domingo, 18 de junio de 2023

No todos somos nacionalistas

Una de las acusaciones que se me hacen con frecuencia en las redes sociales es la de que hablo de los nacionalistas como si yo no fuera también nacionalista. En las últimas semanas veo en mi muro con frecuencia un comentario de Albert Graells que incide en esta idea.


No es una idea original. Hace más de veinte años que escucho el argumento: todo el mundo es nacionalista. Si no eres nacionalista catalán entonces serás nacionalista español. Es una aproximación muy... nacionalista. Quizás, precisamente, porque ellos no son capaces de ver el mundo de una forma diferente a la suya (la capacidad de empatía que tienen es limitada) y presumen que los demás, aunque digamos otras cosas, en realidad sentimos lo que ellos sienten, aunque no respecto a Cataluña (la idea que ellos tienen de Cataluña) sino en relación a España.
La idea, además, tiene muchas manifestaciones. Así, no hace mucho, alguien me decía -no en mal tono, al contrario- que se cabreaba con quienes decían que yo era facha, a lo que él respondía: "Rafa no es facha, lo que pasa es que es español. No confundáis ser español con ser facha". El comentario pretende ser amable, pero intuyo que lo que hay detrás es la idea de que igual que mi interlocutor sentía un vínculo especial con Cataluña, yo lo tenía con España, de tal manera que entendía que mi posición y la suya no podrían confundirse porque nuestros referentes esenciales en política eran distintos.

No creo que sea así. Y merece la pena dedicar unas líneas a explicarlo.

Comenzaré por lo más sencillo: no todo el mundo es nacionalista; lo que sucede es que tenemos que identificar primero qué es el nacionalismo; un planteamiento político que no está tan extendido como piensan los nacionalistas; sino que, más bien, es un fenómeno bastante limitado, tanto en el tiempo como en el espacio.
Porque una cosa son las naciones y otra el nacionalismo. La nación, entendida como grupo de personas que comparten origen, etnia o lengua se utiliza desde antiguo; pero de ahí no se ha derivado que quienes forman parte de una nación (defínase ésta como se defina) han de tener un espacio político que les incluya a todos y que no sea compartido por quienes son miembros de otra "nación" (luego explicaré el sentido de las cursivas). Es decir, mientras el concepto de nación o la palabra se remontan a la antigüedad, la idea de que a cada nación le corresponde un estado es mucho más moderna. De hecho, apenas tiene 200 años. Antes de ese momento, pensar que las fronteras debían corresponderse con las naciones podía sonar tan raro (o más) que la propuesta de que quienes compartían la misma religión debían tener un estado propio. La mayoría de las formas políticas de gobierno que ha conocido la humanidad se articulaban al margen de las naciones; de tal forma que había estructuras que incluían en su interior muchas "naciones" (desde el Imperio Persa al de Alejandro, el Imperio Romano o el Mogol) y otras que, en cambio, dividían a los que compartían elementos relevantes como la lengua, la religión o formas culturales marcadas (las ciudades estado griegas, separadas y muchas veces en guerra pese a compartir desde los Juegos Olímpicos hasta la poesía de Homero). El nacionalismo defendería que cada nación (o pueblo, si se prefiere) debería tener su propio estado, de tal manera que las comunidades políticas serían homogéneas (una lengua, una nación, un estado).
Volveremos enseguida sobre esta idea; pero quiero detenerme aquí un momento, porque sobre esta base es claro que mis planteamientos en absoluto son nacionalistas. Soy un ferviente partidario de la integración europea, y estaría encantado de que la UE asumiera más competencias. Defiendo que tenga competencias fiscales propias, una política de defensa y exterior autónoma y los medios suficientes para asumir muchas de las funciones que ahora realizan los estados miembros. Pueden consultarse algunos de estos desarrollos aquí 


Difícilmente puede ser nacionalista quien desea que nuestra comunidad política de referencia sea una que no se basa ni en una historia común ni en una lengua ni en un mismo origen; sino que pone por encima de ello la defensa de unos principios comunes en la organización de la sociedad, la garantía de los derechos de los individuos y la cooperación entre todas las personas más allá de religión, raza o procedencia.
Un planteamiento que traslado también a mi pequeña comunidad, aquella con la que me relaciono más intensamente. Estoy muy satisfecho de que mis hijos tengan entre sus amigos cristianos, musulmanes y otros que no practican ningún credo, personas cuyas familias vienen de muchos lugares diferentes y que mezclan en sus conversaciones el español, el catalán, el inglés o el árabe. Ningún esencialismo, ninguna pretendida pureza y asumir con convicción que todos compartimos lo más importante: nuestra condición de seres humanos.
Y no siendo nacionalista, es bastante lógico que me oponga a los nacionalismos que identifico y que, además, gozan en mi entorno de predicamento, poder y prestigio. El combatirlos, obviamente, no me convierte en nacionalista. Ahora bien, habría que explicar también por qué los cuestiono y me opongo a ellos. Y, en concreto, al que más me afecta personalmente, el nacionalismo catalán que controla casi todas las instituciones de mi Comunidad Autónoma y ahora también condiciona al gobierno de España.

Hay una primera razón, y es que el proyecto nacionalista, al hacer más pequeña a la comunidad política, hace que nuestra condición de ciudadanos pierda significado. En el mundo globalizado ni siquiera los estados más grandes tienen capacidad para orientar la economía y, por tanto, el bienestar de sus ciudadanos. Han de limitarse a seguir las corrientes que se forman en un entramado económico que nadie puede controlar de forma aislada. En este contexto, solamente los países más grandes (China, Estados Unidos, quizás la India, y muy poco más) y una organización internacional como es la Unión Europea tienen alguna posibilidad de incidir en la regulación de la globalización. Es por eso que nuestra condición de ciudadanos europeos es uno de los activos políticos más valiosos que cada uno de nosotros tiene. A través de las instituciones europeas podemos influir, aunque sea mínimamente, en esa economía global. Desde un ámbito político mucho más reducido, como sería una Cataluña independiente, esa condición de ciudadanos perdería valor.
Además -y todavía seguimos en la primera razón- el objetivo ha de ser ampliar la comunidad política, no reducirla. Esto lo explica muy bien Félix Ovejero: solamente en el seno de la comunidad política se pueden practicar plenamente valores como la solidaridad y el principio democrático. En las relaciones entre los estados no rige ni uno ni otro principio; sino que se basan en el respeto a la integridad territorial de cada miembro de la comunidad internacional, sin que exista, por tanto, ninguna obligación genérica de socorro o solidaridad. Por supuesto, tampoco es posible, fuera del ámbito de las organizaciones internacionales, adoptar decisiones por mayoría y, por tanto, obligar a los estados que no están de acuerdo en algo a partir del argumento de que la mayoría de los otros estados les exigen un determinado comportamiento. Siendo esto así, todo lo que suponga hacer más pequeña la comunidad política debe mirarse con desconfianza, porque supone excluir a ciudadanos del ámbito común de decisión.


Aparte de lo anterior, existe otra razón por la que me opongo al nacionalismo catalán.
Antes comentaba que el nacionalismo es un fenómeno relativamente reciente, que probablemente tiene su origen en la construcción de comunidades políticas relativamente homogéneas en Europa durante los siglos XVII y XVIII. En ese momento, los monarcas comienzan a tener la capacidad para limitar el poder de los señores feudales y construyen las naciones modernas en torno a la capacidad militar, el control del comercio con los territorios de ultramar, el control de la legislación, especialmente la mercantil y el refuerzo de la fiscalidad. Además, tras la Reforma protestante del siglo XVI, se extiende la limitación de los cultos que no se corresponden con la religión "oficial". En los distintos territorios alemanes, unos son católicos y otros protestantes, trasladándose la población de unos a otros en función de sus creencias. En Francia, las guerras de religión del siglo XVI acabaron una nación básicamente católica; al igual que sucedía en España. Inglaterra, sin embargo, creó su propia iglesia nacional. Finalmente, la lengua acabó siendo otro elemento uniformador. La Revolución Francesa, precisamente en aras de la igualdad de todos, impuso la educación en francés, como lengua que garantizaba esa igualdad (no es baladí recordar, por ejemplo, que la lengua materna de Napoleón no era el francés, sino el corso, un dialecto del italiano). En Italia, el italiano se convirtió también en otro elemento de unificación, como muestra, por ejemplo, ese precioso álbum de la Italia de finales del XIX que es "Corazón", de Edmundo de Amicis.


Así, fueron las organizaciones políticas existentes, sobre todo a partir del siglo XIX, las que defendieron la frase que citaba al comienzo de esta entrada: un pueblo (o nación), un estado, una lengua. La unidad de comunidad política, nación (en el sentido que quiera acogerse, que hay muchos) y lengua parecía algo deseable que debería procurase por medio, básicamente, de la instrucción. Recordemos que en aquella época la educación era una rareza, y la que se daba todavía descansaba en buena medida en el latín, la lengua de cultura; de tal manera que el establecimiento de una escuela en la lengua nacional no suponía desplazar una inexistente educación en otras lenguas, sino optar por alguna de las existentes, precisamente para garantizar la igualdad en una época en la que no había traductores automáticos.
El programa que acabo de describir, con sus aciertos y errores, podía tener sentido en el siglo XVIII o en el XIX; pero este "manual de construir naciones" proyectado sobre el siglo XXI es una aberración. Y, sin embargo, es el que se practica en Cataluña.
A imagen de lo que pretendidamente se hizo en la Europa de la Edad Moderna y tras las revoluciones que pusieron fin al Antiguo Régimen, los nacionalistas catalanes pretenden construir una sociedad en la que la única lengua de referencia sea el catalán. Así, ordenan que sea la única lengua que se considere DE la escuela, las autoridades utilizan casi exclusivamente el catalán y los medios públicos de comunicación no emplean prácticamente otro idioma. En definitiva, se trata de utilizar los mecanismos que las naciones europeas del XIX emplearon para construir una nueva nación en pleno siglo XXI. Y eso sin contar con que en Cataluña, por ejemplo, el plan de sustitución lingüística pasa por encima de una mayoría de la población que tiene como lengua materna no el catalán, sino el español. Una población a la que se priva de su derecho a recibir educación en su lengua materna que es oficial y que ve como las autoridades regionales y locales tratan como idioma de segunda al que les identifica.
No comparto este planteamiento. Y, desde luego, el argumento de que en otros tiempos así se hacía con la lengua castellana no tiene el peso suficiente como para hacerme cambiar de opinión. Si hace 50, 100 o 200 años se hicieron las cosas mal (desde la perspectiva de los valores actuales), eso no da ninguna legitimidad a seguir haciéndolo mal en la actualidad. En definitiva, el plan de construcción de una nación catalana que toma como modelo lo que hicieron los estados europeos hace más de un siglo debe ser rechazado por decencia democrática.


Así pues, no soy nacionalista. Precisamente por no serlo me opongo al nacionalismo catalán, tal y como he explicado, sin necesidad de adscribirme a ningún nacionalismo español. Por otro lado, además, resulta curioso que los nacionalistas catalanes nieguen legitimidad a los nacionalistas españoles. Si los primeros sostienen que la nación que ellos consideran ha de tener un estado ¿por qué otros no pueden sostener una visión diferente y defender que la nación a la que ellos se adscriben, la española, tiene también derecho a mantenerse en su integridad?
A lo anterior los nacionalistas catalanes dirán que son los catalanes quienes han de decidir esto; pero los nacionalistas españoles, a su vez, dirán que es a los españoles a quienes les corresponde decidir si dejan de ser una única nación. Es decir, los nacionalistas catalanes dan por sentado que el conjunto de residentes en Cataluña forma un grupo nacional que ha de poder decidir si se constituye o no en estado; mientras que los nacionalistas españoles podrán sostener que ese grupo nacional no lo forman los residentes en Cataluña, sino el conjunto de los españoles, en el que se integran los catalanes. La definición del grupo que se constituye en nación no se decide votando, sino que es un presupuesto que cada nacionalismo podrá configurar a su gusto y manera, porque no hay un listado de naciones al que uno pueda acogerse para defender que su propuesta es superior a la de los otros.
En cualquier caso, este debate desde la perspectiva nacionalista no es el mío. Para mí no hace falta defender la existencia de una "nación" española para oponerse al nacionalismo catalán. Desde mi perspectiva es más sencillo: la ruptura de la comunidad política que ahora constituimos no está justificada  a partir de planteamientos esencialistas que apelen a naciones preexistentes a la comunidad política que formamos. Sé que en esto los nacionalistas españoles discreparán (Vox, por ejemplo); pero, como digo, es mi planteamiento.



Aun debería realizarse una matización. Acabo de referirme a la idea nacionalista de nación (catalana o española) y en varios puntos he entrecomillado la palabra "nación". Ahora es preciso explicarlo.
Para los nacionalistas a veces es difícil establecer los límites de una nación. Hace un momento, por ejemplo, decía que los nacionalistas catalanes sostenían que el conjunto de los residentes en Cataluña formaban una nación; pero esto es una simplificación. Para muchos nacionalistas yo, por ejemplo, pese a residir en Cataluña desde hace más de veinte años no entraría en la "nación" catalana. Y para algunos, es posible que ni mi mujer ni mis hijos se integren en esa nación, pese a que todos ellos ya nacieron en Cataluña. Algunos definen la nación catalana a partir de la lengua, otros a partir de la voluntad de ser catalán. En definitiva, no es tan sencillo identificar quiénes integran la "nación" catalana desde la perspectiva nacionalista.
Existe, sin embargo, otro sentido de nación. El sentido jurídico, que es el que utiliza, por ejemplo, la Constitución en su art. 2


De acuerdo con este sentido, la nación sería el conjunto de españoles y el territorio limitado por las fronteras del estado. De esta forma, se vincularía de manera indisoluble a la comunidad política que formamos, de tal manera que la nación española lo sería, precisamente, por la existencia de esa comunidad; de tal manera que la nación (o el pueblo) serían sujetos a los que se atribuiría la soberanía, precisamente para negar que cualquier institución o autoridad pudiera considerarse soberana. Es decir, el concepto de nación serviría para anclar la comunidad política, pero sin que sea necesario atribuirle ninguna característica distintiva ni a partir de la raza, la religión la lengua o, incluso, la historia; pues su finalidad se agota en dotar de legitimidad a la comunidad política que configura la Constitución.
En este sentido, apreciado Albert Graells, defiendo la existencia de la nación española. Es una concepto jurídico y, a partir de ahí, fáctico. La nación española existe porque hay un estado que la contiene, una constitución que la articula y unas leyes que la defienden.
El debate no es si existe o no; es una evidencia que existe. El debate es si debe continuar existiendo o, como proponen los nacionalistas, debe desaparecer (pues no otra cosa sería el resultado de la secesión de una parte de su territorio y de su población); y es legítimo que tú defiendas tal desaparición. Al ser una democracia, todos los planteamientos han de poder ser debatidos, siempre dentro del respeto a la ley.
Pero igualmente legítimo es que yo me oponga a ello. Y, como ves, las razones no tienen nada que ver con un pretendido nacionalismo español que ni comparto ni defiendo.

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