En ocasiones la política parece inspirarse en la Historia Sagrada.
Igual que hace dos mil años se trataba de multiplicar cinco panes y dos peces para dar de comer a una multitud, ahora es preciso convertir la minoría independentista en una mayoría para así poder alcanzar la independencia. No será fácil, pero Artur Mas parece tener un plan para ello.
Lo primero es ir descubriendo las cartas, y parece que por fin las máscaras van cayendo.
Hace un par de años comenzó a urdirse el derecho de decidir como un disfraz del derecho de autodeterminación. El invento tuvo éxito y varios partidos que no eran en principio independentistas se subieron al carro de la confusión aduciendo que pese a no querer la secesión estaban a favor de que el conjunto de los catalanes (y solo los catalanes) decidiesen cuáles serían los límites territoriales del Estado español.
Igual que hace dos mil años se trataba de multiplicar cinco panes y dos peces para dar de comer a una multitud, ahora es preciso convertir la minoría independentista en una mayoría para así poder alcanzar la independencia. No será fácil, pero Artur Mas parece tener un plan para ello.
Lo primero es ir descubriendo las cartas, y parece que por fin las máscaras van cayendo.
Hace un par de años comenzó a urdirse el derecho de decidir como un disfraz del derecho de autodeterminación. El invento tuvo éxito y varios partidos que no eran en principio independentistas se subieron al carro de la confusión aduciendo que pese a no querer la secesión estaban a favor de que el conjunto de los catalanes (y solo los catalanes) decidiesen cuáles serían los límites territoriales del Estado español.
El derecho a decidir concluyó su recorrido el 9-N. Podría haber salido bien a los independentistas si la participación hubiera sido arrolladora y muy mayoritariamente favorable a la independencia. En caso de que así hubiera sido estaríamos en un escenario diferente al actual; pero no fue eso lo que pasó. Menos de un tercio de los llamados a votar se manifestaron a favor de la independencia, y eso, evidentemente, no es un respaldo suficiente para dar un paso tan trascendente como es romper la Constitución de 1978 y sacudir la comunidad internacional y la Unión Europea con la pretensión de la creación de un nuevo Estado.
El 9-N no solamente fue insuficiente en su resultado para los independentistas, sino que además dejó bastante claro que se estaba lejos de alcanzar la mayoría precisa para continuar exigiendo la independencia como una reclamación ampliamente mayoritaria del pueblo catalán. La conclusión no puede ser otra que la de que no hay suficientes independentistas en Cataluña como para trasladar la imagen al Mundo de una sociedad unida en su deseo de romper el Estado español y la Unión Europea.
La vía del referéndum (una persona, un voto y todos los votos valen igual) parece, por tanto, inviable para conseguir una mayoría independentista en Cataluña. Para obtener simplemente un 50% del censo favorable a la independencia se precisaría casi un millón de independentistas más que los que se manifestaron el día 9 de noviembre. ¿Alguien piensa realmente que el día 9 de noviembre un millón de independentistas se quedaron en casa? Diría que no, que nadie lo piensa, o al menos no creo que lo piense Artur Mas. Así pues, ante esto ¿qué hacer?
La solución que propone Mas es multiplicar a los independentistas convirtiendo los relativamente pocos que hay en una mayoría de diputados en el Parlamento catalán. Eso es lo que planteó de forma explícita el día 25 de noviembre. Ya no habla de una mayoría de votos en favor de la independencia aunque sea en unas elecciones plebiscitarias, sino en una mayoría de diputados al Parlamento de Catalunya, que no es lo mismo. Y fijémonos en que ya ni se plantea (por imposible) alcanzar la mayoría de diputados necesaria para modificar el Estatuto de Autonomía actualmente vigente (90 diputados), sino que mantiene que bastaría la mitad más uno de los diputados (68) para proclamar la independencia, lo que no precisaría, siquiera que una mayoría de catalanes apoyaran la secesión. La regulación electoral permite que un partido obtenga más escaños que otro, pese a que el segundo haya obtenido más votos. Esto sucede en el Parlamento actual, en el que ERC tiene un diputado más que el PSC pese a que el PSC obtuvo más votos que ERC, y también sucedió al menos otras dos veces, en 1999 y 2003, cuando el PSC obtuvo menos escaños que CiU, pese a haber conseguido más votos.
Lo anterior pasa, entre otras razones, porque en unas elecciones autonómicas no todos los votos valen lo mismo, pues tienen más peso precisamente los de algunas de las zonas donde el independentismo es más fuerte. Así, en las últimas elecciones autonómicas Barcelona, con un total de 3.921.952 electores designaba 85 diputados (46.140 electores por escaño) mientras que Lleida, con 300.540 electores designaba 15 diputados (tan solo 20.036 electores por cada diputado). No es extraño, por tanto, que el Parlamento no ofrezca una representación fiel de la sociedad catalana. El resultado es que en el Parlamento actual cada uno de los escaños de CiU tiene detrás 22.000 votos (1.112.341 votos para 50 escaños) mientras que cada uno de los escaños de C's ha costado más de 30.000 votos, una diferencia que no es desdeñable.
Unas elecciones como las que plantea Mas podrían, por tanto, multiplicar el potencial del millón ochocientos mil fieles con que parece contar el independentismo. En función de cómo se desarrollaran los comicios esos votantes -apenas un tercio del total de los electores en Cataluña- podría conducir a un parlamento en el que más de la mitad de los diputados se adscribieran al independentismo; eso ya sin contar con aquellos que concurriendo en listas no independentistas pudieran acabar pasándose al independentismo, tal como vimos que ha sucedido esta legislatura con algunos diputados del PSC.
Ese parece ser el objetivo de Artur Mas: aprovechar el punto en el que ahora se encuentra el independentismo para convertir una minoría significativa de ciudadanos en una mayoría parlamentaria que dispondría de 18 meses para mediante una intensa campaña institucional y por parte de medios subvencionados y afines ir atrayendo a más ciudadanos al movimiento secesionista y silenciando a los disidentes.
Y lo de silenciar a los disidentes no lo digo gratuitamente. ¿Qué reflejo ha tenido, por ejemplo, en TV3 la concesión del premio ciudadano europeo del año 2014 a Societat Civil Catalana? ¿Qué no hubiera hecho nuestra televisión pública si el premio hubiera ido a parar a la ANC, que también optaba a ese reconocimiento?
En definitiva, quien dice hablar como Presidente de la Generalitat no tiene empacho en reconocer que su objetivo es construir una mayoría parlamentaria y luego una mayoría social utilizando para ello los recursos que son de todos y a los que tiene acceso por su condición de Presidente del Gobierno de una Comunidad Autónoma. Reconoce explícitamente que pondrá su cargo al servicio de una opción partidista que no solamente es ilegal, sino que ni siquiera es mayoritaria entre los catalanes.
Si alguien no sabía lo que era un Régimen y cómo se creaba, ahora ya tiene cumplido conocimiento de ello.
Decía al comienzo que Mas parece haberse inspirado en un episodio de la Historia Sagrada para trazar su plan para multiplicar a los independentistas; y diría que lo ha leído hasta el final. Sabemos que el relato de la multiplicación de los panes y los peces es una lección sobre los beneficios que tiene la generosidad y sobre cómo compartiendo puede conseguirse que lo escaso llegue a todos. La lección del milagro es que si se pone en común lo poco que se tiene se conseguirá multiplicarlo. La propuesta de Mas de encabezar o cerrar la lista conjunta que pretende construir tiene ese punto de generosidad que demuestra que ha entendido el mensaje evangélico.
¿Quienes sabemos que la propuesta de Mas se basa en falsedades, divide y conduce al abismo, seremos también capaces de entender que estamos ante un desafío de proporciones históricas que ha de ser afrontado con inteligencia, rigor, firmeza y también con generosidad, con mucha generosidad que pase por encima de tactismos y egoísmos partidistas?
Espero que sí por lo mucho que nos jugamos. Inteligencia, rigor, firmeza y generosidad, mucha generosidad.
1 comentario:
Correcto, pero tienen una ventaja. Ya decía Lenin que los cambios no los hace el pueblo, sino la vanguardia revolucionaria. Y, en ese sentido, hay que reconocerles el mérito. La vanguardia está unificada, actúa disciplinadamente, tiene un objetivo,una ilusión (a diferencia de la crisis institucional y de conciencia en España)y unos plazos concretos (en esto, la maquinaria ha sido implacable y muy superior a la de "el tiempo lo arreglará").
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