Creo que el artículo de Antoni Puigverd "Un octubre para Antígona" merece algún comentario.
Trata de la esperada sentencia en el proceso contra los líderes del intento de derogación de la Constitución en Cataluña en septiembre y octubre de 2017.
No acaba de quedar claro del mismo si una sentencia "dura" sería ajustada a Derecho, pero entonces conveniente la clemencia o si, por el contrario, lo ajustado a Derecho sería una sentencia "blanda" (tan solo desobedecieron, todo fue un puro teatro, vaya) siendo cualquier cosa que pase de ahí un exceso que solo podría entenderse por el ánimo de venganza.
Diría que es lo segundo lo que en esencia se defiende; pero no puedo estar completamente seguro porque pasa de una cosa a la otra de una manera un tanto confusa.
En cualquier caso, desliza algunas críticas sobre el desarrollo del proceso que pudieran poner en duda la corrección de lo actuado. No se preocupe, señor Puigverd, España, como Estado democrático que es, da la oportunidad de que sus decisiones sean revisadas en el Tribunal de Estrasburgo, por lo que si se ha producido alguna vulneración del proceso debido el Tribunal Europeo de Derechos Humanos podrá identificarlo y eso podría conducir, incluso, a una revisión de la sentencia que dicte el Tribunal Supremo.
Por cierto, este recurso al tribunal de Estrasburgo no sería posible en la República Catalana que se hubiera implementado de no haber actuado el Estado en el mes de octubre de 2017. Quizás esto le permita apreciar la preocupación con la que algunos vivimos aquellas semanas que para nosotros no fueron en absoluto de teatro, pues estaban en juego nuestros derechos y se vulneraron de manera evidente algunos de una cierta importancia, como es, por ejemplo, el derecho a que nuestros datos personales no sean usados para fines ilegales.
Esta es, quizás, una primera discrepancia con el señor Puigverd: lo que sucedió en septiembre y en octubre no fue una representación teatral, sino algo de una enorme gravedad porque el poder público desobedeció leyes y sentencias e intentó romper nuestro marco de convivencia derogando la Constitución en Cataluña.
Quizá esto a Antonio Puigverd no le parezca importante; pero sí que lo es para muchas personas -entre las que me incluyo- y, curiosamente (lo de curiosamente lo digo por lo que él parece pensar) también es considerado de una enorme gravedad por el ordenamiento jurídico español que, ¡fíjate tú! considera que es delito intentar derogar la Constitución por la vía de hecho. Si esa derogación se sirve de la fuerza el delito podría ser rebelión, con penas de una cierta entidad.
Esto es lo que ahora están intentando determinar los tribunales: si se dieron las circunstancias para que pudiéramos hablar de un delito de rebelión o de sedición. El señor Puigverd parece ya haber juzgado y creo entender que considera que no es así. Yo debo confesar que tengo mis dudas en lo que se refiere al concreto tipo aplicable; pero me parece que carece de lógica pretender que aquí no ha pasado nada y que lo único que hay es una desobediencia. Cuando se pone a toda una administración al servicio de un propósito ilegal que se concreta en la derogación por la vía de hecho de la Constitución defender que estamos ante una fruslería o es estúpido o es cínico. Creo que tan solo la imagen de los Mossos d'Esquadra, pistola al cinto, saludando marcialmente a quienes les agradecían su pasividad el 1-O mientras todos cantaban el "Bon colp de falç" sería suficiente como para que surgieran dudas más que fundadas sobre el carácter pacífico de lo acaecido.
El señor Puigverd no parece verlo así, sino que atribuye la dureza de la sentencia -en caso de que se produzca una sentencia dura- a la sed de venganza y no a la búsqueda de la justicia; y este es, creo un error de una cierta entidad.
Pero para darse cuenta de que es un error hay que asumir la perspectiva de quienes nunca somos considerados por el señor Puigverd: aquellos catalanes que no compartimos los ideales catalanistas, y a quienes nos dedicó un hermoso párrafo en septiembre de 2012 que debería incluirse en los anales de la indigencia moral. Desde la perspectiva de estos catalanes, lo que sufrimos desde hace décadas, pero especialmente desde 2012, es la constante vulneración de nuestros derechos por parte del poder público. ¿Repara el señor Puigverd en lo que eso significa? ¿en lo que sientes cuando ves que una y otra vez aquello a lo que tienes derecho es negado por las instituciones quienes displicentemente te remiten a los tribunales sabedoras de que el esfuerzo, tiempo y dinero que supone acudir a los tribunales disuadirá a la mayoría?
Este es el contexto del golpe de Estado de 2017: un poder público que llevaba tiempo desobedeciendo, incumpliendo y vulnerando nuestros derechos (sí, sí, nuestros derechos) incrementaba su desafío y nos amenazaba con privarnos de nuestra condición de españoles en España en cuestión de días.
Si en ese contexto, al final, el mensaje es que no merece reproche penal la actuación de quienes pretendieron apartarnos del país en el que nos integramos, o que ese reproche penal es mínimo ¿cuál es el mensaje que nosotros recibiremos? Pues que lo justo es que estemos sometidos a este poder que actúa al margen de la ley.
Esto el señor Puigverd no lo entiende. Si deseamos que se haga justicia no es por venganza, sino por evitar que ese sometimiento, esa bota en nuestro cuello, apriete un poco más.
Pero claro, para el señor Puigverd esto es ininteligible; el no puede entender el valor que tiene la ley para los débiles, para aquellos que tan solo tienen a los tribunales para ver garantizados sus derechos. Él, sin duda, pertenence al grupo de aquellos que no se han sentido humillados por el poder público en Cataluña, el grupo de quienes aún siendo críticos con los excesos del nacionalismo, no abandona el consenso catalanista. Es, en definitiva, "uno de los suyos" y, por tanto, difícilmente entenderá lo que es ser catalán no catalanista. Para él el Derecho es un incómodo mecanismo que perturba ese natural fluir de la sociedad en el que unos pueden hacer lo que deseen y sus incumplimientos han de ser amparados por la "clemencia"; porque, claro, no todos somos iguales.
Demasiado bien sé que no todos somos iguales. Hace poco comentaba que la Generalitat hace un informe sobre intolerancia política en Cataluña en el que los tweets que amenazan a los nacionalistas son destacados, mientras que no se incluyen aquellos en los que, por ejemplo, se desea una violación grupal a Inés Arrimadas. En ese informe, los insultos, golpes y boicots sufridos por los constitucionalistas no son considerados como merecedores de reproche.
No, señor Puigverd, en Cataluña no todos somos iguales, pero, al menos, deje que lo seamos en los tribunales de justicia.
Por desgracia es lo que nos queda: la ley, la justicia y el Derecho ¿nos quiere privar también de ello?
Por cierto, el señor Puigverd inaugurará mañana el curso de la Facultad de Derecho de la UAB. Ya he excusado mi asistencia.
Me parece una muy interesante y acertada disección de lo que significa la pretension de ciertos "apaciguadores", que al final siempre defienden los intereses de "los suyos"
ResponderEliminarMe parece una muy interesante y acertada disección de lo que significa la pretension de ciertos "apaciguadores", que al final siempre defienden los intereses de "los suyos"
ResponderEliminarEstoy completamente de acuerdo con el contenido de tu artículo. No creo que sea exactamente la opción de Puigverd, pero es verdad que una de las líneas de defensa de los golpistas fue el argumento de la “pura declaración”, acercándose incluso a la españolísima tradición del “pronunciamiento” (con o sin cañones detrás). Ya sabemos que jurídicamente fue mucho más y, con respecto a lo fáctico, podríamos remitirnos seguramente a los hechos probados de la inminente sentencia (ya veremos).
ResponderEliminarSin embargo, nos falta siempre la pieza del “relato”, de la narración, como se dice ahora. De esto se habló ayer en la conferencia de Puigverd (ligándolo en ocasiones con la prevalencia de lo emocional en nuestras democracias y en el debate público). Pero, en verdad, ni siquiera eso me interesa, porque creo que se puede reconstruir una historia objetiva, la intrahistoria terrible de aquellos días para los que vivíamos en la cara oculta de la luna. Bueno, también para los que vivían al sol, que te preguntaban inquietos sobre la situación, que también se interrogaron sobre la deriva de todo aquello, que abrieron una cuenta en Castellón “per si de cas”, … Existe una memoria oral sobre el septiembre preparatorio (tú escribiste algo en tu jardín), sobre la tensión en los colegios (de los padres que se opusieron), sobre la enorme simpatía con la guardia civil y con la policía nacional (me comentó un jubilado en el autobús que la noche anterior había llamado a la Guardia Civil ofreciendo su casa a los policías ante el acoso a los hoteles), sobre las manifestaciones espontáneas (los de Artós fueron los más famosos, pero hubo muchos más), sobre “Resistència Catalana”, sobre el discurso del Rey (nos recordaba Ovejero que fueron palabras fundamentales para los monárquicos y para los republicanos: era la primera vez en los últimos meses que, ante la evolución preocupante, una autoridad estatal era capaz de decir “no estáis solos”), sobre el bloqueo de las comunicaciones en la intentona de huelga general, las discusiones familiares, la desconfianza entre los amigos, el 8 de octubre…
Vivimos tiempos de graves discrepancias y vamos a convivir bajo una enorme diversidad (es un esfuerzo complejo y cotidiano). Pero me hubiera gustado que estuvieras ayer. Por supuesto, esto es una decisión personal y yo no soy nadie para meterme ahí. Sería absurdo invocar razones institucionales o incluso la misma calidad de la conferencia (que, ciertamente, la tuvo). Déjame invocar una humilde justificación. No nos podemos permitir que Rafa Arenas se nos retire de ningún foro. Ya sabes que a veces he dudado sobre tu personalidad real y he contribuido al bulo de que ejerces tus múltiples tareas bajo franquicia de diversos hologramas (no sé cómo llegas a tantos sitios). Pero sabemos que siempre estás ahí. En el debate académico de altura, en el artículo apresurado, en la calle, con los más jóvenes, en la gestión decisiva de última hora, en la intersección de dos caminos…En cierto modo, la historia de nuestra dignidad colectiva es la historia de Rafa Arenas. Bueno, aprovecho para indicar que mañana no podré estar porque tengo un tema profesional y marcharé fuera. Pero no faltarán ocasiones para volvernos a ver.
J.Amenós