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martes, 27 de abril de 2021

La voz de los desarraigados, de Iván Teruel


Pues ya he terminado el libro de Iván Teruel.

El sábado por la tarde me lo compré y lei una parte significativa mientras esperaba a la entrada de tiendas que yo no visitaba. El domingo ya lo acabé.

O sea, que es un libro que se lee sin descansar, sin parar, enganchado a él sin remisión.

A través de tres generaciones da -como reza el subtítulo- voz a los desarraigados.

La verdad, no sé si yo hubiera escogido ese término, desarraigados; pero más allá de la palabra creo que todos nos entendemos.

Es dar la voz a quienes llegaron de otras partes de España a Cataluña en los años 40, 50, 60... La voz de quienes por pobres entonces no la tenían y que cuando llegó la democracia se vieron aplastados por un catalanismo que rápidamente colonizó todo el espectro político y que solamente transmitía un mensaje: asimilaros.

Desde entonces, desde los años 80 hasta acá el relato no único, pero sí dominante, era el de que Cataluña debía construirse sobre el catalán y que quienes habían nacido en Cataluña pero de orígenes "castellanos" (esto es, con una lengua materna que no era el catalán) debían renunciar progresivamente a su lengua, a las tradiciones que no fueran catalanas "autóctonas" (un término, el de "catalán autóctono" que se emplea con cierta frecuencia en libro) e incorporarse al proyecto nacionalista catalán.

Quienes no querían participar en este proyecto eran suave o duramente apartados de la corriente principal.

Iván explica su propio proceso vital, cómo asumió en un momento dado gran parte de los mantras del nacionalismo, pero sin llegar a apagar una forma diferente de ver las cosas.

Y cómo esa manera diferente de ver las cosas se va convirtiendo en una convicción.

Pero gran parte de esto último se verá, me parece, en el libro que dará continuidad a éste; en el que se ha publicado hace unas semanas lo que veremos es desde una óptica algo diferente a la oficial lo que fue la segunda mitad del siglo XX y primero años del XXI en Cataluña para quien no era de orígenes catalanes.

Son historias que me suenan. He oído cosas parecidas de otros que formaron parte también de aquel grupo de desarraigados (por seguir con el término del subtítulo).

Iván es tremendamente honesto. Advierte con frecuencia que lo que cuenta está pasado por el tamiz de su subjetividad y de ninguna forma pretende convertir su experiencia y la de los suyos en arquetipo. Como dice en algún momento, lo que pretende es hacer de caja de resonancia para que otros cuenten también sus historias.

Creo que sería una magnífica idea. Conozco, como digo, muchas de esas historias. Hay quienes han puesto por escrito algunas de ellas (Manuel Peña, por ejemplo, en sus artículos de Crónica Global) y son historias que en lo esencial coinciden con las que cuenta Iván. Hace unos años, mi mujer compartía una reflexión en esta línea en este blog ["La otra mirada de La Llagosta (al otro lado de la carretera)"]

Son historias que nos hablan de personas que saben que no son inferiores a los "autóctonos" y que, cuando perciben ese deje de superioridad con el que alguno pretende mirarles por encima del hombro, reaccionan más con estupefacción e ironía que con ira.

Pero también hay otros momentos en los que no puede mirarse para otro lado. Esto no sale en el libro de Iván, pero a mí me lo han contado varias veces. Las primeras comuniones en las que los hijos de los "catalanes" se sientan en los primeros bancos y los de los "castellanos" han conformarse con sentarse en los últimos. Las ocasiones en las que los "autóctonos", bien conectados con el poder franquista y la Iglesia, utilizan esos contactos para beneficiar a los suyos y postergar a los que no lo son.

Y luego la gran mentira. Cuando llegada la transición los que habían sido catalanistas y franquistas pretenden, por arte de magia, ser considerados antifranquistas precisamente por haber sido catalanistas ¡y lo consiguen! Es así como se asienta en el inconsciente colectivo que hubo un enfrentamiento abierto entre franquismo y catalanismo.

Reconozco que yo mismo me lo creí y no salí de mi error hasta conocer testimonios de primera mano de quienes habían vivido en Cataluña en la época de Franco y sabían bien de dónde venían las élites locales del régimen. En el prólogo del libro algo comenta Félix Ovejero sobre esto; en concreto, sobre a qué partidos migran los que habían sido alcaldes franquistas.

En definitiva, Iván nos invita a compartir experiencias y conocimientos, a compartir ideas y planteamientos siendo siempre conscientes de que cualquier punto de vista será siempre parcial; pero precisamente por eso, imprescindible.

No renunciemos a decir lo que pensamos, porque de hacerlo tanto la historia como la actualidad se quedarían cojas.

Y contar estas cosas no es buscar la división o la confrontación. Al contrario.

Me explico. Estoy seguro de que alguno pensará que el incidir en lo que estoy comentando (las conexiones entre catalanismo y franquismo, por ejemplo) busca crear tensión. En absoluto. Lo que pretendo es contribuir en la medida de mis escasísimas posibilidades y animado por el ejemplo de Iván Teruel, a poner en común con honestidad y sin dobleces cuál es mi pensamiento y planteamiento.

Porque si todos hacemos esto de buena fe será posible la reconstrucción de la convivencia. Lo único que se necesita es que unos y otros reconozcan al otro como es, no como nos gustaría que fuera.

Y ese reconocimiento es el primer paso para el diálogo que nos permita reconstruir una sociedad en la que no puede haber paz si unos se creen con más derechos que los otros tan solo porque su familia lleve viviendo más generaciones en Cataluña, porque sepa pronunciar sin errores todos los fonemas del catalán o porque defienda la independencia en vez de la continuidad e Cataluña en España.

Sobre la mentira y el silencio solamente se construyen farsas o cementerios. Necesitamos testimonios como el de Iván Teruel, quien, por cierto, escribe como los ángeles y tiene un talento como narrador inconmensurable.

Tan solo la primera escena de su libro ya justifica una carrera literaria. ¡Cuánta verdad hay en el artificio!

Por terminar. Todo lo que cuenta Iván, y las otras cosas que se podrían contar, siempre han estado ahí. Igual que las muchas historias de encaje, amistad y camaradería entre catalanes sin importar el origen que Iván también cuenta y que yo también conozco.

Cierto, el proyecto catalanista tuvo un talante impositivo (recordamos hace poco el 40 aniversario del manifiesto de los 2.300). Al menos desde la llegada de Pujol al poder, como bien sabemos por las diferencias entre la política de éste y la de Tarradellas, por ejemplo. Pero si no hubiéramos sufrido la sacudida del proceso las cosas podrían haber sido diferentes.

Es de la combinación entre acumulación de humillaciones y quiebra expresa de la ley de lo que surge una tensión que nos ha hecho y nos sigue haciendo mucho daño.

Creo que trabajos como el de Iván Teruel son imprescindibles, como decía antes, para cambiar las cosas, para darnos esperanza y para que todos lleguen a conocer cómo son todos los catalanes, no solamente los imaginados y soñados por el nacionalismo




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