Nunca se le olvidó aquella mañana en que, cuando él era un niño, el Rey pasó por el pueblo durante un viaje oficial. Como otros, se fue con sus pantalones cortos de la mano de su abuelo a la vera de la carretera, cerca del guardia civil con el fusil terciado y el pitillo en la boca. Allí estuvieron mucho rato esperando el paso de la comitiva. De vez en cuando cruzaban algún comentario con el guardia. Aquella escueta conversación le hacía parecer casi humano, pese a los correajes, el tricornio, la pistola y la metralleta. Su abuelo hablaba lentamente, más lentamente de lo habitual y de vez en cuando sus ojos chispeaban. Entonces no sabía por qué. Ahora se daba cuenta que de el viejo republicano miraba la metralleta del guardia; sabe Dios qué recuerdos de la guerra lejana le traía aquel arma. Ahora eso ya no importaba, claro.
El día era gris; pero le excitaba la expectación, la gente mirando. Los primeros motoristas aceleraban y disminuían la marcha para indicar a los coches que se echaran al arcén. La carretera vacía, esperando, y los coches en la orilla; algunos salían de los vehículos, el guardia civil acariciaba el metal del fusil, daba dos pasos. Creía que él había sido el primero en oír las sirenas. Oído fino de niño; luego las luces a lo lejos. Motoristas delante y detrás, en el centro un coche azul con los cristales tintados y banderas en la parte delantera del capó. Dentro, se suponía, iban el Rey y la Reina. Sólo un momento ante sus ojos, arrastrado por la escolta a toda velocidad. El alivio del guardia y los coches que se reincorporaban a la marcha. La vida continuaba.
Ahora se daba cuenta de que, en realidad, durante toda su existencia lo que había buscado era ir dentro de ese coche, circular rápidamente escoltado por la policía mientras se le admiraba desde las cunetas. Todo lo que había hecho desde aquella mañana lejana de su infancia había ido encaminado a ese momento, aquél en el que las sirenas anunciaran su llegada mientras la gente se quedaba quieta para verlo aunque sólo fuera un instante.
Y ahora ahí estaba, al fin, las sirenas sonaban y el vehículo avanzaba veloz. Intentó ver a través de la alta ventanilla, pero las esposas se lo impidieron. El policía junto a la puerta del furgón le miró fríamente; dejo de revolverse. Metió la cabeza entre las manos y retomó el hilo de sus pensamientos, lo que le diría al juez que le iba a tomar declaración, la mejor estrategia a seguir, lo que le había recomendado su abogado.
El día era gris; pero le excitaba la expectación, la gente mirando. Los primeros motoristas aceleraban y disminuían la marcha para indicar a los coches que se echaran al arcén. La carretera vacía, esperando, y los coches en la orilla; algunos salían de los vehículos, el guardia civil acariciaba el metal del fusil, daba dos pasos. Creía que él había sido el primero en oír las sirenas. Oído fino de niño; luego las luces a lo lejos. Motoristas delante y detrás, en el centro un coche azul con los cristales tintados y banderas en la parte delantera del capó. Dentro, se suponía, iban el Rey y la Reina. Sólo un momento ante sus ojos, arrastrado por la escolta a toda velocidad. El alivio del guardia y los coches que se reincorporaban a la marcha. La vida continuaba.
Ahora se daba cuenta de que, en realidad, durante toda su existencia lo que había buscado era ir dentro de ese coche, circular rápidamente escoltado por la policía mientras se le admiraba desde las cunetas. Todo lo que había hecho desde aquella mañana lejana de su infancia había ido encaminado a ese momento, aquél en el que las sirenas anunciaran su llegada mientras la gente se quedaba quieta para verlo aunque sólo fuera un instante.
Y ahora ahí estaba, al fin, las sirenas sonaban y el vehículo avanzaba veloz. Intentó ver a través de la alta ventanilla, pero las esposas se lo impidieron. El policía junto a la puerta del furgón le miró fríamente; dejo de revolverse. Metió la cabeza entre las manos y retomó el hilo de sus pensamientos, lo que le diría al juez que le iba a tomar declaración, la mejor estrategia a seguir, lo que le había recomendado su abogado.
6 comentarios:
Tu descripción del guardia civil "casi humano, pese a los correajes, el tricornio, la pistola y la metralleta" me ha recordado a la de Federico:
"tienen, por eso no lloran
sus calaveras de plata..."
Ya sabes, uno no es capaz de escribir ahora unos versos, pero hay algunos que tiene bien guardados. Un abrazo: emilio
Gracias Emilio, el que algo que haya escrito te recuerde algo de Lorca es un honor. Tu observación me ha hecho pensar, porque son muy "lorquiananos" los versos que recuerdas. Por un momento tuve el atisbo de ver en qué consistía ese carácter tan especial de Lorca; y ahora no lo sabría decir con exactitud; pero sería algo así como que en Lorca lo más duro y adulto de la vida (dolor, muerte, venganza, sangre, amor,sexo, pasión) es contemplado por un niño, por un niño frágil, ingenuo casi. Creo que de ese contraste entre el observador y la realidad observada surge ese tono tan específico de Lorca, tan identificable.
Un abrazo.
Me ha recordado a mi abuelo. Franco siempre pasaba delante de la casa de mis abuelos cuando se trasladaba al Pazo de Meiras a pasar los veranos. Durante años recuerdo que subíamos la cuesta de la finca y nos poníamos detras de la verja blanca de la entrada cogidos de la mano. Mi abuelo miraba, siempre callado mientras pasaba la comitiva con su motoristas y aquellos bonitos Rolls Royce que a mi me parecían impresionantes. Recuerdo a Franco saludando a la gente desde el coche.
No fue hasta que tuve 18 años que conocí el pasado de mi abuelo. Entonces no entendí por qué año tras año íbamos a verlo pasar, pero sí entendí su silencio. Quízás ese haya sido el momento de mayor intimidad que tuve con él.
Gracias por compartir tu recuerdo, Marta. También podría ser el inicio de un relato en el que el pasado del abuelo sería protagonista. Hermoso.
Un abrazo.
Esa descripciòn que haces me envìa directo a mi infancia, cuando SI se le tenìa miedo a la guardia civil...creo que eso ha cambiado un poco...espero
magnifico, en pocas palabras logras mantenerla a una pegada hasta la ùltima letra...
mis abrazos usuales
Hola Adelfa; sí, creo que la cosa ha cambiado, afortunadamente. Gracias por tu comentario, mi intención era esa, la de mantener oculta la verdadera historia hasta el final.
Un abrazo, amiga.
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