domingo, 12 de febrero de 2017

Ya hemos superado a George Orwell

Uno de los momentos más llamativos de "1984", la novela de George Orwell, es aquél en el que en medio de un discurso dirigido a arengar a los ciudadanos de Oceania contra el país con el que están en guerra, la cruel Eurasia, se produce un cambio y el enemigo pasa a ser Estasia mientras que Eurasia era ahora un aliado.
No hay explicación del cambio, sino que en medio del discurso simplemente las acusaciones que se estaban dirigiendo a Eurasia pasan a dirigirse a Estasia. El orador continúa como si desde el principio el odio se hubiera dirigido a Estasia, porque, además, se supone que Oceania siempre había estado en guerra con Estasia. El cambio no afecta solamente al presente, sino al pasado; y la multitud que escucha lo asume sin dudarlo. Sus propios recuerdos ya no importan o, mejor dicho, han de cambiar para ajustarse a lo que se les indica.



Ya sé que es muy manida la comparación entre el mátrix catalán y 1984, pero resulta imposible no recaer en ella. Hoy mismo me asaltaba viendo un debate sobre el juicio por el 9-N entre Juan Milián (PP) y Maria Senserrich (JXS). No solamente se trató el juicio, sino también el escándalo existente en relación a las declaraciones de Santiago Vidal sobre las ilegalidades que se estarían cometiendo para preparar la secesión de Cataluña. No es posible evitar recordar ese momento de "1984" cuando se consideran ambos temas. Casi diría que la situación en Cataluña supera la de la novela de Orwell, porque allí, en 1984, las personas adaptaban su mente sucesivamente, es decir, hasta que se produce el cambio de alianzas de Oceania, los ciudadanos creen firmemente que siempre han estado en guerra con Eurasia. Cuando se produce el cambio todos asumen que el enemigo es Estasia y, además, que siempre ha sido Estasia; pero no se da la circunstancia de que simultáneamente se asuma que el enemigo ha sido Eurasia (y solo Eurasia) y, a la vez Estasia (y solo Estasia).
En Cataluña, sin embargo, se mantienen simultáneamente hechos incompatibles entre sí. Con el tema del 9-N es muy claro. Por una parte se defiende que el 9-N fue un desafío al Estado español en el que se dijo "no" al Tribunal Constitucional y la Generalitat se negó a atender el requerimiento de este Tribunal para suspender el proceso de participación ciudadana; por otra, que la Generalitat no participó en el proceso y lo que se hizo fue cosa tan sola de los voluntarios.
Es cierto que lo primero se dice normalmente en círculos independentistas y lo segundo es lo que se mantiene ante el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña cuando Mas, Ortega y Rigau se intentan defender de las acusaciones que pesan sobre ellos; pero no podemos verlo como una simple estrategia, porque yo me he encontrado con personas que según lo que estemos discutiendo te sostienen a la vez las dos cosas: que el 9-N fue un desafío al Estado con todas las de la ley y por otra que no es posible sancionar a Mas por lo que pasó aquel día porque en realidad él no hizo nada y, al fin y al cabo todo era una pantomima. Y además, normalmente, te dicen ambas cosas con la misma cara de cabreo.



Lo mismo pasa con el tema de Santiago Vidal. Aquí sí que nos encontramos ante un escenario que se corresponde con el de 1984. Hasta el 26 de enero Santiago Vidal era, de acuerdo con la presentación que de él hacían los nacionalistas, un ejemplo cívico. Un jurista comprometido con el proceso de secesión, riguroso, conocedor de todo lo que tenía que conocer y hombre serio y entregado que había sido acogido por ERC cuando injustamente el CGPJ lo excluyó de la carrera judicial por haber redactado un texto que se presentó como la Constitución para el nuevo Estado catalán. Este acogimiento incluyó que Vidal fuera incluido en las listas para el Senado de ERC ("¡poca broma!" que diría el mismo Santiago Vidal). Además simultaneaba su condición de senador con la de coordinador de uno de los grupos de trabajo que bajo la dirección de Carles Viver i Pi-Sunyer están preparando las estructuras necesarias para el nuevo Estado catalán. Finalmente, era también conferenciante invitado por la propia ERC y la ANC para explicar por toda Cataluña cómo se estaba diseñando el nuevo Estado catalán.
A partir del 26 de enero se convierte en un hombre de nula credibilidad, que se dedicaba a fantasear y que tuvo que renunciar apresuradamente a su acta de senador como consecuencia del polvorín levantado por sus conferencias. Parece que ahora todo el mundo está obligado a desmarcarse del antiguo juez y a advertir que no se puede hacer mucho caso de lo que decía. Claro que si hiciéramos caso de lo que dice ya deberían estar las Conselleries de la Generalitat llenas de policías revolviendo en sus ordenadores y archivos en busca de los detalles de la colosal conspiración que nos anunciaba Santiago Vidal.
Cuesta que caigan los decorados del mátrix catalán. Algunos de los convencidos han llegado a adquirir la capacidad de creer simultáneamente una cosa y la contraria, tal como apuntaba antes; y, además, quienes deberían hacer frente al desafío que supone el independentismo parecen refugiarse en interpretaciones alambicadas para no encarar de una vez la realidad: las instituciones autonómicas han dejado de actuar como tales porque quienes las ocupan las dedican íntegramente a la construcción del nuevo Estado. Ya no son administraciones que dedican parte de sus esfuerzos a la conspiración contra el orden constitucional, sino protoadministraciones de un nuevo Estado que despliegan sin pudor trabajos para poder actuar más allá de sus competencias, articulan lo que podría ser una diplomacia internacional y aleccionan desde los medios de comunicación sobre cómo han de actuar los ciudadanos en estas circunstancias históricas. Administraciones que tan solo de manera residual ejercen las competencias que les son propias y únicamente en la mínima medida que permita al resto del país, al resto de España justificar su táctica avestrucera de negarse a ver la magnitud del desafío al que nos enfrentamos.

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