lunes, 14 de mayo de 2018

El nacionalismo catalán no es democrático

Hace tiempo que el nacionalismo catalán abandonó la senda de la democracia.
Quizás todavía ahora, unas horas antes de que sea designado presidente de la Generalitat Joaquim Torra, algunos se extrañen de esta afirmación. No deberían.
Hace años que se denuncia esta falta de democracia en el nacionalismo. Ahí están los informes sobre déficits de calidad democrática en Cataluña presentados por SCC en 2015 (el primero) y en 2017 (el segundo y el tercero).
El nacionalismo dejó de ser democrático cuando decidió ocupar con símbolos partidistas las instituciones públicas; esto es, cuando las instituciones controladas por los nacionalistas abandonaron su obligada neutralidad para convertirse en sucursales de los partidos y movimientos nacionalistas.
El nacionalismo ya no podía llamarse democrático cuando incluso en época electoral estos símbolos ocupaban el espacio que era de todos e, incluso, se desobedecían las órdenes de las juntas electorales orientadas a conseguir que las elecciones fueran limpias.
El nacionalismo no podía reclamar ser calificado como democrático cuando desatendía las demandas de las familias que pedían que se cumpliera la ley en lo que se refiere a la presencia del castellano en la escuela y ponía al servicio del hostigamiento a dichas familias los medios de la administración pública.
No puede tacharse de democrático a quien defiende la exclusión de la mitad de la población que no comparte los planteamientos nacionalistas, quien parte del enfrentamiento con el conjunto de los españoles, quien organiza grupos que pretenden por la fuerza bloquear carreteras o impedir que la policía cumpla con las órdenes judiciales.
Nada de eso es democrático, y nada de eso es nuevo.
Por si fuera poco, en septiembre de 2017 vimos como utilizaban el Parlamento de todos los catalanes como si fuera una agrupación local de la ANC para, saltándose normas y procedimientos, aprobar unas leyes que suponían la derogación de la Constitución en Cataluña. Aquellos días algunos se escandalizaron; pero me temo que no lo suficiente.




Los nacionalistas se aprovecharon bien de la inexplicable complicidad de tantos que, sin ser ellos mismos nacionalistas, reían las gracias de estos, como si tuvieran un plus de legitimidad. De tantos que ningunearon a quienes afirmábamos que el nacionalismo no era democrático e, incluso -¡qué paradoja!- tachaban de fascistas a quienes denunciábamos los atropellos de los nacionalistas.
Y así hemos llegado hasta aquí.
El 21 de diciembre más de dos millones de catalanes votaron opciones independentistas. Esos dos millones de votos se tradujeron en 70 escaños para los partidos que defienden que Cataluña ya no sea más parte de España y de la Unión Europea, y esos 70 escaños hoy auparán a la Presidencia de la Generalitat a una persona como Joaquim Torra que se muestra abiertamente como un nacionalista identitatio en el sentido de los años 30 del siglo XX; en el mismo sentido que su admirado Daniel Cardona. Un nacionalista que defiende que solamente en la patria encuentra sentido el individuo, que reclama el sacrificio para conseguirla, que entiende esta patria a partir de la exclusión de la lengua que no es la suya, de la desconfianza hacia quienes no comparten su elementos de identidad (si Montilla es un catalanista tenemos un problema, escribió) y del enfrentamiento con quienes él no identifica como los suyos (los españoles no saben más que expoliar). Alguien que afirma que la mitad de los catalanes no son tales, sino españoles en Cataluña.
De los dos millones de votos a los 70 escaños y de los 70 escaños a que Cataluña encumbre a su más alta magistratura a alguien que objetivamente deber situarse en la extrema derecha; lo que las juventudes de la CUP llamarían -supongo- un fascista; porque si Torra no es un "fascista" (en ese sentido poco preciso que tanto se utiliza últimamente) ¿quién lo será?
Obviamente los dos millones de catalanes que votaron a partidos nacionalistas no son como Torra -afortunadamente- pero hoy les miraría a todos y a cada uno de ellos a la cara y les diría ¿veis lo que habéis conseguido, a dónde hemos llegado? A ellos y a tantos medios de comunicación que han jugado a la equidistancia, a tantos periodistas que se han negado a atender las denuncias que desde hace años se hacen, a tantos políticos de otras partes de España y de otros países que han mirado con simpatía un fenómeno que no podía llevarnos más que a esto: a que un ultranacionalista dirija la administración de nuestra Comunidad Autónoma.

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