Cuando se plantea la necesidad de retirar esteladas de los ayuntamientos o de las rotondas públicas, o devolver las banderas españolas a las fachadas de las casas consistoriales no es infrecuente encontrarse con el reproche de que esas cosas de "trapos" o, en general, de símbolos, no son relevantes y que preocuparse por tales nimiedades es más bien propio de personas todavía primitivas, cuando no con una cierta tendencia "facha". Este reproche suele venir más de sectores autocalificados de izquierdas que de otras posiciones ideológicas.
Mi hipótesis es que los símbolos importan, y mucho. Intentaba desarrollar la idea hace unos meses en un artículo publicado con ocasión del inicio por parte de Societat Civil Catalana de una campaña dirigida a recuperar los símbolos comunes en Cataluña y que llevaba por título "Nuestros símbolos, nuestros derechos".
El propósito de dicha campaña era denunciar que la retirada de banderas españolas y europeas en lugares públicos de Cataluña y su sustitución por banderas esteladas tenía efectos reales: contribuía a romper los vínculos emocionales con los proyectos español y europeo e instalaba la idea de que el triunfo del independentismo resultaba inevitable. Querámoslo o no somos una especie que se caracteriza por una enorme capacidad simbólica y con frecuencia quienes pretenden restar importancia a los símbolos es porque sutilmente pretenden imponer... otro símbolo.
En el caso del secesionismo catalán esto es bastante claro. La ausencia de banderas españolas en los ayuntamientos es un símbolo en sí mismo. Un símbolo del alejamiento de España como entidad política y, por tanto, también un acicate para la búsqueda de otros símbolos que sustituyan el propio de la comunidad política en la que todavía nos integramos todos los catalanes. Cuando consideremos el símbolo no solamente tenemos que pensar en el que está, sino también en el ausente, porque ambos forman en cierta forma una unidad de significado. Y cuando se ve de esta forma las cosas aparecen mucho más claras.
Por ejemplo, a la entrada de mi pueblo, Santa Perpètua de Mogoda, en el Vallès Occidental, se ha instalado una señera. No se trata de una estelada como en otros municipios, sino una bandera legal y constitucional que es símbolo de nuestra Comunidad Autónoma. Bien, pero ¿por qué no hay también una bandera española? La pregunta, que no es nada ingenua, la contestó en la entrega de unos premios infantiles la alcaldesa de Santa Perpètua, quien dijo algo así como que Cataluña era nuestro país. Esta idea, la de que nuestra nación es Cataluña y la participación en España algo ocasional que puede cambiar o no se ve bien reflejada en la presencia de una señera a la entrada del pueblo que nos recuerda cuál ha de ser nuestro principal punto de identificación. Esa señera y la paralela ausencia de la bandera española es símbolo de que la pertenencia a Cataluña no se discute, pero que la integración en España sí. Se podrá decir que especulo, y es cierto; pero creo no equivocarme mucho. La diferencia entre la presencia de una estelada a la entrada del pueblo y la presencia de una señera es la que hay entre quienes ya están dispuestos a romper unilateralmente con el Estado español y los que asumen que nuestra nación es Cataluña, pero todavía puede discutirse la permanencia de Cataluña en España.
Ninguna de estas dos posturas se ajusta, sin embargo, a la situación política y jurídica real en la que nos encontramos. Desde una perspectiva política y jurídica nuestra nación es España, pues es al conjunto de los españoles a quien corresponde la soberanía nacional. Sí que es coyuntural que España se organice en Comunidades Autónomas, pero no esa soberanía que corresponde al conjunto de los españoles y no a una parte de ellos.
Este pretendido carácter originario de la nación catalana, que encuentra su reflejo en la presencia de banderas catalanas que no van acompañadas de la bandera española responde a un planteamiento político que nos permite identificar a varios partidos con representación parlamentaria. En concreto, de los que ahora ocupan escaños en el Parlamento de Cataluña, a todos menos el PP y C's. Reparaba en ello estos días al ver algunas de las fotos del último congreso del PSC.
Aquí puede verse como, en lugar destacado, se encuentra la bandera del partido y la bandera catalana. Ni rastro de la bandera española. Es una opción, desde luego, y no la critico. Es, además, una opción coherente con el planteamiento del PSC, que pretende ser tan solo un partido catalán con un proyecto para Cataluña, no para el conjunto de España. Ahora bien, lo indico aquí porque en ocasiones han sido socialistas lo que han recriminado esta preocupación por los símbolos con la que me identifico, y quiero llamar la atención sobre la circunstancia de que el PSC parece también muy preocupado por los símbolos, ya que esas banderas que ahí figuran se encuentran destacadas y, además, me parece que su significado está bien pensado y calculado.
No debería sorprender tampoco esta opción simbólica en el PSC. Es coherente con sus políticas, destinadas a contemporizar con los nacionalistas en temas de cierto calado; como es, por ejemplo la política educativa. Existe una sintonía evidente entre el discurso del PSC, las políticas que defiende, los acuerdos a los que llega (adscripción de ayuntamientos a la AMI, por ejemplo) y los símbolos que utiliza. Y, repito, no es criticable (aunque, obviamente, no me guste); pero creo que se trata de opciones que, por una parte, deberían hacer reflexionar a su partido hermano, el PSOE y, por otra, a sus electores. Conozco muchos de estos que para nada comparten este planteamiento, pero acaban dando un voto de confianza a la formación cuando, llegado el momento electoral, sus mensajes se vuelven más confusos en ese intento generalizado (afecta a todos los partidos) de intentar atraer a todos los votantes posibles con mensajes que pueden ser interpretados como una cosa y la contraria.
Me gustaría que en las próximas elecciones que tengamos, sean cuando sean, ningún voto de quienes son contrarios a la secesión fuera a parar a partidos que pretenden que Cataluña se convierta en un sujeto soberano originario (una nación, vamos). Sería muy sano que existiera gran claridad sobre este punto, y para eso los símbolos también cuentan. Mucho.
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