Gracias a que soy seguidor de Eduardo Rojo en Twitter he llegado a este artículo que vuelve sobre el tema de las clases "a la boloñesa" y su oposición a la clase magistral. He de confesar que es un tema que me cansa un poco, y ello porque, en general, el debate es tan esquemático y maniqueo que es poco probable que de él puedan sacarse elementos útiles.
Vaya por delante que Bolonia, en su origen muy poco tenía que ver con el debate sobre métodos de enseñanza al que tan hábilmente lo han conducido algunos pedagogos. El planteamiento inicial de Bolonia se vincula al análisis del diferencial de productividad entre Europa y Estados Unidos, diferencial que se había acentuado en los años ochenta del siglo XX, lo que disparó algunas alarmas que tuvieron como resultado un intento de armonizar la estructura de los estudios superiores en Europa con el propósito de conseguir un acortamiento en la duración de los estudios que facilitara un acceso más rápido al mercado laboral. Además se pretendía la creación de un espacio de educación en el que fuera posible competir, asumiendo que dicha competencia conduciría a una mejora en la calidad de la educación. La supresión de la clase magistral no estaba entre los propósitos iniciales de Bolonia, siendo, en todo caso, la competencia entre Universidades la que determinaría cuáles son los mejores métodos de enseñanza y aprendizaje. Es poco compatible con el objetivo de competencia perseguido por Bolonia una rígida orientación en cuanto a los métodos de enseñanza que supondría un límite a la libertad de alumnos, profesores y centros para, en sana rivalidad y en permanente contraste e imitación, ir elevando el nivel de los estudios superiores en Europa.
Pero bueno, ahora todo esto ya es historia pues en España (y en otros países) el proceso de Bolonia ha sido utilizado como pretexto para forzar a las Universidades a zambullirse de lleno en esto de la innovación docente, asumiendo que las formas tradicionales de docencia son antiguallas que han de desaparecer. El artículo que cito en el comienzo de esta entrada es buena prueba de este discurso. Resumiendo lo que ya se presenta muy resumido el argumento sería el siguiente: ¿de qué sirve una clase magistral cuando el alumno ya puede leer lo que el profesor va a explicar en un libro? A partir de aquí la clase ya no podrá ser, como había sido fundamentalmente hasta ahora, un mero discurso del profesor (soliloquio, me parece que se dice en este artículo) sino que tendrá que ser algo distinto. El artículo se queda aquí, pero todos los que nos dedicamos a la enseñanza universitaria podemos fácilmente seguir la historia: la clase será un cúmulo de power points, trabajos en grupo, exposiciones de los alumnos, debates, etc. En fin, lo que estamos viviendo de unos años para esta parte.
Yo soy un tanto escéptico con este acercamiento. Para empezar, la clase en la que el profesor habla, explica, no tiene por qué ser un soliloquio como pretende el autor del artículo. Es cierto que habrá profesores que se limiten a recitar como papagayos, pero buenos y malos profesores los ha habido, los hay y los habrá. Se asume sin argumentarlo que los profesores que defienden la clase magistral son "los malos", los de los apuntes polvorientos; mientras que los modernos del power point son los buenos. Esto es falso, un power point también puede ser muy malo, y no es la primera vez que algún alumno se queja de lo soporífera que resulta una clase de power point. De igual manera, un debate o una exposición por parte de los alumnos puede resultar tan soporífera o inútil como una mala clase magistral.
Sentado lo anterior veamos qué tiene de malo una clase magistral. Para empezar lo del soliloquio es también falso. En una clase el profesor está, o ha de estar, en permanente interacción con los alumnos; y eso incluso aunque los alumnos no hablen. Cualquiera que haya dado una clase o se haya dirigido a un grupo amplio de personas conoce ese sentimiento tan particular que surge cuando los que escuchan conectan con quien habla o, por el contrario, esa angustia que nace de la constatación de que el discurso del orador se está perdiendo en el aire sin que nadie lo recoja. Esta experiencia no puede ser sustituida por la lectura de un libro. Un libro no se da cuenta de si quien está leyendo entiende o no, y mucho menos puede preguntar para saber si lo ha entendido. En una buena clase magistral la interacción entre profesor y alumno debe implicar que se cambie el ritmo de la clase en función de la respuesta, que se interrogue a los alumnos sobre si lo entienden o no, que se planteen casos para comprobar si efectivamente se ha entendido. Y yo me pregunto ¿qué tiene esto de malo? ¿no son estos buenos métodos de enseñanza y de aprendizaje? ¿por qué razón tenemos que mandarlos al baúl de los recuerdos después de habernos servido durante siglos? ¿tan sólo porque se nos diga que son poco modernos, porque se caricaturice lo que es la verdadera clase fijándose únicamente en aquéllas que dan los malos profesores?
Yo, por mi parte, seguiré intentando que mis alumnos aprendan, y que, además, lo hagan de la forma más fácil y divertida posible para ellos. No pienso tratarlos peor que a mi hija de siete años, que cuando me pide que le explique cómo desaparecieron los dinasaurios quiere oír mi relato, no que la mande a buscar un artículo en la wikipedia. Ya llegará el momento de la lectura, de la profundización, de la investigación por parte de quien quiere aprender; pero de momento nadie me ha convencido de que sea preferible que el primer encuentro con el saber, el inicial contacto con una materia o problema, se realice a través de una hoja impresa y no por medio de la palabra, que nos identifica como humanos.
Vaya por delante que Bolonia, en su origen muy poco tenía que ver con el debate sobre métodos de enseñanza al que tan hábilmente lo han conducido algunos pedagogos. El planteamiento inicial de Bolonia se vincula al análisis del diferencial de productividad entre Europa y Estados Unidos, diferencial que se había acentuado en los años ochenta del siglo XX, lo que disparó algunas alarmas que tuvieron como resultado un intento de armonizar la estructura de los estudios superiores en Europa con el propósito de conseguir un acortamiento en la duración de los estudios que facilitara un acceso más rápido al mercado laboral. Además se pretendía la creación de un espacio de educación en el que fuera posible competir, asumiendo que dicha competencia conduciría a una mejora en la calidad de la educación. La supresión de la clase magistral no estaba entre los propósitos iniciales de Bolonia, siendo, en todo caso, la competencia entre Universidades la que determinaría cuáles son los mejores métodos de enseñanza y aprendizaje. Es poco compatible con el objetivo de competencia perseguido por Bolonia una rígida orientación en cuanto a los métodos de enseñanza que supondría un límite a la libertad de alumnos, profesores y centros para, en sana rivalidad y en permanente contraste e imitación, ir elevando el nivel de los estudios superiores en Europa.
Pero bueno, ahora todo esto ya es historia pues en España (y en otros países) el proceso de Bolonia ha sido utilizado como pretexto para forzar a las Universidades a zambullirse de lleno en esto de la innovación docente, asumiendo que las formas tradicionales de docencia son antiguallas que han de desaparecer. El artículo que cito en el comienzo de esta entrada es buena prueba de este discurso. Resumiendo lo que ya se presenta muy resumido el argumento sería el siguiente: ¿de qué sirve una clase magistral cuando el alumno ya puede leer lo que el profesor va a explicar en un libro? A partir de aquí la clase ya no podrá ser, como había sido fundamentalmente hasta ahora, un mero discurso del profesor (soliloquio, me parece que se dice en este artículo) sino que tendrá que ser algo distinto. El artículo se queda aquí, pero todos los que nos dedicamos a la enseñanza universitaria podemos fácilmente seguir la historia: la clase será un cúmulo de power points, trabajos en grupo, exposiciones de los alumnos, debates, etc. En fin, lo que estamos viviendo de unos años para esta parte.
Yo soy un tanto escéptico con este acercamiento. Para empezar, la clase en la que el profesor habla, explica, no tiene por qué ser un soliloquio como pretende el autor del artículo. Es cierto que habrá profesores que se limiten a recitar como papagayos, pero buenos y malos profesores los ha habido, los hay y los habrá. Se asume sin argumentarlo que los profesores que defienden la clase magistral son "los malos", los de los apuntes polvorientos; mientras que los modernos del power point son los buenos. Esto es falso, un power point también puede ser muy malo, y no es la primera vez que algún alumno se queja de lo soporífera que resulta una clase de power point. De igual manera, un debate o una exposición por parte de los alumnos puede resultar tan soporífera o inútil como una mala clase magistral.
Sentado lo anterior veamos qué tiene de malo una clase magistral. Para empezar lo del soliloquio es también falso. En una clase el profesor está, o ha de estar, en permanente interacción con los alumnos; y eso incluso aunque los alumnos no hablen. Cualquiera que haya dado una clase o se haya dirigido a un grupo amplio de personas conoce ese sentimiento tan particular que surge cuando los que escuchan conectan con quien habla o, por el contrario, esa angustia que nace de la constatación de que el discurso del orador se está perdiendo en el aire sin que nadie lo recoja. Esta experiencia no puede ser sustituida por la lectura de un libro. Un libro no se da cuenta de si quien está leyendo entiende o no, y mucho menos puede preguntar para saber si lo ha entendido. En una buena clase magistral la interacción entre profesor y alumno debe implicar que se cambie el ritmo de la clase en función de la respuesta, que se interrogue a los alumnos sobre si lo entienden o no, que se planteen casos para comprobar si efectivamente se ha entendido. Y yo me pregunto ¿qué tiene esto de malo? ¿no son estos buenos métodos de enseñanza y de aprendizaje? ¿por qué razón tenemos que mandarlos al baúl de los recuerdos después de habernos servido durante siglos? ¿tan sólo porque se nos diga que son poco modernos, porque se caricaturice lo que es la verdadera clase fijándose únicamente en aquéllas que dan los malos profesores?
Yo, por mi parte, seguiré intentando que mis alumnos aprendan, y que, además, lo hagan de la forma más fácil y divertida posible para ellos. No pienso tratarlos peor que a mi hija de siete años, que cuando me pide que le explique cómo desaparecieron los dinasaurios quiere oír mi relato, no que la mande a buscar un artículo en la wikipedia. Ya llegará el momento de la lectura, de la profundización, de la investigación por parte de quien quiere aprender; pero de momento nadie me ha convencido de que sea preferible que el primer encuentro con el saber, el inicial contacto con una materia o problema, se realice a través de una hoja impresa y no por medio de la palabra, que nos identifica como humanos.
6 comentarios:
Hola Rafa, tu entrada es muy interesante y estimula la reflexión sobre los métodos docentes. Por seguir con el debate, creo que eres muy optimista sobre la llamada clase magistral y muy crítico con los nuevos (cada vez menos) métodos docentes. De todas formas, seguiré jugando con mi nieto de 4 años para saber cuál es la mejor forma de aprender de los niños.
Saludos cordiales.
Hola Eduardo. Bueno, soy optimista y crítico, tal como dices, más bien por compensar. Es cierto que hay profesores muy malos que se refugian en la clase magistral, igual que otros igual de malos lo hacen en el power point. A mi lo que me gustaría es que avanzáramos en la forma de desarrollar las clases sin dogmatismos y sin dar por sentado que tal o cual método es, en sí mismo, superior a otro. Como casi todo en esta vida dependerá de cómo se utilice.
A ver si podemos seguir el debate un día por la Facultad. Un abrazo.
Por Dios, Rafa, no me digas que los Dinosaurios se han extinguido???
Te das cuenta que has aplicado un adjetivo calificativo positivo sobre los pedagogos! Un desliz, supongo!
Sobre el tema central, no creo en ese debate. Lo importante es la actitud del profesor. Trabajar para consolidar los conocimientos sobre la materia que se enseña y ser curioso sobre la posibilidades metodológicas que existen.
Un saludo y cuando nos veamos me explicas eso de los dinosaurios.
No Josep, yo no digo que los dinosaurios se hayan extinguido. De hecho no lo han hecho, pues todas las aves son dinosaurios. Lo que digo es lo que me pregunta mi hija, quien a estas alturas ya tiene claro que su canario es un pequeño dinosaurio y está encantada de tener un dinosaurio en casa.
Sobre el fondo estoy de acuerdo contigo: mente abierta, conocimiento de la materia y ganas de mejorar. Dado que los que imparten cursillos de pedagogía carecen del segundo de esos elementos no me creo nada de lo que me digan.
Fuerte abrazo.
Bueno, Rafa, pedagogos hay de muchas clases, como los profesores y los abogados. Lo que me parece una rama especialmente siniestra de la pedagogía es la que se impuso con la LOGSE. Algunos siguen R que R a pesar del fracaso escolar.
No sé si de aquellos polvos estos lodos boloñeses pero vaya, que comparto tu punto de vista: "mente abierta, conocimiento de la materia y ganas de mejorar". Un abrazo: emilio
PD. Un enlace de este post en Euroblog no vendría mal, ahora que va a empezar el curso: ¡te esperamos!
Hola Emilio. Sí, por favor, que aparezcan otros pedagogos; aquellos que te puedan, realmente, ayudar a mejorar las clases y no se limiten a adoctrinarte en conceptos tan abstractos que llegan a ser inexistentes o a decir obviedades que te hacen perder el tiempo.
Un fuerte abrazo.
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