Cuando hace casi veinte años se puso en marcha la OMC pensé que, curiosamente, a largo plazo supondría un perjuicio a los países desarrollados en beneficio de los menos desarrollados. No soy economista (creo que se nota) y mi razonamiento era de contar con los dedos: si, debido a la diferencia de salarios (fundamentalmente) en los países "pobres" se podía producir más barato que en los países "ricos" y, además, los productos de estos países pobres podrían entrar con aranceles bajos en los países ricos ¿quién produciría en los países ricos? Deslocalización y bajada de sueldos en los países ricos parecía inevitable.
Durante los años 90 del siglo XX y primeros del siglo XXI se insistió machaconamente en que la globalización perjudicaba a los países pobres y beneficiaba a los ricos y pensé que, de alguna forma, me había equivocado. La crisis actual, sin embargo, creo que muestra que lo que pensaba hace veinte años era cierto, al menos en parte.
Un dato que tenemos que tener en cuenta es que la proporción de la renta del trabajo en la riqueza nacional es cada vez menor en España y en los países de nuestro entorno. Este dato macroecónomico tiene, en el caso de España, un claro reflejo en la vida de cada uno de nosotros: todos experimentamos, directamente o por conocidos y familiares, que los salarios que se pagan son muy bajos (mileurismo). Quizás se muestre aquí una de las primeras consecuencias de la globalización: el mecánico que ajusta tornillos en una fábrica de Barcelona compite directamente con quien los está ajustando en Ucrania, la India o China. En tanto en cuanto en esos países los trabajadores están dispuestos a trabajar por mucho menos dinero que el que se paga a un trabajador español es probable que el trabajador español tenga que bajar su salario pues, de otra forma, la empresa se iría a esos países donde se cobra menos.
La disminución de los salarios en proporción a la riqueza nacional tiene una consecuencia bastante negativa para el conjunto del país: gravar con impuestos las rentas del trabajo es muy fácil, nadie se escapa. Mientras las rentas laborales fueron la mayor parte del PIB la recaudación impositiva reflejaba la situación real del país. A medida que las rentas del trabajo pierden peso la recaudación de impuestos se resiente. Quien no se gana la vida con un sueldo tiene más fácil eludir el pago a Hacienda de todo lo que debe; bien porque defrauda (y en España no es difícil que te encuentres con autónomos que tranquilamente te confiesan que declaran mucho menos de lo que realmente ganan. Recordemos que en España la renta declarada media de autónomos y empresarios es inferior a la renta declarada media de los trabajadores; venga Dios y lo vea); bien porque se aprovecha de las ventajas que ofrece la libre circulación de capitales a nivel internacional. La ingeniería fiscal permite a las empresas optimizar el pago de sus impuestos, cosa que no pueden hacer los trabajadores. La consecuencia de ello es que la disminución de los salarios supone también la disminución de los ingresos de las administraciones públicas.
¿Ante esta situación qué hacen las administraciones públicas? En primer lugar se plantea la reducción de los servicios públicos, la tan traída y llevada crisis del Estado de bienestar, consecuencia no de una falta de riqueza objetiva, sino de la dificultad que existe para traer parte de esa riqueza a las arcas públicas. En segundo lugar, recurre a la financiación mediante deuda, lo que hace que la estabilidad presupuestaria quede en manos de los mercados financieros internacionales, tal como se ha visto en las últimas semanas. En tercer lugar, hay que disminuir los costes de los servicios públicos, y aquí entra la rebaja de los sueldos de los funcionarios, lo que merece un apartado independiente.
Antes hemos visto cómo la globalización (entre otros factores) hace que las rentas del trabajo pierdan peso en la riqueza nacional y que los salarios bajen. Claro, los salarios que paga la administración no dependen de forma directa de los flujos del mercado, por lo que tardan más en ajustarse. Tarde o temprano, sin embargo, ese ajuste debe producirse; y ahora lo estamos viviendo: si los salarios en general bajan la recaudación baja y, por tanto, los salarios de los empleados públicos también tienen que verse disminuidos; es triste, pero es así.
Mi impresión es que esta disminución de la riqueza de los trabajadores y de los funcionarios, así como la rebaja del Estado de bienestar se estaba larvando desde hace tiempo; pero se había mantenido "artificialmente" una situación boyante. Acabo de leer que Angela
Merkl ha dicho que Alemania ha vivido por encima de sus posibilidades durante décadas. Un lector de la noticia comenta, con mucho juicio, que cómo es esto posible si Alemania es una país con superavit en su balanza de pagos. Quizás lo que suceda es que se está poniendo de manifiesto que el recurso permanente a la deuda para financiar el Estado de bienestar no se sostiene cuando no se encuentran mecanismos para aumentar la recaudación. La brusca detención de la máquina del crédito como consecuencia de la crisis financiera de hace unos años ha destapado un problema mucho mayor que, de alguna forma, estaba oculto.
Y ante esto ¿qué se puede hacer? La primera posibilidad es no hacer nada, lo que implicará que aquellos que vivan de su trabajo (en el mercado laboral o en la función pública) serán cada vez más pobres. La competencia cada vez mayor a todos los niveles con los países menos ricos en todos los trabajos hará que poco a poco ninguna profesión quede excluida de la degradación. En este escenario únicamente vivirán bien aquellos que tengan capacidad de iniciativa, que sean capaces de crear empresas y negocios e ir modificándolos y adaptándolos, quienes, en definitiva, sean capaces de vivir realmente en un espacio transnacional. Esto supone un cambio de cultura importante. La tradicional admonición de nuestros padres "estudia si quieres ser una persona de provecho" dejará de tener sentido en gran parte.
La segunda posibilidad es hacer algo desde el poder público; pero esto exige algunos cambios significativos.
En primer lugar, los poderes públicos tienen que reforzarse. En el mundo actual cada Estado por separado tiene poca fuerza, ya que la economía se mueve, realmente, a escala global. Hace unos meses comprobamos que solamente podía intentarse algo en relación a la crisis desde el G20; es la demostración de que las soluciones tienen que articularse a nivel internacional. En lo que a nosotros toca, el refuerzo de los poderes públicos pasa por reforzar a la Unión Europea. Si la UE fuera algo parecido a un Estado tendría el poder suficiente como para, negociando con Estados Unidos y China, imponer ciertas reglas, entrar en los paraísos fiscales, aumentar la recaudación impositiva y regular de alguna forma el movimiento internacional de capitales.
En segundo lugar, hay que repensar toda la política fiscal. Quizás en las circunstancias actuales el recurso a los impuestos directos es poco realista y se haga necesario dotar de mayor protagonismo a los impuestos indirectos (el mes que viene aumentará el IVA en España). Quizás sea necesario inventar mecanismos que permitan gravar la riqueza que circula por el Mundo evitando, a la vez, que dicha imposición se repercuta en los paganos de siempre.
En tercer lugar. Echo en falta con frecuencia una cultura del rigor y del esfuerzo, tanto entre nosotros, los ciudadanos de a pie, como entre los políticos. A veces tengo la sensación de que lo mismo da hacer las cosas bien que mal, que lo misma da saber que ignorar, que lo mismo da acertar que equivocarse. En una situación difícil como la que vivimos esta actitud es suicida. Deberíamos todos actuar con rigor y exigir el mismo rigor en los responsables políticos. Si no intentamos hacer las cosas especialmente bien la tremenda competencia del mundo en el que vivimos acabará devorándonos. Tenemos que pensar que siempre, siempre, hemos de estar atentos y preparados, esforzarnos al máximo en todo lo que hacemos y no dejar pasar oportunidades. Demasiadas veces actuamos como nuevos ricos, y ahora va siendo evidente que no somos ni ricos ni nuevos.
En fin, este blog se llama "el jardín de las hipótesis inconclusas" y no es por casualidad. Quería tener un espacio para desarrollar impresiones e intuiciones sin tener que someterlas al previo estudio y a la comprobación meticulosa de datos y razonamientos; en esta clave tiene que tomarse lo anterior. Tengo muchas dudas en lo que planteo; pero el ponerlo por escrito me ayuda a pensar y si, encima, alguien me saca de los errores que cometo o me aporta los datos que ignoro, pues mejor que mejor.