lunes, 27 de noviembre de 2023

Napoleón, el emperador y el asesino

No sé si Ridley Scott ha visto "El emperador y el asesino", una película china del año 1998 sobre el primer emperador de la China unificada tras la época de los reinos combatientes, Quin Shi Huang. Supongo que sí la ha visto, porque imagino que los que se dedican al cine serán voraces devoradores de películas, y ésta que comento; aunque parece imposible de encontrar en plataformas o en otros formatos, no es una película  desconocida, sino que llegó a competir por la Palma de Oro en Cannes.


Lo comento porque el Napoleón de Ridley Scott me ha hecho recordar esta película china. Cuando la vi hace más de veinte años, pensé que, entre sus hallazgos, estaba el de dibujar un personaje, el emperador, que, cuanto más poderoso y cruel era (y llega a ser muy poderoso y muy cruel), más ridículo resultaba. Esa mezcla de crueldad, poder y comedia me parecía fascinante. No creo haberla vista en ningún otro personaje de la literatura o del cine.

Y el Napoleón de Scott me ha causado la misma impresión. Seguramente habrá que esperar a la versión íntegra de la película, la que se verá en Apple TV, para poder juzgarla con fundamento, porque una versión de dos horas y media de una película que, en realidad, es de cuatro horas, forzosamente carecerá de algunos elementos narrativos que podrían ser de interés; pero aún así algunas cosas se pueden apuntar a partir de la versión de los cines que se ha estrenado este fin de semana (si no estoy equivocado).
Y si tuviera que empezar por algo sería por una idea que, me parece, es esencial en la versión que hace Ridley Scott: Napoleón es, ante todo, un hombre corriente y en algunos casos, como digo, hasta ridículo. De aquí, quizás, parte de la decepción que ha causado en más de un espectador o en más de un crítico. Siendo Napoleón el prototipo de persona excepcional, de genio militar y político, una especie de superhombre capaz de cambiar el curso de los pueblos, presentarlo como una persona que condiciona gran parte de su vida a su relación con Josefina, que se ve engañado y hasta agredido por ésta, que se somete a las pruebas de fertilidad que le impone su madre, que aprovecha las ocasiones que tiene, pero que también comete evidentes errores o se ve sorprendido por lo que no entiende (el abandono de Moscú por sus habitantes tras la batalla de Borodino, por ejemplo); lo convierten en el Napoleón más humano que he visto en el cine. En el resto de versiones que recuerdo, el Napoleón heroico y sobrehumano se impone al hombre. Así, en la de Gance, de 1927.


En la de Sacha Guitry, de 1955


O, incluso, el de Waterloo (1970). Un Napoleón ya en el ocaso, pero aún así pintado como un hombre excepcional.


Sin olvidar el Marlon Brando de Desirée


En el de Ridley Scott, sin embargo, prevalece siempre el individuo por debajo del personaje. Napoleón es un marido engañado y aún así incapaz de romper con Josefina; un hijo en el que se percibe la sujeción a su madre, un político que, sin embargo, no es capaz de convencer con la palabra al Consejo de Ancianos que debía convertirlo en cónsul; un diplomático que se equivoca en el tratamiento que ha de dar a un monarca extranjero y un monarca que cuenta anécdotas de segunda mano como si fueran propias al emperador Francisco.
Esa humanidad y debilidad de Napoleón no gusta en exceso a los que quieren pintarlo como un semidiós griego; pero, quizás fuera más fiel al personaje que las idealizaciones a las que estamos acostumbrados. Así, por ejemplo, y volviendo al momento en el que da el golpe de estado del 18 de brumario (9 de noviembre de 1799); lo cierto, a la luz de los relatos que han llegado, es que hizo el ridículo al dirigirse a los diputados reunidos en Saint-Cloud, hasta el punto de que, según relata Max Gallo, Bourrienne, que había sido su secretario, tras oírle dirigirse a la asamblea diciendo "Recuerden que el dios de la victoria y el dios de la fortuna me acompañan", le dijo: "Salga, general, no sabe lo que dice".
En la película de Scott, el papel de Napoleón ante la asamblea es igualmente poco digno; siendo arrastrado y golpeado por los diputados y teniendo que fingir una farsa con su hermano para hacer que las tropas entren a someter a los legisladores. Discutir si es real o no carece, a mi juicio, de importancia, porque Scott no filma un documental, sino que intenta trasladar su visión del personaje y, como digo, opta por uno que lo convierte en humano, para lo que cualquier recurso es válido. Una película no es un retrato fiel, porque la verdad no está en los hechos, sino en lo que traslada el conjunto; y, como digo, lo que transmite es una persona que se convierte en emperador sin dejar de ser humano; algo que, quizás, hacía falta en una figura como Napoleón.



Una humanidad que se basa en unas pocas características que se van subrayando a lo largo de la película. Así, por una parte, sus debilidades como hombre, ante su mujer y su madre, pero también ante sus colaboradores y frente a la realeza con la que se codea y ante la que, sin embargo, parece sufrir el síndrome del impostor, con sus intentos de acercamiento a Francisco, el emperador de Austria y, sobre todo, Alejandro, el zar de Rusia.
Junto a esto, una fría crueldad de la que es metáfora la forma en que se tapa los oídos tras dar la orden de disparar los cañones, una imagen que se ve en varias ocasiones, pero que es especialmente dura en dos momentos: en el momento en el que sofoca en París una rebelión realista y en la batalla de Austerlitz



Así pues tenemos a un persona cruel que, dependiendo de las circunstancias, resulta casi ridícula. Y, a la vez, poderosa. En esta dimensión destaca la escena de la coronación, en la que, además, la pompa se ve alterada por el gesto de que sea el mismo quien se corone. Una situación alejada de la rígida etiqueta de una institución consolidada.


Al final lo que tenemos es un hombre que -como no podía ser de otra forma- tiene las mismas debilidades que cualquier otra persona; pero que gracias a unas determinadas condiciones personales (entre las que la frialdad -que tan bien transmite Phoenix- es esencial) y al hecho de vivir en un momento histórico singular, acaba asumiendo una posición de poder que no hace modificar su naturaleza humana. Me parece que esta es la propuesta que plantea Ridley Scott. Quizás se pueda criticar cómo la desarrolla, pero no hay que perder de vista que estamos viendo una fracción de la película de Scott, que en su integridad solamente tendremos en unos meses en Apple TV.
En cualquier caso, me parece un acercamiento que aporta; y eso ya es difícil ante un personaje como Napoleón. Un punto de vista diferente sobre una figura como la de Bonaparte debe ser elogiado y valorado; sobre todo porque se corre el riesgo de un escrutinio riguroso.
Así pues, enhorabuena a Ridley Scott por una propuesta valiente. Napoleón te hace pensar sobre el personaje y, además, te motiva a volver a ver otros "Napoleones" del cine. Bienvenido, pues, este Napoleón.