A finales de 2013 Artur Mas, entonces presidente de la Generalitat, dirigió una carta a varios líderes europeos pidiéndoles su apoyo para conseguir la secesión de Cataluña.
El envío de estas cartas era un acto de una enorme gravedad
Lo coherente ante el envío de estas cartas hubiera sido activar el mecanismo previsto en el artículo 155 de la Constitución y someter a un estricto control en España la actividad internacional de la Generalitat. No es admisible que una administración española (Artur Mas se dirigía a esos líderes como presidente de la Generalitat) pida ayuda a estados extranjeros con el fin de quebrantar la unidad territorial de España. Cruzarse de brazos o reírse del inglés utilizado en la carta no era una opción sensata.
Fue, sin embargo, lo que se hizo. Y la acción exterior del nacionalismo, utilizando para ello a la Generalitat de Cataluña y su competencia en materia de acción exterior continuó. El gobierno de Rajoy aceptó que el conflicto catalán se convirtiera en un conflicto internacional y durante los siguientes años se centró en impedir que la acción exterior de la Generalitat prosperara en otros países mediante mecanismos clásicos de diplomacia internacional: presionando a los otros estados para que no dotaran de relevancia a las actuaciones de la Generalitat.
De todos los errores cometidos por el PP en la gestión de la crisis catalana este fue de los mayores. Si España misma acepta la actución internacional de una entidad infraestatal ¿cómo no van a acabar asumiendo esa subjetividad internacional otros estados? En los años que siguieron la Generalitat y los embajadores del nacionalismo se entrevistaron con altos funcionarios de otros países. El contenido de esas conversaciones debía ser bastante delicado porque, por ejemplo, en el caso del Reino Unido, su gobierno se negó a entregar al Parlamento británico las actas de dichos encuentros porque podrían poner en peligro las relaciones con España.
Durante años la Generalitat se movió en el ámbito internacional trabajando para debilitar a España, utilizando los medios que le concedía el ordenamiento constitucional español, con dinero público y con el beneplácito del gobierno español.
Sí, con el beneplácito, porque el gobierno español no utilizó ninguno de los mecanismos internos que le hubieran permitido poner fin a esta actuación, sino que, como se ha dicho, prefirió combatir a la Generalitat en la escena internacional, lo que ya fue un triunfo innegable para los nacionalistas.
Pero la cosa va más allá, claro. Cuando estamos hablando de secesión estamos, por definición en el ámbito internacional, y es un tema que, lógicamente, interesará a no pocos actores internacionales, porque la diplomacia, en buena medida, es el arte de debilitar a los posibles rivales, un juego que se practica, incluso, entre los estados miembros de la UE, quizás porque después de siglos es difícil perder la costumbre.
Pensar que la posibilidad de debilitar a España y, por tanto, a la UE no llamaría la atención de algunos estados no es que sea ingenuo, es que es completamente contrario a la experiencia de siglos de relaciones internacionales.
Entre estos actores, uno especialmente relevante es Rusia, que compite de manera directa con la UE y que tiene contenciosos abiertos con ella (Ucrania). Además, Rusia sigue recordando la secesión de Kosovo, una secesión que debilitó a un país que es algo más que un aliado, Serbia.
Ante esto resulta difícil entender por qué el tono de broma de tantos ante lo que se ha sabido en estos últimos días en relación a la implicación rusa en el proceso de secesión, incluidas las conversaciones que hubo para conseguir el apoyo de soldados rusos a la secesión y también ciertas ayudas de Rusia en el momento inicial de la independencia de Cataluña.
¿Fue tal como resulta de lo contaban quienes están siendo investigados? No lo sabemos; pero lo que sí sabemos es que imposible no era. Como decía, desde, al menos, 2013, la Generalitat obraba de manera abierta en la búsqueda de apoyos internacionales a la secesión, y su estrategia contenplaba la gneración de un conflicto de la suficiente entidad como para propiciar una mediación internacional; un conflicto que, de acuerdo con algunos de los implicados, precisaría "100 muertos".
Estuvimos a punto para ello. En un artículo que analiza la trama rusa, Joaquim Coll recuerda aquel vídeo de un ciudadano aparentemente de origen ruso, que el 3 de octubre de 2017 se indignaba ante lo que él veía como el preludio de un enfrentamiento civil.
Al final el enfrentamiento directo entre Mossos, milicias nacionalistas y tropas extranjeras que apoyaran a éstas, y la Policía Nacional y Guardia Civil, con participación, en su caso, del ejército, no se concretó, pero se habían dado todos los pasos para ello, quizás sin calcular que cuando se entra en determinados juegos es difícil pararlos en un momento dado. Por otro lado, la implicación rusa en la desinformación que siguió al 1 de octubre ha sido defendida desde distintas fuentes, con participación, además de activistas vinculados ya no a Rusia, sino directamente al poder ruso, al estado ruso. En este sentido, el artículo de Leyre Iglesias en "El Mundo" aporta bastante información.
Es por eso que la media sonrisa ante la información del ofrecimiento de 10.000 soldados rusos para apoyar la independencia de Cataluña no está justificada. Esa media sonrisa es la continuidad de la parálisis que siguió al envío de la carta de Artur Mas en 2013, la inacción ante la creciente actividad internacional de la Generalitat amparada (esto sí que dar risa escribirlo) en la competencia de la Generalitat en materia de acción exterior y de la admisión de que el conflicto catalán se jugaba en la arena internacional.
Esa media sonrisa es volver a esconder la cabeza bajo el ala o enterrarla en la tierra. Esa media sonrisa es una consecuencia de la fase de negación en la que sigue instalada la sociedad y la política españolas ante el desafío nacionalista.
Esa media sonrisa es coherente con pretender que lo sucedido en Cataluña fue una "ensoñación" (en términos del Tribunal Supremo).
Esa media sonrisa es la esperanza que tienen los nacionalistas de que tendrán otra oportunidad de destruir este país.
No voy a dar nombres, lo siento. Unas semanas antes del 1 de ocubre me encuentro en el tren que lleva a la UAB con un profesor colega situado públicamente en el independentismo. Comentamos la situación amigablemente -nos conocemos desde hace cuarenta años- y, en un momento dado, me comenta totalmente en serio que "ya tenemos ligado el apoyo de algunos estados. Me sorprendió (y me preocupó, claro), pero me pareció que insinuaba que los esfuerzos se habían hecho con Estonia, Letonia y Lituania, aunque añadió que todo esto se sabría en su momento. Esto encaja con dificultad en la pista rusa, aparentemente. Sin embargo, deja clara una cosa: el independentismo apretó el acelerador en la búsqueda de apoyos. Quizá les abandonaron en el momento final, como suele ocurrir en los golpes de Estado, pero no queda duda de que se movieron por los canales internacionales "como Pedro por su casa".
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