Acabo de volver de la reunión de inicio de curso de los padres con las maestras de primero de Educación Infantil. Ha sido una reunión muy provechosa. Me ha servido para contrastar, a través de algunos pequeños detalles algunas de las hipótesis que adelantaba en mi entrada España sí se rompe. Allí planteaba que una clave ineludible para entender no pocos aspectos de la política y de la sociedad en España era la utilización de la intelectualidad y la educación para la construcción o el reforzamiento de identidades nacionales en torno a los aparatos de poder que han surgido como consecuencia de la descentralización que ha supuesto el Estado de las Autonomías. En esta construcción la política lingüística juega un papel esencial. No es algo nuevo, el idioma fue un elemento importante en la construcción de las naciones europeas en los siglos XVIII y XIX y su eficacia como elemento aglutinador no creo que precise ser demostrada. En la actualidad el idioma propio de cada Comunidad Autónoma es un instrumento que contribuye a profundizar en su construcción nacional; y aquí el papel de la escuela es, evidentemente, fundamental. Solamente si tenemos esto en cuenta se explica, por ejemplo, la feroz oposición que suscitó en algunos sectores de la sociedad y la política catalanas el intento de establecer una tercera hora de lengua castellana en las escuelas. En aquel momento un amigo me comentaba, no sin cierta ingenuidad, que no entendía tal oposición cuando era evidente que debería mejorarse el nivel de castellano (y de catalán) de nuestros alumnos. Yo le dije que era claro que en todo este debate la formación de los niños era secundaria, que lo fundamental era el papel de la lengua como elemento de identificación nacional, y que en este plano cada hora de castellano era un problema y que, por tanto, mucho mejor dos horas de castellano a la semana que tres.
Pero me estoy desviando del tema, que no es otro que la visita de esta tarde al aula en la que estudia mi hija. Allí pude ver cómo en las paredes estaban colgados unos carteles con los nombres de los meses. En grande estaba el nombre del mes en catalán y en pequeñito el nombre del mismo mes es castellano. La relación que se establece inmediatamente es la de que hay un idioma más importante que el otro; curiosa forma de fomentar la diglosia. A esto hay que añadir que se nos explicó que en castellano se trabajaría únicamente la oralidad, no la escritura del idioma. Me parece una opción que favorece igualmente la diglosia, pues el catalán se presenta como una lengua no solamente oral, sino también escrita; mientras que el castellano es percibido únicamente como una lengua hablada, lo que no deja de traslucir una menor enjundia y profundidad del idioma. No desconozco que existen métodos de enseñanza de las lenguas que se basan, precisamente, en comenzar el aprendizaje por el lenguaje oral para, posteriormente, pasar al escrito. Ahí tenemos las estupendas páginas que nos dejó Elias Canetti en su autobiografía sobre su iniciación en el alemán. Sucede, sin embargo, que esto no es trasladable al colegio de mi hija, donde no pocos sino la mayoría de los alumnos tienen por lengua materna el castellano. Es decir, ya hablan el castellano (incluso mejor que el catalán en no pocos casos) por lo que este refuerzo de la oralidad más bien parece una limitación al desarrollo de las potencialidades de los alumnos en una lengua que ya conocen bien todos y que para muchos de ellos es, además, su lengua materna.
En definitiva, mi visita de hoy al colegio me ha confirmado que en Cataluña interesa más utilizar la escuela como elemento de construcción nacional a través del idioma que la efectiva formación de los alumnos en las dos lenguas oficiales en el País.
vaya,vaya...o sea que algun dìa,dentro de Barcelona por ejemplo,un catalàn bien podrìa decirle a otro...no me llames extranjero...
ResponderEliminarQuerida Adelfa, ya pasa, ya pasa.
ResponderEliminarQuerido Rafael,
ResponderEliminarLo que expones en tu blog me horroriza por la ineptitud con que se aborda un tema tan delicado y tan difícil de llevar. Uno se detiene a pensar los motivos que fundamentan tales decisiones. Podríamos profundizar en la formación de quienes están decidiendo - y de quienes han decidido hasta ahora (puesto que no es cosa de hoy) - la política educativa en Cataluña. Pero esto nos llevaría hacia derroteros ya conocidos. La verdad es que la senda que voy a tomar no es menos conocida. Tú y yo hemos hablado ya largo y tendido sobre ello.
El problema en este tema es que hay un herido, un herido de muerte que está protagonizando sus últimos estentores. La situación se debería haber resuelto en los años 30 del siglo pasado. Ahora, ya es demasiado tarde. Lo digo desde el punto de vista del catalán. A mi juicio, debía haberse fundado una España que acogiera sin reparos, sin recelos, sin vergüenza, sin límites el catalán lo mismo que el castellano (no entro en el tema de Galicia o el País Vasco; no tengo suficientes elementos para exponer con criterio mi opinión). Debería haberse fundado, con la República, un Estado realmente integrador que tratara por igual a todas sus lenguas y que reconociera su ámbito territorial de actuación. Debería haberse creado un Estado en el que el catalán fuera única lengua oficial en Cataluña. Debería haber sido un Estado cuya única lengua oficial no fuera el castellano, sino también el catalán.
¿Por qué no se hizo? Porque no se concebía una España que no hablara castellano, porque se ignoró, ya a principios de siglo, a un Maragall pidiendo a España que la escuchara en catalán (Escolta, Espanya, la veu d'un fill/ que et parla en llengua no castellana ....). La lengua empleada en Cataluña por aquel entonces era el catalán y el castellano lo era por imposición (de hecho el catalán no se aprendía en las escuelas). No digo que no existiera la voluntad de aprender el castellano ni que no mereciera la pena aprenderlo. Lo que quiero decir es que el catalán era la lengua común en Cataluña. En aquel momento, los inmigrantes que llegaban a Cataluña todavía tenían la necesidad de aprender el catalán y, por lo general, lo utilizaban. Únicamente, y no es un tema menor, faltaba el respaldo legal, el respaldo que te da un Estado. Sin embargo, España, o si quieres aquel Estado, no se comportó como el Estado que necesitaba el catalán. Esto explica muchas cosas.
Poco más tarde, las cosas fueron a peor para toda España. No obstante, en Cataluña se quiso además eliminar el catalán, o cuando menos postrarlo. Está históricamente comprobado que existieron estrategias específicamente destinadas a reducir el catalán a una lengua familiar, con el fin de extinguirla definitivamente. Evidentemente, bajo aquella concepción, el catalán era una anomalía para la reconstrucción nacional, un estorbo a reparar, por las buenas o por las malas. Esto explica aún más cosas.
1978 tampoco sirvió para recomponer el Estado. En realidad, no hubo ruptura jurídica. Aquel Estado, el del 78, fue heredero, sino el mismo, que el del 39. Ciertamente, hubo cambios fundamentales, esenciales, un giro copernicano que ni se me ocurre ignorar, pero a los efectos que estamos hablando siguió manteniéndose un Estado de matriz castellana en el que las otras lenguas no eran más que una molestia, sin concebirse como una señal de identidad más - junto con el castellano - del Estado.
De aquellos polvos estos lodos. Es una culpa colectiva y, sinceramente, me sabe mal que no se refleje en tu escrito. La situación actual puede verse como una foto fija y no se falta a la verdad, pero si se ve como una película creo que se comprende mucho mejor la situación.
Como te decía, la situación está podrida y lo único que se percibe es el hedor de la herida y, a veces la tristeza (es mi caso, una tristeza profunda, tú lo sabes), otras la rabia e indignación, del animal acosado, moribundo.
Albert