martes, 8 de noviembre de 2011

Cosas que se aprenden viendo un debate


Hace años, creo que en 2003, me sorprendió que en una entrevista Zapatero -que entonces ya comenzaba a parecer el aprendiz de estadista que ahora es- ante la pregunta de si creía que sería algún día presidente del gobierno contestó sin dudar que estaba seguro que lo sería. Entonces no nos parecía a los profanos que fuera fácil que se cumpliera la profecía: el PP gobernaba con una mayoría absoluta inquebrantable, la economía iba bien, la sucesión de Aznar era un espectáculo de unanimidad y magnificencia envidiable... sin embargo Zapatero sabía lo que decía, era consciente de que para ser presidente del gobierno en España lo único que hay que hacer es mantenerse el tiempo suficiente al frente del PP o del PSOE. El sistema electoral y político que tenemos prima a los grandes partidos, dificulta hasta la imposibilidad el crecimiento de nuevas formaciones, por creciente que sea su apoyo popular y, además, PP y PSOE se ponen rápidamente de acuerdo si de lo que se trata es de evitar que entren nuevos invitados en su fiesta particular (y la vergonzante reforma de la Ley Electoral de este mismo año es un buen ejemplo de ello).
Zapatero sabía todo eso y, por tanto, era consciente de que lo único que tenía que hacer para ser presidente del gobierno era esperar al frente del PSOE el momento oportuno que más tarde o más temprano acabaría llegando. Y llegó, como todos sabemos. Me da la sensación de que Rajoy tiene el mismo conocimiento, y ya lo tenía en 2004, cuando inesperadamente perdió con Zapatero. Rajoy sabía que más tarde o más temprano llegaría su momento y que lo único que tenía que evitar es que lo movieran de la presidencia del PP antes de que su turno llegara.
Y tras el debate de ayer estoy convencido de que Rubalcaba piensa lo mismo. Rubalcaba asume que perderá (lo hizo explícito en más de una ocasión durante el debate) y se limitó a intentar forzar a Rajoy para que soltara alguna frase que pudiera serle útil en los debates que piensa que tendrá con él durante los siguientes años. Sabe Rubalcaba que lo único que tiene que evitar es que le muevan de la cúspide del PSOE y que si consigue eso más tarde o más temprano (en cuatro, en ocho años, en diez o doce a lo sumo) será presidente del gobierno. Su única preocupación habrá de ser el control del partido, pero en eso Rubalcaba parece gato viejo, y me parece que piensa que a partir de ahora lo único que tiene que hacer es esperar a que el gobierno de España caiga en su mano como fruta madura cuando le llegue la hora.
Lamentable, evidentemente; porque de esta forma lo que conseguimos es que personas que no son excepcionales nos gobiernen. Ayer durante el debate no vi a ningún estadista. Rajoy leyó más que habló (y sorprende en alguien que se ha sacado las oposiciones a registrador de la propiedad) y su expresión en determinados momentos inspiraba de todo menos confianza (esos ojos como platos, ese tic en la ceja). Rubalcaba por su parte perdió completamente el hilo del debate en la segunda parte, parecía perdido y la impresión era la de que no dominaba en absoluto los temas de los que hablaba (sanidad y educación). En un momento dado parecía ya cansado, como ido. Yo me preguntaba "y si tiene que negociar algo importante en Bruselas o en una cumbre internacional ¿cómo lo hará? ¿son conscientes en el extranjero que no aguanta más de una hora, que no tiene fuelle para más?"
¿Son éstas las mejores personas para gobernarnos? No me parece, y solamente podemos achacarnos a nosotros haber llegado a este punto de degradación. Me gustaría que los que se presentan a las elecciones fueran conscientes de que o ganan o se van para casa o tienen que volver a empezar de cero (como suele suceder en Estados Unidos). El sistema partitocrático en el que vivimos nos dio ayer una muestra más de la mediocridad a la que estamos condenados.


2 comentarios:

Albert dijo...

Ya lo dijo un tío muy agudo que vive en mi casa: escolta no et sembla que són com el Cánovas del Castillo i el Sagasta? si o no?

julio navarro dijo...

La palabra es desgraciadamente precisa: mediocridad