I. Introducción
Repito con cierta frecuencia que hay dos formas de entender la política: o bien como un instrumento para ganar elecciones y controlar los resortes del poder, o bien como una herramienta para cambiar y mejorar la sociedad. Casi cada decisión puede ser juzgada a partir de esta distinción, de tal manera que actuaciones que serían correctas si consideráramos la política como una puerta de acceso al poder, no lo serían si la entendemos como una vía para la mejora del conjunto de la sociedad. Por supuesto, también al revés.
Una de las cuestiones que pueden ser analizadas tanto desde la perspectiva de la "política-poder" como de la "política-bien común" es la de un acuerdo entre el PP y el PSOE para gobernar España. Lo que se denomina también como gran coalición, a semejanza de la que se concretó en otros países (Alemania) entre los dos partidos con más votos.
II. La Gran Coalición desde "la política=ganar elecciones"
Si analizamos la política como un mecanismo para que determinadas élites lleguen al poder, la Gran Coalición no es una buena idea. La razón de ello es que en un sistema con dos grandes partidos, cada uno de los cuales representa a un cierto bloque (derechas e izquierdas, por simplificar); pero con la capacidad de atraer en ciertos momentos votos del otro bloque, lo ideal es mantener una política de confrontación con el otro gran partido, porque así cuando éste gobierne, el desgaste que se derive de dicho gobierno, y que normalmente se concretará en los momentos de crisis económica, irá a beneficiar al otro partido. De esta forma, ambas formaciones bloquean la posibilidad de que lleguen a otros actores a la política y prácticamente se garantizan que cada dos o tres legislaturas llegarán al poder.
Vamos a verlo en el caso de España con algunos datos; teniendo en cuenta los votos obtenidos por el PP y el PSOE desde 1982.
En este gráfico se ve el porcentaje de voto de PP y PSOE desde 1982
Obviamente, no todo se explica a partir de un hipotético trasvase de votos entre ambos partidos. Así, por ejemplo, desde el año 1982 hasta el año 1989 se aprecia un suave descenso del porcentaje de voto del PSOE que no va acompañado de un incremento de voto en favor del PP. En 1993, 1996 y 2000, sin embargo, sí que se percibe una cierta correlación entre la bajada de la columna roja y la subida de la columna azul. De igual forma que 2004 y 2008 sucede al revés (sube la columna roja y desciende la azul; mientras que en 2011 es al contrario (fuerte subida del voto al PP y acusado descenso del voto al PSOE. A partir de 2015 el escenario cambia, con un fuerte descenso del porcentaje de voto que suman los dos grandes partidos. Lo que podríamos denominar la crisis del bipartidismo sobre la que tendremos que volver.
Ahora bien, ahora lo que nos interesa es destacar que con un sistema en el que uno de los dos grandes partidos está en el gobierno y el otro en la oposición, el desgaste de quien ejerce el poder, de alguna forma, beneficia a quien no lo ejerce. Esta idea se muestra con la siguiente gráfica, en la que se pone en relación la evolución del PIB de España y los resultados electorales de PP y PSOE.
La línea que representa el crecimiento del PIB vendría dad por la media de crecimiento anual calculada e tanto por mil (un crecimiento de 50, como el que se da en 1989, indicaría que la media de crecimiento del PIB entre las elecciones de 1986 y las de 1989 fue de un 5%, por ejemplo). Aquí se advierte cierta correlación entre el trasvase de votos del partido de gobierno al de la oposición como resultado de las crisis económicas. El descenso del crecimiento del PIB que se aprecia a partir de 1989 iguala bastante a PP y PSOE en 1993 y acaba produciendo la victoria del PP en 1996. La racha económica positiva que siguió se tradujo en una mayoría todavía mayor del PP; y si en 2004 ganó el PSOE no fue como consecuencia de problemas económicos; sino, como es sabido, por la gestión de los atentados del 11-M. La crisis económica a partir de 2008, sin embargo, sí que tuvo un reflejo claro en el cambio de voto en 2011. Y en 2019 el PSOE también se benefició de la bonanza económica como consecuencia del cambio de gobierno que siguió a la moción de censura del año 2018. La debacle económica que siguió al COVID ha tenido, sin embargo, una traducción electoral menor y si el PP ha ganado ahora no es, seguramente, consecuencia esa crisis; aunque ahora no nos podemos detener en esto, porque se trata únicamente de mostrar que permanecer en la oposición permite obtener réditos electorales cuando las cosas se complican para el gobierno. Se trata solamente de tener paciencia para que la siguiente crisis económica te lleve, casi sin hacer nada, al poder.
La confrontación permanente entre los dos grandes partidos, además, dificulta que otros puedan acceder al primer plano. Si las cosas van mal para el que está en el gobierno, el recambio posible es el que está en la oposición, y cualquiera que pretenda inmiscuirse podrá ser tachado de aliado del partido de gobierno, pues dificulta que se produzca la alternancia. Si los dos grandes partidos pactan el gobierno, por el contrario, si las cosas vienen mal dadas otros agentes políticos tendrán su oportunidad, puesto que el electorado no tendrá el recurso de votar al partido grande que se ha quedado en la oposición.
Como vemos, por tanto, tiene cierta lógica evitar la "Gran coalición". Se mantiene estable la estructura de partidos y los dos grandes saben que en uno u otro momento les tocará gobernar.
III. La Gran Coalición desde "la política=velar por el interés general"
Si nos alejamos de la contienda electoral y descendemos a lo que debería venir después de las elecciones: gobernar y legislar, las cosas se presentan de una manera diferente. Cuando ningún partido tiene mayoría absoluta lo lógico es buscar acuerdos entre aquellos que presentan mayores afinidades; y, precisamente por tratarse de los dos únicos partidos que han tenido presidentes del gobierno en España en los últimos 41 años, el PP y el PSOE se parecen bastante.
Lo anterior no es necesariamente un elogio; sino la mera constatación de una realidad. En principio hemos de presumir que ambos partidos defienden la continuidad de la Constitución de 1978 (aunque podrán discrepar sobre si hay que introducir tal o cual reforma), rechazarán la secesión de las Comunidades Autónomas, defienden la participación de España en la UE y en la OTAN y también el estado de bienestar (también con matices, obviamente).
En cualquier caso, es, seguramente, más lo que les une entre ellos que los que les une con otros partidos. El PP no se plantea una recentralización territorial (como si hace VOX); y el PSOE, al menos aparentemente, no está por la secesión de Cataluña o del País Vasco. No se trata de diferencias menores entre los dos grandes partidos y sus potenciales aliados. Desde esta perspectiva, por tanto, lo lógico sería buscar acuerdos entre ellos. Ya sé que decir esto choca con la tradición política española; pero como hemos visto antes, esta tradición política tiene sentido en una comprensión de la política como maquinaria para ganar elecciones. Si sacamos este elemento de la ecuación ¿por qué no pactar con aquellos cuyo programa más se puede asemejar al nuestro? Desde esta perspectiva, el pacto entre PP y PSOE no sería tan complicado. Obviamente, el PSOE también podría mirar a Sumar (y el PP a Vox); pero ninguna de esas combinación otorga mayoría a ninguno de los dos, por lo que lo lógico sería explorar la segunda mejor opción.
No debería escandalizar, porque fundamentar la negativa en que una gran coalición abriría la competencia a nuevos partidos y pondría el riesgo el bipartidismo (que es un argumento tan solo para los líderes de los partidos interesados) no tiene en cuenta que el bipartidismo ha ido perdiendo terreno desde 2008. El gráfico que sigue lo muestra.
La suma de PP y PSOE pasó de superar el 80% de los votos en 2008 a no llegar al 50% en 2019. Las ultimas elecciones han visto un repunte de ese porcentaje; pero todavía no ha llegado al 70%. Veremos qué pasaría si hubiera una repetición electoral.
En definitiva, el bipartidismo se erosiona no porque los principales actores se alíen entre ellos (lo que no ha pasado nunca en España) sino porque las profundas crisis por las que ha pasado nuestra sociedad no han encontrado una respuesta satisfactoria en el bipartidismo. No se trata solamente de la economía, por supuesto, y la crisis en Cataluña en 2017 seguramente algo tiene que ver con esa caída del voto a PP y PSOE en el año 2019; pero la economía es importante, como muestras el siguiente gráfico, en el que se pone en relación la evolución de la suma de voto a PP y PSOE con el crecimiento del PIB.
La crisis del bipartidismo coincide con la crisis económica de los años 2010-2011 y se prolonga en los siguientes, unos años muy duros en los que la percepción generalizada fue la de que "el sistema" estaba dejando gente atrás. Por supuesto, que existiera esta percepción no era solamente consecuencia de la actuación del PSOE (que gobernaba en el primer momento de la crisis) y del PP (quien se hizo cargo del gobierno a partir de 2012) sino también de la Unión Europea, con una política despiadada que se mostró dañina y que no han querido repetir con ocasión de la crisis del COVID. Las duras medidas adoptadas para hacer frente a la crisis de 2010 dañaron profundamente al sistema, facilitaron la entrada de nuevos actores (Podemos y lo que hay en el entorno de Podemos, y ahora Sumar) y contribuyó a una polarización que merece un tratamiento específico.
Tal y como he adelantado, además de la situación económico también hay que considerar la crisis institucional que vive nuestro país, y de la que son responsables en buena medida, tanto el PP como el PSOE (más el PSOE, sin duda). Si la economía no se recupera y el daño institucional continúa el mantener el simulacro de confrontación entre PP y PSOE que ha caracterizado los últimos 40 años quizás no sea suficiente para mantener la estructura de partidos en España.
Es por eso que quizás fuera bueno que ambos partidos exploraran la posibilidad de un gobierno conjunto. Ciertamente, desde la izquierda tienen menos incentivos para ello, puesto que aquello que podría causarles más temor, un gobierno del PP con Vox, no es posible; pero, desde la perspectiva del PSOE ¿es recomendable profundizar en la división o, por el contrario, resultaría más saludable explorar el entendimiento con una fuerza política a la que ha votado más de un 33% del electorado?
Si atendemos a los porcentajes de voto, el gobierno que está negociando Sánchez con Sumar, ERC, Bildu, PNV, BNG y Junts podría servir para que se vieran representados en el gobierno un 50% de los votantes (la suma de los votos de todos esos partidos); pero tendría un rechazo muy significativo por parte de un 45% de los votantes (los que optaron por el PP, VOX y UPN); un rechazo que no estaría causado tanto por el PSOE como por los socios del pacto de investidura, partidos que cuestionan elementos básicos de nuestro sistema político.
Frente a lo anterior, un gobierno del PP y del PSOE supondría que se verían representados en él más de un 64% de los votantes; y el rechazo que podría producir en el 36% restante disminuiría por la presencia en el gobierno de sensibilidades cercanas a las propias (votantes de Sumar podrían verse reflejados en algunas de las políticas que llevara a cabo el PSOE y votantes de VOX en algunas de las que se desarrollaran desde el PP.
En este gráfico estarían en color naranja el porcentaje de votantes que estarían representados en el gobierno y en verde los que no.
Obviamente, la democracia es el gobierno de la mayoría con respeto a las minorías; esto es, los que están ubicados políticamente en la zona que en este gráfico es verde han de poder esperar que sus derechos sean respetados (lo que no ha pasado en los últimos años de gobierno socialista respecto a los derechos de las minorías, pero tampoco quiero profundizar aquí en ello); pero siempre será preferible que más personas se sientan representadas por el gobierno. Con un gobierno que vaya desde Junts y Bildu hasta el PSOE lo que se conseguiría es que prácticamente la mitad de la población se sintiera excluida. Creo que hay que buscar alternativas mejores.
Probablemente esta llamada a la búsqueda de acuerdos entre los grandes partidos caerá en saco roto. Desde el fin de las mayorías absolutas, en 2015, llevo clamando por acuerdos amplios entre los partidos centrales. En su momento apoyé el pacto entre Cs y el PSOE (y si entonces el PP hubiera apoyado con su abstención ese pacto estaríamos, probablemente, en una situación muy diferente a la actual); luego me pareció bien el pacto entre Cs y el PP, y solamente lamenté que Cs no hubiera entrado en aquel gobierno (de nuevo la situación podría haber sido muy diferente a la que tenemos ahora). Ahora ya estamos en el punto de, o bien agudizar la polarización, o bien buscar acuerdos entre PP y PSOE.
Creo que lo más razonable es lo segundo, pero mucho me temo que nos espera lo primero.
IV. La gran coalición y el programa de gobierno
Hasta ahora solamente he planteado la posibilidad de una gran coalición desde la perspectiva de limitar la polarización y pretender que el máximo de ciudadanos se sientan representados por su gobierno; lo que no solamente derivaría de que en él estuvieran tanto el PP como el PSOE, sino de la necesidad de orientar la acción de gobierno a la búsqueda del interés general, huyendo de la utilización sesgada del poder público; pero antes de concluir creo que es necesario reparar también en esto último.
No se nos escapa que España se enfrenta a una serie de desafíos bastante considerables. A aquellos que nos unen a otros países europeos (la guerra de Ucrania, la crisis energética, el control de la inflación, la búsqueda de la defensa de los intereses europeos frente a la pujanza de China, el poder de Estados Unidos y la amenaza de Rusia) o del mundo (cambio climático, cambios derivados de la globalización o de la introducción de la inteligencia artificial), se unen los específicos españoles, y que incluyen una profunda degradación institucional (parálisis en la renovación del CGPJ, llamadas de atención sobre la calidad de nuestro Estado de Derecho desde la Comisión Europea) y la crisis generada por los nacionalismos disgregadores, en particular por el desafío secesionista catalán.
Ante esta situación, somos muchos los que vemos con inquietud la alianza entre el PSOE y los nacionalistas; y siendo conscientes de las limitaciones del PP, vemos un acuerdo con este partido con mucha más tranquilidad que otro con partidos dirigidos por personas buscadas por la justicia y que hacen explícito su propósito de destruir España (no soy tremendista, me limito a describir).
Un gobierno de coalición debería abordar la reforma del sistema de nombramiento de los vocales del CGPJ, la implementación de las reformas que se nos exigen desde Bruselas, el mantenimiento de la presencia del Estado en Cataluña y en el País Vasco, la garantía de que todas las administraciones actuarán dentro de los márgenes legales y constitucionales; así como la garantía de los servicios públicos y un plan pragmático en relación a la generación de energía y el mantenimiento de las pensiones; así como una regulación del mercado de trabajo que tenga en cuenta la delicada situación en la que se encuentra no solamente por el paro estructural que caracteriza a España, sino por los desafíos que se derivan de la introducción masiva de la IA en cada vez más ámbitos.
¿Podrían nuestros líderes hacer el esfuerzo de generosidad en reparar en lo anterior y olvidarse por unos años de sus guerras intestinas para conseguir colocar a éste o aquél en uno u otro puestecillo?
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