miércoles, 21 de diciembre de 2016

Sobre un artículo de Francesc de Carreras ("Ojo con los trileros")

Leo el artículo que Francesc de Carreras ha publicado hoy en "El País". Sin que siente precedente, no estoy plenamente de acuerdo con todas sus conclusiones.



El tema es si los independentistas pretenden crear un nuevo Estado o tan solo negociar con la amenaza de seguir adelante en su proceso secesionista. La respuesta de Francesc de Carreras es que dado lo inimaginable de una ruptura unilateral del Estado español podría ser que tan solo estuvieran preparando una posición desde la que negociar determinadas cesiones competenciales o presupuestarias. A partir de aquí parece advertir al Gobierno de que cuidado con lo que negocia ("ojo con los trileros").

Empezando por el final, creo que debería descartarse de plano una negociación con los secesionistas. Cosa distinta es que se dialogue con las fuerzas independentistas... así como con los catalanes no nacionalistas, que también tienen alguna que otra reivindicación; pero de ahí a negociar con quien amenaza con romper el Estado de Derecho media un abismo. En la situación actual no se dan las circunstancias necesarias para un negociación. Sí, sin embargo, para un diálogo amplio tanto con los catalanes independentistas como con los no independentistas; pero no deberíamos confundir una cosa  (diálogo) con la otra (negociación).
Este diálogo, además, está condicionado por la respuesta a la primera pregunta: ¿van los nacionalistas en serio? Francesc de Carreras parece dar a entender que no. Yo creo que sí, que sí van en serio.
Mi impresión de que los secesionistas no están simplemente faroleando se basa en que hasta ahora han ido cumpliendo con todo lo que decían, por absurdo que pudiera parecer a priori. Plantearon que harían un referéndum de autodeterminación en noviembre de 2014 y lo hicieron, y eso que sobre tal referéndum pesaban dos prohibiciones del Tribunal Constitucional. Dijeron que harían una declaración de soberanía en el Parlamento de Cataluña y la aprobaron en noviembre de 2015. Dijeron que votarían las conclusiones de la comisión del proceso constituyente y así lo hicieron en el mes de julio, también contra una prohibición expresa del Tribunal Constitucional.
A partir de estos precedentes creo que no hay motivos para dudar que se aprobarán las leyes de desconexión de Cataluña y que celebrarán en el año 2017 un nuevo referéndum de secesión... salvo que alguien se lo impida.

¿Surgirá de ahí un nuevo Estado? Pues, y en esto coincido con Carreras, sí. Araceli Mangas ya lo ha explicado con mucha rotundidad y autoridad,



y hace tiempo que yo también hice un intento de exponerlo con toda la claridad de la que fui capaz. La creación de un Estado es una cuestión de hecho, y si realmente la Generalitat "rebelde" controla el territorio y la población de Cataluña el Estado habría surgido.
A partir de aquí surge la discrepancia con Francesc de Carreras. Él plantea que este escenario no se dará porque la situación de Cataluña sería tan mala dado su aislamiento (inicial) que nadie dará ese paso.

Yo no lo tengo tan claro. Veo muy decididos a los independentistas. Además, una vez creado el Estado seguro que se llega a algún acuerdo. La situación, por supuesto, sería dramática, pero acabaría con la consolidación de Cataluña como nuevo Estado y en esas circunstancias los acuerdos serían inevitables.
No me llamo a engaño. En esa situación, ante la instauración de un régimen nacionalista en Cataluña  sin los límites que todavía pueda imponer el Estado español, seríamos muchos los que deberíamos abandonar Cataluña -si podemos. Las tensiones que probablemente se vivirían entre las zonas con minoría de independentistas y el Gobierno de la Generalitat son previsibles y los problemas económicos y sociales derivados del aislamiento con el que forzosamente nacería el nuevo Estado más que probables. Entre tanto España debería hacer frente a la crisis producida por el cese del flujo fiscal procedente de Cataluña, los problemas derivados de la ruptura de la economía española que seguiría a la independencia de una de las regiones clave en nuestro país y a la necesidad de hacer frente a un colapso cierto de la deuda pública (¿quién prestaría dinero a un país en la situación en que se encontraría España?).
En esta situación de crisis que iría más allá de las fronteras españolas la conclusión de un acuerdo que permitiera el reconocimiento de Cataluña sería posible. Otra cosa es su incorporación a la Unión Europea, que resultaría más que improbable antes de uno o dos lustros; y tampoco es claro en qué forma evolucionaría la economía y la sociedad en el nuevo Estado. No preveo nada bueno; pero eso no llevaría a una ya imposible reunificación de España. De hecho, la crisis en Cataluña forzaría la situación en el País Vasco -para desgracia de los nacionalistas vascos, que ahora están en la mejor de las situaciones posibles- y nos encontraríamos, quizás, ante un "Super 98" en el que España podría quedar reducida a un país de menos de cuarenta millones de habitantes y con un PIB que quizás no fuera ni la mitad del que tiene ahora, si descontamos la pérdida de las economías catalanas y vasca y la contracción de la economía española como consecuencia de la crisis producida. En ese escenario un acuerdo rápido que reconociera a Cataluña y al País Vasco para reconducir la crisis y facilitar la estabilización de lo que queda del país sería lo más razonable.

¿Apocalíptico? No hago más que asumir dos presupuestos:
1) Los independentistas continuarán, como hasta ahora, con su hoja de ruta.
2) La reacción del Estado se limitará al planteamiento de sucesivos recursos ante el Tribunal Constitucional.
¿Me equivocaré respecto a alguno de los dos?



De hecho ambas condiciones son interdependientes: cuanto más claro sea que la reacción del Estado será la misma que hemos visto hasta ahora, más probable es que los independentistas sigan con su hoja de ruta; cuanto más evidente sea que los independentistas continuarán con su hoja de ruta, más posibilidades habrá de una reacción del Estado.
Es un "juego del gallina" en la que los ciudadanos somos los vehículos o pasajeros mientras los conductores tienen casi asegurado que sea cual sea el resultado saldrán relativamente bien librados.
En estas condiciones no es difícil predecir el resultado.

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