Milagros Pérez Oliva publicaba ayer, 30 de diciembre, un artículo en "El País" que creo que merece ser comentado porque es un compendio de errores comunes en ciertos sectores -especialmente de la autodenominada izquierda- en relación al "problema" que tenemos planteado en Cataluña.
El artículo presenta el conflicto como si se diera entre los soberanistas y -sorpréndase- "el Gobierno y sus aliados" (son palabras textuales de la articulista). De acuerdo con ella los soberanistas pretenderían un cambio y la otra parte no estaría dispuesta a llegar a la independencia de Cataluña. En absoluto es así.
En primer lugar, el conflicto no es entre soberanistas y el Gobierno (y sus aliados) sino entre catalanes nacionalistas y no nacionalistas; entre quienes desean homogeneizar la sociedad a partir del ideario nacionalista (el catalán como lengua que articula la sociedad y la comunidad política, reducción de los vínculos con otras partes de España, refuerzo de los "hechos diferenciales", etc.) y quienes no renuncian a su condición de españoles y ciudadanos de la UE. En realidad el Gobierno aquí juega un papel secundario, como demuestran los resultados electorales del partido que lo apoya en las últimas elecciones autonómicas. Si obviamos que este es un conflicto entre dos partes de la sociedad catalana y pretendemos que una de ellas es tan solo longa manu del Gobierno de España no acertaremos a encontrar soluciones. Es un fallo, por lo demás, extendido. Esta mañana la SER hacía un análisis de lo sucedido en Cataluña en los últimos meses en el que no se mencionaban las manifestaciones de los días 8 y 29 de octubre. Inexplicable salvo por lo que aquí se dice: hay quien rechaza visceralmente que éste sea un conflicto entre catalanes.
El fallo de análisis no solamente se refiere a las partes implicadas, sino también a lo que defienden. La presentación de Pérez Oliva va bien para la posición de Pedro Sánchez y del PSC, quienes mantienen que el problema se soluciona con una modificación de la Constitución; pero no responde a la realidad. Los soberanistas no quieren cambios, quieren la independencia; y la otra parte (que, insisto, no es el Gobierno) no solamente rechaza la independencia, sino que pretende que el nacionalismo deje de ser hegemónico en la sociedad, para lo que se precisan introducir cambios. De esta forma, una manera más ajustada de presentar el conflicto sería entre quienes desean la independencia y quienes ya no están cómodos en una Comunidad Autónoma que se ha convertido en un instrumento del nacionalismo. Evidentemente si se formula así es más difícil encontrar una solución, pero falsear los términos del problema no ayudará a resolverlo en la vida real.
Discrepo también en la insistencia con la que en el artículo se repite en que la confrontación se da entre "los catalanes de origen" y quienes no lo son (repasen el artículo que enlazo al comienzo de la entrada y comprobarán cómo se incide en este tema). Me parece importante hacerlo notar porque este es un tema del que no se habla, pero sin el que no podremos entender ni lo que está pasando ni la posición que han adoptado estas formaciones políticas que generosamente se proclaman de izquierdas.
En primer lugar, es cierto que entre los catalanes que tienen mayores vínculos familiares con otras partes de España hay menos independentistas o, en general, nacionalistas, que entre quienes carecen de estos vínculos; pero el conflicto no se centra en lo identitario más que desde la perspectiva de los nacionalistas. Precisamente se trata, desde el punto de vista de los no nacionalistas, de que la sociedad no se construya a partir de una pretendida identidad catalana basada en la historia (inventada en gran parte), la cultura y la lengua; y sí de mantener nuestra participación en el proyecto español y europeo. Supongo que esto último difícilmente puede llevarse a lo identitario y, sin embargo, uno de los elementos clave en la movilización y el argumentario contrario a la secesión es la continuidad de Cataluña en la UE.
Para algunos, sin embargo, es clave que esto sea percibido como un conflicto entre los catalanes "de primera" ("catalanes de origen" se les llama en el artículo) y los catalanes que no lo son de origen (catalanes de segunda podrían decir abiertamente). Y es clave porque aquí se cifra la mayor legitimidad que en ciertos sectores de la izquierda se da a los nacionalistas. Estos son los que tienen el derecho sobre la tierra, mientras que los segundos son intrusos que deberían adaptarse a las exigencias de los que habitaban aquí desde hace siglos. Bien, como hemos visto esto no es así, el conflicto no se plantea en estos términos; pero en caso de que así se hiciera ¿no verían extraño que se diera legitimidad a este planteamiento tan contrario a las ideas modernas sobre cómo deberían articularse las sociedades plurales unidas por valores cívicos y no por identidades religiosas o culturales? Entre los nacionalistas, no en los discursos oficiales, pero sí en su segundo nivel de argumentario, es fácil encontrar esta perspectiva que se hace casi expresa en el artículo de Milagros Pérez Oliva.
Finalmente, ha de destacarse que el artículo señala que el catalanismo había negado la existencia de dos comunidades en Cataluña. Discrepo de nuevo. El catalanismo ha asumido siempre estas dos comunidades. Detengámonos en el argumento que más se usa para justificar la inmersión: conseguir que todos conozcan bien el catalán. Este argumento no tendría sentido si no se asumiera que hay catalanes que lo conocen sin falta de un esfuerzo especial (los de origen, de primera categoría podríamos decir) y catalanes que no lo conocen de nacimiento y que deben adquirirlo por el sistema de inmersión con el fin de poder llegar a esa comunidad unida que, obviamente, no existe ahora porque de existir no sería necesario adoptar medidas para conseguirlo.
Pero va más allá, por supuesto. Siempre pongo como ejemplo el artículo de Antoni Puigverd del 10 de septiembre de 2012 en La Vanguardia, donde sin ningún pudor habla de los catalanes que no comparten los ideales catalanistas, se entusiasman con la Roja, tienen cultura telecinco, problemas para encontrar trabajo y no aceptan a la nueva inmigración (me ocupaba de ese artículo aquí). En realidad las dos comunidades han estado siempre ahí, lo que sucede es que había un pacto para no hablar de ello y actuar como si no existiera, lo llamábamos el Oasis catalán. Que ahora se pretenda mantener esa ficción me parece suicida, porque, de nuevo, nos aleja de la posibilidad de encontrar soluciones.
En definitiva, espero que en algún momento los opinadores y políticos vayan asumiendo la realidad. Lo necesitamos porque es preciso que miremos de frente a nuestra sociedad y al problema al que nos enfrentamos si queremos solucionarlo.
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