sábado, 27 de octubre de 2012

Sobre la gobernanza universitaria (I)

Desde hace un tiempo se insiste en la necesidad de reformar el sistema de gobierno de las Universidades. Se plantea que el entorno de la Universidad se ha transformado y que es preciso que ésta se adapte a las nuevas exigencias de la sociedad; que se modernice, en definitiva y que para ello transforme las estructuras que ahora tiene (véase, por ejemplo, en este sentido el documento de trabajo preparado por la Generalitat de Catalunya, p. 6). A partir de aquí se hacen distintas propuestas sobre cómo se ha de elegir al Rector, quien ha de designar a los Decanos, qué estructuras tiene que haber en la Universidad, etc.
Adelanto ya que me manifiesto escéptico con este planteamiento. El jueves pasado asistí a un acto sobre gobernanza donde se presentaron las tendencias existentes y uno de los asistentes, con quien coincido en el planteamiento, decía que lo primero que tendríamos que hacer es detectar cuáles son los problemas que tiene la Universidad para en segundo lugar estudiar qué reformas serían necesarias y, posteriormente, verificar si tales reformas permiten resolver los defectos identificados. Esta es la manera racional, científica, de abordar los problemas y no partir de una indemostrada necesidad de modernización para, acto seguido, ponerlo todo patas arriba.
A continuación intentaré iniciar esta forma de análisis a partir de alguna de las ineficiencias o disfunciones que -aventuro- pueden afectar a la Universidad española.



Comenzaré por un problema que quizás pudiera parecer relevante: las dificultades que tienen los graduados en las Universidades españolas para conseguir trabajo. En ocasiones se acusa al sistema universitario de formar profesionales para la propia Universidad, no para el mercado de trabajo; lo que exigiría que la Universidad se transformara para dar una mejor respuesta a las necesidades de la economía (véase, por ejemplo, esta entrevista en La Vanguardia a un experto en educación). Me parece que puede ser un buen punto de partida.
De acuerdo con este planteamiento, la Universidad no cumple su función porque no dota a sus graduados de las competencias y habilidades precisas para desenvolverse en el mercado laboral. Parece que es cierto; pero debemos fijarnos también (y desde hace un par de años es cada vez más evidente) en que los mismos graduados que no encuentran trabajo en el mercado español, o consiguen solamente trabajos pagados con sueldos miserables; tienen las competencias y habilidades necesarias para ser contratados en otros países (el Reino Unido, Alemania, Dinamarca, Estados Unidos, etc.). Realmente causa sorpresa que los mal preparados graduados españoles sí dispongan de las competencias y habilidades necesarias para ser contratados por empresas de estos países, cobrando, además, cantidades mucho mayores que las que podrían obtener en España. Aquí puede leerse una acertada, ácida y divertida reflexión sobre esta paradoja.
A la vista de estos datos (los graduados españoles no encuentran trabajo en España, pero sí en otros países no menos desarrollados que el nuestro) quizá fuera bueno considerar, aunque nada más que sea como hipótesis de trabajo, que los problemas de ocupabilidad o empleabilidad de nuestros jóvenes no están en la Universidad, sino en las empresas, incapaces de sacar partido a la formación que ofrece la Universidad. Me ocupaba de esto hace unos años y recientemente al hilo de las declaraciones de la Secretaria de Estados de I+D+i en las que manifestaba que en España sobran investigadores. A mi me parece que no es irracional suponer que la formación que ofrecen las Universidades españolas no es mala, o, al menos, es tan buena como la que pueden ofrecer las Universidades de los países desarrollados, y que lo que tocaría es estudiar las razones que explican que la economía española le saque tan poco provecho.



Ciertamente lo anterior no implica que no se estudie el funcionamiento de la Universidad y se determine qué se puede hacer para mejorarlo. Para ello tenemos que examinar con objetividad tanto sus resultados como los medios de los que dispone. Y aquí nos encontramos con una primera paradoja. Por lo que acabamos de ver parece que los graduados españoles consiguen una formación parecida a la de sus homólogos de otros países (los médicos y enfermeras españoles trabajan en el Reino Unido, los informáticos e ingenieros formados en nuestro país son contratados en Estados Unidos o Alemanias, nuestros juristas trabajan en Holanda o Luxemburgo codo con codo con juristas formados en otros países, etc.); y eso pese a que el dinero que se dedica a la formación de los alumnos universitarios españoles es inferior al que se dedica a esta misma formación en otros países. Nos podemos encontrar, por ejemplo, con un ingeniero formado en España que trabaja en igualdad de condiciones con otro formado en Estados Unidos. El coste de la formación del primero (lo que recibió la Universidad donde estudió tanto en concepto de subvención pública como por el pago de las matrículas del estudiante) seguramente se moverá entre los veinticinco y los treinta y cinco mil euros (más o menos seis mil euros por curso académico). El coste de la formación de su compañero en algunas de las mejores universidades de Estados Unidos puede ascender a cuatro veces esa cifra. La diferencia entre el coste de un título universitario en España y en otros países de Europa no es, sin embargo, tan alta, pero también en muchos países de nuestro continente la Universidad recibe más dinero por cada alumno que el que se recibe en España. Si consideramos, por ejemplo, el Informe sobre Educación de la OCDE del año 2010 veremos que el gasto total de las instituciones educativas superiores en España, dividido por el número de alumnos, da un resultado de unos 13.000 dólares (a paridad de poder adquisitivo). Esa cifra en EEUU es de más de 26.000 dólares, en Suiza de más de 20.000 dólares, en el Reino Unido de más de 15.000 y en Suecia de más de 18.000. Las cifras son a paridad de poder adquisitivo, por lo que están ajustadas a las diferencias de nivel de precios en unos países y en otros y por tanto implican una diferencia real en la inversión en educación superior en unos países y otros. Si nos remitimos a la tabla relativa a los datos del año 2007 resulta que la media de la OCDE en este parámetro (gasto total en educación superior dividido por el número de estudiantes) es de 12.907 dólares. España está por debajo de esta media con 12.548 dólares y por detrás de muchos países europeos [por ejemplo, Austria (15.039 dólares), Bélgica (13.482), Dinamarca (16.466), Países Bajos (15.969), Noruega (17.140), Suecia (18.361) o el Reino Unido (15.463)], 
Ante esta situación podemos preguntarnos ¿cómo es posible que la Universidad española consiga resultados de formación equivalentes a los de otros países con una financiación inferior a aquélla de la que gozan los centros universitarios de tales países? Esto es lo que debería ser estudiado porque nos daría una imagen real de cómo funciona la Universidad y tener una imagen real es el primer paso para mejorar cualquier cosa. Este tipo de análisis, y no discursos generales sobre "modernizar", "adecuar al contexto", "comparabilidad" y otras historias, son los que hacen falta.
Adelanto aquí también algunas hipótesis sobre las circunstancias que explican que con menos dinero las Universidades españolas puedan obtener resultados equivalentes en formación a las de otros países.



En primer lugar, los profesores españoles cobran poco. No me refiero aquí a los catedráticos y profesores titulares; que es cierto que cobran (cobramos) menos que nuestros equivalentes en otros países, pero sin que esta diferencia pueda explicar el milagroso rendimiento de la Universidad española. Para mi la clave está en todo el profesorado que no ha alcanzado todavía la titularidad. Un número muy importante de profesores que ya son doctores, trabajan en varios idiomas, publican, participan en foros internacionales, dan clase y, además, cobran sueldos ridículos que en el mejor de los casos se acerca a los dos mil euros y en la mayoría se mantiene en el entorno de los mil euros al mes o incluso menos.
Esta es una gran ventaja de la Universidad española: contar con un número muy importante de profesores formados que desempeñan su trabajo por un sueldo de mileurista permite tener muchos profesores cualificados lo que, evidentemente, redunda en la calidad de la docencia.
Como segundo factor indicaría que en la Universidad española hay comparativamente pocos PAS (personal de administración y servicios). La ratio de PAS por profesor y estudiante es probablemente inferior a la que se encuentra en otros países europeos y con toda seguridad inferior a la que nos encontramos en las mejores universidades de Estados Unidos. Esto supone también un ahorro sin que se pierda toda la eficacia que se podría perder gracias al voluntarismo de los PAS que hay y al de los profesores, que dedican horas de tiempo libre a tareas que en otros países hace el PAS.
Finalmente hay otro factor que debe de ser considerado: tengo la impresión (no tengo datos contrastados) de que los profesores españoles dan más horas de clase que sus colegas de otras Universidades extranjeras. Hace un par de años coincidí con un compañero sueco. Le pregunté por las dimensiones de su Facultad; tenían más o menos los mismos alumnos que tiene mi Facultad, la de Derecho de la Universidad Autónoma de Barcelona; le pregunté cuántos profesores tenían y me sorprendió comprobar que tenían muchos menos que nosotros; entonces, aventuré, tendréis muchas clases ¿no? Me respondió que no, en realidad tenían menos clases que nosotros. La clave está en que en Suecia gran parte del trabajo lo realizan los alumnos de forma autónoma. El profesor da indicaciones generales, facilita bibliografía y, a partir de ahí, se supone que el alumno se prepara la materia. Ciertamente es más trabajo para el alumno, pero el coste es menor. Aquí lo damos todo mucho más masticado, lo que es coherente con un perfil de alumno que, quizás, tiene una menor capacidad de trabajo autónomo que aquella de la que gozan los estudiantes de otros países. Además al tener más clases el trabajo fuera de clase es menor, por lo que es más fácil que el alumno desarrolle otras actividades a la vez que cursa una carrera universitaria (trabajo, relaciones sociales, etc.).
Así pues el alto número de profesores en las Universidades españolas, posible por lo escaso de su remuneración, el reducido número de PAS y lo elevado de la dedicación docente del profesorado explican que la formación de los estudiantes españoles sea equivalente a la que se obtiene en países que dedican más recursos a la Universidad (e, incluso, muchos más recursos). Claro que el sobreesfuezo que se pide al profesor tiene que tener consecuencias. El tiempo para investigación se ve reducido, así como las posibilidades de participar en foros internacionales y realizar estancias en el extranjero. Eso disminuye las posibilidades de mantener contactos y participar en redes transnacionales, así como la capacidad de influencia en el debate científico global. Solamente de nuevo a base de voluntarismo pueden superarse esas dificultades que, sin embargo, implican que no es sencillo para las Universidades españolas escalar puestos en los rankings internacionales.



En fin, se trata tan solo de hipótesis, pero de hipótesis que pretenden partir de la realidad, del barro de las trincheras, y no de construcciones etéreas. Hipótesis que están dispuestas a sufrir el contraste con los datos y con la experiencia y que, sobre todo, son profundamente honestas.

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