domingo, 4 de agosto de 2013

Brevísima historia económica parcial

Ayer veía en facebook la siguiente viñeta:





No me suelen llamar excesivamente la atención este tipo de dibujos; pero en este caso me pareció interesante porque, si bien tan solo de una forma aproximada, podía dar razón de una realidad esencial que condiciona de forma muy relevante a la economía actual y que, además (y esto es lo que añade la viñeta) solamente puede ser percibido a partir de una consideración histórica.
Hace doscientos años se formuló la denominada "ley de hierro de los sueldos" según la cual los salarios nunca podrían superar el nivel de subsistencia. Es decir, el salario que se pagaba tendía a ser siempre el mínimo posible; y ese mínimo se consideraba, precisamente el nivel de subsistencia.
Esta "ley de hierro" tenía algunos fallos importantes de planteamiento y es evidente que no se ha visto cumplida. En la última parte del siglo XIX y durante la mayor parte del siglo XX los salarios fueron aumentando en términos reales superando con mucho el nivel de subsistencia en amplias zonas del Planeta, y especialmente en Europa, Norteamérica y ciertos países del Extremo Oriente. No es cierto, por tanto, que los salarios siempre se mantengan en el nivel de subsistencia.
Ahora bien, quizás la "ley de hierro" no esté tan equivocada si nos quedamos con que lo que se paga a los asalariados es siempre lo mínimo posible. Esto es, que de la riqueza que se genera, la que se dedica a pagar salarios es siempre la parte más pequeña posible. Esto no impide que los salarios aumenten, porque gracias a la introducción de la tecnología la productividad y, en general, la riqueza, se han incrementado exponencialmente en los dos últimos siglos, lo que implica que aún destinando a salarios una parte cada vez menor de esta riqueza, el salario real no deja de aumentar; aunque siempre menos que los beneficios empresariales.
Este es un dato que ahí está, pero en el que se insiste poco. En 1870, en Inglaterra, los salarios de los trabajadores manuales representaban el 45% de la riqueza nacional; el mismo porcentaje que suponen todos los salarios en la España de 2010. Si en España consideramos tan solo los salarios que están por debajo del salario medio (el 70% del total de asalariados) nos encontramos con que todos esos sueldos no suponen más que un 13% del PIB español. Si asumimos que esos trabajadores, los que cobran un salario inferior al salario medio (19.000 euros anuales), son el equivalente actual de los trabajadores manuales británicos de 1870 observamos como la participación en la riqueza nacional de tales asalariados es ahora tan solo un tercio de la que era ¡en la Inglaterra victoriana! (explico esto con más detalle aquí).
Es decir, la participación de los salarios en la riqueza nacional no ha hecho más que descender. Dado que la productividad aumentaba, era posible ir aumentando el salario real de los trabajadores a la vez que se disminuía su participación en la riqueza global. De alguna forma se confirma que siempre se ha pagado lo mínimo posible a los trabajadores, lo que sucede es que ese mínimo es cada vez mayor como consecuencia del aumento de la productividad y de la riqueza derivados de la introducción masiva de avances tecnológicos en la industria primero y en los servicios después.
De esta forma, resulta que desde el comienzo de la Revolución Industrial la parte de riqueza que han recibido los trabajadores ha sido cada vez menor. Podemos preguntarnos dónde ha ido a parar todo ese excedente generado y no devuelto a los trabajadores. No lo sé, y tan solo especulo; pero me imagino que la enorme destrucción de las dos guerras mundiales, la tremenda producción militar y la reconstrucción de los países devastados algo habrán tenido que ver con el empleo de todos esos excedentes. Ahora bien, me imagino (y aquí viene lo de la viñeta con la que comenzaba) que una parte sustancial de tales excedentes han ido a grandes corporaciones, entidades financieras y bancos; titulares de una cada vez mayor parte de la riqueza mundial.
Esta acumulación de riqueza permitió (especulo también, se trata tan solo de una hipótesis) que a partir de los años 60 del siglo XX se desarrollara el último gran instrumento de expropiación: el crédito al consumo.
Habíamos visto que a los trabajadores se les paga siempre lo mínimo que se puede; pero esto tiene inconvenientes porque disminuye el consumo; a la vez se cuenta con una gran acumulación de dinero que no se sabe bien cómo emplearlo. La solución es dar ese dinero como crédito en buenas condiciones. Dicho de otra manera: los trabajadores reciben por su trabajo una parte en dinero y otra parte en crédito. Como la mayoría de los trabajadores no desean el dinero en sí, sino las cosas que ese dinero puede comprar (casas, coches, vacaciones, espectáculos, ropas, etc) en el fondo lo mismo les da que se les pague una cantidad menor si, a la vez, se les facilita el crédito que les permitirá obtener todos esos bienes. De esta forma, el mecanismo de crédito al consumo permite hacer disminuir aún más los salarios, que no han dejado de representar una parte menor en el PIB desde hace décadas.
¿Cuáles son las consecuencias de esta situación? En primer lugar, que el dinero que se recibe como deuda supone una limitación de la libertad del individuo, lo que probablemente a algunos les interese mantener (en general, sobre la deuda como mecanismo de poder y control, véase D. Graeber, En deuda, Ariel, 2012). En segundo término, que cualquier problema en el crédito tiene unos efectos devastadores sobre la economía, porque reduce drásticamente las posiblidades de consumo. Los trabajadores ven reducida su posibilidad de gasto a lo que obtienen de unos salarios que representan una parte pequeña del PIB y de repente se dan cuenta de lo que durante tantos años se les había ocultado: en realidad su posición en la sociedad no es mejor que la de los obreros de la Inglaterra que pinta Charles Dickens. El engaño peligra y solamente quedan dos opciones: o restituir los equilibrios haciendo que disminuyan los beneficios del gran capital o sustituir la zanahoria por el palo. Basta ver el mundo que nos rodea para darse cuenta de cuál es la opción que se está siguiendo.

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