viernes, 15 de agosto de 2008

Príncipe

Brillan las blancas piedras de la plaza
en la luz alegre de la mañana.
El príncipe dirige su mirada,
alta, altanera, clara
al bullicio que vibra,
a las chicas que pasan,
escucha las voces
de los vendedores.
Un cristal le separa en su palacio
de aquel fluir insensato.
Con fría calma estudia el escenario
buscando, sin saber, lo más cercano.
Su vista se detiene,
cesa su devaneo.
Una túnica blanca, pelo negro;
un cántaro en la cadera apoyado,
ojos vivos, prendidos.
Claridad y agua fresca,
suave brisa en el rostro.
Vida pura rebosa
en el leve ondear
de la figura hermosa.
El mundo se resume
en aquellos ojos,
en el aire que exhala,
el corazón que golpea,
la carne que lo rodea...
¡Cuánto no daría él
por sentir un instante
aquel aire en su rostro,
el latido en su pecho!
Crece en él el deseo,
la rabia.
Una vida perdida,
destrozada.
Regala una sonrisa
la muchacha
y el joven agraciado
suelta la carcajada.
El puño se crispa
junto a la ventana.
A la noche redoblan los tambores
se juntan las filas de los guerreros,
el príncipe mira con ojos fieros.
Las hogueras ya iluminan el cielo.
Muertos, gritos, prisioneros.
Muchos han pagado
del príncipe el deseo.

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