martes, 23 de junio de 2020

Cuarenta y tres mil fallecidos ante la mirada incrédula de un estado que se deshace

Al final Simón (o sea, el gobierno) admite que el exceso de mortalidad detectado en los últimos meses es causa directa o indirecta del coronavirus.




Del orden de 43.000 fallecidos. El número exacto no podrá ser determinado.

Es curioso, hay guerras en las que puede concretarse hasta la unidad el número de fallecidos, al menos en alguno de los bandos. 58.126 americanos murieron en la guerra de Vietnam. Ni 58.125 ni 58.127, 58.126. Hay, me parece un muro en el que están escritos todos sus nombres.

En España no podremos llegar a ese detalle en la determinación de las cifras de fallecidos por coronavirus. Todos sabemos lo sucedido: hospitales colapsados, personas que tan solo fueron atendidas por teléfono (o ni eso), los cadáveres saliendo de las residencias a hombros de los militares...

¡Quién lo hubiera dicho hace seis meses!

Pero no hay que quedarse aquí, hay que sacar lecciones.

Hay una muy clara: la propaganda ha ido por delante de la información.

Y para ello basta esta noticia de ayer: Simón (o sea el gobierno) asume a finales de junio lo que sabíamos desde abril. Me remito a todos los comentarios míos y de tantos otros que insistíamos en que el exceso de mortalidad no podía ser más que debido al coronavirus y que pretender ocultarlo (se acuerdan cuando Simón decía aquello de que no se sabía a qué podía ser debido, que podía ser cosa de un accidente muy grande o de un aumento de las enfermedades cardiacas) era tan solo eso, propaganda.

Sí, la cifra de los 28.324 fallecidos con prueba de laboratorio practicada ahí quedará, como un monumento a la manipulación, porque ya es claro que esa cifra tan solo responde a la escasez de pruebas practicadas, no a la realidad de la epidemia en nuestro país.

A una propaganda que pretende evitar un titular molesto: España es el país del mundo con más fallecidos en relación a su población. Casi 1000 personas por millón de habitantes. Comparto aquí un gráfico sobre exceso de mortalidad elaborado a partir de datos aportados por "El País" hace unas semanas y que, por tanto, no está actualizado:




Lo dicho, la propaganda frente a la información.

Y la agresividad contra quien cuestionara la propaganda. ¡Cómo se revolvía Sánchez contra Casado cuando aquel, ya hace meses, en el Congreso le preguntaba por las auténticas cifras! Y aquellas respuestas de Sánchez diciendo que éramos los más transparentes del mundo (quizás sí, no digo que no; pero la pregunta no era esa, sino qué pasaba con los que cada día fallecían y no eran contabilizados).

Lo segundo, que estábamos mal preparados. Ni equipos de protección para los sanitarios ni infraestructura para atender toda la demanda de atención sanitaria ni práctica de pruebas a todos aquellos que presentaban síntomas y a sus contactos cercanos. No creo que nadie ponga en duda que todas estas cosas hubieran sido convenientes para afrontar mejor la pandemia. No se trataba de lujos, sino de herramientas necesarias para abordar el problema que se nos venía encima. Sin embargo, todo eso falló.

Lo tercero, que se gestionó mal. Mientras en unas comunidades autónomas era imposible ofrecer camas de UCI a todos los que la necesitaban -y de ahí el drama del triaje- en otras comunidades autónomas sacaban pecho diciendo que no había habido necesidad de recurrir a las camas de la sanidad privada y que la sanidad pública no había ocupado más que el 75% de las camas disponibles. Un país que no es capaz de gestionar sus camas de UCI en una situación dramática como la vivida en estos meses tiene un serio problema de organización.

El desastre de la gestión se muestra también en el caos de las cifras, con divergencias significativas entre las que ofrecía el ministerio de sanidad y las que daban las comunidades autónomas, y también con el reparto de responsabilidades. Ahí tenemos el lamentable espectáculo de gobierno central y gobiernos autonómicos acusándose mútuamente de los fallecimientos en las residencias.

¿Seremos capaces de asumir todo lo anterior? ¿O nos quedaremos en el hooliganismo de partido que hace que todo lo que hacen los míos sea correcto y todo lo que hacen los otros sea un desastre?

Pero ahora se ha de mirar hacia adelante. Creo que esta crisis nos ha mostrado que España no es un país preparado para afrontar crisis. Lo más significativo de los últimos meses es que las administraciones han abordado el problema como si no fuese con ellos, como si no se pudiera hacer nada, como si fuera inevitable:

- En enero y en febrero no se adoptaron medidas especiales para hacerse con material y pruebas y preparar nuestro sistema sanitario para el golpe que le venía encima.

- En marzo se dejaron pasar las semanas sin adoptar medidas de distanciamiento, prohibición de concentraciones o aislamiento de comunidades donde la epidemia ya se había desatado (Madrid).

- Una vez decretado el estado de alarma, las autoridades autonómicas seguían con sus dinámicas propias (obstáculos a la presencia del ejército en Cataluña, por ejemplo; caos en las cifras) sin que el gobierno central fuera capaz de establecer un auténtico mando único.

- Infrautilización de las posibilidades que ofrecía la sanidad privada y ausencia de mecanismos de cooperación entre los sistemas sanitarios de las diferentes comunidades autónomas.

Cuando digo que que las administraciones no actuaron me refiero solamente a los niveles superiores. Los trabajadores públicos en contacto con los ciudadanos sí que hicieron lo que se les dejó. Me consta, por ejemplo, como hospitales del área de Barcelona fueron adaptados en días al coronavirus, convirtiendo todas las plantas en plantas para los enfermos de coronavirus y haciendo que todos los médicos, tuvieran la especialidad que tuvieran, pasaran a atender a los pacientes de coronavirus.

Pero esta capacidad de improvisación y de adopción de medidas excepcionales en circunstancias excepcionales no se trasladó a los niveles superiores de la administración, que permanecieron paralizados.

Y no solo en lo que se refiere a lo sanitario, ¿qué ha pasado con el sistema educativo? ¿qué medidas se han adoptado para que no se pierda medio curso? ¿qué reglas se han establecido en cuanto a tareas, actividades y evaluación? ¿qué se está haciendo de cara al curso que viene?

Lo que se ha hecho en este ámbito es, de nuevo, fruto del voluntarismo de los docentes; pero sin ningún apoyo sin ninguna instrucción clara sin ningún criterio por parte de la administración educativa. Es como si los responsables políticos fueran incapaces de reaccionar ante una situación excepcional. Y es normal que pase así.

Y es que esta crisis nos ha mostrado dos problemas estructurales graves de nuestro sistema institucional.

El primero: nos hemos descentralizado por encima de nuestras posibilidades.

Las críticas a las disfunciones del sistema autonómico no son nuevas. Hace unos meses, Piketty explicaba como el exceso de competencias fiscales de las comunidades autónomas españolas causaba problemas a nuestra economía. Ahora lo hemos vivido de una forma mucho más dramática: un Ministerio de Sanidad que es un cascarón vacío ha sido incapaz de coger las riendas de una crisis que le quedaba grande a 17 minisistemas sanitarios focalizados en su ombligo y, en algunos casos, dirigidos por quienes tienen como único objetivo destruir el país. Lo mismo puede decirse de la reacción a las consecuencias en materia educativa y, probablemente, también en otros ámbitos.

El segundo: la falta de preparación de nuestros gobernantes.

Hace ya más de quince años me espantó leer en un reportaje sobre Zapatero que éste explicaba que gobernar era muy fácil. Me pregunté qué idea tendría ese hombre de lo que era gobernar cuando tan fácil le parecía. Unos años después sufrimos el embate de la crisis económica de la que todavía no nos hemos recuperado. Fue Zapatero quien tuvo que hacer frente a esa crisis y fue ese mismo Zapatero, a quien tan fácil le parecía gobernar, quien introdujo los recortes más duros en nuestro país que yo recuerde (mayo de 2010, Zapatero, sí, el PSOE, sorpréndase los más jóvenes, aquellos recortes no fueron cosa del PP, sino del PSOE).

Más de quince años después si uno contempla el banco azul o a los portavoces en el Congreso o en las Comisiones lo que uno se encuentra es desolador. Cero conocimiento, cero capacidad y cero perspectiva. Un permanente chapotear en lugares comunes que pretenden conectar a través de un tweet con una población entregada a la superficialidad. Quizás en circunstancias ordinarias esto sea suficiente, pero no lo es cuando estamos haciendo frente a una crisis. Y lo hemos visto.

Así pues, desde mi punto de vista la crisis del coronavirus ha puesto de manifiesto que somos un país mal articulado y mal gobernado. Sería necesaria una reacción clara ante este desastre, una reacción que pasara por auditar todo lo sucedido en estos últimos meses y tomar decisiones transcendentes; decisiones que pasan por una clara recuperación de competencias por parte del Estado y la creación de foros de debate serio y riguroso que sin complejos ni ataduras diseñaran estrategias para un país que se hunde.

Ahora bien, nada de esto servirá de nada sin el compromiso de los ciudadanos. Si a estos, si a nosotros, nos da igual que hayan fallecido cuarenta y tres mil personas en las condiciones en las que lo han hecho, que se nos haya engañado en cuanto a las cifras y que esto se haya gestionado como se ha gestionado pues tendremos no más de lo mismo, sino peor.

Así hasta la debacle final.

jueves, 4 de junio de 2020

Ucronías (Midway, 4 de junio de 1942)

Me divierten las ucronías; esto es, las especulaciones sobre cómo habría sido la historia si algún determinada suceso se hubiera desarrollado de manera diferente.
Probablemente es un ejercicio inútil; pero confieso que de vez en cuando me entrego a él. ¿Qué hubiera pasado si...? y en los puntos suspensivos pongan lo que quieran.
Para que la ucronía funcione hay que seguir ciertas reglas. La primera sería que el cambio en la historia no tiene que ser inverosímil. Tiene que tratarse de algo que realmente pudiera haber pasado. Por ejemplo, una ucronía basada en que Julio César dispusiera de la bomba atómica no tendría ningún sentido; porque no hay ningún elemento que ni remotamente pueda indicarnos que tal cosa pudiera pasar. Las ucronías tienen que basarse en eventos que pudieron haber ocurrido. Cuanto más factible es el cambio en la historia que se propone más impactante resultará la ucronía.
El segundo elemento es que tiene que ser relevante; es decir que el cambio hubiera tenido un impacto significativo en la vida de un número importante de personas. De no ser así la ucronía parecerá trivial. Por ejemplo, podemos especular con que Miguel de Unamuno no hubiera optado por ser profesor de universidad y escritor sino que, tal como parece que se planteó en su adolescencia, hubiera seguido una vocación religiosa.


Aquí tenemos un cambio factible, pero cuyo interés se agota en sí mismo. Es decir, en la propia formulación de la ucronía se encuentra su conclusión. Unamuno no hubiera sido escritor, sería un sacerdote probablemente desconocido y unas cuántas personas, aquellas que habían tenido contacto con él, hubieran visto alterada su vida. Evidentemente, el efecto de la ucronía se extendería por siglos y siglos de manera significativa (personas que no hubieran nacido, relaciones que no se concretarían...), pero se trata de cambios en la historia que de ninguna manera podemos prever; por lo que la ucronía se convierte a partir de aquí en pura invección.
Para que la ucronía funcione tiene que tener consecuencias que sean capaces de ser calculadas, consecuencias evidentes o, al menos, que puedan ser previstas de manera razonable. Y debe tratarse de consecuencias significativas. Sin salirnos del tema de las vocaciones, podemos, por ejemplo, especular con que Francisco Franco no hubiera optado por ingresar en la academia de infantería, sino que hubiese preferido (como parece ser que quería inicialmente) entrar en la academia naval.


Este cambio hubiera supuesto que Franco no hubiera estado entre el grupo de generales que dirigió el golpe de estado contra la II República en 1936 y, por tanto, no se habría convertido en jefe del estado. Evidentemente ese sería un cambio de cierta entidad; pero el mundo que tendríamos ahora no sería muy diferente. Otro general hubiera ocupado el puesto de Franco y se habría hecho con el poder que en la realidad, en la historia que hemos vivido, acumuló éste. No hablaríamos ahora de franquismo sino, quizás de queipollanismo o similar; pero probablemente la historia de España no hubiera sido muy diferente.
Para que las ucronías sean realmente interesantes tiene que darse que sean factibles, que pueda determinarse en qué forma harían cambiar la historia y que ese cambio sea significativo. Es por estas razones que las batallas son una fuente casi inagotable de ucronías. ¿Qué hubiera pasado si Alejandro Magno hubiera sido derrotado en Gaugamela? ¿Qué hubiera sucedido si Napoleón hubiera sido el vencedor de la batalla de Waterloo? ¿Cómo sería la historia de Europa si los alemanes hubieran llegado a París en 1914?
Y en esto de las batallas para mí la batalla de Midway es la ucronía perfecta. Una batalla de la que hoy se cumplen 78 años.
La batalla de Midway es mucho menos conocida que la batalla de Waterloo, la de Gettysburg o que otras acciones en la II Guerra Mundial como el desembarco de Normandía o la batalla de Stalingrado; pero su importancia no es menor que la de estas acciones y sus efectos mucho más relevantes que los de, por ejemplo, la batalla de Waterloo. Quizás, por lo que se dirá más adelante, Waterloo acumula un simbolismo mayor; pero la transcendencia de la batalla de Midway fue mayor que la de la derrota de Napoleón en 1815.
Por otra parte, en Midway (y aquí se equipara con Waterloo) la victoria pudo cambiar fácilmente de lado. Tal y como veremos no es en absoluto descabellado que esa batalla hubiese sido ganada por los japoneses en vez de por los estadounidenses; así que se cumple la primera regla para una ucronía interesante: su factibilidad.
De hecho se ha llegado a escribir que si la batalla se hubiera librado 100 veces, en 90 de ellas hubieran ganado los japoneses. Es decir, la victoria americana era improbable; lo que hace todavía más interesante ver qué pudiera haber pasado en caso de que el resultado hubiera sido el lógico: una victoria japonesa.
Pero antes de seguir habrá que explicar muy brevemente en qué consistió la batalla, quienes se enfrentaban y cuál fue el resultado.


La batalla de Midway se libró entre la flota japonesa y la flota de Estados Unidos en medio del Pacífico entre los días 4 y 7 de junio de 1942, aunque las acciones principales se desarrollaron el 4 de junio. Seis meses antes los japoneses habían atacado Pearl Harbor, en las islas Hawái y así Estados Unidos había entrado en la II Guerra Mundial. Aquel junio de 1942 las flotas japonesa y americana se enfrentaron a unos 2000 kilómetros de Hawái. Los japoneses querían conquistar dos pequeñas islas que podían servir como base para sus operaciones y los americanos defendieron dichas islas enviando tres portaaviones desde Hawái. Cuando comenzó el día Japón tenía cuatro portaaviones en la batalla y Estados Unidos tres. Al acabar el día Japón había perdido todos sus portaaviones y Estados Unidos uno. Perfectamente podría haber pasado, como veremos, que al final del día los japoneses conservasen todos sus portaaviones y hubieran hundido los tres americanos.


Pero no pasó y la guerra siguió un curso diferente al que podría haber seguido.
Ahora que tenemos una idea de en qué consistió la batlla de Midway tendremos que ver cuál fue su contexto para así poder entrar en la importancia de su resultado.


A finales de los años 30 del siglo XX Japón se encontraba inmerso en una expansión por el continente asiático (Corea, China) y deseaba también ampliar su control sobre el Pacífico, donde encontrábamos islas bajo control japonés (las Islas Marshall, por ejemplo) con otras en manos francesas, británicas o estadounidenses. El control de ese vasto Océano no podía hacerse sin una flota potente que fuera capaz de imponerse a quien se opusiera a al expansión nipona. En concreto, Japón veía como rival a la flota de Estados Unidos, la única con capacidad para enfrentarse a la potente flota japonesa. Es por eso que el primer paso de Japón en la guerra fue el ataque por sorpresa a la flota de Estados Unidos en Pearl Harbor, Hawái, el 7 de diciembre de 1941. Los aviones japoneses habían despegado de 6 portaaviones que habían conseguido acercarse a Hawái sin ser detectados.


El ataque pilló por sorpresa a los americanos, pero sus efectos fueron limitados, porque los portaaviones norteamericanos habían salido de Pearl Harbor unos días antes y, por tanto, no se vieron afectados por éste. En el momento de iniciarse la guerra Estados Unidos disponía de 7 portaaviones, 3 de ellos en el Pacífico. Japón, por su parte, tenía 10 portaaviones (incluyendo aquí 4 portaaviones ligeros). En aquel momento todavía no era claro que los portaaviones fueran los elementos más importantes en la flota; pero los meses que siguieron al ataque a Pearl Harbor confirmaron que la clave de las flotas que operaban en el Pacífico eran los portaaviones. Los portaaviones resultaban esenciales para apoyar las operaciones anfibias y su capacidad de ataque desde centenares de kilómetros gracias a su aviación embarcada convertían al resto de los buques en meros auxiliares de sus operaciones. De esta manera, la localización y destrucción de los portaaviones enemigos se convertía en un objetivo prioritario tanto para la flota japonesa como para la flota americana.
Inmediatamente tras el ataque a Pearl Harbor, Japón lanzó una serie de ataques sobre objetivos en Asia, en el Pacífico y hasta en el Índico. Conquistó Hong Kong, Indochina, Filipinas y las Indias Orientales Holandesas (Indonesia), también ocupó islas del Pacífico y llegó a atacar Ceilán.
Hacia el sur, y tras la conquista de Indonesia, las fuerzas japonesas avanzaban hacia Australia. El plan sería ocupar las islas que rodeaban Australia (Islas Salomon y Nueva Caledonia). La conquista de Australia no parecía imposible.


Para avanzar hacia Australia los japoneses tenían que conquistar Nueva Guinea, para lo que planificaron una operación anfibia que tenía como objetivo Port Moresby. La flota estadounidense interceptó a la flota japonesa y se libró una batalla (la batalla del Mar del Coral, entre el 4 y el 8 de mayo de 1942) que, si bien impidió el desembarco japonés en Nueva Guinea, se saldó con el hundimiento de uno de los portaaviones norteamericanos (el Lexington) y serios daños a otro (el Yorktown). Los japoneses, por su parte, perdieron un portaaviones ligero y. sufrieron daños en otro de sus portaaviones (el Shokaku). En la guerra de desgaste en la que estaban enfrascados Japón y Estados Unidos esto era una victoria para Japón, quien ahora tenía cinco grandes portaaviones operativos en el Pacífico frente a solamente cuatro norteamericanos (uno de ellos, el Yorktown, con serios daños).
Era el momento para Japón de intentar atraer a la flota norteamericana a un combate que la debilitara aún más. Y el objetivo para ello fue Midway.


Midway, como ya se ha dicho, es un atolón formado por dos islas en medio del Pacífico, 2000 kilómetros al noroeste de Hawái. Se trataba de una posición estratégica interesante, pero no definitiva. Si los japoneses hubieran ocupado Midway dispondrían de una base avanzada que facilitaría hostigar a los navíos que operaran desde Hawái y dificultar los suministros a las islas; pero desde Midway no se podría intentar la invasión de Hawái, si este fuera el objetivo, por lo que la ocupacion de Midway no se convertiría en un elemento decisivo en la guerra.
Lo que sería decisivo es que la flota de portaaviones americana acudira en socorro de Midway y pudiera ser destruida.
Y la flota americana acudió; pero la que fue destruida fue la flota japonesa.
Yendo a lo esencial, nos encontramos con que el 4 de junio de 1942 se dirige hacia Midway una flota de desembarco acompañada de una flota de ataque integrada por cuatro grandes portaaviones y sus buques de apoyo. Los estadounidenesen envían tres de sus cuatro portaaviones en el Pacífico. Tan solo el Saratoga no participa en la batalla, a la que sí se puede unir el Yorktown, que había sido dañado un mes antes en la batalla del Mar del Coral y reparado en Pearl Harbor a toda prisa.
Los japoneses lanzan un primer ataque sobre Midway, al que responden la aviación con base en las islas sin causar ningún daño a la flota japonesa. Esa flota está defendida por el fuego antiaéreo de los buques de apoyo y  por los cazas (zero) que despegan de los portaaviones y realizan funciones de escolta. Los portaaviones norteamericanos, que estaban situados 240 millas al noreste de Midway lanzan sus aviones contra la flota japonesa, pero las diferentes oleadas son derribadas por los cazas japoneses o el fuego antiaéreo sin poder dañar su objetivo principal, los portaaviones.
A las 10:22 de la mañana, sin embargo, tres escuadrones de bombarderos que procedían de los portaaviones Enterprise y Yorktown localizan la flota y lanzan un ataque exitoso. Los cazas japoneses, que estaban centrados en las oleadas anteriores fueron incapaces de detener a los bombarderos antes de que estos se lanzaran sobre los portaaviones. En pocos minutos (menos de diez) los portaaviones japoneses Soryu, Kaga y Akagi están inutilizados.


(Escena del ataque en la película Midway del año 2019)

El único portaaviones superviviente, el Hiryu, lanza un ataque contra la flota americana consiguiendo dañar gravemente el portaaviones Yorktown que unas horas más tarde es torpedeado y hundido. El ataque es respondido desde el Enterprise y el Hornet, los otros dos portaaviones americanos, y el Hiryu es también hundido.
Al acabar el día Japón tiene solamente un gran portaaviones en el Pacífico (otro en reparación) mientras que los Estados Unidos disponen de tres a los que pronto se unirá el Wasp que estaba destinado al Atlántico.
Por primera vez desde el inicio de la guerra la iniciativa pasa a los Estados Unidos.
Hasta aquí lo que pasó; pero ¿y la ucronía?
Debemos detenernos en primer lugar en lo que comentábamos al principio: para que una ucronía sea eficaz ha de ser factible, y como hemos adelantado, en el caso de la batalla de Midway lo más probable es que hubieran ganado los japoneses. Como decía hace un momento, si la batalla se librara 100 veces, en 90 de ellas ganarían los japoneses.
Pero se libró solamente una vez, y en esa única vez se dieron una serie de circunstancias que favorecieron a los americanos. De haber cambiado una sola de ellas el resultado podría haber sido muy diferente.
En primer lugar, la flota americana podría haber sido descubierta a primera hora de la mañana, antes de que la flota japonesa lanzara su ataque sobre Midway. De haber localizado a los portaaviones americanos los aviones japoneses se hubieran dirigido a los portaaviones y no a la isla, porque el objetivo principal eran esos portaaviones, no el atolón de Midway.
Y de los efectos devastadores de un ataque dirigido contra la flota americana por los aviones de los cuatro portaaviones japoneses da cuenta que los aviones de un solo portaaviones fueron capaces de hundir a uno de los tres portaaviones norteamericanos.
Incluso aunque lo anterior no hubiera pasado, fue una casualidad la que permitió a los tres escuadrones de bombarderos que hundieron el Soryu, Kag y Akagi a las 10:30 de la mañana, localizar la flota japonesa. De no haber localizado esos aviones a los buques japoneses, se hubiera producido un ataque japonés contra la flota americana que con bastante probabilidad hubiera dañado seriamente a ésta.
Es decir, como habíamos avanzado, no es en absoluto descabellado que al acabar el 4 de junio de 1942 los japoneses mantuvieran todos sus portaaviones y los americanos vieran reducida su presencia en el Pacífico a un solo portaaviones. Además, Midway estaría en poder de los japoneses.
¿Qué consecuencias tendría esto?
Tal como se ha adelantado, no parece posible que esto hubiera permitido una invasión de Hawái. La guarnición de la isla había sido reforzada y había del orden de 100.000 soldados en ellas. Además se había reforzado la fuerza aérea que se había destacado en Hawái, por lo que un ataque al archipiélago exigiría recursos por encima de los que disponía Japón.
Ahora bien, en la situación que hubiera seguido a una derrota americana en Midway las fuerzas americanas en el Pacífico tendrían que concentrarse en el abastecimiento y defensa de Hawái y no podrían operar en otros escenarios. Y esto tendría consecuencias.
Poco después de la batalla de Midway, los Estados Unidos iniciaron la campaña de Guadalcanal, orientada a evitar la expansión japonesa en las Islas Salomon.


Ya habíamos visto que en mayo, un mes antes de la batalla de Midway, en la batalla del Mar del Coral se había impedido la operación de Japón contra Nueva Guinea; pero sin el apoyo de la flota ameriacana y con el apoyo de todos los portaaviones japoneses, la expansión de Japón por las islas Salomón y Nueva Guinea, amenazando Australia y Nueva Zelanda, sería una realidad.
¿Implicaría esto que Japón ganaría la guerra?
En absoluto.
El poder industrial de Estados Unidos era inmenso. Para hacernos una idea. Hemos visto que en estos primeros meses de guerra las fuerzas estadounidenses y japonesas se cifran en media decena de portaaviones (al comienzo de la guerra Estados Unidos tiene tres portaaviones en el Pacífico, en la batalla de Midway se enfrentan cuatro portaaviones japoneses frente a tres norteamericanos); pues bien, durante el año 1943 comienzan a entrar en servicio los portaaviones de la clase Essex, construidos a partir de 1941. Antes de la conclusión de la guerra en 1945, 13 de esos portaaviones habían entrado en servicio. Además, se construyeron 9 portaaviones ligeros. Frente a esto Japón no tenía nada que oponer. La capacidad de la industria militar de Estados Unidos hubiera aplastado de todas maneras a Japón.
¿Fue entonces la batalla de Midway irrelevante?
No creo. Tras la batalla de Midway Estados Unidos fue capaz de recuperar en tan solo 3 años el Pacífico, Filipinas, Indochina... Una derrota en Midway hubiera retrasado el comienzo de esa operacion que, además, tendría que partir de una posición mucho más difícil, contando tan solo con Hawái como punto de partida para esa conquista del Pacífico.
Dados los antecedentes, lo lógico sería que los norteamericanos esperasen a tener una clara superioridad naval para iniciar las operaciones; y eso no sería hasta 1945 o 1946 (el tiempo necesario para construir quince portaaviones). A partir de ahí otros cuatro o cinco años de operaciones no serían desdeñables. Quizás menos, una vez que pudiesen bombardear Japón con las bombas atómicas que hubieran conseguido ya en 1945. En cualquier caso, la guerra en el Pacífico se hubiera prolongado hasta bien entrada la segunda mitad de los años 40 del siglo XX.
Pero más allá de eso, cabe preguntarse cómo afectaría este retraso en la campaña del Pacífico a las operaciones en Europa. Como es sabido, el 6 de junio de 1944 tropas americanas, británicas y canadienses desembarcaron en Normandía. La invasión de Europa por el oeste comenzaba. ¿Pondrían los Estados Unidos los recursos necesarios en esa operación con la amenaza de Japón en el Pacífico todavía muy presente. Con una derrota en Midway, en 1944 las fuerzas americanas en el Pacífico estarían reducidas a Hawái, Australia estaría amenazada o ocupada y, además, no sería desdeñable que se intentara atacar Alaska.
No he mencionado antes (para no liarlo más) que simultáneamente al ataque a Midway una flota japonesa más pequeña había hostilizado las islas Aleutianas. Tras el desastre del 4 de junio esa flota se retiró para apoyar a la flota japonesa en retirada; pero, obviamente, una victoria en Midway podría haber conducido a la situación contraria: la flota japonesa, tras tomar Midway podría avanzar hacia Alaska con la intención de mantener la amenaza sobre el continente.


De nuevo, la idea de que pudiera iniciarse un avance japonés por el continente americano no parece plausible. Las dificultades serían enormes para una operación de esa naturaleza; pero como se dice en ajedrez, la amenaza es más fuerte que la realización de la amenaza. Una presión sobre Alaska podría cambiar las prioridades de los Estados Unidos y retrasar los planes en relación a Europa.
Y eso sí que supondría un cambio transcendente en la historia.
Sin el desembarco de Normandía las tropas soviéticas no hubieran detenido su avance en el Elba. Hubieran continuado hasta ocupar los Países Bajos, Francia, Italia y quién sabe si se hubieran detenido en los Pirineos o hubiesen continuado su avance por España hasta llegar a Gibraltar.
Eso sí que hubiera supuesto un cambio muy significativo en la historia de Europa.
En Estados Unidos y, sin duda, en el Reino Unido serían muy conscientes de esta posibilidad; pero ¿podrían hacer algo? ¿podrían comprometer más de un millón de soldados y todos los medios que eso implica (aviones, tanques, buques...) mientras Alaska estaba parcialmente ocupada, Hawái amenazado y Australia ocupada o amenazada?
Bien, aquí acaba la ucronía. El punto de partida es algo que pudo perfectamente ser de otra manera (los bombarderos norteamericanos de los portaaviones Enterprise y Yorktown no localizan el 4 de junio de 1942 a la flota japonesa a las 10:22 de la mañana) y, a partir de ahí se suceden una serie de acontecimientos que pueden concluir con que el régimen de Franco hubiera terminado en el año 1946 aplastado por el ejército soviético.
Midway ofrece una ucronía casi perfecta porque lo que sucedió no era lo más probable que pasara y bastaron seis minutos para que la guerra en el Pacífico cambiara completamente. Estados Unidos hubieran ganado la guerra igualmente, pero esos menos de diez minutos a media mañana del 4 de junio supusieron años de guerra. Si las cosas hubieran sido como podrían haber ido la guerra podría haber durado tres, cuatro o cinco años más. Además, esto podría haber supuesto un cambio muy significativo en la historia de Europa.
Por eso la batalla de Midway es más transcendente que Waterloo. Waterloo acabó convirtiénsose en un icono porque Napoleón fue finalmente derrotado; pero si hubiera ganado esa batalla hubiera perdido la siguiente y la historia no habría cambiado en casi nada.


Midway no es tan simbólica porque no marcó un final; pero sus consecuencias podrían haber sido mucho más significativas que las que tuvo la batalla de Waterloo.