"Una enorme bolsa interna catalana, formada en su mayoría por castellanohablantes (entre los que abundan los parados y los que han abandonado los estudios), parece tener su propio código de señales: entusiasmo por la roja, cultura Telecinco, fricciones con la nueva inmigración. ¿Cómo se comportará este segmento de la sociedad catalana que no participa de los valores y emociones catalanistas? ¿Quién lo articulará políticamente", Antoni Puigverd, "Catalunya, en la encrucijada", La Vanguardia, 10 de septiembre de 2012.
Difícilmente se puede decir más con menos palabras: los castellanohablantes en Cataluña somos personas con dificultades para encontrar trabajo y con pocos estudios; nos quedamos embobados viendo el fútbol, nuestra cultura no da para más que seguir Telecinco y tenemos tendencias xenófobas. Pese a todo eso seguimos siendo catalanes y hay que contar con nosotros, por lo que alguien tendrá que asumir la difícil tarea de "articularnos" (¿encuadrarnos?) a fin de que o bien pasemos a asumir los valores y emociones catalanistas -valores y emociones a los que ahora somos ajenos- o, al menos, no molestemos excesivamente en el proceso de construcción nacional que de forma tan decidida están iniciando los auténticos catalanes; esos que se expresan en catalán, no tienen dificultades para encontrar trabajo, no abandonan los estudios, desprecian a la roja, han desconectado Telecinco de su televisor y son personas tolerantes y acogedoras con los "nouvinguts", los nuevos inmigrantes que tan mal son tratados por ese segmento de la población castellanohablante que no comparte los planteamientos rupturistas.
Todo proceso de construcción nacional supone un algo de mito, un algo de ficción, un algo de leyenda y un algo de irracionalidad; pero es siempre conveniente ser cuidadoso con las personas. Mentir sobre lo que supuso la Guerra de Sucesión o inventarse una fecha para datar los mil años de Catalunya está en el mismo apartado que la sublimación de la conquista de Granada, del descubrimiento de América, de la batalla de Covadonga o del Cid Campeador (y del sitio de "El Álamo", de Napoleón Bonaparte o del canciller Bismarck). Intentar dividir a los catalanes entre los buenos (los catalanistas de siempre, ahora independentistas, caracterizados por su laboriosidad, cultura y generosidad) y los malos (los que hablan castellano y se alegran cuando gana la selección española, fácilmente identificables por ser poco trabajadores -"abundan los parados"-, con escasa formación y cultura y una limitada capacidad de acogida) es otra categoría de juego, un juego muy peligroso. Ya digo que demasiado bien entiendo que no se puede ser excesivamente riguroso cuando de lo que se trata es de construir una nación; pero lo que es intolerable es que se etiquete a las personas con semejante frivolidad.
Mucho se podría hablar sobre el castellano y Cataluña, los castellanohablantes y lo que significa este país; el independentismo, los independentistas y quienes no lo son (somos); pero creo que no sería apropiado comentar estas cosas en una entrada que comienza con unas frases tan desafortunadas como las que aquí recojo. Opiniones como esas no merecen más que la crítica y el desprecio.
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