Leo una noticia que me deja un tanto preocupado. Parece ser que una promotora en Jaén ofrece un contrato de trabajo por tres años a quien adquiera un piso. En principio parece una buena idea, y seguramente lo es. La gente no se anima a comprar, entre otras cosas por la inseguridad en el trabajo, y aquí el propio vendedor resuelve el problema facilitando trabajo al comprador. De esta forma se estimula el mercado de la vivienda y se da cierta seguridad al trabajador que en los tiempos que corren falta hace. Hasta aquí, ningún problema. Todo suena bastante bien.
El problema -para mi- es que este tipo de ofertas va marcando una tendencia que me parece peligrosa; y para explicar el peligro que yo veo tenemos que remontarnos casi mil años; pero será una excursión corta, lo prometo.
Hace mil años la mayoría de la población en Europa Occidental era libre. Había siervos y esclavos, pero la mayoría de los campesinos eran libres para moverse de un lugar a otro, buscar nuevas tierras si les apetecía o dejar las que estaban cultivando. En el siglo XI, en un período relativamente corto, el lapso de una generación, todo cambió. Los poderosos del momento consiguieron que todas esas personas libres quedaran inexorablemente fijadas a la tierra que cultivaban, el poder público y el poder privado se confundieron y dio comienzo el feudalismo; una época en la que unos pocos abusaron de casi todos fundamentalmente a través de la imposibilidad de que las personas se desplazaran de las tierras que tenían atribuidas y de la imposición de monopolios (no se podía moler más que en el molino del señor feudal, no se podía utilizar más herrería que la del castillo, etc.).
¿Qué tiene esto que ver con la noticia con la que comenzaba? Pues que cierta relación hay entre los antecedentes del feudalismo y la situación en la que si uno quiere una vivienda ha de trabajar para la empresa que le facilita dicha vivienda. Es cierto que la libertad sigue existiendo: yo puedo dejar la vivienda, puedo dejar el trabajo y cambiarme a otro, etc. Pero estas libertades pueden convertirse en meramente teóricas: si la vivienda lleva aparejada una hipoteca de cuarenta años de la que no podré librarme ni siquiera entregando el piso y que me perseguirá allá donde vaya; si las condiciones del mercado laboral son tales que no tengo una posibilidad real de buscar un trabajo mejor ¿dónde se queda esa libertad formal de la que creo gozar? La situación no es tan diferente de la que se vivió en el siglo XI, en la que el golpe definitivo a la libertad vino precedido de múltiples pactos "voluntarios" por los que las personas quedaban inexorablemente ligadas a los que en poco tiempo se convirtieron en señores feudales.
¿Exagero? Ojalá. Como digo me preocupa que estemos asumiendo cambios que suponen una transformación profunda de la sociedad y un retroceso significativo de lo público (y, al fin y al cabo el feudalismo no es más que la sustitución del poder público por el poder privado, la confusión de ambos). Cuando ya no haya sanidad pública ¿qué no estaremos dispuestos a hacer por quien nos ofrezca medicinas para nuestros hijos? Cuando ya no haya educación pública ¿qué hará la sociedad con los inevitables analfabetos que resultarán de los hijos de quienes no dispongan de medios para pagar una escuela? Y si cuando se habla de reducir el estado de bienestar no se está hablando de menos médicos y de menos escuelas ¿de qué se está hablando?
De momento algunos ya están dispuestos a vincularse a una empresa que les encadenará con una hipoteca y con un trabajo en el que el empleador asumirá la doble posición de jefe y amo; porque que nadie se engañe, cuando se compra una casa con hipoteca el dueño de la casa es, en realidad, el banco. Siempre se había dicho en tono de broma, los desahucios recientes nos muestran que de broma, nada.
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