remito a quien esté interesado en el tema. Surgía así la guerra total, en la que cualquiera puede ser un soldado (ahí está Agustina de Aragón) o sufrir los desastres de la guerra en su propia casa (véanse los horrorosos bombardeos de Londres primero y de las ciudades alemanas después durante la Segunda Gurra Mundial).
Así pues, el avance en la civilización ha supuesto que lo que era un asunto de una minoría, la guerra, sea cuestión que afecte directamente a toda la población. ¿Era realmente la Edad Media más salvaje que nuestra época actual?
¡Ah! y ya se me olvidaba. El título de este post es el 2 de mayo, porque, de acuerdo con lo que acabo de explicar, mi duda es la de si el 2 de mayo es una fecha que debemos recordar con orgullo o, por el contrario, lamentarnos de que por no sé que orgullo, furia o desatino, decidiéramos en aquel momento destrozar nuestro país en una guerra de seis años que podríamos habernos ahorrado de la misma forma que lo hicieron Holanda, los diferentes Estados de Alemania o de Italia o Polonia, países que, en aquel momento, prefirieron acogerse a la vieja regla de acuerdo con la cual una vez que se había perdido la batalla campesinos, comerciantes e industriales podían seguir con su vida de siempre, aunque fuera bajo otra bandera.