lunes, 2 de enero de 2017

Razones para el pesimismo

Hace muy poco compartía una reflexión de hace un tiempo en la que planteaba que el mundo en el que ahora vivimos podría ser más justo y feliz que lo que realmente es. Partía de las expectativas de los años 70 y 80 del siglo XX y concluía con que, pese a que el desarrollo científico y tecnológico había ido incluso más allá de lo que entonces se calculaba, la sociedad no había podido convertirse en aquella ideal que entonces imaginábamos.
Como era de esperar no todo el mundo comparte este análisis, y en un interesante debate en facebook se me hizo notar que hace cuarenta años las cosas no eran tan bonitas como yo planteaba y que, por tanto, deberíamos reconocer que sí que se ha producido un progreso que debería satisfacernos. Como por casualidad, hace dos días leía un artículo en "El País" que desarrollaba esta idea, la de que pese al pesimismo generalizado el mundo estaba mejor que nunca. Los datos que aportaba el artículo eran incontestables; pero aún así queda la pregunta en el aire ¿por qué si los datos son positivos el pesimismo es generalizado? El artículo apunta unas cuantas respuestas, pero no creo que sean satisfactorias. Me parece que todavía hay que darle más vueltas al tema.



Lo primero es abordar la cuestión de si realmente hemos avanzado, hemos retrocedido o dónde narices estamos. Evidentemente, la respuesta ha de ser matizada. Existen progresos importantes en algunos temas, retrocesos en otros y, sobre todo, un cambio en la sociedad que hace difícil establecer comparaciones. Por otro lado debemos distinguir entre el mundo en general y nuestro entorno más próximo; esto es, que pasa si consideramos el conjunto del planeta o nuestro país, España. En lo que se refiere al mundo en general no creo que haya dudas de que ha habido un avance grande en el desarrollo de muchos países que hace cuarenta o cincuenta años pasaban por enormes dificultades. China, por ejemplo. Cuando yo era niño resonaban todavía las noticias sobre hambrunas que mataban a millones de personas. Ahora China es una potencia económica con una clase media de centenares de millones de personas y probablemente sería impensable en ella un desastre que condujera a la muerte por inanición de millones de personas en el país. Seguramente haya ahora mismo otros riesgos, de manera destacada la contaminación atmosférica; pero asumamos que en el terreno de los bienes que se producen y su reparto en China se ha producido un desarrollo muy importante.
Lo mismo se podría decir de muchos otros países y del planeta en su conjunto. Los datos del artículo de "El País" que citaba antes permiten ver como en Asia, en América Latina o en África la situación ha mejorado sensiblemente en términos de alfatebización, reducción de la pobreza extrema, hambrunas y atención médica.



En Europa todas las cosas a las que se acaba de hacer referencia se daban por superadas hace tiempo. Las últimas grandes hambrunas en Europa son del siglo XIX (como la gran hambruna irlandesa de 1845 a 1849). A mediados del siglo XX los europeos (occidentales) gozaban de sistemas democráticos, trabajos estables, salarios que permitían que tan solo uno fuera suficiente para el mantenimiento de un hogar, servicios públicos como sanidad y educación y jubilaciones generosas. Entre 1950 y 1975 se vivieron años de desarrollo (en parte también como consecuencia de la ayuda americana tras la II Guerra Mundial) y una estabilidad social bastante importante. El acceso a la educación era bastante abierto, y la obtención de un título universitario prácticamente garantizaba un estatus social desahogado. España llegó con algo de retraso a esta situación, pero creo que todos nos reconoceremos en este retrato si nos remontamos a los años 70 u 80 del siglo XX.
A finales del siglo XX y comienzos del XXI esto comenzó a cambiar. Creo que lo primero que notamos fue el deterioro de la estabilidad y condiciones laborales. En 2005 se acuñó el término "mileruista" para referirse a la situación en la que se encontraban muchos españoles, incluso con una muy buena formación que con un sueldo de tan solo mil euros al mes no tenían grandes expectativas de mejorarlo a lo largo de la vida. Además, la estabilidad laboral (un trabajo para toda la vida) que había caracterizado a los años cincuenta, sesenta y setenta desapareció: contratos temporales que se alargaban, etapas de paro entre trabajo y trabajo... sin alcanzar nunca el ansiado estatus de trabajador con un contrato indefinido.
Intuyo que este cambio fue más importante de lo que indican las meras cifras macroeconómicas. La falta de estabilidad laboral se convierte también en falta de estabilidad personal. Se alarga el tiempo que se pasa en casa de los padres antes de "independizarse", se retrasan los planes de formar familia o tener hijos... Tanto en mi generación como en la generación que la sigue conozco (y seguramente todos conocemos) casos que encajan en este perfil.
Tras la crisis de 2008 el término mileurista no se refiere ya a un contrato mal pagado porque en la actualidad un sueldo de mil euros ya es considerado un buen salario. La devaluación salarial de los últimos años ha llevado a que muchos salarios se sitúen en el entorno de los 800-900 euros mensuales, y en las mismas condiciones de precariedad que ya conocemos.
¿Alguien puede sostener que en España las condiciones laborales han mejorado en los últimos veinte años?
Por entrar mínimamente en datos macroeconómicos: en el año 2000 el PIB de España fue de 646.250 millones de euros y el salario medio anual de 17.319 euros. En el año 2015 el PIB de España fue de 1.081.190 euros y el salario medio de 26.259 euros (los datos los tomo de Datos Macro). Eso implica que en estos 15 años el PIB aumento un 67% (434.940 millones sobre 646.250 millones) y el salario medio creció un 52% (de 17.319 euros a 26.259 euros). Si el salario medio hubiera crecido en la misma proporción que el PIB el salario medio en España sería de 28.922 euros, y no de 26.259, un 10% más. Y estamos hablando de salarios medios; si consideráramos la mitad de los salarios más bajos es probable que nos encontráramos con una diferencia mayor. Seguro que los datos están por ahí y alguien podrá hacer el cálculo. En este mismo período el IPC subió un 43,2%. Esto es, el salario medio aún subió más que el IPC, pero me gustaría saber el resultado de comparar esta subida del IPC con los salarios que se sitúan por debajo del salario medio, y que ahora mismo en España son la de la mayoría de los trabajadores (en España, en el año 2014, un 45% de los trabajadores tenía ingresos inferiores a los 18.68.40 euros anuales, según datos del INE). Aún así, que el salario de cada trabajador pesa menos respecto al conjunto de la riqueza del país ahora que hace quince años es un dato irrefutable, así como el descenso de la participación de los salarios en el PIB.



Si de los salarios pasamos a las pensiones nos encontramos también con una situación de devaluación. Creo que eso es objetivo. Todos crecimos con la referencia mítica a los 65 años como edad de jubilación. Como es sabido, esto ya no es así, sino que la edad de jubilación se ha incrementado y la perspectiva es que se siga incrementando. Quizás éste sea un dato que contribuya a esa sensación de pesimismo que tanto extraña al autor del artículo que citaba al comienzo de esta entrada. Si no hacen más que repetirnos que tendremos que trabajar más años, con salarios más bajos y, además -y tal como veremos enseguida- para alcanzar pensiones menores ¿cómo narices vamos a ser optimistas?
Porque no se trata solo de que tendremos que trabajar más años, sino que, además, cobraremos menos de pensión. Para comprobarlo basta consultar los arts. 204 a 211 de la Ley General de Seguridad Social, que es donde se regula quiénes tienen derecho a la pensión de jubilación y cómo se calcula su cuantía. En la actualidad la pensión se calcula sobre los salarios de los 25 años anteriores a la jubilación. En el año 2000, el cálculo de la pensión se hacía sobre los 15 años anteriores. Además se introduce en la actualidad un factor de sostenibilidad que antes no existía. En fin, no creo que quepan excesivas dudas de que el objetivo es que las pensiones sean más reducidas; a lo que, por otra parte, también ayudará la disminución de los salarios.
Las perspectivas en cuanto a servicios públicos tampoco son halagüeñas. El discurso constante de la necesaria reducción del gasto público parece orientado a hacernos desconfiar de la sostenibilidad de servicios básicos como la sanidad y la educación; a lo que se une también la dificultad para el pago de las pensiones. Llama la atención, por poner solo un ejemplo, cómo recientemente la Generalitat de Cataluña destacaba como un logro ante inversores internacionales el descenso en el gasto público en sanidad, educación y servicios sociales. En Cataluña, por ejemplo, la subida de las tasas universitarias es una muestra clara de cómo algo que se daba por sentado, el acceso de cualquiera que tuviera méritos suficientes a la educación superior, ya no es tan claro dado lo elevado del coste de un curso en la Universidad.
Finalmente, hay un tema que tiene también su importancia en el ánimo con el que se afronta el futuro. Hace unas décadas se asumía que una buena formación aseguraba un futuro estable e ingresos razonables. Ahora eso ya no es así. Los titulados superiores no obtienen ni estabilidad en el empleo ni salarios que garanticen una posición equivalente a la que tenían sus homólogos de hace treinta o cuarenta años. Los médicos, abogados o ingenieros actuales no tienen el acceso a la posición social de sus equivalentes de los años cincuenta, sesenta o setenta del siglo XX. Hace veinte años recuerdo una conversación con mi casero, ejecutivo en una empresa, quien me contaba que estaban haciendo entrevistas de trabajo y que se le caía el alma a los pies porque se encontraban gente muy preparada, con un título universitario, un máster y muy buen conocimiento de inglés y francés y tan solo les ofrecían salarios modestos, porque -como él me reconocía- tenían cola para esos puestos y los candidatos estaban dispuestos a trabajar por cantidades inferiores a las que él mismo consideraba justas dada su preparación.
Me imagino que nadie se sorprenderá de lo que acabo de contar. Con frecuencia la distinción entre salarios no es debida a la formación, sino a la antigüedad. Un oficial de taller con un contrato antiguo puede estar cobrando más que el joven ingeniero que es su jefe. Me han comentado varias de estas situaciones que contribuyen a que la esperanza de que mediante el estudio y el esfuerzo se pueda conseguir una posición desahogada se volatilicen. Muchos de los jóvenes que han emigrado en los últimos años pueden dar testimonio de ello. Conozco a varios que se mostraban estupefactos de que con unas credenciales estupendas en cuanto a su formación no tuvieran opciones de conseguir la estabilidad laboral en España.



A la vista de lo que he comentado, no creo que sorprenda mi sorpresa por la que muestran personas como el autor del artículo de "El País" que citaba al comienzo, y que se extrañan del pesimismo generalizado en la sociedad. Si nos fijamos en nuestro entorno más inmediato, y con independencia de que la situación media no sea todavía mala, sí que es claro que hemos iniciado un camino descendente que no sabemos a dónde nos conducirá. Es cierto que a nivel global el mundo no ha empeorado y que existen regiones donde se ha vivido una mejora sustancial; pero eso no quita para que en Europa, y más en concreto en España, hayamos sufrido un descenso significativo en la calidad del trabajo y de las pensiones a la vez que se nos advierte del riesgo en el que se encuentra el estado de bienestar.
¿Existe una relación entre la mejora en algunas partes del planeta y el deterioro en otras? Creo que sí. Cuando hace veinte tantos años se aprobó la creación de la OMC mi primer pensamiento es que era un gesto de generosidad del primer mundo hacia los países en desarrollo. En contra de lo que entonces decían unos cuantos, calculaba que la facilitación de la llegada de mercancías y servicios procedentes de países donde los salarios son más bajos acabaría beneficiando a esos países, pero a costa de perjudicar las condiciones laborales en los países más desarrollados. Creo que el tiempo ha dado la razón a ese previsión. La globalización tiende a equilibrar las condiciones en todo el planeta, a acercar salarios y condiciones laborales y, por tanto, lo lógico es quienes estaban en mejor situación hace veinte años (Europa Occidental, Estados Unidos, Canadá, Japón, Australia...) se vean perjudicados.
La duda que queda ahora es la de si tras esta primera etapa de igualación es posible mantener un desarrollo de los diferentes países del mundo en el que todos acaben mejorando sus condiciones de vida. Mi impresión es que sin una gobernanza pública de la globalización eso no es posible, ya que el mercado, por sí solo, conducirá a una espiral de depauperación de las condiciones de trabajo de la mayoría de la población



La globalización, por otra parte, ha tenido otra consecuencia, y es la de que todos nos sentimos más cerca de los problemas que nos rodean. Esta es una observación que correctamente se incluye en el artículo de "El País" que da pie a esta entrada. Y esto no es solamente consecuencia de la mejora de las comunicaciones y, especialmente, de Internet; sino de que las fronteras ahora ya no dibujan compartimentos estancos tras los cuales podemos sentirnos seguros. Ahora somos conscientes de que lo que está pasando en lugares que pueden parecer lejanos en realidad nos afectan directamente. Ninguna crisis nos es ajena porque realmente no lo es. Y de eso somos más conscientes (o asumimos inconscientemente) los ciudadanos que los poderes públicos. En este sentido me parece significativo un asunto relativamente menor, pero que da cuenta de esto que explico. Cuando se planteo una crisis de deuda en Chipre los responsables de la Unión Europea acordaron realizar una quita en los ahorros depositados en bancos chipriotas. Les pareció la mejor solución, pero tuvieron que volver sobre ella a las pocas horas porque los ahorradores europeos (incluidos los alemanes) reaccionaron espantados ante tal posibilidad asumiendo que si se había hecho en Chipre podría pasarles también a ellos (aquí lo explico con un poco más de detalle). El resultado es una preocupación constante por la forma en que nos afectarán las diversas crisis que se originan en el Mundo.
En definitiva, que me parece bastante justificada una aptitud pesimista. Estamos en una época de cambio profundo. Se están barajando de nuevo las cartas y son (somos) muchos los que podemos quedar excluidos, situados a un lado de una frontera social que puede permanecer por siglos. Con frecuencia pienso que lo que vivimos no es tan diferente de la situación que vivía Europa en el siglo XI, cuando acabó por cristalizar el feudalismo que dividió a la sociedad en dos grupos diferenciados e incomunicados: los pocos nobles privilegiados y los muchísimos explotados. Evidentemente, no es esta la situación... todavía; pero sería bueno seguir las tendencias para intentar evitar los riesgos de la sociedad que se nos está imponiendo.

2 comentarios:

Juan Amor dijo...

Aun siendo cierto aquello de que en este mundo traidor nadaes verdad, ni es mentira, y que todo es según el color del cristal con que se mira, creo que el enfoque de Rafael Arenas es acertado.
Globalmente vemos que hemos mejorado mucho en las últimas décadas, como muestra, por ejemplo, el profesor sueco Hans Rosling, quien, en su ya celebérrima conferencia en TED, titulada "No more boring data", demostraba, utilizando datos de la ONU, cómo había mejorado la esperanza de vida, y la renta, etc (https://youtu.be/VWQnQRsxGn0). En su página web (https://www.gapminder.org/) da otros muchos ejemplos en ese mismo sentido, con datos y argumentos incontestables.
Nuestra experiencia española en las últimas décadas no niega esos progresos colectivos, pero no creo que sea una experiencia aislada el sentir pesimismo con respecto al futuro.
Yo me siento estafado por este sistema que ha hecho que nuestros hijos tengan peores condiciones de acceso al trabajo, y a un sueldo digno, que las que tuvimos nosotros. Esa percepción de que los jóvenes tienen condiciones de vida, y de esperanza para progresar, peores que las que tuvieron sus padres, se da en casi todo el mundo, no sólo en España.
Me siento estafado porque después de dos grandes guerras mundiales, después de tanto desarrollo tecnológico y científico, y económico, con incrementos en la productividad brutales en todos los sectores, tengamos que trabajar más horas que hace 40 años para intentar mantener nuestro nivel de vida de clase media. Y padecer una absoluta inseguridad laboral. Y estar en el riesgo de pasar a engrosar las filas de los desherados en cuanto que un reajuste empresarial decida que sobras. Y constatar que, a pesar del incremento global de la riqueza, ésta se concentra en muchas menos manos que hace 50 años.
Creo, como sostiene R. Arenas, que los problemas globales a los que nos enfrentamos, y éste de la pérdida de futuro lo es, requiere una gobernanza también global, es decir, un gobierno mundial. Lo creo ahora más que hace 35 años cuando me adherí a un movimiento mundialista, "Ciudadanos del Mundo" (https://goo.gl/0m8mG3), que trabaja para conseguir ese objetivo.
En 1980 leí un libro que me marcó: "La civilización en la encrucijada", escrito pocos años antes por un equipo multidisciplinar de la Universidad de Praga. En él se anticipaba que el desarrollo cibernértico (así le llamaban entonces) haría que los humanos fuéramos desplazados de la mayoría de los trabajos por los robots, en todos los sectores. Ello supondría el mayor de los logros de todos los tiempos, al ser liberados colectivamente de la servidumbre del trabajo. Lo harían las máquinas por nosotros. El resultado inmediato en el mercado de trabajo sería que un porcentaje creciente de la ploblación estaría ocupada en tareas de investigación pura, lo que a su vez aceleraría el progreso colectivo.
Y es ahí donde estamos. La “cibernética” hace que ya no haya trabajo para todo el mundo. La próxima aplicación masiva de los "sistemas cognitivos" (p.e. el sistema Watson, de IBM) supondrá que muchos millones de puestos de trabajo hasta ahora realizados por profesionales "de cuello blanco", serán sustituidos por esos ellos. Hay voces prestigiosas, como la de Bill Gates, que ya han avisado de que los gobiernos deben prepararse para ello, pero que no han tenido apenas eco. Los partidos, y peor aún, los sindicatos, siguen en babia.
Nadie se plantea (tal vez empieza ahora tímidamente Finlandia, con su experimento limitado de renta social) que a partir de ya deben ser los robots mecánicos y cognitivos los que paguen la Seguridad Social, y las pensiones, y hacer que la riqueza que generen se reparta de forma socialmente justa.

Rafael Arenas García dijo...

¡Gracias por este comentario tan interesante Juan Amor!