Me acabo de dar cuenta de algo que me ha sorprendido: si un 25% del producto interior bruto mundial (el conjunto de riqueza que se produce en el Mundo durante un año) se repartiera de forma igual entre todos los habitantes del Planeta cada uno de nosotros dispondría de 208 dólares al mes. 208 dólares al mes (160 euros) para todos y cada uno de los habitantes del Planeta. Me he quedado anonadado. Hace tiempo que vengo defendiendo la necesidad de establecer una Renta Básica de Ciudadanía en España; pero siempre había considerado que sería una medida que no podría extenderse más allá de los países más ricos. En lo que se refiere a estos el cálculo que hacía era precisamente el de que un 25% del PIB se repartiera a partes iguales entre todos los ciudadanos (aunque podría matizarse de tal forma que los menores de edad recibieran menos de lo que tocaría de dividir ese 25% entre el número de nacionales y los mayores, más); otro 25% del PIB se dedicara a servicios públicos, un 10% a infraestructuras y demás gastos de interés general y que el 40% restante se distribuyera de acuerdo con los criterios de mercado; esto es, en forma de beneficios por capital y trabajo después de impuestos. Es decir, se pagaría un 60% de impuestos, pero casi la mitad de tales impuestos (un 41% para ser exactos) se redistribuirían entre todos los ciudadanos a través de la Renta Básica de Ciudadanía (RBC). En el caso de España esta operación conduciría a que cada persona recibiera una cantidad de 634 dólares mensuales. Resulta chocante que de acuerdo con esta distribución una familia de 4 miembros recibiría más de 2400 dólares al mes (más de 1800 euros), lo que es más de lo que ingresan muchas familias españolas, incluso muchas de aquellas en las que trabajan todos sus integrantes en edad laboral. Es chocante, pero ahora no me quiero detener en ello porque lo que me interesa resaltar es que este reparto no solamente funcionaría a nivel local (en este caso en lo que se refiere a un país hasta ahora desarrollado como es España), sino que podría operar también a nivel mundial; y esto me parece mucho más significativo.
¡Qué mundo tan hermoso podríamos tener si, simplemente, una cuarta parte de su riqueza total se repartiera de forma que se garantizara que todos los habitantes del Planeta dispusieran de lo necesario para tener un techo y alimento! ¡Qué mundo tan hermoso si todos y cada uno de los seres humanos gozaran de los servicios públicos esenciales (salud y educación)! Y todo eso está al alcance de nuestra mano. Los recursos ahí están y lo único que hemos de hacer es repartirlos de una forma más equitativa. ¡Qué hermoso propósito y qué hermosa tarea!
Evidentemente, no podría hacerse de una vez y sin establecer matices. La diferencia entre el coste de la vida entre unos países y otros aconsejaría que inicialmente lo que recibiera cada persona se ajustara al nivel de vida de su propio país (más en los países que resultan más caros, menos en los países con un nivel de precios más bajo; en algunos lugares 160 euros al mes son prácticamente nada mientras que en otros te colocan directamente en la clase media) para, progresivamente, ir igualando unos y otros territorios. Estoy convencido de que una medida como ésta no solamente sería justa, sino que acabaría suponiendo también un mayor crecimiento global.
Un 25% de la riqueza repartida a todas las personas de igual manera, un 25% para servicios esenciales, un 10% para infraestructuras y gastos de las administraciones y un 40% que se distribuiría libremente en función del trabajo, de los méritos, del patrimonio o de la suerte de cada uno.
He aquí un programa que debería ser asumido y llevado a término. Hace cuatro años muchos en España quizás hubieran pensado que por qué íbamos nosotros a ceder parte de nuestra riqueza en beneficio de todos; hoy muchos de los que hace cuatro años hubieran pensado así firmarían donde fuera recibir esos 160 euros por persona (640 euros para una familia de cuatro miembros). Muchos de los que hoy en Alemania, en Holanda o, incluso, en Estados Unidos, tildarán esta medida de ingenua, demagógica, injusta e impracticable es probable que la añoren en diez o quince años; porque solamente hay una cosa cierta: si no cambiamos radicalmente las bases de nuestro sistema social y económico lo único que espera a una inmensa mayoría es la pobreza extrema, y tras ella ha de venir el colapso del sistema. Hace treinta años pensábamos que sería una guerra nuclear la que nos devolviera a la era de las cavernas; ahora cada vez es más claro que serán los economistas y sus amigos los que nos colocarán otra vez en la oscura Edad Media.
Hay que reaccionar y no queda mucho tiempo.
2 comentarios:
Hola Rafa, muy interesante tu artículo. Para continuar tus reflexiones te adjunto un texto escrito en 1989 por el sociólogo y jesuita Juan García Nieto y que contó con mi colaboración, que es una de las personas que más ha influido en mi vida. Saludos.
http://www.fespinal.com/espinal/llib/es30.pdf
Muchas gracias, Eduardo. Me parece muy importante que documentos como el que indicas circulen y se difundan. Ahora creo que este tema debería ser una prioridad y deberíamos luchar por quitarle la etiqueta de "utópico" y sustituirla por la de "imprescindible". Abrazos
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