jueves, 20 de febrero de 2025

La situación del catalán en 2025

El 19 de febrero de 2025 conocimos los datos correspondientes a 2023 de la encuesta sobre usos lingüísticos en Cataluña que, cada cinco años, elabora el IDESCAT. A continuación, haré una valoración de la información que nos aporta y, a partir de ésta, de la situación lingüística en Cataluña. Ya adelanto que, en contra de lo que mantienen los nacionalistas, no estamos ante ninguna crisis del catalán ni frente a ningún riesgo para la lengua. Otra cosa es que este discurso victimista sea conveniente como justificación de las políticas de imposición del catalán; pero, como siempre, "dato mata relato". Vamos, por tanto, a ver los datos.

De acuerdo con los datos de la encuesta, el catalán es la lengua materna de 2.378.700 personas. De éstas, 1.967.300 lo tienen como única lengua materna, mientras que más de 400.000 tienen el catalán como lengua materna junto con otras lenguas, fundamentalmente, el castellano o español (emplearé indistintamente ambos términos), con más 378.000 hablantes bilingües de nacimiento.

La cifra es muy significativa. Por una parte, implica que, solamente con los hablantes nativos de catalán en Cataluña, el idioma se coloca en el 7% superior de lenguas mundiales por número de hablantes. El 93% de los idiomas del mundo tienen menos hablantes que los hablantes nativos de catalán en Cataluña.

La cifra, además, supone un incremento significativo respecto a 2018. Entonces el número de catalanes que tenían el catalán como idioma materno era de 2.186.800. Un crecimiento de casi 200.000 personas en cinco años es relevante y significativo. Relevante porque implica un incremento en el número de hablantes nativos de catalán de casi un 10% y significativo porque se hace a través del bilingüismo. En 2018 el número de personas que tenían el catalán como único idioma materno era ligeramente superior al de catalanes que lo tienen como única lengua inicial (en la terminología de la Generalitat) en 2023 (una disminución de algo más de 40.000 personas); pero, en cambio, el número de catalanes que tienen como lengua materna el catalán y otra lengua pasa de 176.000 a más de 400.000.

Este bilingüismo, además, permite que se produzca, incluso, un incremento porcentual en el número de catalanes que tienen el catalán como lengua materna, que pasa del 34,3% en 2018 al 35% en 2023.

Los hablantes nativos de catalán son, sin embargo, tan solo una parte de los hablantes de catalán y, de hecho, ni siquiera la parte numéricamente más importante. Según los datos del IDESCAT, en 2023 5.454.700 catalanes hablan catalán; lo que supone un incremento de casi 300.000 respecto al año 2018. Con estos datos resulta que el número de hablantes no nativos (esto es, que no lo tienen como lengua materna) en Cataluña es de 3.076.000 personas. Son más los catalanes que conocen el catalán como segundo idioma que los que lo tienen como lengua materna.

Tal y como destacaba hace unas semanas, se presta poca atención a este dato que es muy significativo. Son pocos los idiomas del mundo que tienen más hablantes no nativos que nativos; le pasa el inglés y al francés; pero no al español, al chino o al ruso; por ejemplo. El catalán está en este selecto grupo y, además, con un conocimiento que no se limita al meramente oral, puesto que más de 5.700.000 catalanes son capaces de leerlo y casi cuatro millones y medio, de escribirlo. En todos estos casos hay un incremento significativo respecto a los datos de 2018, lo que casa bastante mal con cualquier discurso alarmista sobre la situación del catalán o posibles riesgos para la lengua.

En esta línea, creo que merece la pena también destacar que el conocimiento "completo" del catalán (entenderlo, hablarlo, leerlo y escribirlo) es altísimo entre las personas de menos de 60 años, con un porcentaje de más del 80% de personas que lo saben escribir; lo que ha de ponerse en el contexto de una población en el que solamente el 35% de las personas tienen el catalán como lengua materna. Esto es, la vitalidad del catalán es, en buena medida, fruto de las personas que, no teniéndolo como lengua materna, lo han aprendido no solamente a nivel oral, sino también escrito.

De esta forma, con casi 5 millones y medio de personas que hablan catalán (y tan solo en Cataluña), la lengua se coloca en el 5% superior de lenguas del mundo por número de hablantes. El 95% de las lenguas del mundo tienen menos hablantes que el catalán.

Así pues, según los datos del IDESCAT, en los últimos cinco años el catalán ha aumentado el número de hablantes que lo tienen como lengua materna en Cataluña y el número total de personas que lo hablan, lo leen y lo escriben también ha aumentado. Este aumento se ha producido, sobre todo, mediante un incremento del bilingüismo; esto es, del número de catalanes que tienen como lengua materna tanto el catalán como el castellano u otras lenguas; una consecuencia que podríamos entender natural en una sociedad en al que conviven diferentes comunidades lingüísticas (aunque no prejuzgo que en otros países pueda haber evoluciones diferentes).

Ahora bien, el IDESCAT nos ofrece también otros datos; en concreto, los de la lengua habitual y la lengua de identificación. Vamos a examinarlos a continuación.

En lo que se refiere a la lengua habitual, según los datos del IDESCAT 2023, casi tres millones de catalanes tienen el catalán como lengua habitual. 2.211.000 lo tienen como única lengua habitual, 636.500 junto con el castellano, 50.900 junto con una lengua diferente del castellano y 23.200 en otras combinaciones de lenguas.

Lo primero que llama la atención es que es mucho mayor el número de personas que tienen el catalán como lengua habitual que el de catalanes que lo tienen como lengua materna. Mientras el catalán es la lengua inicial de menos de 2.4000 catalanes, casi 600.000 más lo tienen como lengua habitual. Es decir, el catalán es lengua habitual de un número significativo de catalanes para los que se trata de una segunda lengua. Merece destacarse que en el caso del castellano este incremento respecto al de personas que lo tienen como lengua materna es mucho menor. El castellano es la lengua materna (en solitario, junto con el catalán o con otras lenguas) de algo más de 3.800.000 catalanes; mientras que es lengua habitual de algo menos de 4.100.000. Es decir, el incremento es de tan solo 300.000 personas, mientras que en el caso del catalán -y respecto a un número inferior de personas que lo tienen como lengua materna- el incremento es de casi el doble: 600.000 frente a 300.000.

Es decir, estamos ante una sociedad bilingüe, en la que el catalán tiene una presencia mayor que la que se correspondería con su número de hablantes maternos. Es tentador sostener que son las políticas de "normalización" y promoción del catalán las que llevan a este resultado, en el que podemos intuir que son los miembros de la comunidad lingüística castellana los que más aportan a esta presencia del catalán en la sociedad. Fijémonos en un dato relevante: mientras en el caso del catalán son más los que lo tienen como única lengua habitual que aquellos que lo tienen como única lengua materna (2.211.100 frente a 1.967.300) en el caso del castellano son menos los que lo tienen como única lengua habitual (3.153.100) que los que lo tienen como única lengua materna (3.335.400).

Si de los términos absolutos pasamos a los porcentuales, encontraremos que, sobre el conjunto de la población, el porcentaje de aquellos que tienen el catalán como lengua habitual (en solitario o en combinación con otras lenguas) desciende muy ligeramente respecto a 2018 (pasa del 43,5% al 43,06%); aunque manteniéndose muy por encima del porcentaje de población que lo tiene como lengua materna (35%). En el caso del castellano sí que hay un incremento porcentual de la población que lo tiene como lengua habitual (pasa del 56% en 2018 al 60,2% en 2023); pero con un incremento menor respecto al de población que lo tiene como lengua materna que en el caso del catalán (en el caso del catalán la diferencia entre la población que lo tiene como lengua habitual y como lengua materna es de un 8%, mientras que en el caso del castellano esta diferencia es de un 5,7%, ya que la población que tiene el castellano como lengua materna es de un 56,5% mientras que quienes lo usan habitualmente son un 60,2% de la población).

En lo que se refiere a la lengua habitual, también se observa un incremento del bilingüismo. Mientras en 2018 eran 474.200 catalanes los que tenían como lengua habitual catalán y castellano; en 2023 esa cifra asciende hasta los 636.500 personas.

Si de la lengua habitual pasamos a la lengua de identificación, resulta que el bilingüismo también sale ganando. En 2018, un 6,9% de los catalanes se identificaban con el catalán y el castellano; mientras que ese porcentaje pasa al 14,6% en 2023. En términos absolutos supone pasar de 440.000 personas a casi un millón (991.000). 

Este aumento del bilingüismo se produce, en buena medida, a costa del monolingüismo identitario catalán. Quiero decir, en 2018 2.320.600 catalanes se identificaban solo con el catalán. En 2023 esta cifra desciende hasta los 2.032.800 personas. No es descabellado pensar que la mayoría de estas casi 300.000 personas han pasado al bilingüismo como identidad, considerando que tanto les identifica el catalán como el castellano (u otra lengua, aunque es razonable pensar que el mayor peso lo tendrá la otra gran lengua de los catalanes por número de hablantes).

En el caso del castellano también se produce una disminución del monolingüismo identificativo, ya que de los 2.978.900 catalanes que se identificaban solo con el castellano, pasamos a 2.742.900. Una disminución de algo más de 250.000 personas que es menor en términos absolutos que la del catalán y es bastante menor en términos porcentuales por el mayor número de personas que se identifican con el castellano.

Merece destacarse también que los datos del 2023 muestran que más de 700.000 catalanes consideran el catalán como lengua de identificación sin que sea su lengua materna; mientras que en el caso del castellano esa cifra no llega ni a las 200.000 personas. De nuevo es un dato que confirma la preferencia del catalán sobre el castellano en la sociedad de Cataluña.

En cualquier caso, en 2023 desparece lo que, a mi juicio, era una anomalía. Con los datos de 2018 resulta que había un número significativo de castellanohablantes que no se identificaban con el español como lengua, ni de manera aislada ni en combinación con otras lenguas. En la actualidad, las cifras no apuntan en esa dirección, puesto que el número de catalanes que se identifican con el castellano (en solitario o con otras lenguas) es de 3.989.000, mientras que el número de catalanes que lo tienen como lengua materna es de 3.832.000; ligeramente inferior. Obviamente, puede haber casos individuales para todos los gustos; pero nada indica que un número significativo de catalanes castellanohablantes no consideren el español como lengua de identificación. Sí que se observa, sin embargo, y tal como se ha apuntado, que es mucho mayor el número de catalanes que se identifican con el catalán sin que sea su lengua materna que el de catalanes que hacen lo propio con el castellano.

1. En una primera y rápida lectura, los datos del IDESCAT muestran que el catalán goza de buena salud. El número de hablantes nativos ha aumentado, también ha aumentado el número de hablantes totales y la presencia del catalán como lengua habitual y lengua de identificación es mayor que la que tiene como lengua materna. 

2. Además, se muestra cierta prevalencia del catalán sobre el castellano, puesto que son más los catalanes que utilizan habitualmente el catalán respecto a quienes lo tienen como lengua materna que el de catalanes que utilizan el castellano como lengua habitual respecto a quienes lo tienen como lengua materna (casi 600.000 personas más en el caso del catalán y menos de 300.000 en el del castellano). En lo que se refiere a la lengua de identificación nos encontramos con lo mismo: son más los catalanes que se identifican con el catalán sin que sea su lengua materna que los catalanes que lo hacen con el castellano sin que sea su lengua materna.

3. El tercer dato que ha de destacarse es que se confirma la profundización en el bilingüismo dentro de la sociedad catalana. Aumenta, tanto en números absolutos como porcentuales, el número de catalanes que tienen más de una lengua materna, más de una lengua habitual y más de una lengua de identificación.

4. De lo dicho hasta ahora se desprende que ningún argumento tienen quienes hablan de crisis o debilidad del catalán. Al revés, lo que cabría preguntarse es por qué el catalán tiene la prevalencia sobre el castellano que hemos visto a lo largo de esta entrada. Siendo las dos lenguas oficiales, garantizándose el conocimiento de ambas (como vemos que se garantiza), los porcentajes de uso habitual y de identificación deberían corresponderse bastante con los de las lenguas maternas y el bilingüismo debería crecer con aportaciones equivalentes de la comunidad lingüistica catalana y de la comunidad que forman los hispanohablantes. No es así, sin embargo; aunque, en cualquier caso, debamos congratularnos de que en los datos de 2023 ya no aparezca la anomalía de que haya un número significativo de catalanes que no consideren su lengua materna como lengua de identificación.

domingo, 16 de febrero de 2025

La infiltrada, deseo, peligro

El viernes vi "La Infiltrada". Me imagino que igual que otros muchos que, como yo, nos la habíamos perdido en el cine y esperábamos a su estreno en las plataformas de televisión.


La película me enganchó, aunque no llegó a transmitirme, en un primer visionado, la sensación de "gran cine" que me han dejado otras películas; aunque, a diferencia de muchas de estas últimas, ese "agarrarme" ha ido mucho más allá de lo títulos de crédito finales. Me fui a dormir pensando en la historia y hoy todavía sigue sin abandonar mi cabeza.
Indudablemente, una parte de este impacto proviene de lo meramente cinematográfico. Y cuando vuelves a la película se va descubriendo ese gran cine que hay en ella, y que iré comentando a lo largo de esta entrada.
Ahora bien, otra parte viene de que la historia que cuenta no me es ajena, como no lo es para nadie que hubiera vivido en España en las décadas finales del siglo XX y los primeros años del XXI. Para nosotros, lo que se cuenta en la película forma parte de nuestra memoria personal. Y no solamente por verlo en televisión. Recuerdo amigos, que entonces estaban metidos en política, mirando debajo de los coches antes de arrancarlos, o dejando la plaza de parking que tenían alquilada porque la policía les había indicado que era más seguro que el coche durmiera en la calle; recuerdo las llamadas a los compañeros de la Autónoma de Madrid el día del asesinato de Tomás y Valiente, conmocionados por lo que había pasado al lado de sus despachos; recuerdo las manifestaciones, la indignación, por supuesto, recuerdo el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Recuerdo muchas cosas y la película las ha vuelto a traer.
Y lo hace desde una perspectiva que yo no había visto en el cine. Hay películas sobre los terroristas, su vida, asesinatos y huída. Hay películas sobre las víctimas; pero menos de los simpatizantes, los auxiliares de los asesinos; que es el papel que asume aquí la infiltrada; la Arantxa de la película que en la historia es la policía nacional Mónica Marín y que en la realidad se llamaba Elena Tejada.
Arantxa no aprieta el gatillo, pero deja su casa a los terroristas, los lleva de un sitio a otro, hace de correo... todas esas cosas que fueron imprescindibles para que, al final, más de ochocientas personas fueran asesinadas. La descripción de esta "piña" (por emplear el término casteller) que hacía de base del terrorismo es lo primero que quiero destacar. Olvidémonos, de momento, de que Arantxa es, en realidad, Mónica, policía nacional; y quedémonos con lo que piensan los etarras y varios de los policías que participan en la operación: es una simpatizante; esto es, una ayudante de la muerte. Alguien que va haciendo "pequeñas cosas", respecto a las que se puede hacer la ilusión de que no comprometen ("No te vas a meter en ningún lío", le dice -miente- el personaje de Kepa Etxebarría cuando le pide que viaje a Francia).
Se reflexiona menos de lo que se debiera sobre este amplio grupo de personas que hizo posible el terrorismo etarra. Un entramado con raíces profundas en la sociedad y en la política vasca; un entramado con una responsabilidad histórica en una de las operaciones políticas más repugnantes que se han vivido en Europa en las últimas décadas: la mutilación de una sociedad mediante el asesinato, la expulsión o la condena al silencio de quienes no comulgaban con los principios nacionalistas.
En la película hay un momento especialmente claro en relación a esto. Arantxa, junto con otros nacionalistas, está tapando propaganda electoral del PP. En concreto, carteles con la cara de Gregorio Ordóñez. En ese momento pasa a su lado Txapote, quien entra en un restaurante llevando una pistola en la mano, se dirige a un grupo que está comiendo y le pega un tiro a Gregorio Ordóñez ante todos sus compañeros; entre los que se identifica con bastante claridad a María San Gil.


Desde mi punto de vista, es una de las escenas clave en la película. La idea que exponía hace un momento se hace secuencia cinematográfica. Arantxa está tapando el rostro de Ordóñez. A esa eliminación simbólica sigue la destrucción física. Arantxa y Txapote hacen, en el fondo, lo mismo; y el momento en el que se encuentran sus miradas al salir Txapote del restaurante lo confirma. Tras esto vemos a Arantxa lavándose con rabia los dientes. Se ha enfrentado a la crudeza de su misión. La cercanía del asesino y su propia participación en el proceso terrorista, que no se limita a apretar el gatillo, sino que se extiende a los actos simbólicos -pero con consecuencias- que comentaba; le han hecho sentir el olor nauseabundo del límite en el que tiene que vivir para poder hacer el trabajo al que se ha comprometido.

Pero, claro, Arantxa no es una simpatizante nacionalista; sino un personaje que está representando Mónica. Esta dimensión es el elemento más importante de la historia y de la película. Una dimensión que, a mi juicio, la conecta con una de mis películas más admiradas, "Deseo, peligro", de Ang Lee, de la que me ocupé en otra entrada hace unos años.




En "Deseo, peligro", una activista china en los años 30 y 40 finge ser una persona diferente para convertirse en amante de un colaboracionista con los japoneses con la intención de asesinarlo. La película de Ang Lee es una reflexión sobre la actuación, el personaje, el actor y las consecuencias que tiene ese especie de profanación que es pretender ser quien uno no es. En "La infiltrada" el tema es el mismo: una persona finge ser quien no es para, en este caso, poner fin al terrorismo etarra. En ambas películas, además, el personaje que se ha de adoptar es uno con el que el actor no comulga. Mónica no es para nada Arantxa, igual que en "Deseo, peligro", Wong Chai Chi no es Mai Tal-Tai; pero, mientras en la película de Lee, el dilema entre persona y personaje es lo que da razón a la película; en la de Arantxa Echevarría (la directora de "La infiltrada") ese es un aspecto más; uno muy relevante, sin duda; pero uno más de los diversos temas que se tratan. De ahí, también, el tono de la película; que no pretende ser una obra trascendental sobre un tema universal; sino, sin renunciar a esos temas generales, convertirse en un relato sobre una época determinada en un lugar también muy concreto. Volveré al final sobre esta idea.
Me parece que lo que convierte en especial "La infiltrada" es el acierto con el que se presenta la relación entre persona y personaje, entre Mónica y Arantxa. Ya al comienzo se ve a Arantxa de copas con sus amigos por el casco viejo de San Sebastián y luego, en casa, comiéndose sola las uvas de Nochevieja, o cantándose a sí misma en una especie de karaoke. No creo que sea casualidad, sin embargo, que todo esto lo haga en una habitación con carteles en favor de la amnistía o lemas nacionalistas. Ni siquiera ahí, en su casa, puede ser ella (Mónica) completamente. De ahí esa llamada desesperada a su jefe, el único con el que mantiene contacto, con el propósito, tan solo, de no fingir durante quince minutos.

La parte más interesante de esa relación se da, sin embargo, cuando se muestra una cierta ambivalencia entre persona y personaje. Este, como avanzaba, es el único tema en la extraordinaria película de Ang Lee; y está también presente en "La infiltrada", pero aquí ha de convivir con otros en búsqueda de un equilibrio que, se me antoja, es muy difícil de lograr; pero que, a mi juicio, se consigue plenamente.
Esta ambivalencia aparece en toda su crudeza en el momento en el que en una de las entrevistas con su jefe (Ángel, "el inhumano"), éste le pregunta por Kepa, el etarra más joven con el que convive Arantxa, y ella le contesta en un tono que bien podría estar empleando para un novio. "El inhumano" la agarra del brazo, la saca de la cafetería en la que estaban y le recuerda que Kepa no es más que un asesino que se muere por matar unos cuántos policías, "incluida tú, señorita".
Ese momento es clave, porque tras él Arantxa le pregunta a Kepa por el atentado en el que participó. El relato, espantoso por la frivolidad con la que se describe la forma en que atentó contra un funcionario de prisiones que destruye esa posible ambivalencia, tal y como muestra la escena en la bañera, con ese grito silencioso que es toda una metáfora de la situación en la que vive Mónica. Esa Mónica que ha de permanecer callada porque toda su voz ha de pertenecer a Arantxa; pero que, sin embargo, sigue ahí.

Esta es una diferencia fundamental entre la película de Echevarría y la de Lee. En la de Lee el conflicto no llega a resolverse y toda la obra es una reflexión sobre la confusión entre actor y personaje. En la de Echevarría, en cambio, ese conflicto se resuelve, como muestra la mencionada escena de la bañera y luego otra, también significativa, en la que Arantxa muestra su asco después de que Kepa la hubiera besado mientras estaba en la cocina. Mónica da vida a Arantxa, y lo hace estupendamente, como muestra la escena en la que discute con el etarra Sergio Polo por lo guarra que tiene la casa y acaba llamándole "puto maqueto"; un insulto que diría Arantxa; pero que para nada encajaría en Mónica.


Quien hace de puente entre Mónica y Arantxa es el gato, Sua. Sua no diferencia entre Mónica y Arantxa, y es significativo que en la discusión que acabo de mencionar sea, precisamente, la intervención del gato la que lleva a que Arantxa llame "puto maqueto" a Sergio. La ira de Mónica por el trato que Sergio dispensa a Sua se canaliza a través de Arantxa. El gato acaba de dar a la película el equilibrio que necesitaba para trasladar la tensión entre la persona y el personaje. De esta forma, el espectador puede intuir el enorme sacrificio de la policía infiltrada. No es solo lo que se dice; sino la forma en que la película relata lo que sucede. La soledad, el alejamiento de los tuyos, la frustración de la carrera profesional (el momento en el que Arantxa le dice a Ángel que ni siquiera ha podido presentarse a las pruebas de promoción interna). Ocho años de vida, que coinciden prácticamente con la veintena; dedicados a interpretar un personaje que le repugna, a servir cañas en una herriko taberna y a trabajar en una pollería; mientras se corre el riesgo permanente de ser descubierta y asesinada. Y todo ello sin la certeza de que vaya a servir para algo, viendo cómo pasan los años sin que se llegue a producir ningún contacto con ETA propiamente dicha, sin poder aportar ninguna información relevante.
Un sacrificio así, ¿por qué? Quizás para los que vivimos aquellos años la explicación no es necesaria. ETA eran muertos casi cada día, extorsión, bombas, una amenaza constante. Los que sean más jóvenes deberán conectar a partir del relato de atentados con el que comienza la película, el ya mencionado asesinato de Gregorio Ordóñez o el fallido del funcionario de prisiones que Kepa le relata a Arantxa. En la entrevista de reclutamiento, Mónica habla de servir a la sociedad y muestra su repulsa ante las fotos del atentado en Hipercor. Al mismo tiempo, hace expreso que no participará en una "guerra sucia" como fue la que llevaron a cabo los GAL en los años 80 y a lo largo de la película aparecen testimonios de malos tratos o torturas a etarras. En esta línea, es especialmente dura la escena en la que Nagore, una amiga de Arantxa, le explica que su hermana y su novio habían sido interrogados por la Guardia Civil y que ella temía que a su hermana la hubieran violado. Es decir, la película no oculta las sombras en la lucha contra ETA; y Mónica, que es consciente de ellas, tiene claro, sin embargo, que el poner fin al terrorismo, desde la actuación policial y la legalidad justifica que sacrifique su juventud sin ninguna garantía de que conseguirá algo.

Este sacrificio que puede ser que se quede ya no sin recompensa, sino sin resultados, está bien resumido tanto en los momentos iniciales de la película a los que ya me he referido (cuando se muestra la vida solitaria de Arantxa) como en el breve encuentro que tiene con Andrea, otra policía, en el momento en el que ésta le devuelve la lista de objetivos que ella había sacado del piso para que pudiera ser fotocopiada. Son solo unos segundos, pero en ellos Arantxa, desde la puerta de su casa, tiene tiempo de constatar, entre admirada y sorprendida, que su compañera está embarazada. Ese embarazo es símbolo de la vida a la que Mónica había renunciado para tener una posibilidad de colaborar en la lucha contra ETA.
Una Andrea, por cierto, que nos muestra, en tan solo un minuto, la dureza de la vida de los policías en el País Vasco: un vecino que vuelve a entrar en su casa para no coincidir en el rellano con ella, abrir el buzón de lado para impedir que una hipotética bomba estalle en la cara, meter con precaución la llave en la puerta del coche, utilizar un espejo para inspeccionar los bajos antes de encenderlo... un enorme sacrificio de muchas personas que, a mi conocimiento, ha tenido escaso reconocimiento.

No sé qué dirá la película a quienes no tienen recuerdo del terrorismo que practicó ETA. En mi caso, y supongo que en el de más personas que vivimos aquella época, la película inevitablemente nos conduce a la persona real que la inspiró. Ya no Mónica, sino Elena Tejada, la policía que se infiltró en ETA y que, por ejemplo, proporcionó la información que condujo al entonces ministro del interior a asegurar que la tregua que había lanzado ETA era, en realidad, una trampa con el fin de rearmarse en un momento de dificultad; una policía que facilitó la desarticulación de un comando de ETA y, por tanto, contribuyó a poner fin a la organización.
Porque si ETA dejó de poner bombas y pegar tiros es porque fue derrotada por la Policía Nacional, la Guardia Civil y la cooperación internacional, especialmente con Francia. Gracias a mujeres y hombres como los personajes que salen en la película los asesinos dejaron de tener armas, acabaron en la cárcel o huyeron. La inmensa piña a la que hacía referencia antes, y que hizo posible esas décadas de silencio y terror, permanece y, además, en parte como consecuencia de la "limpieza" practicada por los etarras, tiene una posición de poder en el País Vasco y, en cierta forma, en el conjunto de España. No de otra forma, por ejemplo, puede explicarse que "La infiltrada" no hubiera podido ser presentada en el festival de cine de San Sebastián.


Quizás por esto último, por la constancia de que la derrota policial del terrorismo no ha ido acompañada de una derrota política, me ha llamado la atención el intercambio que tienen en la película Arantxa y Sergio, el etarra. Éste último le pregunta a la primera si sabe dónde va a estar él en unos años. Ella responde que en una pocilga, a lo que Sergio replica: "dentro de unos años nosotros vamos a dirigir este país, así que más te vale tenerme a buenas".
¿Quién puede negar que Sergio ha acabado teniendo razón?


"La infiltrada" me ha gustado mucho. Toca un tema que es nuclear para entender la España de los últimos cincuenta años y lo hace a partir de una historia en la que el cine es capaz de transmitir tanto lo personal como lo colectivo. El equilibrio en el guión, el tono que se consigue con la dirección y la interpretación de todos los actores, pero, especialmente, de la protagonista, hacen que el relato cobre vida y no te deje. El arte que viene de la vida y acaba siendo algo para la vida de los que lo disfrutan.
Enorme película que se merece formar parte del debate y la conciencia sociales, que merece quedarse en nuestro recuerdo.

viernes, 7 de febrero de 2025

De la salvación a la imposición

I. La alarma nacionalista

Si uno atiende a las proclamas nacionalistas, el catalán (la lengua catalana) se encuentra en situación de peligro, cuando no crítica.











Como veremos, esa preocupación carece de fundamento; pero no es inocente en absoluto; puesto que sirve de justificación para las políticas de imposición del catalán que se engloban en el término "normalización"; pero antes de llegar ahí veamos cuál es la situación real del catalán. Para ello distinguiremos entre, por un lado, la situación del catalán como lengua materna y, por otro lado, su situación como segunda o tercera lengua. Es una diferenciación que rehuye el nacionalismo por las razones que se adivinarán un poco más adelante; pero que no puede ser obviada en ningún análisis sobre idiomas. 

II. El catalán como lengua materna

El catalán es la lengua materna, tan solo en Cataluña, de más de 2.150.000 personas. Así se desprende de la información del IDESCAT, con datos de 2018 y referido a personas de más de 15 años.


A continuación me referiré tan solo a la situación en Cataluña, pero no sin apuntar, aunque solamente sea aquí, que a esto hay que añadir los hablantes (nativos o no nativos) de catalán en Baleares y los de valenciano en Valencia, ya que tanto el catalán como el valenciano son la misma lengua.


Limitándonos, por tanto, al territorio de Cataluña, resulta que el catalán tiene más de dos millones de hablantes nativos, lo que sitúa a la lengua entre el 4% superior de idiomas por número de hablantes. Tan solo unas 250 lenguas en el mundo, de más de 7000, llegan a los dos millones de hablantes.
Además, los hablantes nativos de catalán transmiten la lengua a sus hijos; esto es, la transmisión intergeneracional es positiva, detectándose, incluso, un cierto incremento en esa transmisión, tal y como señala la Plataforma per la Llengua.


Es decir, no solamente los hablantes nativos de catalán transmiten la lengua a la siguiente generación, sino que hijos de personas que no tienen el catalán como lengua materna, lo reciben de sus padres. De esta forma, nada indica que la lengua se vaya a perder.
Obviamente, si el grupo de personas que tienen el catalán como idioma materno dejaran de tener hijos, esto afectaría al número de hablantes de la lengua en las siguientes generaciones; pero no como consecuencia de un problema específicamente lingüístico. De todas formas, aunque el crecimiento vegetativo en Cataluña es negativo, se encuentra en torno al -0,2%; por lo que, manteniéndose en ese porcentaje, pasarían más de 300 años antes de que el número de hablantes nativos de catalán bajara del millón.
Y eso sin tener en cuenta que, como hemos visto, en cada generación el catalán gana hablantes en hijos de personas con una lengua materna diferente del catalán.
Así pues, el número de hablantes nativos de catalán es elevado, la transmisión intergeneracional es positiva y, aunque el crecimiento vegetativo es negativo, pasarían siglos antes de que el número de hablantes nativos del catalán bajara del millón de hablantes.
De esta forma, ¿dónde está el peligro? Pero es que, además, como veremos, el catalán no se limita a los hablantes nativos sino que son muchos más los hablantes de catalán que lo han aprendido como segunda o tercera lengua que los que lo tienen como lengua materna. Lo examinamos a continuación.

III. El catalán como segundo idioma (o tercero o cuarto)

Se repara poco en que el catalán es una lengua que tiene más hablantes no nativos que nativos. Una circunstancia que es bastante rara. Si consideramos los cien idiomas con más de diez millones de hablantes en el mundo, y a partir de los datos que he podido localizar, tan solo en 6 se da la circunstancia de que el número de hablantes no nativos supera el de hablantes nativos (inglés, francés, árabe estándar moderno, suajili, indonesio y urdu).
Ésta es, sin embargo, la situación del catalán en Cataluña: de los más de cinco millones de catalanes que hablan el catalán, tan solo algo más de dos millones lo tienen como lengua materna.


Este es un dato que se destaca menos de lo que se debiera. En otros países en los que conviven distintas lenguas no se da la circunstancia de que los miembros de una comunidad lingüística aprenden de manera generalizada otra de las lenguas del país. En España, sin embargo, por una parte se asume que todos los españoles, sea cual sea su lengua materna, han de conocer el castellano y, por otra parte, los sistemas educativos de las Comunidades Autónomas con lengua cooficial han de garantizar que los alumnos dominen también la lengua cooficial al acabar los estudios obligatorios.
Podría ser de otra forma, pero es así. En Cataluña se da la circunstancia de que más de un 99% de la población habla castellano y más de un 81%, catalán.


Es una situación no muy común la de que en un territorio haya dos lenguas tan ampliamente conocidas. Ni siquiera se da en Quebec, donde la convivencia se da entre dos de las lenguas más habladas del mundo (inglés y francés). Allí el francés es conocido por más del 90% de la población, pero el inglés tan solo es conocido por la mitad de la población, muy lejos de las cifras del catalán en Cataluña.

La comparación no se hace entre el inglés y el catalán por casualidad, sin porque en Quebec es el inglés la segunda lengua por número de hablantes nativos, igual que en Cataluña es el catalán.


En el caso de Suiza, el alemán es la lengua materna de más del 60% de los habitantes; a los que se añade otro 20% de suizos que lo hablan como segundo o tercer idioma. La segunda lengua del país, el francés, es conocida por el 50% de la población. De esta forma, en Suiza hay una lengua hablada por el 80% de los habitantes y otra por el 50%; unos porcentajes inferiores a los que se tienen en Cataluña en relación al castellano y al catalán (99% y 81%).

En el caso de Cataluña, la asunción generalizada de que la escuela ha de garantizar el dominio tanto del castellano como del catalán, hace que esta lengua se ubique en el grupo de idiomas que tienen más de cinco millones de hablantes, y eso que, como se ha avanzado; tan solo consideramos, en principio, la situación en Cataluña. Esto implica que, probablemente, estará entre el 3% superior de lenguas del mundo por número total de hablantes. De hecho, hay seis idiomas oficiales de la UE que tienen un menor número total de hablantes. Si consideramos también los hablantes de catalán de fuera de Cataluña serían nueve los idiomas oficiales de la UE con menos hablantes que el catalán.
¿Puede plantearse que está en riesgo una lengua que tiene varios millones de hablantes nativos a los que se suma un número todavía mayor de personas que lo tienen como segunda lengua? Creo que la pregunta tiene una única respuesta posible. Ahora bien, tal y como indicábamos al comienzo, el tópico del riesgo o del peligro es constante en los entornos nacionalistas. Veremos que la cifra que estos consideran no es ni la de hablantes nativos ni la de hablantes totales, sino que se fijan en el uso de la lengua; y es a ese aspecto a lo que dedicaremos el siguiente apartado.

IV. El catalán como lengua de uso y de identificación

En los apartados anteriores hemos visto que el castellano es la lengua materna de un 55% de los catalanes, mientras que el catalán lo es de un 34% (incluyendo en ambas cifras el 2,8% de catalanes que son bilingües originarios; esto es, que tienen como lenguas maternas tanto el catalán como el castellano). Estas cifras, sin embargo, varían de una forma que -entiendo- es significativa, cuando consideramos la lengua habitual. Como se puede ver en la imagen que se comparte más arriba, el castellano es la lengua habitual de un 56% de los catalanes, mientras que el catalán lo es de un 43,4%. La diferencia se da, sobre todo, en relación al catalán, puesto que es lengua habitual para unos 600.000 catalanes más que aquellos que lo tienen como lengua materna (un 9% más). En el caso del castellano, es un 1% más de catalanes los que lo tienen como lengua habitual que quienes lo han aprendido como lengua materna.
La clave para entender estas diferencias está en que mientras un 2,8% de catalanes tienes catalán y castellano como lenguas maternas, un 7,4% tienen ambas lenguas como lenguas habituales; un crecimiento que se hace, sobre todo, a partir del castellano, puesto que el número de catalanes que tienen solamente el castellano como lengua habitual es de un 48,6%, mientras que, como hemos visto, son un 52,7% los que lo tienen como lengua materna única. Hay, por tanto, un 4% de catalanes que tienen el español como lengua materna (y solo el español) y que utilizan habitualmente el catalán. En el caso del catalán, en cambio, mientras que solamente un 31,5% de catalanes tienen el catalán como lengua materna (y solo el catalán), un 36,1% tienen el catalán como única lengua habitual; esto quiere decir que hay catalanes que han "abandonado" su lengua materna para pasar a utilizar habitualmente el catalán. Es probable que una parte de estos catalanes tengan lenguas maternas que no sean el castellano; pero tampoco puede descartarse que una parte de ellos procedan del castellano, como veremos a continuación.
En cualquier caso, antes de pasar a esto, quedémonos con esta idea: el número de catalanes que utiliza como lengua habitual el catalán, bien únicamente el catalán, bien junto con el castellano, es significativamente superior al de catalanes que tienen el catalán como lengua materna. Un nuevo dato que casa mal con la pretendida situación de riesgo del idioma.

El IDESCAT nos ofrece otro dato interesante, la lengua de identificación. Aquí nos encontramos con los siguientes datos:

- Castellano: 46,6%
- Catalán: 36,3%
- Catalán y castellano: 6,9%

Es decir, si sumamos a cada lengua los hablantes que tienen ambas como lenguas de identificación resulta que un 53,5% de los catalanes tienen el castellano como lengua de identificación y un 43,2% el catalán.

Es un dato muy significativo, porque implica:

- Por una parte, que hay catalanes que tienen el castellano como lengua materna, pero no lo consideran su lengua de identificación.
- Por otra parte, que hay catalanes que tienen el catalán como lengua de identificación, pese a que no es su lengua materna.

Hay poco margen para la interpretación: el número de catalanes que tienen como lengua materna el castellano (sumando aquellos que lo tienen como única lengua materna o juntamente con el catalán) es del 55%; mientras que solamente el 53,5 lo consideran como una de sus lenguas de identificación. En cambio, los catalanes que tienen el catalán como una de sus lenguas maternas son un 34,3% y, en cambio, más de un 43% lo tienen como lengua de identificación. Es más, un 36,3% lo tienen como única lengua de identificación, lo que es una cifra superior a la de quienes tienen el catalán como una de sus lenguas maternas.
Se ha llegado al punto en el que se considera como lengua de identificación, para una parte de la población, una lengua que no es la suya materna.
Una lengua que consigue ser percibida como lengua de identificación por personas que no la tienen como lengua materna ¿está en peligro?

Creo que estamos ante una situación que merece ser estudiada; puesto que no debe de ser habitual que las personas dejen de percibir como lengua de identificación la que es materna para adoptar otra. Desde el nacionalismo se denomina este fenómeno "adopción lingüística".


Desde mi perspectiva personal, dado que en estos temas creo que ha de primar la libertad (en estos y en casi todos), no entraría en las razones por las que se produce este cambio. Quiero decir, nunca cuestionaré por qué una persona utiliza una lengua u otra. Obviamente, en las relaciones con la administración, en principio ha de optarse por una lengua oficial y el poder público ha de emplear todas las lenguas oficiales; pero en las relaciones entre particulares la regla debería ser que no hay reglas y que es el conjunto de la sociedad el que ha de gestionar con flexibilidad y empatía la utilización de unas y otras lenguas.
Ahora bien, como me comentaba el otro día el filólogo y lingüista Rudolf Ortega, parece existir consenso en que los cambios de lengua en la población no son libres, sino que responden siempre a unas causas que él vincula a las circunstancias políticas y económicas.


La observación me parece interesante, porque conectaría el incremento del uso del catalán, la disminución en el uso del castellano e, incluso, el abandono de esta lengua como lengua de identificación, con las políticas desarrolladas por el nacionalismo en las últimas décadas.
Antes de seguir con ello, sin embargo, quiero llamar la atención sobre la distinción entre disminución y abandono de una lengua.

Comenzando por la disminución.

De acuerdo con las cifras que hemos visto antes, el aumento de las personas que utilizan el catalán como lengua habitual no supone que disminuyan las personas que utilizan el castellano como lengua habitual, pues lo que sucede es que se incrementa el número de personas que utilizan ambas como lenguas habituales.
Pero que el número de personas que utilicen habitualmente el catalán aumente sin que disminuya el de personas que utilizan el castellano no implica que el uso de la lengua no disminuya. Si aumenta el uso de una lengua disminuye el de otra. Quien antes usaba solamente el castellano para leer, escribir o hablar dedicará menos tiempo a la lectura, escritura o habla en castellano para introducir el catalán. No lo valoro negativamente, por supuesto; pero es una evidencia que no podemos dejar pasar por alto: si del número de personas que utilizan una lengua o varias pasamos a la determinación de la presencia social de una lengua en una determinada sociedad, el aumento de uso de una lengua supone la disminución en el uso de otra u otras, puesto que la suma del uso de todas las lenguas será siempre 100%.
En el caso del catalán, el aumento de su uso no puede desvincularse de las políticas públicas de "normalización" desarrolladas desde hace décadas, políticas que implican:

- La administración (autonómica y local) utiliza de forma preferente o exclusiva el catalán.
- La única lengua institucional en la escuela es el catalán, que es también la única lengua vehicular.
- Los medios públicos de comunicación utilizan de manera preferente o exclusiva el catalán.
- Se desarrollan políticas de ayudas dirigidas a aumentar la producción en catalán.

Como se ha indicado, estas políticas han conducido a que el uso del catalán sea mayor, al menos en determinados ámbitos y sectores, que el que se corresponde con la población que tiene esta lengua como materna. Puede constatarse en el siguiente gráfico, correspondiente al año 2013 y que, de todas formas, ha de ser considerado con cautela porque responde a una autovaloración y no a una observación externa.


No creo que existan dudas sobre la vinculación entre estas políticas y el aumento del uso del catalán (aumento si consideramos la población que lo tiene como lengua materna). Unas políticas que tienen como objetivo declarado no solamente que se mantenga el uso del catalán entre sus hablantes nativos, sino que se extienda en aquellas personas que tienen otras lenguas de origen; lo que implica, necesariamente, una disminución en el uso de esas otras lenguas que han de ceder espacio al catalán.


Así pues, nos encontramos con políticas públicas orientadas a cambiar los usos lingüísticos de la población con el objetivo de que aumente el uso de una lengua; lo que, implicará, necesariamente, la disminución en el uso de otra.

Pasemos ahora al abandono.

Como acabamos de ver, el aumento del uso del catalán sucede, fundamentalmente, porque aumenta el número de personas que lo utilizan junto con el castellano. Esto supondrá una disminución en el uso del español; pero no, necesariamente, una reducción del número de personas que emplean habitualmente esta lengua.
Ahora bien, como se indicaba más arriba, en el caso de Cataluña se percibe ya no solo un aumento por vía de "ampliación", sino también de sustitución. Hay más catalanes que tienen el castellano como lengua materna que catalanes que se identifican con el castellano, bien en solitario, bien junto con el catalán. De acuerdo con los datos de 2018, ese porcentaje era de un 2% sobre el total de la población; lo que implica casi un 4% de los catalanes que tienen el castellano como lengua materna (55,5% de catalanes tienen el castellano como lengua materna y solamente un 53,5% lo tiene como lengua de identificación).
Parto de la libertad. Si una persona decide cambiar su lengua de identificación, ¿qué voy a objetar? Pero, como indicaba Rudolf Ortega, el abandono de una lengua se deberá, normalmente, a causas políticas o económicas; en el caso que nos ocupa, las políticas denominadas de normalización y que pretenden una extensión del uso del catalán que no ha de detenerse porque implique el abandono de otras lenguas. Desde esta perspectiva, alguna consideración crítica podría hacerse porque, como digo, una cosa es la decisión libre de una persona y otra que esa decisión venga condicionada por una política pública. Y aquí soy taxativo: las políticas públicas orientadas a modificar los usos lingüísticos de las población me parece que no son legítimas.

Ante esto, además, podemos preguntarnos cuál es el objetivo final en la extensión del uso del catalán. Es una pregunta que, hasta donde yo sé, no tiene respuesta. Sorprende, por ejemplo, que no se consideren suficientes porcentajes de uso del dioma que superan el de personas que lo tienen como lengua materna o que se plantee que en las universidades el 80% de las materias tendrían que ofrecerse en catalán, más que doblando el porcentaje de población que tiene esa lengua como materna y superando ampliamente el de la población que la tiene como lengua de identificación.


Obviamente, se trata de objetivos que nada tienen que ver con un hipotético riesgo de desaparición del catalán. Como hemos visto, no hay nada que indique ese peligro existe. Por el número de hablantes, por la transmisión intergeneracional, por la utilización en la escuela, la administración y los medios de comunicación, así como por el nada desdeñable dato de que son más los hablantes no nativos de catalán que los nativos podemos estar tranquilos en lo que se refiere a la superviviencia del idioma.
Las políticas de normalización, por tanto, van orientadas más bien a modificar los usos lingüísticos de la población y conseguir un aumento del uso del catalán. En lo que se refiere a la escuela y las administraciones públicas, ese uso está garantizado; pero se pretende que aumente también en sectores como la sanidad, las universidades y también en el ámbito privado, y no solamente garantizando que los usarios puedan utilizar el catalán si así lo desean, sino también forzar a que sus interlocutores hayan de utilizar también el catalán. Se conectaría así con el eslogan "vivir plenamente en catalán", que implica que la vida en Cataluña se desarrolle sin interferencias del castellano. De ahí los protocolos lingüísticos orientados a ofrecer información en catalán (y no en formato bilingüe) o a atender en catalán sin pasarse al castellano más que como último recurso.



En este sentido, resulta significativo que, en su momento, el Síndic de Greuges de Cataluña considerara necesario actuar para evitar que el ayuntamiento de Lleida enviase la información en las dos lenguas oficiales (catalán y castellano) en vez de hacerlo solamente en catalán. Es decir, el Síndic parecía entender que había un derecho a no recibir información en castellano; aunque también estuviera en catalán.


Se trata de un planteamiento poco respetuoso con la realidad catalana y con la libertad de los ciudadanos. Aunque a los nacionalistas no les guste, Cataluña es una sociedad bilingüe en la que la mayoría de la población tiene el español como lengua materna. A partir de aquí, los poderes públicos han de utilizar las dos lenguas oficiales (y el aranés en Aran) y respetar al máximo las opciones que tomen las personas en lo que se refiere a las lenguas que desean usar. La realidad va modelando esos usos y, así, casi todos vamos variando de lengua en función de las circunstancias. Junto al castellano y el catalán, el inglés tiene una enorme presencia (no hay un solo día en que no tenga contacto con esa lengua) y lo mejor que podemos hacer es respetar ese ámbito de libertad que se da cuando optamos por una u otra de las lenguas que conocemos.

Agitar el fantasma del peligro para el catalán es ridículo. Probablemente, lo que hay detrás de esa consigna es la pretensión de reducir el uso del castellano para acercarse a esa Cataluña plenamente en catalán que sueñan los nacionalistas.

V. Conclusión

El catalán no es una lengua en peligro. Al contrario, por el número de hablantes se sitúa entre el 3% y el 4% de lenguas más habladas del mundo, la transmisión intergeneracional es positiva y tiene más hablantes no nativos que nativos. Se utiliza en la administración y en la escuela, se editan libros en catalán y hay medios de comunicación que lo emplean, incluso en exclusiva.
Es más, las políticas nacionalistas de normalización han llevado a que el porcentaje de uso del catalán supere el de población que lo tiene como lengua materna y que, incluso, un 4% de los catalanes que tienen el castellano como lengua materna hayan pasado de considerar ésta como su lengua de identificación para adoptar el catalán.
Deberíamos estar vigilantes ante las políticas públicas orientadas a cambiar los usos lingüísticos de la población, máxime cuando han conseguido no solamente una alteración significativa de estos, sino, incluso, la modificación de la lengua de identificación de una parte significativa de los catalanes. Como comentaba Rudolf Ortega, una cosa es que el abandono de una lengua por sus hablantes se haga por pura libertad y otra que sea por determinadas condiciones políticas o económicas.

sábado, 11 de enero de 2025

En busca de la impunidad

A) El contexto

Hoy, 10 de enero, el grupo socialista en el Congreso ha presentado una proposición de ley orgánica que tiene como objeto impedir «el acoso derivado de acciones judiciales abusivas».

La proposición no puede ser entendida fuera de la situación que se vive desde hace unos años y que se caracteriza, en primer lugar, por el sistemático intento, tanto desde el poder ejecutivo como desde el legislativo, de deslegitimar a los jueces y cuestionar el recurso a los mismos en defensa de la legalidad o del respeto a los derechos individuales. Este intento de deslegitimación de los tribunales es ya antiguo; pero se ha acentuado en los últimos meses como consecuencia de los diversos procesos iniciados en relación a personas cercanas al poder y que afectan tanto a algunas autoridades (Fiscal General del Estado, el diputado y exministro Ábalos) como a personas cercanas a dichas autoridades (el proceso que afecta a la mujer del presidente del gobierno o aquel en el que está inmerso Aldama, persona que, por los indicios de los que se dispone, tenía proximidad con el partido socialista).

Tener lo anterior en cuenta es imprescindible para valorar la proposición de ley. Esta no opera en el vacío, sino que está destinada a influir de manera decisiva en procedimientos que afectan directamente al partido que la presenta y, de manera personal, a quienes lo dirigen. Aparte de esto, además, se inserta en una línea de actuación política consolidada y que se caracteriza por el permanente cuestionamiento a los jueces que no ajustan su actuación a los deseos del gobierno.

B) El sistemático ataque a los jueces

Esta última dimensión no ha recibido, a mi juicio, la atención que se merece, ni por parte de la opinión pública española ni del principal partido de la oposición y, ni siquiera, de la Comisión Europea, que debería velar por el respeto al Estado de Derecho en toda la Unión. Desde mi perspectiva, no haber atajado en su momento estos ataques a los jueces ha conducido a la situación actual. Entiendo que a veces no es sencillo trasladar a la opinión pública la relevancia de cuestiones que casi parecen académicas en sus comienzos; pero no actuar entonces acaba conduciendo a situaciones en las que el deterioro democrático ya es, por desgracia, evidente para todos. Esta es la situación en la que nos encontramos ahora, como muestras la proposición de ley que se ha dado hoy a conocer.

Aunque a algunos les cueste entenderlo, no hay democracia sin tribunales independientes. Las elecciones no convierten un sistema político en una democracia y el gobierno de la mayoría no es democrático si no va acompañado del respeto a los derechos de todos y de los principios del Estado de Derecho. Aunque una amplísima mayoría decida ejecutar sin juicio ni defensa a una persona, esa decisión nunca podrá ser tachada de democrática. La privación de derechos solamente puede ser decidida o confirmada por los tribunales y, por tanto, el recurso a los mismos es une elemento esencial de cualquier sistema que quiera considerarse democrático.

Hago ya esta advertencia porque, primero en Cataluña y luego en toda España, se están dando pasos para deslegitimar este recurso a los tribunales. En Cataluña, desde hace lustros, se cuestiona a quienes «judicializan la escuela», en referencia a las familias que, tras ver vulnerados sus derechos lingüísticos, buscan el amparo de los tribunales; y tras el proceso secesionista del año 2017 se desarrolló un intenso discurso antijurídico, más que antijudicial, que tachaba de poco democrático el recurso a los tribunales para resolver conflictos que se calificaban como «políticos». Obviamente, si se recurría al Poder Judicial era porque se entendía que se estable produciendo o una vulneración de la legalidad o una privación de derechos que debían ser restaurados; de tal manera que la desjudicialización debería pasar porque los actores políticos respetaran y acataran la ley; no por defender que las actuaciones ilegales quedasen sin respuesta. Lamentablemente, hace tiempo que el Partido Socialista ha hecho suyo este discurso, que ha sido, incluso, recogido por escrito de manera solemne en varios de los acuerdos concluidos con los partidos nacionalistas o con la Generalitat.

Y de Cataluña ha pasado a España. Desde el año 2018 son incontables las descalificaciones y señalamientos que desde el poder ejecutivo se dirigen a los jueces.

A algunos les cuesta entender que la crítica a la que todos tenemos derecho no puede ser ejercida por el poder público contra los jueces. La independencia judicial exige que tanto el poder ejecutivo como el legislativo no cuestionen a los jueces y acaten las decisiones judiciales. Así se estableció en la resolución del Consejo de Europa sobre independencia judicial ya en el año 2010.

No es cosa de broma. Los ciudadanos, la prensa, incluso los partidos políticos pueden cuestionar a los jueces; pero no puede hacerlo quien detenta el poder público, pues eso puede afectar a la independencia judicial. Este cuestionamiento de los jueces fue uno de los motivos que llevó a la Comisión Europea a actuar en relación a Polonia.

Véase el núm. 177, donde se destacan las «declaraciones públicas contra los jueces y tribunales en Polonia impulsadas por el Gobierno polaco y por parlamentarios pertenecientes a la mayoría gobernante». Lo que causaba escándalo en Polonia parece que lo causa menos en España, puesto que una ministra que cargó duramente contra los jueces ahora es Vicepresidente de la Comisión Europea.

Este cuestionamiento a los jueces ahora pasará a estar en el Boletín Oficial del Estado, puesto que la ley que se pretende aprobar califica directamente de acoso lo que identifica como «acciones judiciales abusivas». A partir de aquí, en la exposición de motivos, estas actuaciones judiciales se identifican con limitaciones a la participación en la vida democrática y restricciones a los derechos de quienes son investigados por los tribunales. Además, se vinculan con las actuaciones de quienes pretenden silenciar a quienes discrepan de sus planteamientos.

Es realmente perverso; porque si ahora en España hay quien pretende silenciar al discrepante son, precisamente, quienes se integran en la mayoría de gobierno actual. Un tema que, por desgracia, conozco de primera mano y del que hemos tenido un último ejemplo muy recientemente.

Pero, aparte de lo anterior, incluso sin considerar que la Exposición de Motivos lo que pretende es proyectar sobre otros precisamente lo que practican quienes la presentan; el mero hecho de que se vincule la actuación de los tribunales con el intento de hacer callar a una parte de la opinión pública es ya una quiebra significativa del equilibrio que debe mantenerse entre los tres poderes del Estado. Los tribunales garantizan derechos, no los vulneran. Insistir en esta pretendida vulneración convierte a la proposición de ley en una herramienta más, pero de una relevancia enorme en el discurso antidemocrático que lleva años practicando el partido socialista.

C) La búsqueda de la impunidad

Lo anterior, sin embargo, es solamente la primera dimensión del contexto. La segunda está integrada por los varios procesos judiciales que se encuentran abiertos y que afectan a diversos integrantes del grupo organizado que controla las instituciones de este país desde hace unos años.

El discurso desde el poder, es que estos procesos judiciales carecen de fundamento y que tan solo tienen una finalidad política. Los indicios existentes, las pruebas que se han ido aportando y el trabajo que están haciendo los tribunales es desdeñado en un ejercicio de cinismo que se corresponde con la sistemática acusación al otro de incurrir en las irregularidades que uno mismo protagoniza (¡cuidado! hay quien intenta silenciar al discrepante, cuando el único que pretende silenciar es, precisamente, el que lanza la acusación).

Ahora bien, más allá de las soflamas políticas, lo cierto es que la justicia sigue avanzando en la instrucción de casos que afectan a personas concretas que, o bien forman parte de la estructura de poder o bien tienen vínculos claros con ella. La decencia política exigiría en un caso así la dimisión de los responsables afectados; pero al mantenerse en el poder se está produciendo una instrumentalización de las instituciones que está degradando la calidad de nuestra democracia. Así, por ejemplo, la Fiscalía se opone a la investigación que se está realizando… del Fiscal General del Estado.

La instrumentalización de las instituciones no es nueva. Como casi todo, empieza de una manera sutil y acaba estallando. En el caso que nos ocupa -la utilización partidista de las instituciones públicas por parte del gobierno socialista-, el primer aldabonazo se dio con la utilización de la Abogacía del Estado para defender los intereses del nuevo aliado de Sánchez, Oriol Junqueras, ya en el año 2019.

Así comenzó; pero ahora ya es absolutamente descarado. La Fiscalía interviene en el proceso en el que se investiga a su jefe, esa misma Fiscalía se opone a la investigación a la mujer de quien ha nombrado al Fiscal General… Es una utilización tan descarada de las instituciones públicas que ya resulta difícil escandalizarse; pero hemos de mantener esa capacidad de escándalo porque, de otra forma, estamos perdidos.

Ahora bien, el control de la Fiscalía no es suficiente para impedir que los procesos judiciales sigan adelante, puesto que en España existe -y está constitucionalmente reconocida- la figura de la acusación popular, que permite que personas físicas o jurídicas denuncien y, en sus caso, se querellen incluso sin tener un interés directo en el caso.

Se puede discutir en abstracto sobre la regulación y bondad de la acusación popular; pero en el caso actual de España pocas dudas me caben de que es una figura imprescindible; precisamente porque, como hemos visto, la Fiscalía es una de las instituciones «tomadas» por el poder y, por tanto, sin la posibilidad de una acusación independiente del poder, podrían producirse casos de impunidad selectiva en favor de quienes están cercanos a quien gobierna.

Quizás cause sorpresa que pueda afirmarse con tanta rotundidad que la Fiscalía no es independiente; pero esa es la realidad. Las quejas de la Comisión Europea por la falta de apariencia de independencia de la Fiscalía pueden encontrarse en los informes periódicos sobre el Estado de Derecho, y todos recordamos aquello que dijo Sánchez sobre de quién dependía la Fiscalía.

La actuación de esa misma Fiscalía en los últimos meses no ha hecho más que ratificar lo que dijo Sánchez en su momento.

Es por esto que la limitación de la acusación popular que se desprende de la proposición de ley es extraordinariamente grave, puesto que implica la impunidad para aquellos que, por las razones que sean, cuenten con el favor de la Fiscalía o de quien la controla.

Y el propósito de limitar a la acusación popular es el eje principal de la proposición de ley orgánica presentada por el grupo socialista. Se excluye de la acusación popular a partidos, instituciones y asociaciones vinculadas con partidos, se reducen los delitos en los que puede intervenir la acusación popular y se excluye a la acusación popular de la fase de instrucción.

Resulta llamativo que la justificación de la exclusión de la acusación popular de la instrucción sea evitar filtraciones.

Es curiosa esta precaución cuando quien está siendo investigado por haber divulgado datos reservados es el Fiscal General, no la acusación popular; pero, como ya se ha avanzado, la táctica de acusar al otro de los delitos que uno comete es sistemática en quienes ahora controlan el país y sus instituciones.

Obviamente, el motivo real de esta limitación de la acusación popular es dejar las manos libres a la Fiscalía para que sea ésta la que decida qué delitos han de ser perseguidos y cuáles han de ser tolerados. Una quiebra de principios básicos del Estado de Derecho que debería escandalizarnos.

Pero todavía hay otro elemento relevante. La proposición de ley orgánica introduce una nueva causa de abstención y recusación de los jueces y magistrados en relación a las opiniones vertidas en relación a instituciones, partidos o sindicatos. Incluso la mera participación en actos o concentraciones podría suponer la obligación de abstención y, en su caso, la recusación.

Tengo dudas de que una limitación tan extrema como la que se deriva de la proposición de ley sea compatible con el derecho a la libertad de expresión que tienen también los jueces y magistrados. Por otra parte, es tremendamente asimétrica, porque solamente alcanza a quienes vertieron esas opiniones o participaron en concentraciones siendo jueces, no a quienes realizaron las mismas acciones antes de acceder a la condición de juez o magistrado. Si lo que se pretende es defender la apariencia de imparcialidad no se entiende la distinción. Así, por ejemplo, el actual magistrado del Tribunal Constitucional Campos, anteriormente ministro del gobierno de Sánchez, pudo en su calidad de tal despotricar todo lo que hubiera querido contra el Partido Popular sin que éste pueda ahora recusarlo por esa razón en los recursos de inconstitucionalidad que dicho partido plantea; mientras que un juez que hubiera asistido a un acto en relación a la ley de amnistía podría quedar excluido de pronunciarse sobre un caso en el que haya que aplicar dicha ley.

En cualquier caso, sin embargo, no es esto lo más importante, sino que la disposición sobre recusación y abstención que acabo de comentar va acompañada de una Disposición Transitoria que obliga a su aplicación en relación a los procesos que ahora se están desarrollando.

Esto es, se pretende cambiar en mitad del procedimiento al juzgador aplicándole una causa de recusación que no existía en el momento en el que se inició el procedimiento. Y esto en relación a procedimientos que afectan directamente a quien presenta la propuesta de reforma de la Ley Orgánica.

El intento descarado de legislar para personas concretas que ya se ha visto con la Ley de Amnistía alcanza aquí un nivel de desvergüenza que no puede ser calificado más que como un ataque directo y frontal a principios democráticos básicos.